Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera
Atrapado: cuento.
Atrapado
Nelson Aguilera (Paraguay)
¡Sáquenme de aquí! Gritaba el mozo del presidente aquella tormentosa
noche del jueves. Nadie le oía. Los guardias se refugiaron en el ático
del Palacio de López y los gritos no podían vencer la muralla de truenos
y relámpagos que los hacía retumbar en la amplia sala que servía de
cárcel al atrevido servidor que por utilizar el baño del mburuvichá no
escuchó cuando alguien echó llave a la cerradura de la puerta principal.
Los minutos de embeleso por las revistas Playboy ubicadas en un pequeño
mueble de mimbre al lado del bidet hicieron que el pobre quedara
prisionero nada más y nada menos que en el lugar de trabajo del hombre
más poderoso de la República del Paraguay.
No tuvo otra alternativa que abrazar la resignación de pasar la noche en
ese lugar. Entreabrió la cortina de la ventana que da a la bahía y vio
cómo los pequeños y frágiles techos de las casas chacariteñas danzaban
con el viento una sinfonía rota de esperanzas acompañada con el llanto
de niños y el grito de mujeres mezclado con las vociferaciones
masculinas llevadas por un torbellino hasta la misma oficina presidencial.
Al enfrentar la imposibilidad de su escape comenzó a hurgar en los
cajones del escritorio de su Excelencia. En el primer cajón encontró una
carpeta titulada «A ser vetadas». Era un montón de proyectos de ley para
mejorar la salud, la educación, el hambre campesina, la falta de rutas,
la asistencia a los indígenas, la protección del medio ambiente, la ley
del libro y la del techo propio. Se sorprendió al ver que todos estos
papeles estaban manchados con yerba de tereré y las puntas devoradas por
el hambre de los sempiternos roedores, huéspedes inamovibles del Palacio.
En el siguiente cajón encontró una lista de hombres y mujeres. Algunos
nombres subrayados en rojo, otros tachados y otros encerrados en
círculos. Al pie del documento rezaba la leyenda «Diputados y Senadores
para el siguiente periodo y los infieles». No pudo descifrar quiénes
eran para diputados y quiénes para senadores, sólo siguió hojeando el
documento y encontró otra lista de empresas nacionales e internacionales
con sumas dolarizadas al lado de cada una de ellas. Miles de preguntas
rondaron la cabeza del infeliz garzón y miles de posibles respuestas
invadieron sus atrofiadas neuronas.
Su curiosidad insatisfecha le empujaba a seguir su trabajo de detective
o espía del pueblo, misión que hasta el momento no se le había cruzado
por la mente, pero ante el encierro involuntario decidió adoptar ese
oficio aunque sea por una sola noche en su vida.
Al abrir el tercer cajón quedó boquiabierto ante el despliegue de fotos
y notas de esas modelos que aparecen en la televisión y en los
periódicos amarillistas. Se regodeaba ante las posiciones presentadas y
las escuetas invitaciones en cartulina de primera. «Dormir contigo es
dormir con el poder», «Quisiera sentir la fuerza del poder en mis
entrañas», «Te espero esta noche, mi potro» y así seguía la infinidad de
textos sugerentes unos encima de otros en el pulido cajón del hombre más
deseado de la República del Paraguay.
En el cuarto cajón pudo divisar dos o tres anatómicos CK y unas cuantas
cajetillas de condones de diferentes tamaños, colores y sabores. Algunos
eran suecos, otros italianos, alemanes, americanos, argentinos y hasta
brasileros, lo sorprendente es que el presidente no apoyaba la industria
nacional ya que ni un solo condón paraguayo había en su cajón sibarita.
El mozo guardó un ejemplar de cada uno en su profundo bolsillo derecho.
Al llegar al quinto cajón se encontró con un montón de revistas
deportivas donde aparecían las robustas y prolongadas figuras de
jugadores negros cuyas relucientes cabezas y sonrisas de marfil
reflejaban la alegría de hacer tantos con pelotas en una cesta de hilo y
metal. Hojeó algunas páginas pero como estaban en inglés las dejó de
lado y prosiguió su trabajo de Sherlock Holmes.
En el sexto cajón encontró una Biblia, grande y llena de polvos.
Pareciera que este cajón nunca fuera abierto por la máxima autoridad. La
sacudió golpeándola con la mano derecha, soplándola para ver cómo una
nube de pelusas se lanzaba al espacio cubierto de incertidumbre. La
abrió ceremoniosamente donde un señalador marcaba los capítulos
veintiocho y veintinueve del libro de Proverbios escrito por el rey Salomón.
«Cuando predominan los justos, la gente se alegra; cuando los malvados
gobiernan, el pueblo sufre. El gobernante insensato aumenta la opresión;
pero el que no es codicioso tendrá larga vida. El rey que gobierna a los
pobres con lealtad, afirma su trono para siempre. El gobernante que hace
caso de mentiras corrompe a todos sus servidores. Muchos buscan el favor
del gobernante, pero sólo el Señor hace justicia.» No necesitó leer más
para entender que estas palabras no habían penetrado la coraza del
supremo cacique paraguayo.
Un estruendo iluminado lo sobresaltó de golpe y se apretó la Biblia
contra el pecho antes de bajarla cuidadosamente sobre el vidrio que
cubría el escritorio. Luego se detuvo a mirar un enorme borrador
colorado y un bolígrafo bañado en oro en el mismo centro del mueble. Los
dos objetos estaban como exhibiéndose, como haciendo gala de su
vedetismo por encima del cenicero lleno de colillas y el aún oloroso
vaso de whisky escocés. También resplandecía por su atractivo un
pisapapeles plateado en forma de un coche BMW que celosamente presionaba
unos documentos extranjeros. Un poco más allá había una pila de decretos
escritos y borrados, borroneados y copiados, blancos puros e inmaculados
unos y otros tantos renegridos, grisáceos y rayados, pero todos,
absolutamente todos llevaban la inigualable ascendente y a veces ebria y
sinuosa firma del primer mandatario.
De allí dirigió su mirada hacia la pared de donde algunas figuras de la
historia paraguaya proyectaban una seriedad de antaño, y de sus miradas
fluía una gran responsabilidad pintada del color de la época. Se imaginó
a los otros presidentes que pasaron por ese despacho, hasta a aquel que
violó a la canta-actriz italiana en pleno palacio. ¿Qué se sentirá al
tener que gobernar un país tan rico y tan empobrecido (gracias a los
políticos) como el Paraguay? Otro rayo le devolvió a la realidad y dejó
a Albino Jara en el pasado con su pinta de macho almidonado, su apetito
carnal incontrolable y su mancha de ultrajador empedernido.
La torrencial lluvia seguía sin cesar. Las calles de Asunción se
convertían en caudalosos ríos, el frío retozaba en las plazas donde ya
no estaban al acecho los asaltantes, los travestís ni las prostitutas.
Sólo los niños de la calle envueltos en bolsas de hule negro, y
apuñalados por el hambre aplacada con cola de zapatero, se acurrucaban
bajo el techo de las galerías de la cerrada Catedral Metropolitana. Un
mojado y estrepitoso silencio se apoderó de la capital, mientras el
servidor presidencial, moreno y retacón, en medio de imparables bostezos
se acomodaba en el sillón de los López a disfrutar de uno de los tantos
videos calientes de su Excelencia.
La quietud de la lluviosa madrugada fue interrumpida por las metrallas y
los cañones, que no lograron despertar al atrapado ni apagar las rayas
horizontales que chillaban en la pantalla del televisor. Las puertas del
despacho presidencial fueron abiertas por otras manos pintadas de rojo y
una ráfaga de viento zarandeó las páginas de Proverbios donde el nuevo
huésped leyó: cuando hay rebelión en el país, los caudillos se
multiplican, cuando el gobernante es entendido se mantiene el orden, y
despertó al mozo para que le trajera una taza de cocido con leche.