Texto publicado por SUEÑOS;

inteligencia del alma:

LIBERTAD

El camino de la libertad consiste en desviar el énfasis de la persona
superficial y variable al Testigo interior y siempre presente. Nisargadatta.

¿Podemos apoyarnos en algo que cambia constantemente?, ¿podemos confiar
en aquello que está sometido a cambio permanente?, ¿a qué nos podemos
asir cuando la corriente del río nos arrastra? Se supone que tan sólo
puede sostenernos algo que permanezca inmutable y no cambie.

El mar se mueve agitado en las superficies y sin embargo, a mayor
profundidad, el movimiento es cada vez más tenue e imperceptible. En la
conciencia de ser humano sucede lo mismo, cuanto más agitados estamos,
más superficial es el nivel en el que nos encontramos. Por ejemplo,
cuantas más diferencias vemos en los demás, en sus rasgos físicos,
psicológicos y culturales, más en la superficie se encuentra el área del
yo que distingue y diferencia. Por el contrario, en el momento en el que
se ahonda hacia las capas de cebolla más profundas, los rasgos
diferenciados dejan de tener tanto "peso" en la consciencia y sin
embargo, los elementos comunes se tornan más visibles, algo que puede
suceder cuando por ejemplo mirando a otro, vemos simplemente a un alma
humana de este planeta. En ese estado de conciencia más profundo se
vislumbra la unidad en la diversidad.

La experiencia de observación que nuestro testigo interno tiene al darse
cuenta del flujo cambiante del vivir, es la misma en todos los seres
humanos. En realidad, lo que cambia no es el veedor, sino lo visto. Los
objetos vistos, es decir, todo lo que uno es capaz de ver y contemplar,
aparecen y desparecen en la pantalla de la consciencia, pero no suponen
lo inamovible y absoluto de nuestra existencia. Si vivimos identificados
en la persona superficial y cambiante, subiremos y bajaremos por las
olas de sus ritmos y corrientes. Lo único que puede servirnos de
referencia y refugio es lo que no cambia, es decir, lo Absoluto. Y Eso
está a nuestra disposición, simplemente deviniendo conscientes de esa
mano inmutable que sostiene el péndulo mental y que, en realidad, supone
nuestra verdadera identidad.

Cuando se va al cine, uno es espectador de una película cuyas imágenes
están en cambio constante. El seguimiento atento de tales imágenes nos
hace brotar rapidísimas emociones de agrado o desagrado. Y también
comprobamos que tras salir del cine, aquellas imágenes ya se han
esfumado efímeras. Miramos la calle, los rostros de los que pasan y cada
estímulo visual sigue produciendo otras emociones y otras ideas. En
realidad, la película mental sigue dentro y fuera del cine, tanto en
soledad con nuestros propios pensamientos, como en compañía de otras
personas.

¿Cuál es el elemento que no ha cambiado en todas las escenas, tanto las
de dentro del cine como las de fuera de él?, ¿qué es lo que ha
permanecido siempre igual?, ¿qué podemos considerar como absoluto dentro
de esta corriente de relatividades y cambios que suceden en nuestra
mente? Sin duda, el Yo-Observación, el Testigo de todas esas
experiencias y de todas las películas. El Yo que no cambia porque no es
él quien piensa, sino que tan sólo observa a su mente cómo piensa. El
Testigo que no siente, sino que observa lo que su cuerpo siente, el que
no se implica, ni se confunde con lo "visto". Un elemento neutral, la
Consciencia, el Yo Soy que no crea contenidos, sino que tan sólo
contempla la creación de contenidos. Una realidad que supondrá el
próximo paso evolutivo de la humanidad: La identificación con el Ojo que
ve, el Sujeto por excelencia. En este sentido, a la histórica pregunta,
¿quién soy?, algunos lúcidos responden: Un Océano de percepción consciente.