Texto publicado por SUEÑOS;

un tupamaro traidor :

El Judas tupamaro
Amodio Pérez. Un fantasma que volvió para contar su parte de la historia
+ Leonardo Pereyra @LeoPereyra5 - 23.05.2013, 05:00 hs Texto:
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Para cumplir con los conjurados, para hacer cumplir designios divinos o como simples vengadores de afrentas propias, los traidores han ensuciado la historia
de un mundo en donde la lealtad se considera un valor supremo.
Allá quedó el beso de Judas que mandó a Jesús al tormento pero que, a la vez, abrió paso a un movimiento religioso que ya lleva más de dos mil años de
vida. Allí quedó Bruto clavándole el puñal al César y arrancándole un grito que Jorge Luis Borges traducía al criollo con un “¡pero ché!”.
Y aquí está Héctor Amodio Pérez. El hombre que en boca de los tupamaros fue el más traidor de los traidores del movimiento guerrillero que conmovió a Uruguay
hace más de cuarenta años.
Desde la fundación del MLN, Amodio se había convertido en un referente para sus compañeros. Sin alharacas, se jugaba el cuero en la partida y se encargó
de reclutar militantes y de organizar riesgosos procedimientos.
Fue uno de los principales impulsores de la reorganización del MLN en 1968 cuando pasó de trabajar a través de células muy compartimentadas al funcionamiento
en “columnas” con autonomía táctica. Amodio lideró la columna 15 –una de las tres que operaban en Montevideo- y encabezó el robo al Hotel Casino Carrasco.
Ese golpe fue el primero que verdaderamente nutrió a la guerrilla de varios miles de dólares que le sirvieron para seguir su derrotero hacia la nunca alcanzada
“patria socialista”.
Después, Amodio se metió en el Banco Francés, sin mucha suerte en la recolección de dinero, pero salió de allí con las manos llenas de documentos que al
MLN le sirvieron en su campaña para desenmascarar episodios de corrupción en filas políticas y empresariales.
Con un perfil bajo, bajísimo en el trato personal -aún más que su estatura- daba las órdenes con muy pocas palabras y prefería la acción al diálogo.
Cuando en el movimiento se discutió acerca de si el MLN debía mantener su actividad guerrillera o comenzar un camino más “político”, Amodio no dudó: la
acción armada era el rumbo.
Y siguió recorriendo berretines con su arma a cuestas hasta que cayó detenido. Entonces pasó a colaborar con los militares hasta un grado tal que, según
el relato tradicional de los hechos, conmovió la base de la guerrilla hasta derrumbarla sin posibilidad de levante.
Luego, con sus huellas dactilares cambiadas para que no pudiera ser reconocido por sus compañeros, marchó hacia el extranjero convirtiéndose en un fantasma,
en una leyenda urbana, en uno de los depositario de las infamias que marcaron la infame década de los 70. Los tupamaros lo condenaron a muerte y, de vez
en cuando, alguno decía haberlo visto vagar por algún lugar del mundo como si se tratara del judío errante.
A Judas, el arquetipo del traidor, algunas narraciones aprócrifas le otorgaron el beneficio de la duda: el Iscariote sabía que era necesario el sacrificio
de Jesús para que la resurrección del hijo de Dios fuera posible. La historia de Amodio Pérez no permitió resquicios ni vacilaciones acerca del oscuro
papel que le tocó jugar en la historia reciente de esta zona del mapa. Así estaban las cosas. Hasta que un día volvió.