Texto publicado por Jesús Salvador Iturralde Betancourt
excelente!. símbolo de esperanza!
Ángeles en el río
En las plomizas aguas que corrían bajo el puente, nueve mujeres decididas a vivir se encontraron con un hombre que buscaba la muerte.Dale Buttenhoff se arregló como cualquier otro día: se afeitó, se duchó y se lavó el crespo pelo negro. Luego se secó, se puso un pantalón vaquero desteñido y unas botas de trabajo, y enfiló a la puerta, pero entonces se detuvo, se sacó la cartera, las llaves y una tarjeta de identidad, y las dejó en una mesa. En el lugar a donde iba no las necesitaría.
La niebla empañaba el sol del amanecer cuando un amigo lo llevó en auto a Portland, Oregon.
-Nos vemos en la noche -se despidió Buttenhoff al bajar.
Era una promesa más que no pensaba cumplir. Aquella fría y húmeda mañana de marzo del 2000, Buttenhoff, de 32 años, anduvo durante 45 minutos hacia el sur, con rumbo al río Willamette. Al avanzar veía cómo iban abriendo los negocios, pero él se ensimismaba cada vez más. Estaba abatido y ofuscado En un angosto muelle de madera sobre el que brillaba el rocío, Linda Stalford paseó la mirada por el puerto recreativo, dio dos palmadas que resonaron hasta la otra orilla del brumoso río, a 360 metros de distancia, y exclamó:
-Andando, señoras. A pesar del intenso frío, un heterogéneo grupo de mujeres venidas de todo Portland se habían reunido para remar en una canoa baja y ancha de tipo oriental.
Eran madres, abuelas y mujeres solteras unidas por la amistad y por una causa común.
Como casi todas sus compañeras, Linda llevaba una gorra rosa que decía: "Vencedora".
Luego de doblar en una esquina, Buttenhoff empezó a subir por el andador del puente de la isla Ross. Él no era un vencedor, sino un adicto a las drogas que había resistido seis años de consumo de metanfetaminas y más de un accidente de tránsito por conducir drogado. También abusaba de la gente. Su matrimonio había fracasado y estaba alejado de su madre, sus cuatro hermanas y su hija de diez años, Ashlee. Aunque la vergüenza le impedía encararse con ellas, no era un motivo suficientemente fuerte para hacerlo dejar las drogas.
Ese día Linda Stalford iba a dirigir la práctica. Se sentó en la proa mirando hacia las ocho remeras, que estaban sentadas hombro con hombro por parejas. Además, en la popa iba un timonel, encargado de guiar la embarcación. El grupo desentonaba de otros equipos de remo del puerto, pues no eran de constitución atlética ni poseían una técnica depurada, pero, después de todo, no habían fundado su agrupación, Fénix Rosa, sólo para triunfar en las regatas. Su finalidad era ganar una carrera contra el cáncer de mama.
-¡Preparen remos! -gritó Linda-. ¡En marcha!
Como habían alquilado la canoa sólo por una hora y ya llevaban diez minutos de retraso, Linda decidió no seguir la ruta de costumbre, sino mantenerse cerca del puerto y dedicar la práctica a mejorar la sincronización y la técnica del equipo.
Buttenhoff se detuvo a la mitad del puente. Como había previsto, casi no había tránsito a esa hora, sábado a las 7:30 de la mañana. No quería que nadie lo viera. Sacó las manos de los bolsillos del chaquetón y las puso sobre el frío pretil de concreto. Unos 40 metros más abajo corrían las aguas plomizas del río Willamette. Saltar al agua desde allí sería como arrojarse desde un duodécimo piso. Más que suficiente, pensó. Al menos, era probable que el golpe lo hiciera perder el sentido y ahogarse, y que la corriente lo arrastrara hasta el mar. Era precisamente lo que quería: desaparecer sin dejar rastro.
Un día del otoño de 1997, Linda Stalford estaba dándole el pecho a su segunda hija cuando se notó una extraña protuberancia en un seno. Le diagnosticaron cáncer de mama inflamatorio en fase 3-B, que es muy maligno.
La intuición le decía que no podía ganar esa batalla sola, así que, en vez de apartarse de sus familiares y amigos, Linda, entonces de 36 años y con dos hijas pequeñas, decidió acercarse más a ellos. Colocó junto a su cama los retratos de las niñas y le pidió apoyo a su esposo, Matt. El amor que se tenían la ayudó a sobrellevar el miedo y el dolor de someterse a la extirpación de un pecho, una quimioterapia de varios meses, un trasplante de células primitivas de médula ósea y una radioterapia.
También buscó ayuda externa. Cuando se enteró de la existencia de Fénix Rosa, no tenía idea de lo que era una canoa como las usadas por la organización, y menos de cómo remar en ella, pero a pesar de su absoluta carencia de aptitudes atléticas, asistió con entusiasmo a su primera excursión.
Aunque en esa ocasión el tiempo no habría podido ser peor -nublado, lluvioso y frío--, el grupo le pareció cálido y divertido. Linda confirmó que no sabía qué hacer con un remo, pero no le importaba. Las reuniones semanales en el río Willamette llegaron a ser para ella un símbolo de que todas esas mujeres estaban en el mismo barco, enfrentándose a la realidad con valentía.
Buttenhoff asomó la cabeza por un lado del puente y miró fijamente hacia el agua. Quienquiera que me escuche, dijo para sus adentros, por favor, perdóneme.
Entonces tomó aliento y saltó por encima del pretil.
-¡Esto es vida! -les gritó Linda llena de euforia a sus compañeras mientras la embarcación flotaba suavemente frente a la ribera--. ¡Duro con esos remos!
La incertidumbre de cuánto tiempo le quedaba había sido una enorme barrera psicológica en su lucha contra el cáncer. Sin embargo, aunque muriera al día siguiente, confiaba en que les dejaría un recuerdo perdurable a sus hijas. Por eso se daba tiempo para estar con ellas, abrazarlas y conversar. Había sembrado bulbos de tulipán en el jardín, y aunque quizá no viviera para verlos florecer, la consolaba saber que sus pequeñas sí los verían.
Al momento de soltar el pretil, Dale supo que había cometido un error. La caída le llevó apenas tres segundos, pero le pareció una eternidad. Se puso a agitar brazos y piernas en el aire, hasta que por fin cayó al agua, a unos 95 kilómetros por hora, y se hundió.
Linda se sobresaltó al ver una enorme salpicadura a unos 250 metros de la canoa, del lado de babor.
-¡Algo cayó del puente! -exclamó una remera.
-¡Era una persona! -gritó otra.
Al volverse, Linda vio en mitad del río un objeto indefinible de color rojo vivo. Le hizo al timonel una seña de que virara en esa dirección y ordenó:
-¡A remar! ¡Apúrense!
El equipo de Fénix Rosa empezó a remar en perfecta sincronía, como si fueran una sola persona.
-¡Aguante! Ya casi llegamos -le gritaron a la víctima.
Aunque el impacto había sido como el de un accidente de tránsito, Buttenhoff no murió. Antes bien, salió a la superficie, aturdido, pero consciente. Lo que esperaba que sería una muerte instantánea se convirtió entonces en una desesperada lucha por la vida. Aunque hacía esfuerzos por mantenerse a flote, el agua helada le había impregnado el grueso atuendo y llenado las botas, y lo arrastraba hacia abajo. Aun así, logró mantener la cara a flote, y en eso, como en un sueño, oyó voces.
Linda guió al equipo de Fénix Rosa hacia el hombre, y en dos minutos llegaron a su lado. Era evidente que se estaba ahogando, pero no podían subirlo a bordo sin volcarse. Aun así, en la proa dos mujeres le sacaron la cabeza del agua y lo sostuvieron a flote.
-Ya está a salvo -le dijo una casi al oído-. No tardan en venir a sacarlo. Sólo tiene que quedarse quieto. Buttenhoff estaba jadeante y con el cuerpo flácido, y murmuraba sin cesar:
"¡Cuánto lo siento, cuánto lo siento!" Estaba pidiendo perdón a Ashlee, a su madre, a las mujeres que estaban salvándolo, y también a su ex esposa, a Dios y a sí mismo.
En la barcaza reinó el silencio cuando las mujeres entendieron lo que había ocurrido. Ellas conocían mejor que nadie la desesperación, y no podían juzgar a aquel hombre. En su lucha contra el cáncer, habían llegado a pensar en rendirse; quizá eso les habría facilitado las cosas, mas no a sus familias. Ahora, por un capricho del destino, habían salvado a un desconocido. Acaso él también se volvería un vencedor.
Dale sufrió sólo lesiones leves, pero sus heridas emocionales resultaron más profundas. Por eso, durante su segunda noche en el hospital, reconoció por primera vez ante su madre que necesitaba ayuda.
Conocedoras de la importancia de un grupo de apoyo, Linda Stalford y su compañera Joan Cavanagh fueron a verlo al hospital llevándole unos regalos: un portarretratos para la foto de Ashlee, una Biblia y un ramo de tulipanes, el símbolo de esperanza de Linda.
-¡Hola! Somos las de la canoa -se presentó ella.
Dale sonrió con timidez, avergonzado, pero agradecido. Se había enterado por su madre de la historia de Fénix Rosa y las singulares mujeres que lo integraban, y admiraba su valor, su amor por la vida, su generosidad y su paz interior. Después de lo ocurrido, él mismo aspiraba a las mismas cosas.
-¡Gracias!-les dijo mientras los tres se daban un largo abrazo.
Al mes siguiente Dale asistió a un programa de deshabituación de drogas que ya terminó, y fue "adoptado" por Linda y sus compañeras, sus nuevos modelos de conducta.
Hasta la fecha se mantiene sobrio. Ha vuelto a ver a Ashlee y le ha dicho la verdad sobre su pasado. Ahora piensa reanudar los estudios para volverse consejero del mismo programa al que asistió.
Dale y Fénix Rosa se mantienen en contacto. "Quiero ser motivo de orgullo para ellas", dice. "Quiero que sepan que no fue en vano lo que hicieron por mí".
Por William Hendryx
La desesperación, el no poder asumir qué nos pasa, el dolor, el miedo, la enfermedad, la tristeza, el desamor, el abandono...Son canales de un mismo río.
Ese río que nos recorre día a día, que baña nuestro interior, que fluye y fluye sin parar. Pero sucede que por momentos las aguas de ese río se inquietan demasiado, y es ahí cuando sentimos que la cabeza no para y sin querer cerramos las compuertas y sentimos que ya no es posible seguir, que nada ni nadie puede salvarnos, que no hay salida, y que si existe una salida, la única, parece ser la que nos permite desaparecer...Creemos que es más fácil o menos riesgoso poner un punto final, bajarnos para siempre del escenario, eliminarnos...Si terminamos con nosotros todos los problemas se terminan y no es así.
El suicidio señala que nuestras fuerzas eran muy limitadas, que preferimos dejarnos vencer a convertirnos en vencedores.
¿Cómo podemos pensar en poner un punto final a nuestra propia existencia si no sabemos cuál es el futuro, qué es lo que nos espera?
La vida es un continuo aprendizaje y nada sucede porque sí. Hay pruebas muy dolorosas, no es fácil asumir que una enfermedad terminal se declaró, no es fácil asumir que tenemos sida, o que la droga nos hizo dependientes, o que nos quedamos solos muy de golpe, o que un hijo decidió partir antes que nosotros, o que nuestra pareja fracasó, o que nos abandonaron, o que tenemos infancias terribles, o que fuimos violados, etc...Nada es fácil...Nada...Es por eso que debemos enfrentar lo que nos toque, no escaparnos: NO...ese no es el modo. Enfrentar la vida implica desafiarla..¿Cómo? Viviendo con fortaleza, disfrutando de cada minuto, siendo un modelo para los demás y por sobre todo para uno mismo...
En la actualidad es alarmante el alto índice de suicidios, sobre todo en los adolescentes. Parecería como que estamos entrando en un proceso de autodestrucción...
Todos de una manera u otra tenemos en nuestras mochilas "problemas", a algunos nos pesan mucho a otros menos, a otros casi nada...pero son problemas. La solución no está en escaparse, ni tampoco en ignorarlos. La solución está en saber enfrentarlos y en poder ser un verdadero vencedor.
Bajar los brazos y rendirnos o cerrar los puños y pelear...Dejarnos Vencer o ser VENCEDORES.
La elección es nuestra.