Texto publicado por SUEÑOS;
inteligencia del alma:
INDEPENDENCIA
Desde el momento en que se sigue a alguien se deja de seguir la verdad.
Krishnamurti
Cuando aquel joven indio subió a la palestra, reinaba un gran silencio
en el concurrido foro. Los más destacados eruditos y teólogos de la
Sociedad Teosófica se habían dado cita en tan señalada fecha. ¡Nada más
y nada menos que la apertura de una nueva Era, en la que serían
inspirados por aquella promesa de nombre Krisnhamurti. Un ser que
comenzaba su vida pública en el seno de dicha Sociedad que le había
descubierto en las lejanas tierras de la India. Todos esperaban un
refrendo a las ideas esotéricas y grandilocuentes de la Sociedad. Todos
esperaban ser ensalzados en sus egos espirituales por aquel joven
ecuánime que, desgraciadamente para ellos, no se vendería.
El joven Krisnhamurti dejó a todos, primero boquiabiertos y después
indignados. Aquel místico indio afirmaba que las creencias religiosas se
desenvolvían en el nivel del pensamiento y que el pensamiento era tan
sólo memoria. Afirmaba asimismo que la memoria era algo pasado, material
muerto, en realidad una "fotocopia" de la Verdad instantánea. Afirmó,
asimismo, que El Espíritu era el presente eterno. Un estado de
consciencia abierto a lo siempre nuevo. Un nivel de darse cuenta que
trascendía la razón, los códigos y las anquilosadas formas mentales de
ideas viejas.
Aquel joven hablaba de la existencia de un nivel más allá del
pensamiento, algo que lo trascendía e incluía sin negarlo. Se trataba de
la llamada "Consciencia". Su planteamiento era tan liberador y certero
que muchos occidentales, seguidores de mitos espirituales y grupos de
ritualismo religioso, comenzaron a transitar de la biblioteca esotérica
a la experimentación del uno mismo a través de la consciencia atenta.
Muchos intelectuales de "iglesia y dogma en sus creencias",
identificados con la afirmación de Descartes: "yo pienso luego existo",
se asomaron al futuro pronunciando, "me doy cuenta, luego existo".
Occidente dejaba en aquel momento de seguir códices fanáticos plagados
de milagrería y manipulaciones soterradas. Adiós a las líneas estrechas
de conocimiento excluyente del "sólo lo mío es cierto". Occidente
comenzaba a trascender el racionalismo y su consiguiente intolerancia.
Krisnhamurti hablaba de la "consciencia" como algo inherente al
Espíritu, el cual, hasta entonces, era tan sólo asunto de altas y
elevadas ideas. Ya no haría falta la fe ni las ciegas creencias. De
pronto, el Espíritu era una experiencia de observación y no un códice de
ritos y códigos de obediencia ciega. Lo importante comenzaba a ser el
darse cuenta. Un darse cuenta como acción neutra y liberada de ideas
estrechas. Desde la nueva unidad de conciencia nacía la diversidad
tolerante. Las creencias, por diversas que fuesen, ya no ofendían a los
cielos, ni se perseguiría por ellas. Cualquiera sería libre
interiormente para manejar las ideas-forma que quisiera. La nueva Verdad
ya no era un conjunto de palabras sagradas, sino una íntima comunión con
la Vida y una expansión de consciencia.
En Occidente, ya no necesitaría ministros sacerdotales como
intermediarios de las alturas. Ya no habría culpables por no seguir el
monocultivo de las iglesias. Ahora, el asunto era "darse cuenta" y vivir
el momento presente con la consciencia bien atenta y despierta. Las
escuelas, las religiones, los grandes modelos, lo altares, las
bibliotecas, eran templos de la mente, pero poco tenían que ver con el
nuevo nivel transracional del Testigo-consciencia.
Nacía una nueva libertad para los seres humanos esclavizados por
juramentos a hierofantes y "arzobispos con piedras preciosas". Ahora, se
trataba de observar la mente desde un yo más alto y profundo, desde un
estado de consciencia más neutro, ecuánime y, desde ahí... percibir el
alma del mundo, el milagro de la existencia.