Texto publicado por Sir George
La muerte de un héroe... Par Lagerkvist
En una ciudad donde nunca parecían suficientes las distracciones, un co¬mité había contratado a un hombre que, luego de mantenerse en equilibrio cabeza abajo en lo alto del campanario de la iglesia, debía arrojarse al vacío y matarse. Cobraría por ello 500.000 coronas. Todas las clases sociales, todos los círculos se interesaron vivamente en el asunto. No se hablaba de otra cosa y las entradas se agotaron en pocos días. La gente opinaba que era un acto valeroso, sin dejar de considerar su precio. Por menos agradable que fuera caer de semejante altura, había que reconocer que la suma ofrecida bien valía la pena. Se podía estar orgulloso de una ciudad capaz de constituir el comité que había organizado todo sin escatimar gastos. Por supuesto, la atención se dirigía también hacia el hombre encargado de realizar el proyecto. Solícitos y ardorosos, los periodistas se arrojaron sobre él cuando faltaban pocos días para el espectáculo. Los recibió amablemente en el mejor hotel de la ciudad, donde tenía reservadas varias habitaciones.
—¡Bah! Para mí esto no es más que algo necio. Me han propuesto la suma que ustedes conocen y he aceptado. Eso es todo.
—Entonces, ¿usted no encuentra desagradable arriesgar su vida? Se com¬prende que sea necesario, pues sin ello la cosa no tendría nada de estrictamen¬te sensacional y por lo tanto el comité no pagaría como lo hace, pero para usted personalmente no puede ser agradable.
—Sí, usted tiene razón; he pensado en eso. ¿Pero porqué no se haría por dinero?
Inspirados por estas declaraciones, aparecieron en los periódicos largos artículos sobre ese hombre hasta entonces desconocido, sobre su pasado, sus proyectos, sus opiniones sobre la actualidad, su carácter y su vida privada. Si se abría un diario cualquiera, allí estaba su retrato: un joven vigoroso, sin nada que lo hiciera notable, pero lozano y airoso, de rostro abierto enérgico; tipo representativo, en suma, de la mejor juventud de la época, sana y voluntariosa. Su imagen podía verse en todos los cafés, como preparación de la emoción que habría de venir. Se concluía que el muchacho no estaba nada mal, que era simpático; las mujeres lo encontraban maravilloso. Algunos que se atribuían mayor sentido común alzaban los hombros diciendo: es un pícaro. Pero to¬dos estaban de acuerdo en admitir que una idea tan original, tan fantástica, sólo podía nacer en una época tan extraordinaria como la nuestra, con su fiebre, su fogosidad, su propensión al sacrificio total. El comité, por su parte, recibía unánimes elogios por no haber reparado en los gastos cuando se trata¬ba de montar semejante cosa, de ofrecer a la ciudad un espectáculo tan excep¬cional. Los gastos serían seguramente cubiertos por el precio elevado de las entradas; sin embargo, había un riesgo a correr.
Por fin llegó el gran día. Los alrededores de la iglesia hormigueaban de gente. Reinaba una emoción inaudita. Todos retenían el aliento, sobreexcita¬dos por la espera de lo que debía ocurrir.
Y el hombre cayó; todo fue breve. La gente se estremeció, luego levantó la cabeza y se puso camino a casa. Hubo cierta decepción. El espectáculo había sido grandioso, y sin embargo... En suma, lo único que había hecho era ma¬tarse y se había pagado caro por una cosa tan simple. Se había desarticulado horriblemente, pero, ¿qué placer se había obtenido? ¡Una juventud llena de promesas sacrificada de esa manera!
El público volvió descontento a su casa; las damas abrían sus sombrillas para protegerse del sol. No; se debería prohibir organizar semejantes horro¬res. ¿Quién podría encontrar placer en ellos? Reflexionando, ellos encontra¬ban todo eso irritante.
Par Lagerkvist (Suecia, 1891-1974) recibió en 1951 el Premio Nobel de Literatura. El problema central de sus libros es el alma humana en su lucha entre el bien y el mal. Su obra denuncia la brutalidad y la violencia del mundo contemporáneo. Se enfrentó al nazismo con dos obras muy valientes: El verdugo (1933) y El enano (1944). Barrabás fue la novela que lo llevó a la fama universal. Este texto fue tomado de Antología de Humor y Terror, CEAL, Buenos Aires.