Texto publicado por Rody Armando Mora

Aprender a leer y escribir en el hospital.

Aprender a leer y escribir en el hospital.

Casi el 10 por ciento de la población de nuestro país tiene diabetes. Los sectores más pobres la padecen el doble. "Tratarla es mucho más que enfocarse en la enfermedad", explica el doctor Gabriel Lijteroff, creador de la primera escuela primaria para diabéticos, una oportunidad para los más vulnerables.

Por Gabriela Navarra. Para LA NACION.

Nací en Santiago del Estero, ahí me crié. No tenía mamá ni papá y no pude ir al colegio. Un día, mi hija me acompañó al hospital y leyó que había una escuela. Empecé este año. Lo que más me gustaría es poder leer un libro. Porque hay muchas cosas que yo no pude saber." Paulina Maldonado, de 67 años, se acurruca casi con vergüenza en su propio regazo y se guarda las lágrimas. Hace 5 años le diagnosticaron diabetes y se trata en el hospital Santamarina de Monte Grande, cabecera del partido de Esteban Echeverría, a 28 kilómetros de la ciudad, bien al sur del conurbano.

Paulina es una de los 84 adultos que sin delantal blanco, pero con un entusiasmo que emociona, estudia (o ya ha pasado por ahí) en la primera escuela primaria para diabéticos del mundo, creada por el doctor Gabriel Lijteroff, un mendocino de 50 años que se radicó en Monte Grande y trabaja en este hospital desde antes del inicio de la Unidad de Diabetología que está a su cargo y por la que concursó hace una década.

Lijteroff, ex presidente de la Federación Argentina de Diabetes (FAD) y director del Comité Científico de esa entidad, detecta fácilmente a los pacientes que no leen ni escriben. "Generalmente se expresan mal -dice-, se pierden porque no toman el colectivo correcto, se equivocan con la medicación oral o calculan mal la dosis de insulina porque no pueden seguir las indicaciones. O no saben medir la dosis porque no conocen los números. Eso afecta al tratamiento. Muchos ponen como excusa que no han traído los anteojos cuando les ofrecemos un texto, algo frecuente en el tratamiento de la diabetes, que se apoya mucho en folletería."

En esos casos, gracias a la cintura que le dan tantos años de médico de hospital y un carisma natural -es campechano, afectuoso y cree en lo que hace-, Lijteroff les propone hacer la primaria y obtener el título oficial, otorgado por la Escuela 713 de adultos de Esteban Echeverría, tras una cursada de dos ciclos de 3 o 4 años, según el ritmo que cada uno tenga. Las clases son de lunes a viernes, de 14 a 17, en un salón asignado por el hospital, con baño incluido. "Para ellos es un cambio radical. Mejoran muchísimo. No vuelven a tener emergencias por descompensaciones", explica satisfecho.

Y hay más: en 2012 comenzó la escuela secundaria para diabéticos, que funciona en la sede del Rotary Club de Luis Guillón, a unas 10 cuadras del hospital. Tiene 23 inscriptos.

La lección pendiente
La gran mayoría del alumnado son mujeres. "Tuvimos algún varón -explica la maestra, María Cristina Isi, orgullosa de estar al frente del grado-, pero no duran. Tal vez les cuesta más aceptar las frustraciones."

Todas comparten aspectos biográficos, e ir a la escuela fue un aspecto postergado. O directamente prohibido. "Mi hermano terminó sexto grado, pero yo no. Me frustraron, la gente antes era así, en mi casa no querían que estudiara ni trabajara... Soy ama de casa. Tengo dos varones grandes. Estoy contenta. La señorita es un amor. Tengo diabetes desde hace unos diez años. Me puedo controlar todos los días. Y ahora estoy muy bien. La doctora me felicitó", dice María Rosa Giorno, de 68 años, quien vive en Luis Guillón y no descarta la posibilidad de seguir la secundaria.

Parece calcada la historia de Lucía Balmori, de 61 años, paraguaya y radicada en el país hace 40. "Me crié en el campo y a la escuela iban los varones -recuerda-. Soy diabética hace 16 años. Me daba vergüenza no saber leer ni escribir. Pensaba que no iba a poder. Pero el doctor me dijo: ¿por qué no pensás en vos? Y vine al día siguiente. Hago los deberes después de lavar los platos."

"Yo no sabía más que firmar -detalla Isabel Ferreira, de Santiago del Estero-. Y venir acá me abrió el entendimiento. Crié a 11 hijos y ahora tengo a mi madre enferma, en Varela. Viajo a cuidarla todos los días y vengo a la clase, aunque me cueste mucho. Cuando era chica no aprendí porque trabajé con cama adentro, y no podía salir."

Mabel Acosta, de 57 años, nació en el Chaco, tuvo 7 hijos y siempre fue empleada en casas de familia. Además de diabetes tiene artritis reumatoidea. "Me trajo mi amiga Ramona López. Está bien aprender a leer y escribir para no depender de otros", dice contenta y su amiga, sentada en el banco de al lado, asiente.

"Soy de Tucumán, pero vivo acá hace 50 años, tengo 65 -expresa Ramona-. No fui al colegio porque era la hermana mayor y trabajaba juntando caña. Mi marido también tiene diabetes y venía a la escuela, pero ahora está muy mal de una pierna y no puede caminar. Trabajé con cama adentro, en una fábrica, en un frigorífico. Siempre viví para los demás. Ahora sé sumar y firmar. Quiero aprender para no depender. La gente no entiende que no sepas leer ni escribir. Preguntás por un colectivo y te dicen: ¿Pero usted no ve?"

Elsa Graciela Maidana, chaqueña, hace 3 años que viene a la escuela y tiene una historia parecida a la de todas. "Mi mamá tuvo 10 hijos y falleció joven, a los 47, de cáncer de útero. Así que crié a mis hermanas. Trabajé en casa de familia. A los 8 vine a Buenos Aires. Nunca pude aprender hasta que empecé a atenderme aquí. Un día mis hijos me dijeron: «Mamá, te llamaron de la escuela». Yo lloraba de la emoción. Me compré el lápiz, la carpetita, todo. Y mis hijos me dicen: «Mami, tenés mejor letra que nosotros»."

También hay historias donde la negligencia o la falta de acceso a oportunidades se mezclan con situaciones de abuso o violencia familiar. Es el caso de Deolinda Sao Joao, de 64, una portuguesa radicada en Monte Grande a quien la escuela la rescató de una relación conyugal nada idílica y le quitó un fantasma que la acompañaba desde años atrás: el miedo a la insulina. Su hermana, también diabética y que tampoco sabía leer, cometió un grave error por ser analfabeta: se dio insulina de más y murió de una hipoglucemia. "Ahora yo sé y estoy muy bien", dice Deolinda, mostrando orgullosa sus valores diarios de glucemia, que ella misma anota. Además, empezó a escribirle a su familia en Portugal, retomó el contacto y le mandaron el pasaje, una decisión que la liberó de la violencia familiar. "Fui, pero quise volver a Monte Grande. Tengo una huerta que sembré con semillas que traje de allá", afirma la mujer, que vende esos productos propios para vivir.

También Melitona Ruiz, de 63 años, una simpatiquísima salteña diabética desde hace mucho, pudo mejorar su nivel de vida. "Tuve 10 hermanos y mi mamá se murió en el parto de una hermanita, cuando yo tenía 2 años. Me crié en la calle, con unas monjitas -relata-. Mi papá era malo, nos pegaba a todos. Vine acá a la escuela, pero no me recibí porque mi viejito (el marido) se me enfermó. Pero ahora sé hacer las cuentas. Yo hago las empanadas y las vendo acá, en el hospital."

"Me crié trabajando en quintas, en La Paz, Entre Ríos -recuerda Odila Vera-. A los 18 vine y me casé, tuve 8 hijos, no pude estudiar. Tengo diabetes hace 7 años. Iba a un médico que me decía: «Tiene un poco alta el azúcar», pero no me daba nada. Por suerte llegué al hospital, y el doctor (Lijteroff) me habló de la escuela. Me encanta leer, pero me cuesta. Lo que a mí me gustaría es leer un libro todo de corrido, si la señorita me ayuda..." Y la señorita, con infinita ternura, le pasa la mano por la cabeza y sabe que en ese gesto le está diciendo que confíe en su esfuerzo, que lo conseguirá.

Las reglas del juego
Gabriel Lijteroff asegura que tratar la diabetes implica no enfocarse sólo en la enfermedad, no sermonear ni retar, y darle gran importancia a la relación humana y aportar contención.

Además de la escuela, donde se enseña sobre la enfermedad y la manera de prevenir sus complicaciones, los pacientes asisten a charlas, tienen a disposición un consultorio de pie diabético, participan de clases de cocina, manualidades y de actividad física: yoga, gimnasia y acqua-gym. Cuenta con la colaboración de la Municipalidad de Esteban Echeverría y varios clubes. Néstor Erreforcho, vicepresidente de la línea de colectivos 501, también es diabético y les provee un pase libre a quienes van a la escuela. Todo es gratuito.

"Si los citamos para que escuchen sobre la enfermedad, no viene nadie -ilustra Lijteroff-. Pero si hacemos un festival y se habla de diabetes o de cómo aprovechar los alimentos, ahí la adhesión es otra. La gente responde cuando es convocada a pasar un momento de esparcimiento." Otro pilar es la Asociación Mano Dulce, el grupo que asiste y contiene a los pacientes del servicio -cerca de 2600- que lo necesiten.

La nutricionista del equipo, Juliana Gazzini, cuenta que parte de su tarea es darles clases a las alumnas para que puedan conocer los valores de los nutrientes, aprender a cocinarlos en forma saludable y hacer rendir un poquito más su acotada economía. Algunas familias, gracias a las gestiones de Graciela Lofiego, licenciada en Trabajo Social, reciben una caja alimentaria, pero la nutricionista se ocupó de hacerla dotar de alimentos más adaptados a los diabéticos. Por ejemplo: endulzante en lugar de azúcar; garbanzos o lentejas en vez de harinas; gelatinas o postrecitos light para preparar en casa, y leche descremada en lugar de entera.

"Acá llegan recién diagnosticados, muy desorientados -dice Juliana Gazzini-. Tenemos la responsabilidad de contenerlos y darles información. Si se van sin eso, los condeno a que vengan dentro de 5 o 6 años, pero con un infarto, una lesión de pies o un problema visual serio."

"Siempre decimos que en otros ámbitos les tocará averiguar qué ocurre con las membranas celulares de las células beta del páncreas -reflexiona Lijteroff-. Nosotros, en cambio, intentamos no perder de vista que la diabetes se asienta en las personas, con toda su problemática. Por eso, la educación es el recurso más preciado del tratamiento. Por ejemplo, los humanos tenemos un mecanismo atávico de no agresión: si a alguien le digo, como médico, que tiene que darse un pinchazo para aplicarse insulina, lo tomará como una agresión si no comprende para qué lo está haciendo."

para estar atentos
TIPOS DE DIABETES

Diabetes tipo 1: el páncreas no produce insulina. Se trata con la aplicación de insulina varias veces por día. Representan entre el 10 y 15 por ciento de los casos. Suele aparecer en la niñez y adolescencia.
Diabetes tipo 2: el páncreas produce menos insulina y las células no pueden utilizarla en forma adecuada (resistencia a la insulina). Son factores de riesgo la herencia y el exceso de peso. Entre el 85 y el 90 por ciento de los casos. Suele aparecer luego de los 45 años, pero por la epidemia de obesidad hay chicos con diabetes tipo 2. Se trata con plan alimentario, actividad física y medicación oral, aunque al cabo de un tiempo demanda también insulina.
Diabetes gestacional: aparece diabetes tipo 2 durante el embarazo. Generalmente se revierte al cabo de la gestación, pero es factor de riesgo para diabetes en el futuro.LAS COMPLICACIONES
Cuando falta insulina o es insuficiente el azúcar no puede entrar en las células y se acumulan niveles anormalmente altos en la sangre (hiperglucemia).
Sin cuidados, la diabetes puede causar problemas de vista, renales, hipertensión arterial, infarto, accidente cerebrovascular, úlceras, infecciones y falta de sensibilidad en pies y piernas.CIFRAS PARA EL DIAGNÓSTICO
Nivel de glucemia en ayunas: se diagnostica diabetes si el resultado es mayor a 126 mg/dL en dos oportunidades.
Examen de hemoglobina glicosilada A1c (un promedio de 3 meses de glucemias).
Normal: menos de 5,7%.
Intolerancia a la glucosa: entre 5,7% y 6,4%.
Diabetes: 6,5% o superior.
Prueba de tolerancia a la glucosa oral (PTGO): se diagnostica diabetes si el nivel de glucosa es superior a 200 mg/dL luego de 30 o 60 minutos después de beber una cantidad de glucosa.SÍNTOMAS HABITUALES
Sed (polidipsia), hambre (polifagia), adelgazamiento, necesidad frecuente de orinar (poliuria).