Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera
Margaritas: cuento.
Margaritas
Fredric Brown
Daisies, © 1954 (Angels and spaceships, SF Book Club, E. P. Dutton). Traducción de Kyo.
El doctor Michaelson estaba enseñando a su mujer, cuyo nombre era señora Michaelson, su combinación de laboratorio e invernadero. Era la primera vez que
ella iba allí en muchos meses y se había añadido un poco más de equipamiento.
–¿Entonces hablabas en serio, John –le preguntó ella finalmente–, cuando me dijiste que estabas experimentando en la comunicación con flores? Creí que
estabas bromeando.
–No del todo –dijo el doctor Michaelson–. Al contrario de lo que cree la gente, las flores tienen un cierto grado de inteligencia.
–¡Pero seguramente no pueden hablar!
–No como hablamos nosotros. Pero contrariamente a lo que la gente piensa, se comunican. Telepáticamente, eso sí, y en imágenes pensadas más que las palabras.
–Entre ellas quizás, pero seguramente...
–Contrariamente a lo que la gente piensa, querida, incluso la comunicación humano-floral es posible, aunque hasta ahora sólo he podido establecer comunicación
en una dirección. Es decir, puedo captar sus pensamientos, pero no enviarles mensajes desde mi mente a la suya.
–Pero... ¿cómo funciona, John?
–Contrariamente a lo que la gente piensa –dijo su marido–, los pensamientos, tanto humanos como florales, son ondas electromagnéticas que pueden ser...
Espera, será más fácil si te lo muestro, cariño.
Llamó a su ayudante que estaba trabajando al otro lado de la habitación:
–Señorita Wilson, ¿podría traer el comunicador?
La señorita Wilson trajo el comunicador. Era una cinta para la cabeza de la que salía un cable que llegaba a una barra delgada con un asa aislada. El doctor
Michaelson puso la cinta alrededor de la cabeza de su esposa y la barra en su mano.
–Es muy simple de usar –le dijo–. Sujeta la barra cerca de la flor y actuará como una antena que recogerá sus pensamientos. Y así veras, que contrariamente
a lo que la gente piensa...
Pero la señora Michaelson no estaba escuchando a su marido. Estaba sujetando la barra cerca de un macizo de margaritas en el alféizar. Después de un momento
soltó la barra y cogió un pequeño revolver de su bolso. Disparó primero a su marido y después a su ayudante, la señorita Willson.
Contrariamente a lo que la gente piensa, las margaritas hablan.
Traducción y edición digital de Kyo