Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera
Micro cuentos de cien palabras.
Microcuentos de Cien Palabras
Luisa Axpe
Secuencia
Lo primero en despegar del suelo fueron los codos, primero el derecho,
después el izquierdo. Luego movió las piernas, señalando el cielo con
los pies. Lentamente fue levantando la cadera, el tronco y, por último,
la cabeza. Una vez perdido el contacto con las frías baldosas de la
calle, comenzó a ascender. Vio transcurrir el alto ventanal de la planta
baja, las celosías cerradas del primer piso, los vidrios del segundo,
las macetas con geranios del tercero. Cuando llegó al cuarto, se detuvo.
Vaciló un instante, y se apoyó en el balcón. Entonces, la cámara volvió
a filmar la caída.
¡Oh, no, cantan los pajaritos!
Vuelvo a casa a las cuatro de la madrugada, está bien obscuro y por
suerte podré acostarme antes de que aclare, algo muy importante para mis
hábitos de sueño y vigilia, si adivino el proyecto de amanecer estoy
perdida, ya no podré mantener los ojos cerrados y el cansancio se me
acumulará durante todo el sábado, voy a arrastrar mi cuerpo lastimoso
hasta la noche y no podré disfrutar de mi tiempo libre, ya voy llegando,
aprieto el paso y estoy por introducir la llave en la cerradura cuando
llega a mis oídos, claramente, el primer canto de los pájaros.
Pequeños cambios
Yo la conozco bien, dijo la abuela, a mí no me engañan. Ésta no es mi
nieta. Mi nieta tiene la ceja izquierda un poco más levantada que la
derecha. Nadie lo nota, pero yo sí. Y así pasa con todo. El otro día
compré unos pimientos, y cuando llegaron a casa eran más verdes que
antes. Yo misma, esta mañana, me noté una arruga en la frente que hasta
hoy no tenía. Esto de la teletransportación es una calamidad. Y la
abuela entrecerró los ojos, añorando esa vieja costumbre de andar por el
asfalto y de viajar en avión.
Confusión
Ante una mínima señal, empiezan a desnudarse. Al principio todo es suave
y armonioso, con todas esas delgadas prendas cayendo, tapizando el
suelo. Luego comienza la confusión, y nuevamente parecen querer
cubrirse. Hay un clima expectante. Un ciclo ha comenzado, y debe llegar
a su fin. Pero no. Las señales no son claras, y esa carrera loca por
despojarse de todo lo que llevaban puesto se ha frenado. Es que tan
pronto hace frío, como un calor insidioso que hace difícil definirse. Y
los árboles ya no saben qué hacer en este otoño agónico que no consigue
transformarse en invierno.
Entrevista
Habla de su infancia. Un borrón le cubre parte de la cara, para que
ningún televidente pueda identificarlo. Las preguntas del periodista
apuntan a su derrumbe, a las drogas, al delito. Las respuestas parecen
estudiadas, como si esas mismas palabras hubieran sido pronunciadas ya
millones de veces. De abanderado a ladrón. De mejor alumno a asesino. El
borrón, estático, unifica el discurso. Las emociones no emergen. Ni
siquiera al hablar de los padres. No se ve la mirada, esa delatora.
Hasta que, por debajo del borrón, surge un hilo serpenteante que inunda
de brillo el rostro, la pantalla, el reportaje.