Texto publicado por Leandro Benítez
Nota: esta publicación fue revisada por su autor hace 10 años. Antes se titulaba La formación del espíritu científico (complemento a la publicación de Yaqui).
Todos deberíamos desarrollar el espíritu científico
La formación del espíritu científico como valor fundamental del ciudadano ilustrado.
Esteve Freixa i Baqué
Recuerdo como si fuese ayer (o antes de ayer, si Uds. piensan que exagero) cuando el que
fue mi maestro y que aún me honra con su amistad, el profesor Ramon Bayés, bien conocido por
estas latitudes, nos dispensó su primer curso de metodología científica. La primera cosa que nos dijo
fue: «Deben Uds. leer el libro de Claude Bernard: Introducción al método experimental en medicina. Y
aprovechó nuestro asombro de jóvenes estudiantes de Psicología frente a la obligación de leerrnos un
libro dirigido aparentemente a los médicos para darnos su primera lección: el método científico es
uno, sea cual sea su objeto de estudio. Y, años más tarde, preparando yo mismo mis primeras clases
(llevo enseñando esta asignatura desde hace más de 30 años), encontré una frase del ilustre Henri
Piéron que explicitaba perfectamente lo que Ramón Bayés había querido decirnos: "La diversidad de
las ciencias de la Naturaleza proviene de la Naturaleza, no de la ciencia".
Es pues de este método (que voy a llamar indistintamente experimental o científico2) que voy
a hablarles hoy. Pero no para exponérselo en detalle, como lo haría en mis clases (pues, para ello,
han tenido Uds. ya excelentes profesores) sino para intentar aportar un enfoque quizás algo más
amplio, más allá del simple dominio de sus aspectos técnicos como pueden ser la definición de una
problemática, las reglas de observación y del establecimiento de las hipótesis, las técnicas de control
de las variables, et "arte" del diseño experimental y del análisis de los datos y las virtudes (y riesgos!)
de su interpretación. Un enfoque, digamos, más filosófico (valga la paradoja); algo así como,
pongamos por ejemplo, el "espíritu" del karate sin el cual, según el Gran Maestro (forzosamente
japonés) que les ha formado a este deporte de combate, no conseguirán Uds. llegar muy lejos por
más que practiquen y dominen las técnicas. Es por ello que en el título de esta conferencia figura la
expresión, tomada al gran epistemólogo francés Gaston Bachelard: espíritu científico3.
Permítanme pues, para empezar, un poco de "paleonto-epistemología".
Las del alba serían (como diría Cervantes) cuando la Humanidad naciente empezó a hacerse
preguntas acerca del mundo (generalmente hostil) que le rodeaba: ¿Por qué a veces hay vendavales
que lo destrozan todo? ¿Por qué los mares de repente se enfurecen? ¿Por qué a menudo el cielo se
oscurece y caen relámpagos mortíferos, seguidos de truenos estremecedores? ¿Por qué de golpe y
porrazo una gran parte del ganado enferma y fallece? Etc., etc., etc.
El primer tipo de explicaciones que surge frente a la total ignorancia del hombre primitivo
acerca de las causas de los fenómenos naturales que, indefenso, observa y padece, es de tipo mítico-
religioso. Así, con un antropomorfismo ingenuo, imaginan un dios para cada uno de los fenómenos
naturales4, lo que les proporciona una respuesta, para nosotros obviamente tautológica, pero que
ofrece una apariencia de explicación. Y ya sabemos que "la Naturaleza tiene horror del vacío" (como
dijo el gran Aristóteles) ... y el hombre de las preguntas sin respuesta.
Hay vendavales porque el dios del viento (Eolios) está enojado con nosotros; el mar enfurece
porque Neptuno se puso de muy mal humor; hay rayos y relámpagos (que no son más que lanzas
divinas) porque los dioses se están peleando allá arriba en el Olimpo y, de vez en cuando, apuntan
mal y la lanza cae sobre la tierra5; los truenos no son más que el ruido que hacen, al rodar por los
suelos Olímpicos, las bolas gigantes con las que los dioses juegan a canicas6, y el ganado se diezma
porque hemos ofendido a los dioses y nos mandan este castigo. Por consiguiente, deberemos ofrecer
sacrificios a Eolios para que no se enoje y no nos arrase las cosechas, a Neptuno para que no hunda
nuestras embarcaciones y a quien pertenezca para que nuestras bestias no sigan falleciendo.
Cualquiera que conozca mínimamente la mitología griega o romana se halla familiarizado con un gran
número de dioses (y diosas!) de todo tipo y para toda circunstancia7.
Las explicaciones mítico-religiosas se caracterizan pues por su naturaleza intuitiva, irracional,
mágica e irrefutable (puesto que están basadas en meras tautologías) aunque plausibles (después de
todo, ¿por qué los dioses inmortales no se librarían ellos también feroces batallas en los cielos como
las que -tan maravillosamente bien- sabemos organizar aquí bajo nosotros, los simples mortales?)
Un segundo tipo de explicaciones surgió con el nacimiento de la filosofía. En efecto, los
grandes pensadores de la antigüedad no se contentaron con un marco conceptual reducido a las
simples creencias en lo sobrenatural y buscaron un conocimiento basado en la sola razón humana,
emancipada ya de la servidumbre de los dogmas, continuando así con la transgresión del precepto
divino de no comer el fruto del Êrbol del Conocimiento iniciada, por orden cronológico (y no machista
disfrazado de orden alfabético) por Eva y Adán (demos a Eva lo que es de Eva...). Los grandes
sistemas filosóficos constituyen pues intentos de ofrecer una vision global y coherente del mundo (lo
que en alemán llamamos "weltanschaung"). Ya no es suficiente que su descripción aparezca como
plausible; es menester además que sea lógica y coherente consigo misma. En otros términos,
racional. Y al diablo (si me permiten este juego de palabras) si se opone a la revelación divina!
No es de dudar que el advenimiento de las explicaciones filosóficas constituyó un avance
importantisimo para el conocimiento humano: las explicaciones irracionales fueron sustituidas por las
racionales, que no es poco. Pero dichos sistemas presentaban aún un gran inconveniente: para que
sus defensores los adoptaran como ciertos les bastaba con ser, además de plausibles, meramente
lógicos y coherentes. El criterio de veracidad se encontraba en la propia coherencia interna del
sistema; si era inatacable, el sistema era considerado como verdadero sin necesidad alguna de ser
contrastado con los hechos empíricos, con la realidad del mundo que pretenden describir, puesto que
para ello habría que pasar por "la engañosa vía de los sentidos", mucho menos fiable, por definición,
que la pureza de un razonamiento sin errores posibles. Baste recordar la prepotencia de la "mente
pensante" cartesiana sobre el incierto cuerpo: "pienso, luego existo". Puedo incluso dudar de la
existencia de mi cuerpo, pero no de mi pensamiento que, si sigue escrupulosamente todos los
preceptos de la lógica, al igual que un geómetra siguiendo a rajatabla todas las reglas de la
geometría, no puede equivocarse.
Pero este progreso resultó tan solo relativo puesto que el enfoque filosófico, en lugar de
suplantar, como hubiese sido lógico, al enfoque precedente, no hizo más que yuxtaponerse a él. Así
que la Humanidad tuvo a su disposición dos sistemas paralelos y simultáneos: uno irracional y
religioso, otro racional y laico, que cohabitaban (no siempre muy armoniosamente, por cierto)
dejando suponer que adoptar uno u otro era una cuestión de punto de vista, de gusto al fin y al cabo,
y que uno no tenia por qué ser mejor que otro. Podía incluso llegarse a un compromiso: para ciertas
cuestiones, me atengo a las explicaciones mítico-religiosas; para otras, a las filosóficas, y todo el
mundo tan contento. Y todos conocemos personas que, aún hoy en día, funcionan así, ¿verdad?
El tercer tipo de explicaciones nació, más o menos por el periodo del Renacimiento italiano, de
la imposibilidad de zanjar entre dos o más sistemas filosóficos antagonistas entre sí (aunque
coherentes consigo mismos). Se privilegió pues la contrastación empírica de las hipótesis con los
hechos reales como medio para determinar la veracidad o justeza de una teoría8. Las respuestas
aportadas por la ciencia no tienen pues por qué ser intuitivas (de hecho, la mayor parte del tiempo no
lo son -la tierra no es llana y el sol no gira a su alrededor-, lo cual explica que apareciesen
tardíamente) ni basta con que cumplan con los requisitos de la lógica (en un queso con agujeros,
como el "gruyère" francés o suizo, como más queso hay, mas agujeros contiene; por otro lado,
cuantos mas agujeros contiene un queso, menos queso hay; luego, como más queso haya, menos
queso habrá). Debe, además, corresponder con la realidad observada. Para ello, se fueron refinando
una serie de técnicas, procesos, protocolos, etc. que culminaron en lo que se llama comúnmente "el
método científico, natural, positivo" que tan magistralmente describió el ya citado Claude Bernard (y
con ello hemos cerrado el círculo) y que se enseña (con mayor o menor fortuna) en todas las facultades de ciencias "del mundo mundial". Pero, como Uds. pueden ahora ya anticipar, no por ello
los dos enfoques anteriores se extinguieron, sino que ahí siguen, vivitos y coleando. Con lo cual
disponemos en la actualidad no de dos, sino de tres sistemas de concebir el mundo: el mítico-
religioso, el filosófico y el científico, que, en vez de haber destronado a los dos otros, se les ha
superpuesto y cohabitan pues formando un escandaloso e inmoral "ménage à trois"9 (como en los
clásicos vodeviles franceses de teatro de bulevar). Y así es como podemos ver la figura de tal o cual
premio Nobel de astrofísica escribiendo libros de filosofía mística y yendo en peregrinaje al Tibet (más
de moda, progresista y "à la page" que Santiago de Compostela o La Meca) sin que ello le cause
esquizofrenia alguna.
Y aqui es donde yo quisiera centrar el núcleo de mi charla: en defender la tesis que, una
formación del espíritu científico bien llevada a cabo (y no reducida al aprendizaje de unas meras
técnicas operativas, sin consecuencias epistemológicas profundas) implica una visión coherente del
mundo excluyendo otros tipos de enfoques y, sobretodo, vacunando (otro fruto de la ciencia, la
vacuna) contra todo tipo de pensamiento mágico, religioso, dogmático, inverificable, falacioso, sofista,
propagandístico y, por qué no decirlo también, a veces simplemente grosero, chapucero y
manipulativo. En una palabra: obscurantista. Y si el antídoto absoluto contra la oscuridad es la luz,
entonces los postulados materialistas, monistas y deterministas sobre los que se basa la ciencia y que
cuajaron, durante el justamente denominado —Siglo de las Luces francés“, en el movimiento conocido
bajo el nombre de —la Ilustración“ y cuyo máximo exponente fue la Enciclopedia, deben hacer de
nosotros unos ciudadanos (otro concepto clave de la Revolución francesa) ilustrados e inmunizados
frente a toda forma de obscurantismo10.
Alguien (François Jacob) dijo que la historia de la ciencia es, en cierto modo, la historia de la
lucha de la razón contra las verdades reveladas. Yo suscribo totalmente a esta manera de ver las
cosas.
Como vimos hace unos momentos, las religiones aparecieron antes que la ciencia,
confiriéndoles así una gran ventaja que Jean Bélanger califica de "squatter's right" o "derecho del
primer ocupante". En efecto, Bélanger explica que, incluso dentro del campo propiamente científico, la
primera teoría que define y explora un ámbito goza de una gran ventaja respecto a sus competidoras
ulteriores por el simple hecho de encontrarse ya instalada, establecida. En cierto sentido, "conoce"
mejor el ámbito, puesto que lo ha explorado, atravesado, repertoriado, cartografiado desde hace más
tiempo. Dispone de una colección impresionante de informaciones acerca del ámbito en cuestión. La
teoría tiende a describir el ámbito a su imagen y semejanza; define sus características, sus problemas
sus dificultades y los tipos de soluciones aceptables. Y dichas definiciones concuerdan evidentemente
con sus posturas fundamentales. A tal punto que, para una teoría bien establecida, la teoría y el
ámbito son indisociables. Para el profano, el ámbito parece bien definido y su mapa relativamente
claro y completo. El mapa es tal vez falso, el repertorio quizás incompleto; pero son los únicos (o los
"mejores") de que se dispone. La formulación resulta familiar, aceptada por todos. Y se tiende a
juzgar cualquier nueva afirmación a partir de ella. Es difícil atacar a una teoría rival en su propio
ámbito. El contestatario aparece como un intruso, como un bárbaro, como un grosero. Para penetrar
en el ámbito, para guiarse en su interior, para comunicar con los demás, deberá probablemente
utilizar el mapa de la teoría establecida y, en consecuencia, parte con un handicap. Si pide una
reinterpretación de varios fenómenos bien conocidos, si propone concepciones que van en contra de
"lo que todo el mundo sabe que es cierto", se expone a encontrarse en contradicción con el mapa, o
sea, consigo mismo, puesto que ha aceptado el mapa para penetrar en el ámbito y comunicar su
teoría. Si, al contrario, rechaza totalmente el mapa establecido, aparece como situándose fuera del
ámbito, como no pertinente. Si propone un nuevo mapa, debe afrontar un problema: dada la
identificación de la teoría establecida con el ámbito en cuestión, los "hechos" ya conocidos, incluso si
concuerdan con su nueva postura, parecen, por simple familiaridad, integrarse mucho mejor con la de
su rival.
Pero si, además, resulta que esta teoría ni siquiera pertenece al campo científico sino que está
basada en la Revelación Divina y posee el argumento supremo de "palabra de Dios", entonces los
partidarios de la nueva teoría (en este caso, científica) lo tienen muy difícil. La historia está llena de
episodios (más o menos sangrientos -en el sentido propio de la palabra-) de esta lucha. Todos conocemos el caso del pobre Galileo, obligado a retractarse. No voy pues a insistir en ello puesto que
es verdad que, hoy en día, en ciertas latitudes por lo menos, el poder de la religión ha menguado
extraordinariamente (aunque, a menudo, por desgracia, dejando entonces el espacio libre para
creencias tanto o más absurdas y, sobretodo, tanto o más arraigadas. Volveré sobre el asunto más
adelante). Permítanme, sin embargo, comentar con Uds. uno de estos episodios que, a mi modo de
ver, ilustra perfectamente las repercusiones sociales y humanas (es decir, las repercusiones para el
ciudadano) de una falta de espíritu científico.
Todos hemos oído hablar de los estragos causados por la peste en la Edad Media. La
población se vio diezmada de manera durable y brutal por esta enfermedad terriblemente contagiosa
que surgía sin avisar, sin que se supiese cómo ni por qué, y frente a la cual el sentimiento de
indefensión era extremo. La religión, prepotente como nunca en aquellas épocas, predicaba que una
tal plaga (como las del Egipto bíblico) no podía ser otra cosa que un castigo divino por los pecados de
los hombres; y, por lo tanto, la única manera de terminar con ella era rezar, arrepentirse y hacer
penitencia. A estos fines, se organizaban grandes, largas, masivas y repetidas ceremonias expiatorias
en todas las iglesias, basílicas y catedrales de la cristiandad para obtener la misericordia y el perdón
de Dios. Evidentemente, lo único que con ello se conseguía era propagar aún mas la enfermedad,
puesto que concentrar en atmósferas cerradas personas sanas y personas contaminadas por un virus
que se transmite esencialmente por el medio aéreo no podía llegar a otro resultado que,
contrariamente a lo que dicen que ocurre en Lourdes, hacer salir enfermos a los que llegaron sanos.
Paralelamente a esta "versión oficial" sobre las causas de la peste, algunos hombres, dotados de un
poco más de espíritu crítico (una de las características esenciales -junto con la curiosidad, la tenacidad
y la prudencia- del espíritu científico), habían ya observado una cierta correlación entre la presencia
masiva de ratas y la aparición de la peste. Aunque hoy en día sabemos que las ratas no eran
directamente responsables de la enfermedad, sino un virus que ellas albergaban, sugirieron que las
ratas eran las causantes del mal y propusieron medidas de higiene y de desratización como medio
para luchar contra la epidemia. Por supuesto, la Iglesia los condenó e incluso persiguió bajo la
acusación de querer "desdivinizar" el asunto y atribuirlo a puras causas materiales, negando así el
papel del pecado y el poder vengativo de Dios (que, según parece, por cierto, era un dios de amor
que quería a los hombres como un verdadero Padre...). El balance de tal criminal y dogmática
ignorancia fue algunos millones de muertos suplementarios...
Y aprovecho este ejemplo para denunciar otro tipo de ignorancia, en este caso no debida a la
religión sino a una de sus componentes (que puede incluso revestir una forma laica): la superstición,
contra la cual también, una sólida formación científica permite vacunarse. ¿Conocen Uds. el origen de
la tradición según la cual durante la ceremonia en que el joven enamorado pide la mano de su
prometida, le ofrecerle un anillo con un diamante (más o menos grande en función de la fortuna del
pretendiente)? Si, ya sé que, hoy en día, esto parece totalmente ridículo, cursi y pasado de moda
(aunque no estoy seguro que muchas jovencitas no estarían encantadas si su novio -o como le llamen
ahora- se lo regalase; ¿verdad que sí, señoritas?) Pues bien, se los voy a explicar.
Esta costumbre empezó justamente en la época de la peste, pues se pensaba que el diamante
tenia la virtud y el poder de proteger contra ella y, evidentemente, un enamorado desea por encima
de todo proteger a su amada. Pero, me dirán Uds., ¿y de dónde sacaron la idea de que los diamantes
inmunizaban contra la peste? Pues no se crean que lo pensaban así por así, sin razón alguna. En
absoluto. Había una evidencia irrefutable de que la gente que llevaba joyas con diamantes contraía
mucho menos frecuentemente la enfermedad que aquellos que no las poseían. La demostración era
implacable. Pero, ¿no se les ocurre a Uds. otra explicación, que, sin negar el hecho de que los que
llevaban diamantes raramente enfermaban, no necesite aducir poderes mágicos a tal piedra preciosa?
¿No? ¿De verdad? Vamos a ver. Quién posee diamantes y quién no los posee? Los ricos y los pobres.
¿Cómo viven unos y otros? Evidentemente, las condiciones respectivas de higiene, de alojamiento, de
relaciones sociales, etc. son tales que no es de extrañar que la peste "se ensañe" más con los pobres
que con los ricos, sin que los diamantes tengan directamente nada que ver con el asunto. Pero es
cierto que los ricos poseen diamantes Y no enferman y que los pobres no los poseen Y se mueren.
Transformar una simple correlación en relación causal es una de las actitudes frecuentes del "hombre
de la calle" que, con un poco de espíritu científico, se podría evitar. En efecto, ¿cómo se hubiese
podido demostrar si los diamantes protegían o no de la peste? Pues, sencillamente, quitando los
diamantes a los ricos y repartiendolos entre los pobres y observando si, entonces, los primeros
seguían con una salud de hierro y los segundos caían como moscas, o viceversa. Pero para ello,
además de la dificultad obvia de obligar a los ricos a dar sus joyas a los pobres (el comunismo todavía
no había sido inventado), hubiese sido necesario renunciar a las supersticiones y poseer una formación metodológica que, en aquellos entonces, no era muy frecuente que digamos. Lo triste es
que dicha actitud perdura en nuestros días. ¿Un ejemplo entre mil?: Tchernobil (rima involuntaria).
Cierto, cuando se produjo la catástrofe de Tchernobil, no hubo quien pretendiese que se
trataba de un castigo divino (en fin, eso espero; pero vaya usted a saber...). Sin embargo, tiempo
más tarde, se publicaron unas estadísticas que mostraban que los ricos habían resultado menos
irradiados que los pobres. ¿Desde cuándo y por qué mecanismo los rublos (o los dólares, pues parece
ser que en la ex-URSS el dólar es rey) protegen contra la radioactividad, como los diamantes contra la
peste? Evidentemente, no son los billetes (por más —verdes“ que sean) quienes protegen
directamente, sino el tipo de viviendas que permiten: los ricos viven en las afueras, en construcciones
de calidad, mientras que los pobres viven al lado mismo de la fábrica, en chabolas más o menos (más
bien menos) decentes. Otros tiempos, otras catástrofes; pero mismos razonamientos erróneos...
Como diría Mister Higgins, el Pigmalión de "My fair Lady" encarnado en la pantalla por el sublime Rex
Harrison, : —¿Por qué no aprenden?“.
Y es que el manejo (por no decir: la manipulación) de los datos estadísticos puede llegar a
inducir creencias totalmente falsas. Hasta ahora, les he presentado ejemplos denunciando la
transformación de una simple correlación (dinero-irradiación) en relación causal directa, cuando una
correlación puede ser la expresión de una relación causal indirecta, necesitando variables intermedias
(ubicación y calidad de la vivienda) para explicar la correlación observada. Pero también puede ser la
expresión de una simple relación de concomitancia. Ejemplo. Si yo les digo a Uds. que he llegado a la
conclusión de que la memoria reside en los cabellos (después de todo, la biblia nos informa que la
fuerza de Sansón residía en sus melenas, ¿no?), seguro que Uds. van a tener ciertas dudas al
respecto. Y si yo les presento como prueba irrefutable el hecho de que, a medida que he ido
perdiendo los cabellos, he ido perdiendo la memoria (y les juro que así es!), Uds. me contestarán
(muy acertadamente, por cierto,) que una cosa no es en absoluto la causa de la otra y que si ambos
fenómenos aparecen simultáneamente (esto es, son concomitantes) es sólo porque obedecen a una
causa común: mi envejecimiento. Y si yo, obnubilado con mi experiencia (que, además, he observado
en muchas otras personas, lo cual me fortalece en mi creencia errónea), me obstinara en mi
interpretación, les bastaría con un poco de espíritu científico para demostrarme que, si me
regenerasen mi cuero cabelludo con un crecepelos miraculoso de esos que las propagandas nos
intiman a comprar incesantemente, no por ello (por desgracia para mí) recuperaría mi desfalleciente
memoria.
Pero eso no es todo. Una correlación puede igualmente ser la expresión de una auténtica
relación causal, pero en el sentido inverso del que se pretende. Ejemplo. Se sabe que el Núcleo
Intersticial del Hipotálamo Anterior (NIHA) presenta un volumen entre 2 y 3 veces mayor en los
hombres que en las mujeres y que se halla implicado en la conducta sexual. Un equipo de
investigadores norteamericanos ha estudiado, en el momento de la autopsia, el NIHA de un grupo de
varones homosexuales y de un grupo de varones heterosexuales de características similares y ha
descubierto que el volumen del NIHA de los homosexuales es inferior al de los heterosexuales,
pareciéndose más bien al de las mujeres. Por lo tanto, concluyen que el volumen de dicho núcleo
determina la conducta homosexual. Dejando aparte las posibilidades, ya evocadas, de que existan
variables intermedias o de que se trate de una mera concomitancia, cabe igualmente contemplar la
posibilidad de que, en efecto, exista una relación causal directa entre homosexualidad y volumen del
NIHA, pero en el sentido contrario al supuesto por los investigadores, es decir, que la práctica
repetida de la conducta homosexual acabe por modificar, en virtud de la conocida y probada
plasticidad cerebral, la talla de dicho núcleo. En este caso, la hipótesis de una determinacion biológica
(y de biológica a genética no hay más que un paso, que algunos franquean alegremente...) no se
aguanta por ningún lado. Los resultados de este equipo no permiten zanjar entre una u otra de estas
dos explicaciones, y debería realizarse investigacion adicional para poder pronunciarse en un sentido o
en otro. Este tipo de razonamiento equivocado se observa muy a menudo en asuntos de esta índole y
el ciudadano no formado al espíritu científico se deja fácilmente engañar por conclusiones falaciosas
que le son, sin embargo, presentadas como rigurosamente científicas. Y es que, de la misma manera
que "en todas partes se cuecen habas", en todas las profesiones hay buenos y, digamos, (por eso de
la caridad cristiana) menos buenos profesionales. Y los científicos no somos una excepción, por
supuesto.
Estos son pues los peligros que nos acechan al interpretar una correlación estadística. Pero, a
veces, se da el caso contrario. Me explico. Hace años, fue publicado un dato muy curioso: en no sé
qué condado de Inglaterra salía una correlación positiva, estadísticamente significativa, entre el
número de solteronas y la cantidad de trébol en los campos. La primera reacción consiste en pensar que no se trata ni siquiera de una concomitancia (lo que implicaría, por lo menos, una causa común,
como hemos visto) sino de una pura casualidad, de un artefacto estadístico ocasionado por el simple
hecho de multiplicar los test de correlación. En efecto, cuando se recoge todo tipo de datos (desde,
pues, el número de solteros hasta la concentracion de tréboles en los campos, pasando por mil y una
variables, como suelen hacer los organismos oficiales de encuestas) y se procede luego a realizar una
matriz de correlaciones de todas las variables entre sí, tomadas dos a dos, entonces, entre los
centenares y centenares de resultados obtenidos, hay forzosamente algunos que salen significativos
en virtud solamente de aquello del 5% de error y deben, por tanto, ser desestimados por absurdos.
Pero decidir, a priori, si una correlación es absurda y debida al mero azar o si traduce una realidad
escondida detrás de una o varias variables intermedias no es siempre una tarea fácil y sólo la
experimentación (hacer variar una para ver si se modifica o no la otra) puede sacarnos de dudas. El
caso que nos ocupa es un buen ejemplo de ello. Si yo les digo que no se trata de un azar ni de un
artefacto estadístico y les invito a buscar por qué cuantas más solteronas hay, más tréboles se
encuentra en los campos, mucho me temo que no hallen con la solución. Quizás los más imaginativos
(y los más romanticos) de entre Uds. emitirán la hipótesis según la cual, las solteras, anhelando
encontrar su Príncipe Encantado (y encantador, puestos a pedir), se pasan horas arrancando tréboles
para encontrar un trébol de 4 hojas que, como todo el mundo sabe, trae suerte11, y es por ello que
hay menos. Pero ahí es donde la cosa no cuadra, porque si como más solteronas, menos trébol,
entonces la correlación seria negativa y no positiva.
No se quiebren Uds. la cabeza inútilmente, les voy a dar la verdadera solución (parece
mentira pero es verdad): De todos es sabido que los ingleses, en general, tiene un gran cariño por los
animales domésticos y, las solteronas, en particular, aún más, especialmente por los gatos. Por otra
parte, los gatos cazan roedores, como ratas, ratones y una variedad concreta de ratón, el ratón-
campesino, el cual se alimenta esencialmente de ... trébol, evidentemente! Resumiendo pues: como
más solteronas, más gatos; cuantos más gatos, menos ratones-campesinos y cuantos menos ratones
campesinos, más trébol. Luego: cuanto más solteronas, más trébol. Elemental, querido Watson!
Pero no todos los errores provienen de las correlaciones. Como lo apuntábamos antes, las
estadísticas pueden ser usadas, adrede, como armas de desinformación y manipulación de la opinión.
Veamos algunos ejemplos de ello. En el transcurso de un debate televisivo entre dos candidatos a la
presidencia, el actual presidente, que (por supuesto) se representa, explica a la nación que, gracias a
su política represiva, al aumento del presupuesto consagrado a la lucha contra los narcotraficantes y a
los méritos heróicos de las fuerzas de policía y de aduanas, el volumen de la droga interceptada en el
último año ha doblado respecto al año anterior. —Fabuloso!“ se exclaman los telespectadores
entusiasmados. —Vamos a votar por el compadre ese que nos está librando de la peste12 de la droga“.
Y no es que el candidato en cuestión les esté forzosamente mintiendo (a menudo les miente; pero en
este caso -real- lo que les anuncia es cierto); no es pues que les mienta; es que —se olvida“ de añadir
otro dato estadístico sin el cual el primero no tiene sentido, a saber: el aumento, durante el último
año, del volumen de la droga que circula por el país. Si dicho volumen se ha mantenido más o menos
estable, entonces, en efecto, la política del actual presidente resulta muy eficaz (y si dicho volumen
hubiese incluso disminuido, aún más). Pero si, como es más que probable, dicho volumen ha
aumentado también, entonces no hay motivos para regocijarse, pues, si al mismo tiempo, el volumen
de la droga en circulación también dobló, ello significa que su política represiva no tuvo efecto alguno;
y, peor: si resulta que el volumen de la droga en circulación ha aumentado de más del doble
(digamos, se ha multiplicado por 4), entonces su política es un fracaso rotundo y merecería perder las
elecciones.
¿Se van dando cuenta que el espíritu científico no es solo un asunto de científicos, sino de
todos los ciudadanos? Otro ejemplo. En otro debate televisivo (real, igualmente, aunque ya un poco
viejo), el conocidísimo ex-lider del mayo francés del 68, Daniel Cohn-Bendit (que acaba de aconseguir,
por cierto, una brillante y merecida victoria electoral al frente de una coalición ecologista en las
recientes elecciones al Parlamento Europeo) discutía con el en aquél entonces ministro del interior,
Louis Debré, acerca de la posibilidad de legalizar las drogas llamadas —suaves“, como algunos paises
(España, Países Bajos) lo habían hecho ya. Como era de esperar, Debré estaba en contra y —Dany-el
rojo“ -como se le suele llamar- a favor. Después de un intercambio de opiniones y argumentos, Debré
se decidió a soltar lo que le parecia su —arma suprema“: —Las estadísticas muestran que 100% -fíjense bien lo que digo: 100% !- de los sujetos que consumen drogas —duras“ han empezado consumiendo
drogas —suaves“. Es por ello que me opongo rotundamente a su legalización“. ¿Impresionante,
¿verdad? 100%! ¿Quién da más? ¿Qué contestar a tan científico argumento? Pues, sencillamente, lo
que le respondió Cohn-Bendit: —De acuerdo con su razonamiento, deberíamos pues prohibir
terminantemente la leche, puesto que 100% -fíjense bien lo que digo: 100% !- de los alcohólicos han
empezado bebiendo leche (materna o en biberón, pero leche al fin y al cabo)“. Y es que Debré, como
muchos de nuestros conciudadanos, confunde (adrede o por ignorancia) —todos los hombres son
mamíferos“ y —todos los mamíferos son hombres“13. Así de sencillo.
Ea! Uno más antes de ir llegando la conclusión. Con los progresos de la medicina, cada vez se
presta más atención a los efectos colaterales, para las mujeres, de la menopausia. Uno de los más
conocidos es la osteoporosis o descalcificación de los huesos como consecuencia de los profundos
cambios hormonales que se operan en este periodo crítico de la vida de una mujer. Para intentar
remediar a este y otros desagradables efectos secundarios, se receta, desde hace unos años, un
tratamiento hormonal de substitución, una substancia llamada DeHydroEpiAndrotesterona (DHEA).
Recientemente, unos estudios arrojaron datos indicando que las mujeres tratadas con DHEA
desarrollaban más frecuentemente cáncer de mama que las mujeres que no lo tomaban. Las
autoridades sanitarias francesas, en virtud del principio de precaución, desaconsejaron pues a los
ginecólogos tratar a las mujeres menopáusicas con esta substancia. Lo contrario seria criminal,
¿verdad? Pues, bien mirado, resulta que no está tan claro como parece. Me explico. Los estudios que
habían arrojado tales resultados habían comparado, como es lógico, un grupo de mujeres tratadas y
un grupo de mujeres sin tratar. Pero olvidaron una variable capital: las mujeres tratadas eran vistas
por el médico cada 6 meses (obligación inherente al protocolo clínico consecutivo a dicho tratamiento)
mientras que las mujeres no tratadas solo consultan al especialista en caso de problema, es decir,
muy de tarde en tarde o, incluso, nunca. No es pues de extrañar que entre las mujeres sometidas
regularmente a exámenes médicos exhaustivos, con todos los avances de la tecnología moderna,
aparezcan más casos de cáncer que entre las otras; no porque haya más, sino porque, sencillamente,
se controlan y, por consiguiente, se detectan desde el principio. Quién sabe si las demás mujeres no
están desarrollando el mismo número de cánceres pero, como que no consultan, aún no han sido
detectados y aparecerán, de todas formas, más tarde. Si eso es cierto, el hecho de ser tratadas con
DHEA no sólo no provoca más cánceres sino que, al contrario, salva muchas vidas, pues es sabido que
cuanto antes se detecta un cáncer incipiente, más probabilidades hay de curarlo. ¿Qué resulta pues
más criminal, prohibir o receptar el medicamento en cuestión?.
Bueno, no voy a continuar con más ejemplos para no abusar de su paciencia. Espero que, con
lo dicho hasta ahora, habré conseguido ilustrar la tesis que anuncié al principio de esta charla y
convencerlos de que, más allá de una simple asignatura para futuros científicos, la metodología
experimental constituye un modo de razonamiento, crítico, escéptico y laico, que nos sirve de coraza
frente a los repetidos asaltos del obscurantismo, sea cual sea la forma que reviste: religioso,
ideológico, político, propagandístico, etc. El espíritu científico es pues "un modo de ser y de estar en el
mundo" que nos protege contra toda forma de manipulación, no solo en los ámbitos que acabo de
citar, sino también, como lo hemos visto, en el propio terreno científico (mal uso de las estadísticas,
conclusiones erróneas de experiencias científicas mal realizadas, etc.) que abarca una multitud de
esferas, incluyendo una de la más primordiales: la salud. Y ello me parece particularmente importante
en una época en que, como lo apuntaba más arriba, el derrumbamiento, por lo menos en Occidente,
de las religiones tradicionales (como el catolicismo) y de las grandes ideologías federativas (como el
comunismo) han abierto unas brechas, cada vez más amplias, a toda una serie de creencias en
expansión (no hay otra palabra: creencias) que rivalizan en irracionalidad, y que, en muchos casos,
se revelan altamente peligrosas tanto para los individuos que las adoptan como para la sociedad que
las tolera (cuando no las propicia). Me estoy refiriendo no ya solamente a los clásicos psicoanálisis,
homeopatías, acupunturas, horóscopos, tarots, líneas de la mano, bolas de cristal, "mediums"
extralúcidas (las antiguas "brujas") o círculos espiritistas (que no por ser clásicos y familiares de
nuestras culturas revisten el más mínimo manto de veracidad, claro) sino a la multitud de terapias
"alternativas", de medicinas "suaves", de enfoques "paralelos" (¿y por qué no perpendiculares?), de técnicas orientales, de espiritualidades budistas, de energías (palabra mágica que sirve para todo)
sinérgicas (otra palabra fetiche), de prácticas "new age", sin hablar ya de ritos góticos, de cultos
satánicos o de sectas descerebrantes (y ruinosas), aún mucho más peligrosas. Sin contar que, en el
Tercer Mundo (y también en los EEUU, por eso no es de extrañar en un país casi-teocrático cuyo
presidente jura su cargo sobre una biblia y no sobre la Constitución), el integrismo religioso más
fanático, intolerante y obscurantista14 (esencialmente musulmán, pero también judío y evangélico)
conoce un desarrollo devastador y sumamente inquietante no solo para la Razón y las Luces, sino,
simplemente, para el desarrollo y la paz mundial, así como para los Derechos Humanos
(especialmente, los de esa gran mitad de la Humanidad que ha nacido Mujer).
Muchas gracias por su atención.
1 Catedratico de Epistemología y Ciencias de la Conducta. Université de Picardie Jules Verne. Amiens. Francia.
esteve [dot] freixa [arroba] u-picardie [dot] fr
http://freixa.over-blog.com
El autor agradece muy sinceramente al Profesor Germán Morales, de la UNAM, la minuciosa relectura, revisión
de estilo y corrección ortográfica de su manuscrito, plagado de catalanismos y de galicismos.
2 Sin entrar ahora en la polémica de si toda ciencia es o no experimental, que nos llevaría demasiado lejos.
3 Su obra más famosa lleva justamente por título : La formación del espíritu científico, a la que aprovecho para
rendir homenaje.
4 Y hay aún quien se pregunta si dios ha creado al hombre o si el hombre ha creado a dios...!!!
5 No me lo invento yo. Así figura en las narraciones mitológicas.
6 Idem.
7 ¿Saben Uds. que la religión hindú posee, ella sola, más de trescientos millones (sí, sí : 300.000.000) de
divinidades ?
8 No vamos tampoco a discutir aquí acerca de a qué llamamos "hechos" y qué es "la realidad", por las mismas
razones que antes. Baste decir que el positivismo (mejor dicho, los positivismos, pues existe multitud de
versiones -algunas de ellas bastante diferenciadas- de lo que solemos reagrupar bajo esta apelación) no
constituye la única respuesta a estas cuestiones fundamentalmente epistemológicas.
9 Sexo entre tres o triágulo amoroso
10 Por cierto, conocen Uds. la etimología de la palabra “alumno” ? Pues proviene de “a”, privativo, y “lumen” de
“lux-lumen” (luz). Es decir, sin luces. Interesante, verdad?
11 Y conste que yo no soy supersticioso, porque dicen que trae mala suerte; pero tengo siempre una pata de
conejo colgada en el cuello porque parece ser que trae suerte aunque no se crea en ello...
12 Y dale con la peste!
13 Eso me recuerda a aquel joven artista debutante, medio muerto de hambre y sin la más mínima perspectiva,
que se consuela recordando que todos los grandes artistas (Van Gogh, como ejemplo prototípico) conocieron la
miseria antes de alcanzar la fama. Confunde "todos los artistas famosos empezaron siendo pobres" con : "todos
los artistas pobres terminarán por ser famosos".
14 Es decir, como por definición debe ser toda religión monoteísta; pero eso nos llevaria ahora demasiado lejos...