Texto publicado por Jose Antonio

Cardenal Jorge Mario Bergoglio.

El Cardenal Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires, es una figura pública de gran importancia en la vida social y política de Argentina. El artículo analiza la moral social del Cardenal expresada en documentos y alocuciones públicas y muestra el carácter profético y esperanzador de su magisterio. Estudia la evolución del pensamiento de Card. Bergoglio en tres etapas: 2000-2003/2003-2007/2007-2009

INTRODUCCIÓN
Pongo ante ustedes, un intento de aproximación a la moral social del arzobispo de Buenos Aires y primado de Argentina, el cardenal Jorge Mario Bergoglio, sacerdote jesuita, frente a los distintos momentos de mayor crisis social, política y moral de la sociedad argentina. Crisis que viene arrastrando el país desde el año 1999 y que se manifestó con mayor fuerza primero en 2001, con la caída del gobierno de Fernando de la Rúa, pasando por el debilitamiento del Estado después de una larga sucesión de varios presidentes en tan pocos días; y que luego se retomará con otras notables convulsiones socio-políticas durante el gobierno del matrimonio Kirchner: Néstor Kirchner (2003-2007) y Cristina Fernández (2007- hasta la actualidad). Ambos vienen impulsando un poder político hegemónico y entrando en conflicto con varios sectores de la sociedad. Pero también, tomando distancias e incluso queriendo silenciar a la Iglesia en cuanto a su rol de participación en la realidad social del país.
Durante esas significativas etapas de crisis nacional y hasta el presente, el accionar de la Iglesia en el campo político ha pasado a primer plano. Por un lado nos encontramos con substanciosos mensajes y documentos de la Conferencia Episcopal Argentina y también con las aportaciones doctrinales, de una de las principales voces del episcopado del país, la del arzobispo de Buenos Aires y cardenal Bergoglio, que algunos dirigentes políticos no quieren escuchar. Éste ciudadano argentino, teólogo y pastor, viene manifestando frente al Estado que la Iglesia no es una institución neutra, sino que, poniendo en práctica su misión en medio de la sociedad, hace oír su voz: proclamando el pan de la verdad, manifestando su firme compromiso por la justicia social, por la defensa de la dignidad humana y por el valor de la vida humana. Su voz ha llegado a tocar el corazón y la conciencia de muchos católicos y de varios ciudadanos de buena voluntad; su mensaje, que molesta a muchos dirigentes políticos, vino cobrando fuerza, instándoles a los argentinos a superar el derrotismo y pasivismo, para que sean parte del proyecto de un nuevo país. Sí, esta voz ha tenido buena recepción en varios sindicatos y en considerables instituciones sociales, que pasarán a ser actores claves en el diálogo social, promovido por el cardenal y toda la Iglesia, para trabajar por el bien común y así proyectar un país con futuro.
Como ciudadano argentino, pretendo reflejar brevemente, cómo otro ciudadano argentino, hombre del pueblo y hombre de Dios, se viene preocupando por la formación de la conciencia social de los argentinos. Para aterrizar en sus orientaciones morales acudiré a sus homilías en los “Te Deum” que constituyen unas auténticas “acciones de gracias” por una de las principales fechas patrias, con motivo de la revolución del 25 de mayo de 1810; en sus mensajes a las comunidades educativas, en algunas de las alocuciones con motivo de las jornadas de pastoral social, en otras homilías muy significativas, todas estas, en estrecha relación y comunión con los mensajes de la Conferencia Episcopal Argentina , donde él sin duda alguna fue y sigue siendo una de las figuras con mayor peso.

Breves notas sobre su biografía
Antes que nada quiero resaltar que nos encontramos ante una de las figuras de la Iglesia Católica Argentina que viene promoviendo con más fuerza la restauración de la Nación. Este humilde pastor de la Iglesia nació el 17 de diciembre de 1936 en Buenos Aires. Entró al noviciado de los jesuitas el 11 de marzo de 1958, siendo ya ingeniero químico, y fue ordenado sacerdote el 13 de diciembre de 1969. Estudia Filosofía y Teología en San Miguel, Provincia de Buenos Aires y emite su profesión perpetua en la comunidad de los jesuitas el 22 de abril de 1973.
Desde esta fecha comienza a realizar significativas tareas: fue nombrado maestro de novicios (1972-1973), Provincial de los jesuitas en Argentina (1973-1979), rector del Gran Colegio de San José y encargado de la Parroquia desde 1980 a 1986. Después de una gran labor pastoral como sacerdote y profesor de Teología, fue consagrado obispo titular de Auca, para ejercer como obispo auxiliar de Buenos Aires, el 20 de mayo de 1992. El 28 de febrero de 1998 pasa a ser Arzobispo de Buenos Aires; ambos nombramientos durante el Pontificado de Juan Pablo II. Más adelante, durante el consistorio del 21 de febrero de 2001, el Papa Juan Pablo II lo creó Cardenal del título de S. Roberto Bellarmino.
El primado de la República Argentina ocupa numerosos cargos y es miembro de varias congregaciones, algunas de ellas son: Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, la Congregación para el Clero, la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, el Pontificio Consejo para la Familia, la Comisión para América Latina y el Consejo Ordinario de la secretaría general para le Sínodo de los Obispos. En noviembre de 2005 es elegido Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina y reelegido en 2007.
El cardenal destaca pos su vida sencilla, humilde, con un gran apostolado en las villas miserias de Buenos Aires y muy comprometido con los pobres del país. En él encontramos a un filósofo, teólogo, cura de almas, excelente pedagogo y catequista; y gran formador de la “conciencia social”.

PRIMERA ETAPA: 2001-2003. ARGENTINA “¡LEVÁNTATE!, QUEREMOS SER NACIÓN”.
A un año y tres meses de ser elegido arzobispo de Buenos Aires, Mons. Bergoglio, en la Catedral Metropolitana de Buenos Aires, frente a los dos dirigentes políticos del momento que introdujeron en una gran crisis al país: el Dr. Carlos Saúl Ménem (en sus últimos meses como presidente de la Nación) y el Dr. Fernando de la Rúa, jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (futuro presidente que heredará una gran cadena de corrupción y quiebre social) exclamaba: “¡Argentina, levántate!”. Pero a continuación explicaba esta exclamación diciendo que: “es un llamado evangélico de refundar el vínculo social y político entre los argentinos”. A partir de este momento, todas sus intervenciones, ya hacían de termómetro de la situación real en la que estaba el país, del peligro en que se encontraba el “vínculo social” y la “realidad política”.
Sus orientaciones pasan a ser una clara apelación a la “responsabilidad de todos los ciudadanos” y principalmente a “todos los dirigentes” de las instituciones sociales; de potenciar y proteger los sanos deseos de ese vínculo para ser una auténtica comunidad nacional, que busca el bien común. Pero, sin embargo, a finales de la presidencia de Ménem y comienzos del traspaso de poder al de la Rúa (10 de diciembre de 1999), el país ya estaba en una profunda crisis social, con una política económica nefasta. Este cuadro nacional será definido por la Conferencia Episcopal Argentina y por el arzobispo, como una “crisis de orden moral”.
Con la Presidencia de Fernando de la Rúa y su frágil autoridad, Argentina y los argentinos viven una situación caótica. La Iglesia Católica celebraba por entonces el reciente nombramiento de cardenal de Mons. Bergoglio en febrero de 2001, pero a la vez le urgía iluminar la conciencia de los argentinos para salvar el país. Cuando la situación se le había ido de las manos al gobierno y la ciudadanía comenzaba a salir a la calle exigiendo lo que le pertenece, el Presidente pidió a la Iglesia que convocara al “diálogo nacional”, pero el malestar había crecido y para el gobierno ya era tarde. Así entre el 18 y 20 de diciembre de 2001, los ciudadanos no aguantaron más, vino el estallido social: el famoso “corralito”, “el cacerolazo”. El Presidente tuvo que huir de la Casa Rosada. Ante la “acefalía presidencial”, se creó una Asamblea Legislativa, que le correspondía determinar quién debería ejercer el cargo. En un mes, Argentina tuvo tres presidentes interinos (Ramón Puerta, Adolfo Rodríguez Saá y Eduardo Camaño), hasta que el 2 de enero de 2002 fue elegido el Dr. Eduardo Duhalde, presidencia que dura hasta mayo de 2003, durante la cual habrá claros intentos de estabilización del país.
Aproximación a su moral social en esta etapa: “una moral profética y esperanzadora”
La moral social del arzobispo Jorge Mario Bergoglio, en comunión con el pensamiento de la Conferencia Episcopal Argentina, se desarrolla a partir de una lectura de la “situación social global” de nuestro mundo y de la “realidad social argentina”, en el contexto de la dinámica de la globalización. Pero, descendiendo a la situación particular de la sociedad argentina, logra desplegar una moral social que, en medio de la fatiga y desilusión de los argentinos, se convierte, a mi humilde juicio, en una “moral profética y esperanzadora”. Un mensaje, que exhorta al pueblo argentino a: “hacerse cargo de la realidad”, “apelar a la memoria de sus raíces”, “de sus convicciones más profundas”, “reconocer la promesa para abrir un futuro mejor”, de “apelar a la creatividad y al compromiso para construir una nueva nación” e “instaurar un auténtico diálogo social”.

Crisis global-crisis nacional.
El diagnóstico que hace la Conferencia Episcopal Argentina es compartido por Bergoglio, pero sus aportaciones tienen matices propios. El presente es considerado como un momento de crisis global, donde los aspectos negativos de la globalización afectan a todos los países, incluso a la sociedad argentina; pero esto, de ninguna manera exime a los argentinos de la responsabilidad que tienen de la crisis nacional. Para él, el actual proceso de globalización desnuda agresivamente nuestras antinomias: “un avance del poder económico y el lenguaje que los asiste, que -en un interés y uso desmedido- ha acaparado grandes ámbitos de la vida nacional; mientras como contrapartida la mayoría de nuestros hombres y mujeres ve el peligro de perder en la práctica su autoestima, su sentido más profundo, su humanidad y sus posibilidades de acceder a una vida más digna”.
Considera, que las consecuencias negativas de este fenómeno, ya expresadas con claridad por Juan Pablo II, en la exhortación apostólica Ecclesia in América n. 20, son ciertas y de alguna manera afectan al país. Como son: el endiosamiento de la economía, el desempleo, la precariedad de los servicios públicos, los atentados contra la naturaleza, el aumento de la brecha entre ricos y pobres, etc. Pero también es verdad que la sociedad argentina ha caído en una cierta incapacidad de encarar los problemas reales, ha crecido la desconfianza y la falta de interés por el bien común. Mientras tanto, otras fuerzas, con otros intereses, distintos a de los ciudadanos de a pie, lanzan falsas promesas, son los responsables de instalar la corrupción, generan privilegios e injusticias, enfrentamientos sectoriales o ideológicos más o menos violentos, desgastan la convivencia, vienen agrediendo las necesidades básicas de la comunidad, son los principales responsables de las olas de violencia, de las adicciones, de la marginalidad, de la pobreza, en el fondo les interesa el desmembramiento social. “La Argentina llegó al momento de una decisión crítica, global y fundante, que compete a cada uno de sus habitantes; la decisión de seguir siendo un país, aprender de la experiencia dolorosa de estos años e iniciar un camino nuevo, o hundirse en la miseria, el caos, la pérdida de valores y la descomposición como sociedad”.

La crisis: momento de oportunidad para el cambio.
Bergoglio, considera que la crisis nos interroga acerca del rumbo que llevamos y sobre el modelo de país que hemos construido. Pero a la vez, es una gran oportunidad y un desafío para constituir una nueva comunidad nacional, verdaderamente justa y solidaria, con un proyecto de inclusión social, en la que se promueva la dignidad y libertad de cada ciudadano; y en la que se pueda vivir como auténticos hijos de Dios.
Ante el diagnóstico social de crisis, está esa llamada de esperanza: a ponerse de pie, a levantarse; es un signo de resurrección, que invita a revitalizar la urdimbre de la sociedad. Esta lectura está fundamentada a la luz del texto evangélico sobre los discípulos de Emaús, con el que pide abandonar la nostalgia y el pesimismo; y dar lugar a la sed de encuentro: “Quédate con nosotros porque ya es tarde y el día se acaba”. Dice que es la pedagogía de Jesús, la que nos pide sentarnos en una misma mesa, compartir el pan y animarse a vivir de otra manera. Evitar ser una sociedad que quiere vivir sumergida en el enfrentamiento, para que seamos fieles a nuestra vocación de “ser pueblo”.
Entiende que es la hora de remover en el rescoldo “del corazón común” del pueblo argentino, para rescatar aquellas grandes actitudes que mantienen integrada a la sociedad; de comprender que se nos ha dado una maravillosa oportunidad, un don que sólo Dios puede dar: el de darnos y darnos por entero. Ante la crisis, queda poner en práctica la vocación de servicio (cf. Mt 20, 26-28), de renacer de nuestras propias contradicciones, de aceptar el cáliz doloroso y sacar las mejores reservas que tenemos como pueblo: la reserva moral y cultural. También sostiene que es verdad, que el pueblo cayó en manos de unos ladrones, que lo despojaron de todo, lo hirieron y lo dejaron casi muerto. Pero que todos y cada uno “tiene que hacerse prójimo como samaritano”. Y esto es posible, porque reconoce que este pueblo tiene grandes reservas de proximidad, de solidaridad, de amor, de caridad y de despojo.
Frente a la crisis, cabe la esperanza. Virtud de lo arduo pero posible, la que nos invita a no bajar nunca los brazos, la que nos mueve a avanzar y saber gritar, pero también la que nos invita a callar y sufrir, para alimentar nuestro interior con deseos, ideales y recursos, para sacar a la luz en el momento propicio (el kairós) realidades más humanas, más justas, más fraternas. Pero, no hay que olvidar, que la esperanza no se apoya solamente en los recursos de los hombres, sino fundamentalmente en Dios, quien recoge nuestros intentos integrándolos en su plan de salvación. En definitiva, Bergoglio, pide prestar asentimiento a la palabra del Evangelio, para que desde la vivencia de fracaso, podamos sacar una profunda experiencia de salvación. Reconocer los signos ocultos de Dios, que nos llama al cambio, a la conversión, a la acción. Afrontar la crisis como un momento de “gracia” y de “promesa”.
Bergoglio amplía la idea anterior con un interrogante que se dirige a todo el pueblo argentino: ¿Qué traba las posibilidades de aprovechar en nuestra Nación, el encuentro pleno entre el Señor, sus dones y nosotros? Para él, se debe, a la “chatura de miras”: de no querer asumir nuestras responsabilidades y dejar nuestro destino en manos de los que tienen “chatura espiritual y ética”. De inclinarnos, hacia la fácil salida de delegar en otros “toda la representatividad e interés por nosotros mismos”. Como si el “bien común” fuera una ciencia ajena, como si la política no fuera una alta y delicada forma de ejercer la justicia y la caridad.
A esto, hay que sumarle la chatura espiritual y ética de los dirigentes políticos: hombres que acumulan el poder, los que padecen la enfermedad del corazón de no sentir culpa frente a la realidad cada vez más dolorosa que han generado, etc. Ante esta realidad, a la luz del pasaje evangélico de Zaqueo que desea ver al Señor (Lc. 19, 1-10), pide adelantarnos y buscar la “altura” para superar las mediocridades y reconocer la promesa; también estar dispuesto a “bajar” a la ciudad, al trabajo constante y paciente, sin pretensiones posesivas sino con la urgencia de la solidaridad. Ser parte, de ese pueblo que busca hacer cumplir la ley, en la que el sistema del país funcione, en que la Nación sea lugar de encuentro y convivencia, de trabajo y celebración. La ley, como condición infranqueable de la justicia, de la solidaridad y de la política. Para que al bajar del árbol, no caigamos en la tentación de la violencia y el revanchismo. Así, lo que urge es la “refundación de nuestro vínculo social”; volviendo al Evangelio, dejándonos mirar por el Señor y responder a la llamada de esta tarea común.
La sociedad: lugar del ciudadano para trabajar por el bien común.
La sociedad es el lugar del ciudadano y ser ciudadano es sentirse convocado a un bien; acudir a la cita y trabajar por el bien común. Teniendo en cuenta esta concepción de la sociedad y de la necesaria participación de todos en la construcción de la comunidad como Nación, afirma que la sociedad argentina, en este tiempo de crisis, tiene como urgencia“refundar el vínculo social y político”. Y que sólo perdurará como “sociedad política” si se plantea como una vocación a satisfacer las necesidades humanas en común.

La ciudad y la vivencia de la orfandad
Haciendo una lectura fenoménica, rescata que hay una experiencia común en la vivencia de nuestra sociedad: de orfandad. La cual se caracteriza por tres aspectos: la experiencia de discontinuidad, las formas de desarraigo y la caída de las certezas.

La experiencia de discontinuidad:
Discontinuidad como pérdida o ausencia de los vínculos, en el tiempo y en el entretejido sociopolítico que constituye a un pueblo. Quiere decir, que somos parte de una sociedad fragmentada, en donde el puente que une, está roto o ausente. Es decir, se han cortado los lazos comunitarios. Esto se debe, a un déficit de memoria y tradición. La memoria entendida como potencia integradora de la historia; la tradición concebida como la riqueza del camino andado por nuestros mayores. Pero también hay una discontinuidad, o más bien, un abismo, entre sociedad y clase dirigente (no sólo en la clase política). Discontinuidad marcada por una dosis de desinterés y voluntaria ceguera; y la discontinuidad entre instituciones y experiencias personales.

Las formas del desarraigo:
Junto a la discontinuidad, ha crecido también el desarraigo, ubicado en tres áreas: espacial, existencial y espiritual. En cuanto al primero, cada vez es más difícil construir la identidad personal y comunitaria, porque se ha roto la relación entre el hombre y su espacio vital. La identidad como “pueblo” tiene cada vez menos valor, debido a la dinámica de fragmentación y segmentación de los grupos humanos. En la ciudad, van floreciendo esos “no lugares”, espacios vacíos sometidos exclusivamente a lógicas instrumentales, privados de símbolos y referencias que aporten a la constitución de identidades comunitarias. En cuanto al segundo, está vinculado a la ausencia de proyectos, una experiencia que puede ser definida como “crecer entre cenizas”, en la que se debilitan los sentimientos de pertenencia a una historia y el vínculo con un futuro posible. Esto mismo trae, sobre todo, en las generaciones más jóvenes, una inseguridad económica y laboral. Y en cuanto al tercero, se refiere, al vaciamiento de referencias simbólicas, la falta de sentido de lo trascendente, en la ciudad y en la acción humana.

La caída de las certezas:
Muchas de las creencias básicas que sirven de apoyo a la construcción histórica se han diluido, caído o desgastado. La patria, la revolución, la solidaridad, tienden a ser vistas con curiosidad, burla o escepticismo. Esta pérdida de referencias, también afectan a los fundamentos de la persona, de la familia y de la fe. Los principios que guiaron a las generaciones que nos precedieron y que lograron construir una identidad nacional, parecen caducos.

Ser pueblo y refundar los vínculos sociales.
Antes de desarrollar lo que supone ser un auténtico pueblo y en qué se fundamenta el vínculo social, apela a la conciencia de los ciudadanos, a la luz de una lectura agustiniana sobre “las dos ciudades”: la ciudad “terrena” y la ciudad “de Dios”. Primero hace referencia al argumento, que se sintetiza de la siguiente manera: existen dos “amores”, el amor de sí, predominantemente individualista, que instrumenta a los demás para los propios fines, considera lo común sólo en cuanto referido a su propia utilidad y se rebela contra Dios; y el amor santo, que es eminentemente social, se ordena al bien común y sigue los mandatos del Señor. En torno a estos dos amores, se organizan las dos ciudades. Pero a continuación dice que lo interesante es que en lo “secular” se da la existencia histórica de las dos, en donde no pueden ser adecuadamente distinguidas y separadas; sino que la línea divisoria pasa por la libertad de los ciudadanos, personal y colectiva. Así, se vale de esta visión, para preguntarles a los ciudadanos, si son conscientes de cuáles son los “amores” que se han priorizado en la construcción nacional. Si son conscientes de los valores que están en juego, de aquello que nos orienta a la gracia o al pecado.
Ser Nación es “entenderse como continuadores de la tarea de otros hombres y mujeres que ya dieron lo suyo, y como constructores de un ámbito común, de una casa, para los que vendrán después”. Ser un pueblo supone, ante todo, una actitud ética, que brota de la libertad. “El fundamento de la relación entre la moral y lo social se halla justamente en ese espacio (tan esquivo, por otra parte) en que el hombre es hombre en la sociedad, animal político, como dirían Aristóteles y toda la tradición republicana clásica. Es esta naturaleza social del hombre la que fundamenta la posibilidad de un contrato entre los individuos libres, como propone la tradición democrática liberal (tradiciones tantas veces opuestas, como lo demuestran multitud de enfrentamientos en nuestra historia). Entonces, plantear la crisis como un problema moral supondrá la necesidad de volver a referirse a los valores humanos, universales, que Dios ha sembrado en el corazón del hombre y que van creciendo en el crecimiento personal y comunitario”.
Y todo esto ¿en qué consiste?, ¿cómo hacerlo? Hay tres pilares fundamentales. Si uno niega uno de ellos, el pueblo comienza a disgregarse. Estos son: a) Un pueblo que necesita recuperar la memoria de sus raíces. b) Un pueblo que tiene que afrontar con coraje el futuro y c) un pueblo que tiene que ser consciente de la realidad en la que está viviendo. Desde estos tres pilares, es posible recuperar el rumbo, la utopía, la esperanza. Es un sí a la unidad y un no a la fragmentación.
También dice que hay que amasar una “ética común” y abrirnos hacia un destino de plenitud que define al hombre como ser espiritual. O sea, salir del mismo lugar y dirigirse al mismo destino. En síntesis se puede decir: “En primer lugar, hay una ley natural y luego una herencia. En segundo lugar, hay un factor psicológico: el hombre se hace hombre en la comunicación, la relación, el amor con sus semejantes. En la palabra y el amor. Y en tercer lugar, estos factores biológicos y psicológicos se actualizan, se ponen realmente en juego, en las actitudes libres. En la voluntad de vincularnos con los demás de una determinada manera, de construir nuestra vida con nuestros semejantes en un abanico de preferencias y prácticas compartidas (san Agustín definía al pueblo como “un conjunto de seres racionales asociados por la concorde comunidad de objetos amados”). Lo “natural” crece en “cultural”, “ético”; el instinto gregario adquiere forma humana en la libre elección de ser un “nosotros”.
Se trata de “poner al final el principio” (idea, por otro lado, profundamente bíblica y cristiana). La dirección que otorguemos a nuestra convivencia tendrá que ver con el tipo de sociedad que queremos formar: es el telostipo. Y de saber valorar “lo dado” como lo que brota de la libertad, “lo nuevo”.
La política: expresión inminente de la caridad social y de gestión del bien común.
Bergoglio, en comunión con los obispos del país hicieron sentir su voz diciendo: “La gran deuda de los argentinos es la deuda social…La corrupción instalada en casi todos los ámbitos de la vida social, tiene protagonistas resistentes al cambio y que impiden la purificación necesaria de las instituciones. El pueblo tiene la sensación que la corrupción y la impunidad permanecen con gente aferrada a sus cargos y se lamenta por la impotencia para cambiar esta realidad. La nobleza y la necesidad de la política, como expresión eminente de caridad social, reclama de los políticos y de toda dirigencia, compromiso y virtudes superiores que permitan recobrar la confianza y alcanzar el bien de la comunidad entera”.
Este mensaje, llegó a los católicos más comprometidos y unas de las reacciones más claras, no sé si buscada intencionalmente por la Iglesia, fue que frente a la “debilidad del Estado” y la “desconfianza de la mediación de los políticos”, despertaba una “gran red social” sensible a los problemas sociales y mostrándose como “solidaria” para con los más pobres. Respecto a este fenómeno la Conferencia Episcopal Argentina sostenía que: “Pueden surgir de allí dirigentes aptos, más sensibles al bien común y capacitados para la renovación de nuestras instituciones”.
La política tiene que ser el principal instrumento de gestión del bien común, de modo tal que sea ella la que dirija y encauce también la economía en el marco de las instituciones republicanas vigentes. Es necesario que desaparezcan de este ámbito (como el de la economía) el robo y la coima. “La clase dirigente tiene que dar ejemplo de compartir los sacrificios del pueblo renunciando a los privilegios que lo ofenden y empobrecen. Hay que comprender que el ejercicio de la política debe ser un noble, austero y generoso servicio a la comunidad y no un lugar de enriquecimiento personal o sectorial”.
Esta política necesita ser “rehabilitada”, puesto que es una auténtica vocación casi sagrada cuya finalidad debería ser ayudar al crecimiento del bien común. No es para generar crisis, sino para crear, para fecundar. Para ello, sostenía que se necesita la confrontación de ideas en un clima de libertad buscando ese bien común. Finalmente dejaba claro que esta rehabilitación política-social será posible si lo humano, la persona humana pasa a ser el centro de la preocupación, el fin de la acción y el sujeto de la acción.

La autoridad: vocación de servicio.
La autoridad política, como la religiosa tiene que ser, una auténtica expresión de servicio. Así, apoyándose en el texto de Mateo 20, 26-28: “el que quiera ser grande que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero que se haga su esclavo: como el Hijo del Hombre que no vino para ser servido sino para servir”, fundamenta el auténtico servicio sosteniendo que: “Las palabras del Evangelio no van dirigidas sólo al creyente y al practicante. Alcanzan a toda autoridad tanto eclesial como política, ya que sacan a luz el verdadero sentido del poder. Se trata de una revolución basada en el nuevo vínculo social del servicio. El poder es servicio. El poder sólo tiene sentido si está al servicio del bien común”.
Su postura, frente a las manifestaciones de enfrentamientos sectoriales, ideológicos y la violencia social, apela a “beber del cáliz del trabajo duro y solidario”, para forjar la Nación. Y que el servicio debería motivarles a crear una nueva dinámica social, la de la comunión en las diferencias para recuperar la serenidad social en la justicia y la paz.

El Estado: garante del bien común, equidad y solidaridad social.
Tanto Bergoglio, como la CEA, dejan claro que el Estado no puede declinar la responsabilidad que se le ha encomendado: el cuidar del bien común del pueblo. Esta afirmación cobra fuerza, sobre todo, cuando al Estado argentino se le ha olvidado, que tiene que ser un instrumento creado para servir al bien común, para ser garante de la equidad y de la solidaridad en el entramado social. Para él, en Argentina se han dado dos cuestiones: un “endiosamiento del Estado”, que sigue inmovilizando al hombre argentino, una especie de dios, que todo lo puede y al que se le puede exigir cualquier cosa. Por otro lado, un “envilecimiento del Estado”, fruto del más crudo liberalismo, que le ha llevado a despojarse de todas sus empresas y generar una irracional privatización.
También cree, que el Estado, no debe declinar su responsabilidad en la promoción y la asistencia social. Es antihumano privatizar la promoción social y la asistencia social. Respecto a esto, el Estado, tiene que asumir su rol de animador, integrador, responsable, auditor, delegador; pero nunca renunciar, a lo que le corresponde como vocación propia: cuidar el bien común del pueblo.

La educación: en búsqueda de una “racionalidad válida” para la nueva construcción social.
Es necesario rehacer nuestra cultura. Rescatar una “racionalidad válida”, un pensamiento fuerte que nos permita superar el irracionalismo contemporáneo. Buscar un equilibrio entre la dimensión afectiva y racional. Tener capacidad para denunciar los “abusos de la razón” (totalitarismos de toda clase) y de liberarnos de otras tiranías que provocan el discurso “postmoderno” (la economía, lo inmediato, el consumismo desmedido). Y recuperar la “dimensión sapiencial” que nos otorga nuestra fe, la Palabra, que es reveladora y creadora. En cuanto “reveladora”, es ley, enseñanza, por lo tanto, hay que apuntar a buscar la verdad e invitar a los demás en esta misión que tenemos todos como hombres de buena voluntad. La Palabra, en su dimensión “creadora”, salvífica, dinámica, nos tiene que mover a crear comunidad, vincular, reconocer, amar.
Recrear la cultura supone también desarrollar una educación que sea promotora de la persona humana y discierna claramente con los desvalores con los cuales convivimos cotidianamente. Que nos permita asumir una vida de auténtica justicia y de verdadera libertad, en la que el hombre sea el principio, el sujeto y el fin de todas las instituciones. De esta manera, encontraremos los caminos, que nos lleven a construir una sociedad más justa y equitativa, recreando los vínculos sociales que están deteriorados.

La construcción de la comunidad: en búsqueda del “diálogo social”.
Todos están llamados a sumarse en la construcción de un “nuevo proyecto de país”, en el que se tenga en cuenta “a todos”. Proyecto que desde lo educativo, lo religioso o lo social, se torna “político” en el sentido más alto de la palabra: construcción de la comunidad. Tiene que ser un “proyecto político de inclusión social”, que compete a todos, desde la vida concreta y cotidiana de cada uno de los ciudadanos de la Nación, en cada decisión ante el prójimo, ante las propias responsabilidades, en lo pequeño y en lo grande.
Teniendo en cuenta la realidad del país, la Iglesia, apela al “diálogo”: Buscar sinceramente la verdad y el bien de todos con una permanente preocupación por los más pobres; crecer en la conciencia como ciudadanos, promover la justicia y velar por la dignidad humana, proteger las estructuras de una auténtica democracia y construir la paz. “Frente a la fragmentación social, promover la reconciliación, el diálogo y la amistad social”. En donde la “construcción de la comunidad” requiere tener como principio, centro y fin la persona humana en todas sus dimensiones. En donde el “bien común” de la “comunidad política” debe ser entendido como el conjunto de aquellas condiciones de vida social, con la que los hombres, familias y asociaciones pueden lograr más plena y fácilmente su perfección propia (Gaudium et Spes, n. 74). Y en donde, urge un diálogo que supone fundamentalmente la búsqueda solidaria de lo que es verdadero, bueno y justo para todos los hombres.
El arzobispo de Buenos Aires, en una entrevista periodística, volvió a afirmar que el problema de Argentina era moral, ético y que ante la crisis, la Iglesia, apoya a las instituciones, para que se mantenga la democracia que tanto sacrificio le costó al país y que urge el “diálogo”. Que él, en comunión con todos los obispos, ofrecen para este diálogo nacional, como Iglesia, un ámbito espiritual como lo enseña el Vaticano II: la Iglesia como una institución que brinda un “ámbito de encuentro”. Que es necesario este diálogo para restaurar la sociedad y reivindicar la política como una de las formas más altas de la caridad, tal como lo decía Pablo VI. En donde es fundamental apelar a la “ética de la solidaridad”, a la “compasión”, a la “ética samaritana”, para reconstruir esta Patria que nos duele.
Por fin, el Presidente Duhalde pidió con firmeza a la Iglesia y a las Naciones Unidas, que le ayudaran a poner en práctica el “diálogo social y político”; de esta manera se creó la “Mesa del Diálogo Nacional”. La Iglesia, pasó a ser la principal promotora de este diálogo, por eso, durante este tiempo, emitió considerables mensajes, cuya doctrina, la resumo, en una frase que habla por sí sola y que pertenece a la oración por la Patria en esta etapa de la historia: “Necesitamos recrear una nación cuya identidad sea la pasión por la verdad y el compromiso por el bien común” (CEA; Oración por la Patria, 9/7/2001). Oración que sigue motivando al cardenal para rezar con sus fieles y para seguir iluminando la conciencia de los ciudadanos.

SEGUNDA ETAPA: 2003-2007: ARGENTINA “¡CAMINA! NECESITAMOS SER NACIÓN”.
La mesa del diálogo fue dando buenos frutos, el Presidente Duhalde convocó para el 27 de abril de 2003 a todos los ciudadanos a las urnas para elegir un nuevo Presidente y para seguir trabajando juntos por la restauración nacional. La Iglesia, ya en setiembre y octubre de 2002, como miembro de la mesa del diálogo nacional, publicó sus orientaciones sobre este hecho, y justo un mes antes de las elecciones, envió un comunicado al pueblo de Dios. En él, hacía pública su postura e invitaba a todos a acudir con esperanza a las urnas, puesto que era una ocasión para crecer como ciudadanos.
Además pedía que supieran discernir frente a las distintas promesas de los candidatos; que no bastaba que éstos hicieran referencias a la bondad, verdad, justicia, libertad y bien común; sino que sus mismas vidas deberían dar muestras de su buena y creíble trayectoria moral; y a aquellos que fundamentan su candidatura desde el Evangelio, que no lo utilizaran para conseguir sus propios intereses, sino que como candidatos cristianos supieran encarnarlo.
El arzobispo Bergoglio, frente a esta realidad electoral, decía que él, motivado por uno de los grandes maestros de la fe, San Agustín en su libro Ciudad de Dios, pretendía iluminar a la Iglesia, al pueblo, para orientarla hacia la plena realización del hombre, de la sociedad y de la historia. Exhortaba a que no hay que dejarse seducir por discursos falsos y que hay que sospechar de aquellos discursos que se presentan como el “único camino posible”. ¿Cómo hacerlo? Poniendo en juego la “creatividad histórica” desde una perspectiva cristiana, que se rige por la “parábola del trigo y de la cizaña”: es necesario crear utopías y hacerse cargo de lo que hay; esto implica memoria y discernimiento, ecuanimidad y justicia, prudencia y fortaleza. Para ello sugiere cuatro principios de discernimiento: “Mirar siempre más allá: lo que ves no es todo lo que hay. Tener siempre en cuenta a todo el hombre y todos los hombres. Buscar siempre los medios más adecuados y eficaces y construir desde el lado sano, rescatando los valores y realizaciones positivas. Y como una forma de ir poniendo en práctica lo anterior (no la única), cuatro propuestas: decir siempre la verdad, jugarnos por la fraternidad solidaria, desarrollar siempre más nuestras capacidades y proponer testimonios y modelos concretos de vida”.
El 25 de mayo de 2003, asume la Presidencia Néstor Kirchner y la principal autoridad eclesiástica del país hizo resonar su voz diciendo que ante la actual fragilidad social y política, ante la fragilidad de los más pobres y necesitados del país, desde el don de la resurrección, surge un esperanzado mensaje de Jesucristo invitándonos al resurgir de nuestra vocación de ciudadanos constructores de un nuevo vínculo social, para vivir como una verdadera comunidad, respondiendo a la ley fundamental ya escrita en nuestro ser: que la sociedad se encamine a la prosecución del bien común.
Durante el 2003 al 2005, el nuevo presidente con varios dirigentes políticos y fieles aliados en todo el país, no aportaron a la unidad, despertando en los ciudadanos el rencor, haciendo imposible la reconciliación entre los argentinos, sacando de nuevo a la luz los atentados contra la vida humana en tiempos de la dictadura, para tapar así los “nuevos atentados” que se venían dando en el país. Mientras tanto, el Barómetro de la Deuda Social Argentina, elaborado por la Pontificia Universidad Católica Argentina de Buenos Aires sacó a la luz el avance del gran deterioro que se estaba dando en grandes sectores del pueblo argentino: se agravaban las desigualdades y había opciones de leyes políticas que atentan claramente contra la vida (ley de salud reproductiva, educación sexual, etc). Durante este período, el cardenal Bergoglio con varias declaraciones e intervenciones, pasó a ser para el gobierno argentino el enemigo número uno. Pero sin embargo, sindicalistas, asociaciones cristianas, abogados católicos, periodistas, etc, respaldaron esta voz, que se notará en el cambio del mapa político a fines de 2006 y principio de 2007.
Continuamos por los senderos de su moral social: recuperar la creatividad y asumir el compromiso para construir la Nación.
Para el Cardenal, si se quiere cambiar el rumbo del país, había que recuperar uno de los componentes esenciales de la dimensión activa de la esperanza: la creatividad. Para que no nos conformemos a “seguir haciendo lo de siempre”, ni siquiera a “resistir”; sino que, ante una situación adversa hay que crear, comenzar a poner los ladrillos para un nuevo edificio en medio de la Historia.
Utopía y creación histórica
Hablar de “creación histórica” nos remite a la fe en Dios Creador que nos dice que la historia de los hombres no es un vacío sin orillas: Tiene un inicio y tiene también una dirección. Así, nuestra historia nacional nunca está “terminada”, nunca agota sus posibilidades, sino que siempre puede abrirse a “algo nuevo”. Por eso, no tenemos que olvidar que toda historia forma parte de una creación que tiene sus raíces en el Poder y el Amor de Dios.

A la hora de ejercer nuestra creatividad, debemos aprender a movernos dentro de la tensión entre la novedad y la continuidad. Hacernos cargo de lo que hay y abrir nuevos caminos. Para ello, necesitamos una “actitud utópica”, para que con su fuerza movilizadora, lejos de ser un consuelo fantaseado, sea una manera de encarnarse la esperanza en esta concreta situación histórica. Teniendo también en cuenta que lo que vemos no es todo lo que hay.
Como referencia de esta dinámica, toma de nuevo a san Agustín con su obra la Ciudad de Dios. Interpreta que, sin olvidar que en primer lugar, la Ciudad de Dios es una crítica a la concepción que sacralizaba el poder político y el statu quo, también encontramos un espacio para una Libertad que acoge el don de la salvación y el proyecto divino de una humanidad y un mundo transfigurados. Proyecto que será consumado en la escatología, pero que ya en la historia puede ir gestando nuevas realidades, derribando falsos determinismos, abriendo una y otra vez el horizonte de la esperanza y de la creatividad a partir de un “plus” de sentido, de una promesa que siempre está invitando a seguir adelante.

Todo el hombre, todos los hombres
Este es un criterio verdaderamente evangélico, ya propuesto por Pablo VI como principio de discernimiento para el verdadero desarrollo. Para la situación argentina es un criterio infalible para desenmascarar “pensamientos únicos” que cierran la posibilidad a la esperanza, o para derribar “falsas utopías” que la desnaturalizan. Sólo puede ser creíble un proyecto que incluya a todos, pero en la totalidad de sus dimensiones. Un proyecto que vaya en búsqueda de los pobres, los excluidos, los abandonados, etc. Para ello es necesario jugarnos por entero por el valor cristiano de la “fraternidad solidaria”.
Creatividad y tradición: construir desde lo sano
Si estamos convencidos de que todo comienza con nosotros, es un defecto que degenera rápidamente en “autoritarismo”. La auténtica creatividad consiste en esa capacidad de crear algo nuevo sin ignorar lo anterior. Tener la suficiente humildad para reconocer los logros históricos de nuestros fundadores, de nuestros artistas, pensadores, políticos, pastores, etc. No olvidarnos de ese humus que dieron identidad como pueblo a las generaciones anteriores: el valor de la justicia social, la hospitalidad, la solidaridad entre las generaciones, el trabajo como dignificación de la persona, la familia como base de la sociedad, etc. Desde aquí, también tenemos la tarea de proponer “modelos de vida”, referentes que hacen una opción por un servicio solidario, de luchar por la justicia, constructores de comunidad y hombres santos.
En definitiva, exigía defender nuestra identidad como argentinos, nuestro ser personas, nuestra sociedad, recuperando utopías y como personas activas, con capacidad constructora de dar a luz una nueva historia.
La Educación: verdadero motor para la reconstrucción social.
El Cardenal sigue insistiendo en que es necesario seguir apostando por una “buena educación”, ya que ésta constituye el verdadero motor para la reconstrucción de la comunidad. Que se necesita privilegiar una buena educación, que ayude a todos a madurar desde la “sabiduría” de Dios encarnada en Jesucristo. Una educación que asuma el “discernimiento cristiano”, que nos ayude a acertar objetivamente en nuestras decisiones y acciones.
Hablar de sabiduría supone: En su primer sentido: conocer, entender. Así, el servicio a la sabiduría de nuestro pueblo es “un servicio al crecimiento del orden cognitivo”. Un saber que ayude a “abrir nuevos espacios” para el desarrollo humano. En su segundo sentido: significa también gustar. Se trata de ayudar a que se valore y contemple el conocimiento, para que pueda ser encarnado. De esta manera se apuesta por la libertad personal para saber estar en el mundo; y para que podamos reconocer la sociedad como nuestro “hogar común”. Y en su tercer sentido: elección, opciones concretas. Es el lado “práctico” en el cual se resuelven los anteriores. Es el sentido antiguo de Sabiduría que está presente en la Biblia: capacidad para orientarse en la vida, de modo que un obrar prudente y hábil fructifique en plenitud existencial y felicidad. Un saber “ético”.
Sabiduría cristiana, que nos permita edificar sobre roca, que exige hondura, atención a la vida, sanar y liberarse de ídolos. Sabiduría cristiana como verdad, que nos permita avanzar hacia una idea de verdad más incluyente. Sabiduría con profundas raíces evangélicas como Verdad sobre Dios y verdad sobre el hombre. Y teniendo como referente al único Maestro, educar para la gratuidad y la excelencia de la solidaridad.
También reclamaba reconocer a esa Sabiduría: Dios que camina con su pueblo, para que nos permita la liberación de la cautividad y opresión; que se decía ser externa, pero que es interna. Situada en nuestra sociedad, fruto de las luchas internas, ambiciones compulsivas, de las componendas de poder que absorben las instituciones, de la dinámica de exclusión, no sólo por medio de estructuras injustas, sino también desde nosotros mismos. Una Sabiduría que nos ayude a superar nuestras mediocridades y cegueras y que nos enseñe a perdonar y avanzar.

La sociedad: una comunidad que sea madura y libre.
Para él, urge una comunidad social que priorice la vida, como una de las formas más básicas de expresión del bien común. Pero esto no exige sólo una “ética del cuidado” o una “ética de la responsabilidad”, sino, ante todo, un adecuado grado de “madurez personal”. Madurez como la capacidad de usar nuestra libertad de un modo sensato y prudente. Madurez en cuanto libertad responsable (entendida a la luz de San Agustín sobre su concepción del tiempo en Confesiones XI): Una libertad que reconoce lo que hizo y no hizo (memoria), se apropia de sus decisiones en el instante que corresponde (visión) y se hace cargo de las consecuencias (espera).
Desde esta madurez, también estamos llamados a crear una “comunidad madura”, que no implica la mera adaptación a un modelo imperante, sino en tener capacidad de tomar posición desde sí mismo, elegir y decidir, adherirnos o no a unos ciertos valores. Implica la libertad de hacer oír la voz de cada ciudadano (sobre todo cuando la autoridad del gobierno sostenía que “el silencio es salud”) ante los grandes atropellos que atentan contra la dignidad humana, sobre todo la de los pobres y de los que no comulgan con la ideología dominante. Una comunidad madura, es la que desde una libertad responsable, tiene la capacidad de reconstruir vínculos sociales y comunitarios “desde el amor”.
Caminando hacia la madurez
Para que esta tarea pueda ser llevada a cabo, la reflexión anterior es convertida en “pistas concretas”. Estas consisten en:

Fortalecer la comunidad eclesial:
Se trata de reforzar el sentido eclesial en el seno de la comunidad creyente, para que desde allí, unidos, podamos seguir escuchando a Dios que nos interpela sobre la realidad actual. También para abrirnos a los demás, respetando al otro, amando y sirviendo; y así trabajar por una causa común.

Ensayar nuevas formas de diálogo en la sociedad pluralista:
Consiste en dialogar para una nueva convivencia con todos los grupos que conforman nuestra sociedad, aceptando y respetando las diferencias; potenciando los espacios de encuentro y coincidencia. Es buscar una nueva forma de relacionarnos que ayude a reconstruir los lazos sociales y a ampliar nuestra conciencia de solidaridad más allá de la frontera religiosa, ideológica y política.

Revitalizar la dimensión específicamente teologal de nuestra motivación:
La búsqueda de esta reconstrucción nacional, exige la adhesión a Cristo Resucitado, que se hace Eucaristía, Verdad y Amor. Y que desde ese encuentro con Él, podremos estar al servicio de la auténtica comunión, verdad y amor en nuestra sociedad. Así, la superación de la contradicción entre individuo y sociedad no se agota en una mera búsqueda de consensos, sino que tiene que dirigirse hacia la fuente de toda verdad. Así, el diálogo es un “camino hacia la verdad juntos”.

Establecer metas concretas en la educación para la madurez:
Es una opción por la formación integral de la persona, que les ayude a madurar como sujetos libres y responsables, para que velen por ellos mismos y por la comunidad. ¿Cómo hacerlo?: 1) Despertar la memoria histórica para hacer experiencia de la experiencia. 2) Ayudar a vivir el presente como don. 3) Desarrollar la capacidad de juicio crítico para salir de la “dictadura de la opinión”. 4) Aceptar e integrar la propia realidad corpórea. 5) Profundizar los valores sociales e 6) insistir con la predicación del kerygma.
Dos parábolas a encarnar para reconstruir la Patria
En definitiva pide forjar una cultura de encuentro, en la que se pudiera ejercer el poder como servicio, dialogar desde la verdad y libertad, asumir la política como una obra colectiva y como cristianos interiorizar, para actuar en pos del bien común, las parábolas del “Buen Samaritano” y la del “trigo y la cizaña”.
Respecto a la primera dice: “La parábola del Buen Samaritano nos muestra con qué iniciativas se puede rehacer una comunidad a partir de hombres y mujeres que sienten y obran como verdaderos socios. Hombres y mujeres que hacen propia y acompañan la fragilidad de los demás, que no dejan que se erija una sociedad de exclusión, sino que se aproximan -se hacen prójimos- y levantan y rehabilitan al caído, para que el Bien sea Común”. Y en base a la segunda interpreta que: “La creatividad histórica, entonces, desde una perspectiva cristiana, se rige por la parábola del trigo y de la cizaña. Es necesario proyectar utopías, y al mismo tiempo es necesario hacerse cargo de lo que hay. No existe el borrón y cuenta nueva”.
Así nos pide que todos debemos ponernos la Patria al hombro, no podemos pasar de largo, sino que urge cultivar el deseo, puro y simple de querer ser Nación; y comprometernos a ser partes de esta reconstrucción nacional.

La Doctrina Social de la Iglesia: una luz para reconstruir la Nación
El cardenal Bergoglio, es elegido Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina en noviembre de 2005; una de sus mejores aportaciones, en comunión con todos los obispos, fue dar a luz el documento sobre “La Doctrina Social de la Iglesia…” para poder iluminar el camino de reconstrucción de la Nación y promover en los diversos ámbitos sociales estas aportaciones.
La riqueza está en que han logrado con cada principio (bien común, destino universal de los bienes, subsidiaridad, participación y solidaridad) una proyección de los mismos, descendiendo a la realidad social argentina, en situaciones y cuestiones concretas; llamando así a fortalecer los cuatro valores de la vida social: la verdad, la libertad, la justicia y la caridad. Este documento termina haciendo una exhortación al Pueblo de Dios: que desde esta luz puedan actuar como hombres de buena voluntad en la vida social y política, buscando el bien de la República.
Más tarde, tienen gran repercusión las palabras del Cardenal al presentar el libro “Iglesia y democracia en Argentina”, en la que expresaba: “La palabra de la Iglesia sobre las cuestiones referidas a la dignidad humana o a las realidades sociales…es una palabra profética sobre la realidad pronunciada desde el Evangelio, una palabra que no pretende aportar soluciones técnicas sino despertar las conciencias en orden a la consecución del bien común. La Iglesia no pude ni debe emprender por cuenta propia la empresa política de realizar la sociedad más justa posible. No puede ni debe sustituir al Estado. Pero tampoco puede ni debe quedarse al margen en la lucha por la justicia (Deus Caritas est, 28)”.

Somos un pueblo con vocación de grandeza.
Para forjar una “cultura del encuentro” y una “nueva convivencia social”, sostiene que hay que seguir profundizando en lo que significa “ser pueblo”, no tanto como categoría lógica, sino como categoría “mística”. Más que una palabra, es una “llamada”, una “con-vocación” a salir del encierro individualista, para comprometerme y participar, en esa tierra que reúne vida e historia y un proyecto común. Así el pueblo implica: una geografía y una historia; una decisión y un destino. En donde lo “común” de la comunidad del pueblo sólo puede ser “de todos” si al mismo tiempo es “de cada uno”. En donde el “amor”es la raíz que da sentido a una “concorde comunidad”.
Así, nuestro pueblo está llamado a ejercer su vocación de grandeza, con palabras de Pablo VI, a construir una “civilización de amor”. Para profundizar en esta llamada y encarnarla, ofrece dos pistas evangélicas, concretadas en dos interrogantes:

a) ¿Quién es mi prójimo?:
Sigue siendo fundamental en la construcción de su moral social, la parábola del Buen Samaritano (Lc 10, 25-37). Dice Bergoglio, que nunca está de más volver a este texto, porque no podemos olvidar que la única forma de reconstruir el lazo social para vivir en amistad y en paz es comenzar reconociendo al otro como prójimo. Es decir, la ética fundamental, que nos dejó elementos invalorables como los derechos humanos nos propone tomar al hombre siempre como fin (mi semejante, mi prójimo), nunca como medio.

¿Cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer? :
Se refiere a otra enseñanza de Jesús sobre el amor: la parábola del Juicio Final (Mt 25, 31-43). Se trata de un amor que se hace eficaz “a la larga”, al final de un trayecto. Nos referimos a la “dimensión institucional del amor”. El amor que pasa por instituciones en el sentido más amplio de la palabra: formas históricas de concretar y hacer perdurables las intenciones y deseos. Como por ejemplo, las leyes, los mecanismos sociales, etc. Así, ésta parábola, nos habla del valor de las instituciones en el reconocimiento y la promoción de las personas.
A este pueblo llamado a crear el vínculo social desde el amor, se le propone lo siguiente: 1) Recuperar el potencial liberador de la fe cristiana. 2) Abrir el corazón y la mente a la diversidad. 3) Revalorizar nuestras producciones culturales. 4) Prestar atención a la dimensión institucional del amor y 5) celebrar juntos el amor de Dios.

Una llamada a ser verdaderos ciudadanos.
En el año 2005, el Presidente de la Nación rompe sus relaciones con el Cardenal. Una manera de castigarlo es ordenar que la institución del “Te Deum” (uno de los espacios para la confesionalización pública y ejercicio del rol de la Iglesia Católica como actor político-institucional) deje de hacerse en la Catedral Metropolitana, y por lo tanto por el Primado. Pero el 25 de mayo de 2006, antes de las nuevas elecciones, quizás como estrategia política, pudo ser de nuevo en la Catedral Metropolitana. En esta ocasión, desde las “bienaventuranzas”, el Cardenal centró su mensaje en la necesidad de ser “verdaderos ciudadanos”: recuperar la alegría, la paz y la verdad; y poder construir juntos nuestra Patria. Y que Dios nos libre de la “malaventuranza”, fruto de la manipulación, prepotencia y mentira.
A partir de 2007, el tradicional Te Deum se realizará en distintas provincias del país; pero los obispos, en sus homilías, lograron reflejar la postura del Episcopado y la del Cardenal. Así, los obispos se unieron para presionar y hacer retroceder al Presidente en sus políticas opuestas a la Iglesia Católica y al mismo tiempo para impedir la hegemonía política en el cuadro electoral de 2007. El cardenal, en nombre de la Conferencia Episcopal Argentina, llamó al compromiso ciudadano ante las próximas elecciones, expresando los desafíos a los que se tenían que enfrentar y ejercer sus responsabilidades:
La dignidad de la vida humana desde la concepción hasta su fin natural.
La familia fruto de la unión del varón con la mujer, célula básica de la sociedad.
El bien común de todos los hombres y de todo el hombre.
La inclusión de todos los ciudadanos para terminar con la pobreza e inequidad.
Fortalecer el federalismo fortaleciendo las instituciones provinciales.
Un proyecto común de Nación desde el diálogo y consenso con buenas políticas públicas.
Se impuso la continuidad, y la esposa del anterior Presidente salió elegida como Presidenta, pero la Iglesia logró muchos apoyos en el heterogéneo arco de oposición política para debilitar esta hegemonía, que hiciera posible una mayor participación y representación de distintas voces en el país y así “educar para el diálogo social”.

A MODO DE CONCLUSIÓN: UNA MORAL QUE BUSCA “FORTALECER LA AMISTAD SOCIAL” Y LAS “INSTITUCIONES DE LA PATRIA (2007-2009).
El Cardenal Jorge Mario Bergoglio fue reelegido como Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina y los argentinos ya tienen una presidenta: Cristina Fernández de Kirchner; la mujer que desde entonces hasta la actualidad ha agudizado la crisis económica y ha engendrado políticas públicas frágiles; la que ha entrado en conflicto con varios sindicatos y concretamente con el sector rural del país; la que recientemente tuvo que echar mano del dinero de la seguridad social privada del país para hacer frente a la crisis económica, volviendo a estatizar la misma; la que ha declarado guerra a su manera a varias empresas extranjeras; y la que en varias instancias ha culpado a la Iglesia del mal clima social del país por sus declaraciones.
A pesar de todo, el cardenal, visitó a la Presidenta en la Casa Rosada y desde entonces hasta hoy, con respeto y prudencia, ha manifestado que nuestro país necesita fortalecer el vínculo social, la paz social, la democracia, por medio del “diálogo”. Su voz y su postura ante la realidad argentina se ha encarnado en las asociaciones católicas, en algunos sindicatos, en la prensa, por su presencia en la televisión argentina, en la actividad pastoral, en los últimos documentos de la CEA y en los emitidos a título personal.

Compromiso ciudadano: no temer y caminar en la esperanza.
Para asumir el compromiso común que nos demanda hoy la realidad de la sociedad argentina, se necesita de ciudadanos valientes, un compromiso de “carácter pascual”, donde la fuerza y la novedad del Resucitado nos dice: “No teman”. Ciudadanos comprometidos con la promoción de la persona humana y su dignidad. Que valoran la “dignidad trascendente”, es decir, no olvidar que la medida de cada ser humano es Dios. Y desde la trascendencia de la persona humana, saber que no somos sólo hijos de Dios, sino también “hijos de la tierra”. Por lo tanto, se nos pide también, contribuir a una nueva “sabiduría ecológica” que entienda el lugar del hombre en el mundo y que respete al mismo hombre que es parte del mundo. A saber cuidar de la naturaleza, a respetarla, puesto que es nuestra casa común. Esta dignidad trascendente, también nos exige cultivar el “amor al prójimo y el amor social”; y ser testigos y constructores de “una nueva humanidad”: ciudadanos abiertos a la esperanza.
El cardenal Bergoglio, ha promovido una “Pastoral de la Tierra”, frente a los problemas que se vienen dando en el país: el derecho a la tierra de los pueblos aborígenes, la concentración de las tierras en manos de extranjeros o grandes empresas en deterioro de pequeños productores, el uso indiscriminado de los recursos naturales, en especial las minas, los bosques y las reservas acuíferas. Así, entiende que en una Nación que está buscando su camino hacia la reconstrucción y desarrollo, es importante saber que la preservación del medio ambiente y la justa distribución de la tierra son claves para avanzar en este sentido.
Se les urge también a los ciudadanos a buscar incansablemente la verdad, porque ella nos hará libres. Tienen que ser testigos de esta verdad, por medio de un diálogo pacífico, puesto que dialogar es compartir el camino de ésta búsqueda común. En definitiva se alienta a cada habitante a dar el paso a “ciudadanos responsables”: es el que intenta cumplir todos los deberes derivados de la vida en sociedad.
El reciente breve documento de la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Argentina, que preside el cardenal Jorge Mario Bergoglio, es una muestra del compromiso por la formación de la conciencia social y su apuesta por el diálogo. Así expresa: “Convocamos a todos los ciudadanos a fortalecer la amistad social y las instituciones de la Patria, porque cuando priman intereses particulares sobre el bien común, o cuando el afán de dominio se impone por encima del diálogo y la justicia, se menoscaba la dignidad de las personas, e indefectiblemente crece la pobreza en sus diversas manifestaciones…el momento actual reclama diálogos sinceros y transparentes, reconciliación de los argentinos y búsqueda de consensos que fortalezcan la paz social”.

Nuevos líderes para una nueva Patria.
El pensamiento del Cardenal Bergoglio sobre la verdadera autoridad y la necesidad de un nuevo liderazgo está bien reflejado en el documento de la 96ª Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Argentina. Ese nuevo estilo de liderazgo que necesita hoy el país tiene que estar centrado en el “servicio al prójimo y al bien común”. En la que un verdadero líder está llamado a ser primero un “testigo”; en donde el auténtico liderazgo supera la omnipotencia del poder y no se conforma con la mera gestión de las urgencias. Necesitamos líderes que tengan los siguientes valores: la integridad moral, la amplitud de miras, el compromiso concreto con el bien de todos, la capacidad de diálogo y escucha, el respeto a la ley, el discernimiento atento de los nuevos signos de los tiempos y la coherencia de vida.

Teniendo en cuenta este perfil, alienta a todos los líderes de las organizaciones de la sociedad a participar en la reorientación y consiguiente rehabilitación ética de la política. A no bajar los brazos, a que sepan reafirmar su dignidad y su vocación de servicio constructivo. A comprometerse a recuperar el valor de una “sana militancia”.

“Todos” a seguir trabajando por el país que nos merecemos.
Ante el largo conflicto entre el sector agropecuario y el gobierno nacional, pide un diálogo sincero y constructivo. Y a los que tienen responsabilidades políticas, pide ejercer una autoridad responsable caracterizada por aquellas virtudes que favorezcan el ejercicio del poder como servicio: paciencia, modestia, moderación, caridad, generosidad.
Como prioridad nacional, erradicar la pobreza y comprometernos con el desarrollo integral de todos; para eso hace falta un diálogo entre todos los argentinos, para buscar acuerdos básicos y duraderos. Y a los cristianos se les pide ser portadores de humanidad y esperanza, privilegiando la construcción del bien común. A todos, fortalecer las instituciones republicanas, el Estado y todas las organizaciones sociales. Afianzar la educación y el trabajo como claves de desarrollo y de la justa distribución de los bienes.
Haciendo este recorrido, podemos sostener que hay una rica “moral social” que pertenece a la reflexión y a la pastoral llevada a cabo por el cardenal Jorge Mario Bergoglio. Una doctrina moral fundamentada en las Sagradas Escrituras, la Tradición y el Magisterio y en diálogo con otras disciplinas. Una moral profética y esperanzadora para una sociedad, donde los vínculos sociales son frágiles, donde aún no se puede erradicar la corrupción, la exclusión social e incluso el hambre. Donde el ciudadano ha perdido la fe en la dirigencia política. Sin duda alguna, la voz profética de éste teólogo y pastor ha influido de nuevo, en el reciente cambio del mapa político del país: el fracaso del kirchnerismo y el deseo de otros de apostar por un nuevo proyecto de país. Fuente: iscm.edu