Texto publicado por SUEÑOS;
inteligencia del alma:
HERMANDAD
--Busqué mi alma a mi alma no la pude ver. Busqué a mi Dios, mi Dios me
eludió. Busqué a mi hermano y encontré a los tres-- Anónimo
Hay momentos en los que la vida nos enfrenta a la enfermedad, al duelo y
a la desgracia. Sucede entonces que tendemos a sentir que todo se mueve
y se tambalea. Es un tiempo en el que buscamos un Algo que esté más allá
de la vida funcional y prosaica y que, a su vez, aporte alivio y nuevas
respuestas. En tales circunstancias, muchas personas recuerdan que, en
algún tiempo pasado y, antes de entrar en los giros cotidianos de la
noria, experimentaron registros de inocencia y lucidez. Y, tal vez
entonces, se nos ocurre echar de menos la calidez del alma, sobre todo,
en momentos sensibles en los que observamos como asoma a nuestra
conciencia la mediocridad y tristeza. Es un tiempo en el que uno se
interesa por niveles sensibles que, al parecer, tan sólo afloran en los
místicos y poetas. En el fondo, se tiene la esperanza de aprovechar la
nostalgia recién presentada para ver un destello de luz e incorporar tal
esencia en la vida diaria. Uno, entonces, tan sólo quiere sentir y
aliviar la sequedad que acompaña el desierto de algunas etapas que su
vida enfrenta.
Tras no ver ni escuchar ningún destello de respuesta, uno vuelve, poco a
poco, a los hábitos de cada día y la idea de tan sutil contacto, pronto
se olvida y dispersa. Pareciere que la llamada profunda no ha debido
llegar al nivel que uno anhela. Tal vez, porque piensa que cualquier
cosa que huela a espiritual es una idea fabricada por el temor de la
propia mente o, tal vez, porque Eso, aunque exista, no contesta en la
forma que uno espera.
Es entonces cuando se recuerda que, tal vez, Dios no tenga su residencia
en los cielos precisamente, sino que sea el corazón profundo de todas
las cosas.
Tras lo cual, uno decide aplicarse con plena atención al momento
presente como forma de limpiar el canal de conexión con su propia alma.
Poco a poco, la acción noble y justa hace encajar todas las piezas que
anteriormente parecían dispersas.
Finalmente, uno termina por sentir que Eso que buscaba es uno mismo y
que se halla en relación con su propio darse cuenta.
Pasado un tiempo, la profundidad comienza a revelarse y la propia mente
busca la serenidad en un silencio que antes no aguantaba y que, ahora,
de pronto, se vive como estado óptimo de conciencia. Uno observa que
desde la reciente complicidad interna, Eso existe debajo y encima, atrás
y delante de todas las cosas.
Llega un día en el que sentimos hermandad con los rostros que se cruzan.
Un sentimiento menos empañado por el egoísmo, la prisa y la sombra. Y
como si fuese un pequeño tallo que aflora de la tierra, brota el
espíritu de servicio que, anteriormente, latía escondido en ese espacio
interior que recuerda a las capas más profundas de la cebolla. Es
entonces cuando se capta el alma como apertura que subyace en las
pupilas, muchas veces ajenas a su propia grandeza.
Uno comenzó buscando en los cielos. Más tarde, adentró su mirada al
corazón de sus células y se abrió a momentos de silencio que apostaban
por la hondura serena. Y todavía, más tarde, el Rostro interno, ya
vislumbrado, se revela en los seres que cruzan un instante su mirada con
la nuestra.