Texto publicado por Germán Marconi
Muere uno de los españoles más queridos en mi Patria: Don Manuel García Ferré.
Hola amigos:
En este Viernes Santo, al revisar las noticias, me entero de algo que me llena de tristeza.
Don manuel garcía Ferré fue el creador de una forma de hacer y decir las cosas, que formarán parte de mi vida para siempre. Tal como dice la nota de la periodista de un diario regional, García Ferré creía que la infancia estaba encerrada entre paredes de inocencia.
Esos personajes creados por su imaginación sin fin, y con un amor por la infancia que se ha perdido en las publicaciones para niños, ganados por la necesidad de "ser eficientes", destacarán para siempre la diferencia con la obra y la persona de Don manuel.
Como dice una canción que me gusta mucho: "Uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida", y yo necesitaré en estos días volver a mi infancia, un sitio dentro mío, y reencontrarme con la inocencia.
Espero que ese sea un adecuado homenaje para quien, sin saberlo, me ha regalado gran parte de los momentos más felices de mi niñez.
Dios guarde su alma, y se acuerde de nosotros, porque tenemos un ángel menos en este mundo.
Germán.
Nota del Diario Río Negro, Argentina:
ADIÓS A MANUEL GARCÍA FERRÉ (1929-2013)
La edad de la inocencia
00:52 29/03/2013
Falleció ayer a la mañana, durante una intervención cardíaca.
El creador de Hijitus, Larguirucho y Anteojito tenía 83 años.
No existía el humor afilado de Los Simpsons. Ni el despliegue del 3 D. Ni siquiera había espacio para esos chistes de doble sentido con que nos nutrió Shrek para hacer reír democráticamente a niños y adultos. La infancia todavía era un territorio cerrado cuya frontera celosamente custodiada era la inocencia. Sí, los dibujitos y sus personajes eran sólo para los más chicos. En ese entonces, los adultos mantenían su mundo a una lejana y prudente distancia.
Manuel García Ferré, que alimentó aquel país de Trulalá y habitó aquellos tiempos, el de la edad de la inocencia, murió ayer a la mañana, durante una operación del corazón.
La voz suave, el bigote ancho y tupido, un par de anteojos, una boina siempre, corbata y pulóver cuello en V. Así se veía García Ferré, el creador de los personajes que acompañaron a millones de niños, o a la mitad de ellos en esa enfrentamiento que dividía aquel mundo en dos bandos: los de Billiken y los de Anteojito.
No importa de qué lado se ubicaran los pequeños. Los personajes de García Ferré eran (y son aún) de todos: ¿Quién no recuerda a Anteojito y Antifaz; a Larguirucho ("Pucho, hablá más fuerte que no te escucho"); a la bruja Cachavacha; al sabio Calculín; al triste Trapito; al simpático Petete?. ¿Quién no abrió los chocolates Jack esperando encontrar a alguno de ellos: Chifuleta, Dedo Negro, el boxitracio, el comisario, el Patriarca de los pájaros, Gold Silver, Pichichus, Serrucho?
Ferré, que había nacido en España - más precisamente en Almería el 8 de octubre de 1929-, llegó a la Argentina a los diecisiete años, huyendo del franquismo.
Ni bien se estableció en el país rindió las equivalencias del bachillerato y se anotó en la facultad de Arquitectura de la UBA. Pero el dibujo era lo que más le interesaba. Y un poco por vocación y otro por necesidad, empezó a ganarse la vida como free lance para agencias de publicidad, dibujando sus personajes, dándoles forma y vida; recorriendo redacciones de revistas para ofrecer las historias nacidas de su pluma.
Ferré siempre admiró a Charles Chaplin. Quizás porque había en ambos algo de esa melancolía inevitable del que ve y vive la guerra. Quizás porque a ambos les gustaba salir a la calle para nutrir su imaginación. "Chaplin –solía explicar él– decía que la vida nos da todo. Si usted va a un café y se sienta y mira, va a ver que el ridículo está ahí, la belleza, los enredos. Y yo he hecho lo mismo. He salido a buscarlos a la calle".
El dijo que fue allí mismo donde escuchó las frases que formaron parte de nuestro léxico de la infancia: "A repimporotear al calabozo", "desacatau", "Trulalá", "Intríngulis chíngulis", "cosa golda". Todas palabras que parecen ahora arrancadas de otro idioma, o pertenecientes a una secta: la de los que vivieron la infancia cincuenta, cuarenta o treinta años atrás.
En 1952, su recorrida por las redacciones dio frutos. Llegó a Billiken, con la recomendación de un dibujante y lo atendió Constancio Vigil. Vigil aceptó su primera creación: Pi-Pío, un pollito al que se le queda parte del cascarón en el cuello, en forma de collar, y que vivía en Villa Leoncia.
"Nos reuníamos semanalmente con Constancio para hablar sobre mis personajes. Para un joven en una ciudad desconocida, contar con los consejos de un hombre mayor como Vigil era algo que daba mucho apoyo e impulso. Me acuerdo que cada día me esforzaba más, porque sabía que enfrente tenía un juez muy severo", comentó en una entrevista con el diario "La Nación".
Poco después, en 1959, García Ferré creó su propia empresa de publicidad de dibujos animados (desde donde hizo además 800 jingles para la tevé) y, finalmente, en 1964 desarrolló su propia revista infantil, "Anteojito", que llegó a vender semanalmente 350 mil ejemplares. La revista se editó hasta 2002.
García Ferré se colgó también la medalla de crear el primer dibujito animado para la tevé: en 1967, Hijitus desembarcó en la pantalla chica. Se transmitió diariamente hasta 1974 y fue una de las más exitosas de América latina. Su característica música, preanunciaba la llegada de ese pequeño superhéroe del subdesarrollo. Un personaje al que Ferré le sumó características propias: "Hijitus siempre arrastraba un montón de latitas, como yo cuando era chico. Como era la guerra y no había juguetes, yo me había hecho algo parecido".
Algo similar ocurrió con "El libro gordo de Petete". Acompañado de Gachi Ferrari, el pequeño personajito (un bebé pingüino) que interactuaba con la modelo y actriz. Y ese simple recurso transformó al corto de 1 minuto en un éxito no sólo en el país, sino también en Uruguay, Perú, Bolivia, Brasil, Chile, Venezuela, Colombia, Ecuador, México, Puerto Rico y España.
Aunque en los últimos años, muchos adultos hayan renegado de las últimas creaciones de Ferré para el cine (como "Soledad y Larguirucho"), su cine colmó salas. "Trapito", que hizo llorar a auditorios enteros; "Mil intentos y un Invento", "Ico: el caballito valiente", "Corazón, las alegrías de Pantriste", y "Manuelita", en la que se unió a la inolvidable María Elena Walsh.
Durante 40 años, Ferré subió al décimo piso del edificio Apolo, muy cerca del Obelisco, para crear desde ese cielo urbano sus pequeños personajes de la infancia.
Sus Anteojitos y Larguiruchos se mantuvieron fieles a sus inicios, aunque el cine y la tevé, pero sobre todo la computadora y las tablets y las consolas de juegos, los volvieran casi piezas de museos. El siguió pensando siempre, que la infancia tiene paredes de inocencia: "Mientras al chico le des imaginación, le des aventura y le des personajes buenos y malos... El chico en esencia es bueno, es travieso, pícaro, lo que pasa es que los mayores les informamos con otro método. Y creemos que son más inteligentes, porque les damos mucha más información, pero eso no quiere decir que estén maduros", dijo el año pasado.
Y quizás haya tenido razón.
Hoy parece poco probable que algún chico se entusiasme con Petete, que quiera ver los cortos de Hijitus, o se ría con eso de repimporotear al calabozo. Pero sin duda, a todos los que dejaron la infancia hace ya demasiado tiempo, les genere alguna nostalgia y muchos recuerdos.
García Ferré era de los que creían que "envejecemos cuando no tenemos más capacidad de generar ilusiones". Eso dijo con sus dibujitos, anclados en aquel país de la inocencia que hoy parece extrañamente lejano y ajeno. Y sí, tenía razón.
Verónica Bonacchi vbonacchi [arroba] rionegro [dot] com [dot] ar
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