Texto publicado por starchild

(Relato propio) Klanan, capítulo 0. Ruptura y fin de paz.

Este es el comienzo de una saga de relatos que estoy desarrollando, basadas en un universo propio de fantasía. Publico el capítulo introductorio y si os gusta sigo publicando el resto de entregas.

Saludos.

Klanan:
Capítulo 0, introducción: Ruptura y fin de paz.

Turrik avanzaba pesadamente por los escarpados terrenos que tenía bajo sus pies, exhalando de vez en cuando un suspiro de agotamiento. Los rayos de sol comenzaban a descender y el calor empezaba a disminuir, dando paso a una brisa semigélida que no era buena compañera para los cuerpos sudados, que avanzaban, silenciosos, por aquella pendiente ascendente. Llevaban ya mas de media hora a pleno pulmón abriéndose a duras penas por la ladera de las montañas y confiaban poder encontrar pronto una llanura donde detenerse y descansar. Existían medios de transporte mucho más rápidos y sencillos para poder llegar a la cima, como las aves planoides, pero por contrapartida, serían fácilmente interceptables por los hombres de roca que habitaban en la cumbre de aquel grupo de terrenos elevados, que hacían frontera con las tierras de aquella raza. No es que sus cuerpos fuesen de roca, como hacían creer a los niños pequeños en el reino de Tarnis para asustar. Simplemente, según contaban los pocos que se habían atrevido a investigar y los rumores de antaño, se trataban de hombres fuertes y casi inexpresivos, capaces de soportar tormentas y nevadas, frío y calor, golpes y quemaduras. Es como si el dolor no pudiese penetrar en ellos. Prácticamente como una roca humana. Y Turrik era un simple soldado de a pie entrenado por la armada del norte del reino de Tarnis, que había sido encomendado a una misión, según le habían informado, de ataque preventivo. Al parecer, las rutas de comercio del denominado “Metal Puro” estaban siendo cerradas por los hombres de roca, y gracias a ellas se habían podido fabricar las mejores espadas jamás vistas por los habitantes de Tarnis. Ahora, la respuesta de los hombres de roca de dejar de comercializar el preciado metal, ha hecho actuar a Tarnis de una manera imprevisible, queriendo sacárselo a la fuerza, considerando una ofensa de parte de los salvajes, y un principio de ruptura de la paz que desde hace muchos años se lleva acordada.

Turrik tenía una complexión atlética y fornidas rodillas para poder soportar largas caminatas. El simple hecho de llevar tiempo sorteando rocas resbaladizas y terrenos empinados durante largo tiempo le empezaba a resentir un poco el cuerpo, cosa que le resultaba mucho más fácil a su montura. Pero sabía que a pesar de todo ese no era todavía el límite de sus fuerzas y no podrían descansar hasta llegar a un terreno llano.

Alzó la vista y acto seguido se volvió hacia la comitiva que transcurría detrás de él, mostrando su cara de una expresión dura, grandes ojos y nariz puntiaguda. Sus gruesos labios daban paso a una serie de dientes amarillentos. Alzó la mano, dio un chiflido y comenzó a hablar.

- ¡Compañeros! He divisado a unos kilómetros más arriba una sección de terreno llano bastante amplio donde podremos descansar y parar por esta noche. Comeremos bien para mañana, pues según las estimaciones, mañana a primeras horas del declive del sol, tengo previsto que alcancemos la cumbre de las montañas. En cuanto lleguemos, necesito que los exploradores y detectores rastreen el terreno en busca de algún accidente o trampa. Después de esto, podremos dispersar la fila y acomodarnos para reponer fuerzas para mañana. ¡Por el poder y la gloria de Tarnis!.
- El resto de personas corearon el grito, con incluso menos entusiasmo que el. Sabía que a ellos les hacía esta misión la misma gracia que a el, pero las órdenes del reino de Tarnis eran claras y tajantes, y sabían que no se podrían detener. La comitiva de soldados, continuó avanzando y alejándose montaña arriba, dejando sus armaduras un destello plateado tras ellos.

El abrupto terreno comenzaba a volverse más plano justo cuando los últimos rallos de sol morían por el borde del horizonte, como si de una coincidencia del sistema se tratase. Turrik no creía en esas bobadas de cuentos religiosos, el había sido entrenado para servir a las fuerzas de Tarnis, y ahora solo se tenía que concentrar en el grupo de 50 hombres que llevaba bajo su mando. Según las estimaciones del imperio, en la pequeña gruta que se creía que existía justo unos metros debajo de la cumbre, vivía una familia de salvajes de aproximadamente 12 miembros. Según lo que habían podido visualizar los caminaplanos mientras permanecían en estado onírico, se trataba de un impresionante túnel excavado de una forma casi vertical de manera descendente por la que probablemente aquella raza de humanos bajarían y subirían con agilidad, y que en la parte más baja se abría a diversas galerías donde se encontraban algunas salas subterráneas. No se ha podido calcular exactamente cual es la longitud de profundidad, ya que según cuentan los caminaplanos, la percepción en estado onírico es completamente diferente al estado de vigilia en cuanto a espacio y tiempo se refiere.
Por todo esto, Turrik había decidido reclutar a los suficientes hombres para asegurarse una buena supervivencia. Teniendo en cuenta que con probablemente el doble de hombres no sobreviviesen, se decidió reclutar el doble del doble, lo que es lo mismo, una superioridad numérica 4 veces mayor a la de los salvajes.
--Exploradores y detectores, a mí!-.
Un grupo de soldados delgados pero aparentemente ágiles comenzó a entrar en la extensión plana y a agruparse de una forma menos alineada, rodeando a Turrik.
--Explorad bien el terreno y que uno de vosotros me informe de la situación-.

Inmediatamente los hombres se pusieron en marcha, formando grupos para explorar varias zonas, examinando el suelo, los Árboles cercanos y oteando a la distancia. Eran unas montañas extrañas, en todo el trayecto de subida no se había visto ningún tipo de animal o bestia que merodease por allí.
--El resto de personas, estad atentos a cualquier movimiento-.

Poco más de una hora después, cuando el manto de la noche cubría aquellos siniestros parajes, todo el mundo se encontraba sentado alrededor de una fogata, en una extensión de terreno bastante llano, con unos cuantos árboles bastante separados entre sí. Comenzaron a distribuirse unas pequeñas píldoras de forma ovalada, en la cual los caminaplanos habían podido introducir la esencia nutritiva de diversos alimentos. Ciertamente no sabían a nada, aliviaban el hambre pero, no satisfacía las papilas gustativas y en algunos casos podía dejar la sensación de no haber comido nada. Según Turrikk era comida no pesada, y el hecho de privar de placeres no desvanecería el carácter fiero que se necesitaba para aguantar en la línea de fuego. Pero era extraña la sensación de tomar una pequeña cantidad de píldoras en las que se encontraban comprimidas las propiedades neutralizadoras del hambre y la sed y quedar saciado como si se hubiese comido un buen asado con algo de vino. Pero lo cierto es que surtía efecto, y poco a poco la tensión de la subida junto con el próximo día se fue desvaneciendo, y tras unas horas de charla el campamento se fue durmiendo, excepto los designados para el turno de guardia.

Los primeros destellos, que apenas aportaban calor a la zona, indicaban que era la hora de ponerse en pie, acción que confirmó el sonido repetitivo de un tambor que hizo despertar a todo el campamento. Poco a poco el campamento comenzó a cobrar vida y minutos después estaban tomando la ración que necesitarían para aguantar hasta el medio día. Desataron las monturas y recogieron el campamento y se dispusieron a seguir.

Las montañas centrales, también denominadas los cuatro puntos, son un grupo de cuatro montañas, las cuales rodean la tierra de los hombres de roca, hasta ahora no explorada. Cada una de las montañas protege esta región por cada uno de los cuatro puntos cardinales, y a vista desde ave planoide conforman una cruz exacta. Muy pocos son los autorizados a ascender a Hellas. Solo los comerciantes autorizados por los jefes de montaña, denominados también Brargs. Por lo general, un encomendado a través de un Brarg suele bajar a cada reino aproximadamente una vez al año, para hablar con el gobernador del mismo y discutir los asuntos de mercado y autorización de comerciantes a las propias montañas. Cualquier persona no autorizada que intenta subir a las montañas, muchas veces no se sabe nada de ella, otras veces regresa debido a la falta de vitalidad de las mismas, y en otras ocasiones más puntuales, suele aparecer horriblemente mutilada en las cercanías de la ladera de la montaña. Cosa que ha llevado a pensar que el comportamiento hermético de estos seres suelen tomárselo demasiado en serio.

Cada Montaña está destinada como punto de comunicación al reino fronterizo correspondiente. Hacia el oeste queda el reino de Kalandar, hacia el este comunican con Sheina. Hacia el norte es terreno desconocido, pues los habitantes de la zona sur de klanan no han conseguido cruzar nunca el llamado Desierto Interminable.

Y hacia el sur se encuentra la montaña destinada al reino de Tarnis, montaña por la cual los soldados se encontraban subiendo hacia la cima para realizar la ofensa. El grupo de montañas era un conjunto de árboles finos y altos, terrenos con rocas puntiagudas y apenas nada de hierba en el suelo. Muchos también las denominaban las montañas secas, debido a que no existía ningún río, ni ningún torrente de agua por el cual aliviar la sed, cosa que dificultaba a los caballos, debido a que había que alimentarlos con píldoras neutralizadoras. También seguirá siendo un misterio como en un terreno tan seco y tétrico podrían sobrevivir ese tipo de árboles, los cuales tenían un tronco casi liso y apenas ramas en la copa. Los Caminaplanos sostenían que podría tratarse de algún tipo de canalizadores de energía pura, y que era esta la cual les mantenía en pie, pero que por el contrario, eran vegetales casi sin vida, destinados exclusivamente a atraer poder hacia el plano físico y concentrarlo en ese punto. Quizá fuese por eso por lo que los caminaplanos podían desplazarse mucho mejor en estado onírico por estos parajes que por cualquier otro lugar.

La tarde poco a poco fue desvaneciéndose, y el crepúsculo dio paso a la noche, culminada por las antorchas de los hombres, que se encontraban a escasos metros de la cima. Turrik oteó el horizonte del norte y observó lo que sucedía en la cumbre de la montaña.

Efectivamente, justo debajo de la misma, se encontraba una entrada hacia una gruta, poco perceptible desde esa distancia y debido a la poca iluminación que tenían en este momento, aunque al parecer, esa noche la luna parecía querer ayudar.

--Chicos, Formación de batalla!.

Rápidamente el equipo comenzó a ocupar diversas posiciones. La cima de la montaña era estrecha y fácilmente rodeable, con lo cual comenzaron a describir una espiral descendente, cubriendo las 4 caras de la cima. 20 soldados exploradores comenzaron a dirigirse a la cima mientras otros 20 espadachines se colocaron más atrás, ocupando una posición fija. Justo detrás, ocupando un círculo mucho más abierto que el resto de la comitiva, 10 arqueros. De esta manera, conforme fuesen subiendo la ladera, el círculo de soldados comenzaría a ser más cerrado y mucho más letal.

Los exploradores avanzaron Rápidamente hacia adelante, mientras el resto de comitiva llevaba una marcha mucho más lenta y segura, al cavo de un minuto, uno de los exploradores volvió la vista hacia turrik, que se encontraba en el centro con un grupo de soldados espadachines.

--Señor, hay una mujer guardiana custodiando la caverna!
--No habrá ningún tipo de problema. Arqueros, preparaos.

Un grupo de arqueros, los más cercanos a la cara de la montaña dispuesta a la gruta, prepararon sus armas y se dispusieron en posición de disparo. Cuando la silueta de la mujer era lo suficientemente visible, encordaron y apuntaron.

Era fornida, lo suficiente como para amasar un hierro en cuestión de minutos. Lo que más destacaba eran sus potentes ojos verdes con el brillo de la luna. Permanecía con los brazos en cruz, aparentemente distraída. Poco más se podía distinguir de la silueta, pero lo más curioso, es que estaba sonriendo.

Recibió el primer impacto de flecha. El segundo. El tercero. Ni si quiera se inmutó, se dedicó a arrancarse las flechas y continuar sonriendo.

--Lanzad otra andanada!-. Gritó Turrik.
Volvieron a repetir la misma maniobra, y el mismo gesto dejó sorprendidos a los hombres de Turrik.
--Avancemos y ataquemos directamente! Chicos, la batalla ha comenzado! Arqueros, no dejéis de disparar!
Siguieron avanzando mientras las flechas trataban de abatir a la mujer, que ya más de cerca se notaba que estaba sangrando levemente. AL ver la comitiva avanzar, alzó la voz y entonó una nota aguda, lisa y claramente perceptible.
El primer circulo de exploradores ya se encontraba rodeando la caverna y a la mujer. Levantaron sus lanzas para atacarla, y se encontraron con un brazo fornido que desvió el ataque de uno de ellos, mientras el resto de lanzas rebotaban contra los costados de la mujer, haciéndole leves hendiduras, y las flechas seguían tratando de penetrar el pecho de la misma. Desde esta altura se percibía claramente su silueta. La piel era similar a una corteza de árbol, pero un poco más flexible. Sus brazos eran como dos grandes rodillos terminados en unas manos con unos dedos largos y peligrosos. Andaba completamente descalza, con la prolongación de los pies igualmente ancha y con dedos finos y largos. La piel de la cara estaba cubierta de arrugas, y los rasgos de la misma, excepto los ojos, eran idénticos a cualquier ser humano.

Descargó rápidamente un golpe de brazo contra uno de los exploradores, el cual se hundió fácilmente en su cabeza. Al tiempo que la mujer subía el brazo manchado de masa gris, el resto de exploradores se apartaron levemente mientras que su compañero se desplomaba contra el suelo y su montura huía montaña abajo.

Los exploradores volvieron a acercarse hacia la mujer, la cual se encontraba al borde de la caverna con el torso completamente lleno de flechas sobresalientes. Cuando de pronto una espada surgida de la nada, en unos mandobles rápidos y apenas perceptibles, comenzó a atravesar cuellos de exploradores de una manera vertiginosamente rápida y precisa.

10 exploradores aproximadamente cayeron muertos ante un grupo de hombres de roca que subían rápidamente y descalzos por la gruta. El resto de exploradores se atrasaron para buscar cobertura entre el resto de compañeros. Sorprendentemente los guerreros de roca volvieron a bajar el túnel desapareciendo de vista. Los espadachines avanzaron junto a los exploradores que quedaban, rodeando a la mujer guardiana y clavándole espadas, lanzas y flechas de los arqueros. La mujer comenzó a manar sangre de una forma mucho más fluida, pero su movimiento rítmico de brazo no paró de aplastar cabezas, hasta que definitivamente de pronto, lanzó un grito atronador de dolor y calló desplomada al suelo.

Se decía que los hombres de roca no sentían dolor. En los estudios de la multiexistencia, los cuales trabajaban los caminaplanos, todo se transforma en distintos tipos de fuerzas, las cuales manan del sistema y forman cada plano de existencia. Pero estas, están divididas en dos grandes grupos. Las fuerzas positivas, las cuales son todas aquellas que crean y renuevan lo ya creado, y las fuerzas negativas, dedicadas a destruir o dañar. Se hablaba del arte de transmutación de fuerza, mediante el cual, se podía transformar una fuerza negativa en positiva. Odio en amor, Miedo en seguridad… Pero era muchísimo más fácil transformar una fuerza negativa en otra fuerza negativa que complementase a la primera. La teoría por la cual los hombres de roca no sienten el dolor cuando son atacados, es debido a que este, lo transforman en rabia para poder contraatacar con muchísima más fuerza. De este modo, se decía que cuando un hombre de roca sentía el dolor, es simplemente porque la muerte le había llegado.

Dos hombres de roca aparecieron transportando un recipiente cerrado que dejaron caer. Inmediatamente este se rompió y comenzó a manar un vapor que oscureció el aire por completo.

Un tremendo dolor de garganta y una tos incesable se apoderó de Turrik y los soldados que quedaban en pie, los cuales fueron obligados a descender montaña abajo, perdiendo la formación de combate y dispersándose por una parte más baja de la montaña.

Turrik se encontraba solo, cabalgando hacia donde su montura quería ir, no sabía si iba hacia el sur o hacia el norte. Se encontraba completamente desorientado en una de las llanuras de la montaña.

De cuando en cuando, oía un grito de muerte, seguramente provocado por los hombres de roca hacia sus soldados, que se encontrarían igualmente perdidos. Continuó avanzando, hacia algún lado tendría que salir.

“Ese gas nos ha dispersado a todos y ellos conocen este terreno. Tengo poco que hacer. Hacia donde conduce esta llanura? En la cual paramos anoche para descansar estaría a miles de horas de aquí. Tengo que seguir hacia donde sea.”

No existía ni viento, ni canto de grillos, ni sonido de hojas ni hierba en esas siniestras montañas. Pudo observar que muy cerca de él pasaba uno de los soldados a toda prisa, corriendo de forma perpendicular a su dirección. De pronto la cabeza de este salió disparada por los aires, y un fuerte brazo cogió del cuello a Turrik, y lo elevó sobre su montura. La cual rápidamente comenzó a ser golpeada por unos gigantescos pies que la tumbaron al suelo y la presionaron contra este, hasta que finalmente se dejó de mover entre relinchos de dolor.

Al volver la vista, observó a un fornido hombre de roca que lo llevaba en volandas como si fuese un muñeco de costura, y comenzaron a subir de nuevo la montaña hasta llegar a la gruta. Acto seguido, el gigantesco hombre comenzó a flexionar las rodillas y empezó a bajar por el túnel.

Sus pies descalzos se agarraban con sus flexibles dedos a una pared completamente vertical con hendiduras de rocas estratégicamente colocadas para facilitar la bajada. Al cavo de un tiempo, se divisó una abertura horizontal la cual conducía a una sala un poco más amplia, en la cual crepitaba un fuego justo en el centro, y cuyos habitantes eran el resto de hombres de roca, con un soldado de Turrik cada uno.

Dejó caer a Turrik violentamente al suelo y colocó su mano sobre la cabeza del jefe de la avanzadilla de tarnis. Acto seguido, comenzó a hablar con una voz grave y atronadora.
--Echarlos al fuego, él debe ver sufrimiento.
Entre súplicas de clemencia y liberación, uno a uno los soldados de Turrik fueron arrojados al fuego de la sala y comenzaron a arder entre gritos de agonía, mientras el apresor de Turrik continuaba hablando.
--Ojala callen pronto, me resultará más fácil. No me he presentado. Me llamo Srunken, y soy el Brarg de esta montaña. Así que Tarnis, celoso por no obtener nuestro metal.
--Es el mandato del gobernador- Dijo Turrik entre lágrimas, al ver que los gritos de sus compañeros poco a poco fueron apagándose y percibir el olor de la carne quemada-. Solo cumplíamos órdenes.
--Sois igual que los perros de caza. Rastreáis bien, y controláis bien a la presa. Pero a la hora de cazar… Hacéis demasiado ruido. Desde que la primera montura pisó la primera roca de nuestra montaña, nosotros sabíamos. Sliendar sabía que estaba predestinada a morir. Pero vosotros, que sabíais? Nada. Solo obedecéis órdenes de un gobernador déspota y ciego por el poder, cuya acción hará pagar a todos los reinos del sur de Klanan. Ahora, que tu alma cargue con la debida conciencia, y que el sistema se apodere de ella.

Tras decir esto, el hombre de roca flexionó el brazo y el cuello de Turrik se quebró al instante.

De una sacudida violenta tiró el cuerpo inerte al fuego, el cual comenzó a arder sin preámbulos.

Un gran tambor instalado en la cima de la montaña junto a la gruta, golpeado por el brarg, comenzó a sonar repetidamente y de una manera tan fuerte, que hasta las aves planoides cercanas a la montaña comenzaron a dispersarse y buscar refugio. El sonido atravesó el desierto interminable, y recorrió cada una de las montañas, haciéndose más débil conforme cruzaba hacia el norte. Era el toque de alerta, el cual anunciaba la ruptura y el fin de la paz, y mediante el cual, las cuatro montañas deberían reunirse para organizar una contraofensiva a sus enemigos.