Texto publicado por SUEÑOS;
inteligencia del alma:
LUCIDEZ
Buda y Cristo, aunque son figuras aparecidas en el pasado, son en
realidad figuras del futuro. Ken Wilber
Hace apenas dos mil años, aparecían dos figuras en el planeta. Sus vidas
han dejado tal influencia en los cientos de millones de personas que han
seguido sus enseñanzas, que sin duda, son algo más que revolucionarios
políticos o grandes médicos. En realidad Cristo y Buda, uno en Occidente
y otro en Oriente, son personajes del futuro que, en su día, abrieron la
puerta a la humanidad de un completo sistema de fórmulas y principios
para trascender la conciencia ordinaria y alcanzar el histórico anhelo
de una paz profunda y duradera. Se trata de dos formulaciones
diferenciadas que, como ríos que fluyen desde montañas diferentes,
llegan a un punto oceánico común que las hace análogas.
Cristo centra toda su doctrina en el Amor y se permite el lujo de decir
que todo su mensaje se reduce a conseguir amar a tu prójimo como a ti
mismo. En esta breve frase del evangelio de la misericordia, Jesucristo
da nacimiento a un salto evolutivo que se materializará cuando sus
palabras se hagan plena realidad. Un salto por el que la especie humana
pasa del Homo Sapiens al Homo Amans.
Buda aparece en India, tan sólo quinientos años antes de Cristo y tras
un proceso de intenso trabajo interior hacia la Iluminación. Concreta su
intención en hacer cesar el sufrimiento que padece el ser humano. Su
doctrina afirma que éste vive inmerso en el sueño del ego temporal y sus
correspondientes miedos y deseos. Para salir de esta identificación con
la persona, Buda propone un programa de expansión sostenida de
consciencia por el que se accederá al Despertar. Un estado de nirvana
que, en sí mismo, trasciende a la mente temporal. Un salto del Homo
Sapiens al Homo Lucens.
Jesucristo representa el Amor del corazón, de hecho será el "Corazón de
Jesús", la imagen más luminosa que de Él se transmite. Y es casualmente
en Occidente, la cuna de la razón y de la ciencia, donde su mensaje de
superación del egocentrismo por amor al otro; tiene su mayor difusión.
Buda representa la Luz de la consciencia que trasciende la ilusión de la
mente.
Afirma que somos realidad suprema y para realizar tal liberación,
deberemos trabajar en superar las falsas identificaciones y entrenar la
atención. Su doctrina contemplativa e interiorista se difunde en el
Oriente planetario. Ambos personajes son mitificados en la Era
Patriarcal de la humanidad. Han sido 2.000 años de evolución en los que
la conciencia colectiva precisaba encontrar padres supremos, encarnados
en figuras mágicas y poderosas a las que venerar. Alrededor de ambas
doctrinas se elaboraron formulaciones del despertar que, en aquel
tiempo, abrieron una puerta insospechada, tanto a miserables y
desamparados que jamás soñaron merecer ninguna gracia del alma, como a
los que se sentían condenados por la amenaza de la enfermedad, de la
vejez y de la ignorancia. Ambos grupos, por vías distintas, acceden a
otro modelo mental más liberador.
Pasado el tiempo, cabeza y corazón, corazón y cabeza, abren un proceso
de integración como llave de paso a lo Real que los seres humanos, más o
menos concientemente, estamos recorriendo. Y si hace cientos de años se
podía llegar a matar por defender la forma en la que cada parte había
envuelto sus enseñanzas, en la actualidad sabemos que todos los radios
de la rueda llevan al centro, un estado supraconsciente al que nos
dirigimos veloces en un proceso universal de mutación y expansiva
Infinitud. La aparición de estos grandes señaladores ha legado un eficaz
sistema de indicios para salir del Laberinto y acceder al amor
consciente, mediante el despertar de la gran Ilusión.