Texto publicado por Jorge García Leal
El perdón...
¿Quién me lo iba a decir, que para aprender a perdonarme y perdonar iba a tener que quedar ciego? Si me lo hubiera dicho un adivinador, juro por Dios que no le hubiera creído. Sin embargo mas allá de lo que creyera, la experiencia actual de ser ciego me facilitó el proceso.
La palabra perdonar tiene muchas interpretaciones, pero la que me parece mas sencilla es: "la de dejar pasar". Permítanme que les explique...
Cuando tenía el órgano de la vista, podía percibir muchas cosas a través de los ojos. Esos ojos que me llevaron a formarme juicios equivocados y reacciones inadecuadas. Pondré un ejemplo cotidiano como una diferencia de opiniones entre dos personas (obviamente videntes) y que podrían ser tan comunes como entre un esposo y esposa, entre un padre o madre y un hijo, entre una pareja (heterosexual u homosexual), entre dos políticos de diferente idiología partidista, en fin... la lista podría ser interminable. Aparte del lenguaje verbal hay un lenguaje corporal que solo puede ser percibido por los ojos del cuerpo. Cualquier mueca, gesto, actitud corporal que demuestre no estar de acuerdo con la opinión del otro, genera enojo. Imagina el diálogo entre ellos: El papá le está llamando la atención al hijo por haber reprobado una materia en la escuela... el hijo molesto hace una mueca casi imperceptible, pero que al padre no le pasa desapercibida y la interpreta como disgusto o burla de parte del hijo. ¿Te estás burlando? le dice el padre con ira.... y del conflicto de la calificación reprobatoria se pasó al conflicto de la percepción. ¿Pero en realidad el hijo se estaba burlando del padre o lo que el padre vio fue lo que en realidad quería ver para incrementar el conflicto? No todo lo que nos muestran los ojos del cuerpo es lo que realmente está ahí. Solemos ver lo que nuestro cerebro proyecta por lo que la percepción distorsionada nos lleva a juicios erróneos que nos condenan y para ello existe el perdón.
Pero que pasa si soy ciego y no percibo ese lenguaje corporal... simplemente no me afecta. Es como si lo pasara por alto, como si no lo tuviera en cuenta. Y si no lo tengo en cuenta... ¿Cómo podría entonces enojarme? ¡No, no podría sentir un arrebato de ira! Si no siento ira ante tal actitud es que en realidad la estoy perdonando. El perdón en estas circunstancias se hace muy fácil, porque al no percibir tal lenguaje corporal, lo dejo pasar. Es decir que lo perdono. Hagamos como que estamos ciegos para percibir esas malas ondas y verán lo sencillo que es perdonar.
Aprender a perdonarse y a perdonar, no es condonar el mal comportamiento.
Es sanar, es liberarse, es crecer y ser libre.
No es olvidar, ya que a veces se recuerda involuntariamente.
No significa renunciar a la justicia, puedo pedirla.
No es tolerar ni permitir que me sigan haciendo daño.
Tampoco es resignarse ni permitir que sigan humillandome.
No es justificar, la herida está en mi, no en la intención de la otra persona.
Lo malo es malo y lo bueno es bueno.
No es comprender al otro, si no curar mi propia herida.
No es adoptar una actitud de fariseismo.
No perdonamos por ser superiores ni por lástima, sería arrogancia sentirme superior.
No es esconder el dolor ni cambiar el coraje por algo mas sociable, si no por otro patrón de conducta.
No exige expresar verbalmente que he perdonado.
Muchas veces el perdón se nota, puede ser solamente un cambio de actitud.
Es un cambio de percepción de la situación.
Cambiar la propia visión de mi y de los demás y dejarme de ver a mi mismo como víctima.
Es una decisión de la voluntad.
Implica ampliar mis límites, crecer, cambiar una actitud, de aceptar mi responsabilidad, tanto de mi percepción como de lo que siento al respecto.
Es una forma de vida que me cambia de ser víctima a adueñarme de mi vida.
Es cambiar del miedo al amor.
Es posible estar en desacuerdo con algo o con alguién, sin embargo amarlo al mismo tiempo.
Es el reconocimiento pacífico, tranquilo de que todos somos iguales, sin egoismos ni superioridad.
Es liberar el pasado, vivir en el presente, liberar la historia que sucedió y encontrar la paz del momento.
Es crecer, cambiar los mapas mentales, las creencias y las ideas preconcebidas.
Es sanar, es el milagro que me trae la paz, la alegría y la unidad con todos y con cada uno de mis semejantes.
Entonces ¿Quién te hace sufrir? ¿Quién te rompe el corazón? ¿Quién te lastima? ¿Quién te roba la felicidad o te quita la tranquilidad? ¿Quién controla tu vida? ¿Tus padres? ¿Tu pareja? ¿Un antiguo amor? ¿Tu suegra? ¿Tu jefe? Podrías armar toda una lista de sospechosos o culpables. Probablemente sea lo más fácil. De hecho sólo es cuestión de pensar un poco e ir nombrando a todas aquellas personas que no te han dado lo que te mereces, te han tratado mal o simplemente se han ido de tu vida, dejándote un profundo dolor que hasta el día de hoy no entiendes.
Pero ¿sabes? No necesitas buscar nombres. La respuesta es más sencilla de lo que parece, y es que nadie te hace sufrir, te rompe el corazón, te daña o te quita la paz. Nadie tiene la capacidad, a menos que tú se lo permitas, le abras la puerta y le entregues el control de tu vida. Y eso hemos hecho al entregar el control de nuestra vida al ego.
En realidad nada ni nadie te ataca, el otro con su actuar solo te está pidiendo amor, o te está dando amor.
Llegar a pensar con ese nivel de conciencia puede ser un gran reto, pero no es tan complicado como parece. Se vuelve mucho más sencillo cuando comprendemos que lo que está en juego es nuestra propia felicidad. Y definitivamente el peor lugar para colocarla es en la mente del ego, en sus pensamientos, comentarios o decisiones.
Así que cada día estoy más convencido de que el hombre sufre no por lo que le pasa, sino por lo que interpreta de lo que le pasa, muchas veces sufrimos por tratar de darle respuesta a preguntas que taladran nuestra mente como: ¿Por qué no me llamó? ¿No piensa buscarme? ¿Por qué no me dijo lo que yo quería escuchar? ¿Por qué hizo lo que más me molesta? ¿Por qué se me quedó viendo feo? ¿Por qué se murió? y muchas otras que por razones de espacio voy a omitir. No se sufre por la acción de la otra persona, sino por lo que sentimos, pensamos, creémos e interpretamos de lo que hizo, por consecuencia directa de haberle dado el control al ego y lo más curioso e injusto del asunto es que la gran mayoría de las personas, que creemos que nos "lastimaron", siguen sus vidas como si nada hubiera pasado; algunas inclusive ni se llegan a enterar de todo el teatro que estás viviendo en tu mente. No podemos pasarnos la vida cediendo el poder al ego, porque nos convertimos en marionetas de sus pensamientos y acciones.
De todo esto puedo concluir que ahora ciego tengo mayor visión que cuando me confiaba a la percepción visual corporal. ¡Tú qué opinas?