Texto publicado por Fátima Osores

CONTRATIEMPO

El extraño inquilino, cuyo apellido se parecía al nuestro, se iba al fin, dejando libres las dos habitaciones que había ocupado: la que usara como cuarto y la que le sirviera para su trabajo, del que nunca dio mayores explicaciones. Lo que fuera que había venido a hacer, estaba concluido.
Ahora recorría la casa en busca de sus cosas, inexplicablemente diseminadas. Ya sólo le faltaba una, decía, pero, aunque nos ofrecíamos para ayudarlo, se empeñaba en no decirnos de qué se trataba.
Molesta por esa obstinación, decidí irme a mi pieza, pues también yo tenía algo que buscar. Era esto una simple hoja de papel en la que había consignado, en tres columnas, los nombres de los filósofos, científicos y escritores más importantes de todos los tiempos, con sus respectivos años de nacimiento y muerte.
Creí dar al fin con esa ficha y me dispuse a leerla; la letra, en efecto, parecía ser la mía, pero el primer nombre no era Pitágoras ni el último, Antonio Gala. Pasé luego a la segunda columna; la fecha más antigua era 1996…
Entonces oí pasos presurosos que se dirigían a mi puerta. Alcancé a leer veinte nombres -siempre he preferido los nombres a las fechas- antes de que el inquilino entrase, demudado, y me devolviera mi propia lista.
Lo más increíble, lo que aún no deja de asombrarme, es que, en ambas fichas, el vigésimo nombre sea el de un santo.

Fátima Osores