Texto publicado por Isabel Blanco
Homenaje a las guerreras del waterpolo español.
Las gradas a flor de piel, alegría ensordecedora en cada movimiento español, cuatro mil gargantas en las piscinas Picornell multiplicadas por las que animaban desde el televisor. Tocaba esta vez conseguir lo imposible para la selección española de waterpolo femenino, un oro que tenían ganado en los corazones de los miles de seguidores que han generado con su inquebrantable pasión en el agua. Un oro que se diluyó entre los dedos en los Juegos Olímpicos y que se agarró con fuerza ayer, ante Australia, en una final dominada de principio a fin por las chicas de Miki Oca. España, por fin, se coronaba en lo más alto del waterpolo mundial, España ya no es un equipo de sorpresa, sino una realidad construida en ilusión y muchas horas de esfuerzo y trabajo.
El partido se había jugado tantas veces en la cabeza de las protagonistas, solo faltaba plasmarlo en la piscina y el plan salió a la perfección. Se ganó el primer esprint y con él la confianza, el dulce sabor de que psicológicamente la selección ya iba por delante de Australia. Poco importaron los centímetros de ventaja, la mayor envergadura de las australianas. La sonrisa de Laura Ester, perenne durante el encuentro, presagió el premio que se soñaba y que terminó por hacerse real. Las españolas aprovecharon con metódico ejercicio sus superioridades. Así llegaron los primeros cuatro goles, y se fortalecieron atrás, con una Ester imperial que se convirtió en un gigante en la portería. Ocho mil brazos trataron de evitar los tantos de Webster, ocho mil brazos empujaron el de Roser Tarragó para subir el quinto desde la mitad de campo, a unos segundos del descanso.
Gol a gol, el tiempo fue pasando y la distancia de dos tantos se mantuvo como medida de seguridad. Se fue ganando en cada cuarto y apenas hubo distracciones. Solo las dos expulsiones de Anni Espar, casi consecutivas, hicieron sonar las alarmas en el conjunto español. Sin embargo, la concentración continuó, se superaron los contratiempos y el oro se fue dibujando cada vez más claro.
Australia, empequeñecida en una piscina que solo tenía color español, notó la presión y a sus lanzadoras, líderes en goles con 88 en todo el Mundial, se les encogió el brazo mientras que Tarragó, Pareja, Ortí, Miranda, Peña, Blas, Espar y compañía se hacían cada vez más grandes. A pesar de los minutos acumulados, los pases entre las españolas se hicieron cada vez más precisos y rápidos, y los «olés» de la grada se hicieron la banda sonora de una segunda parte en la que ya se marcaba el título. Quedaba un mundo, pero la sonrisa de Ester se hacía cada vez más amplia conforme enlazaba parada tras parada. Tuvo el descaro de parar un penalti muy discutido cuando llegó el cansancio y las australianas se despertaron de la pesadilla.
No tuvieron opción de venirse arriba porque Oca recondujo las energías hacia la confianza y la concentración. Solo quedaba aguantar y a falta de dos minutos, la diferencia de tres goles hacía bombear el corazón de las nadadoras y de toda la afición. Se borró de la mente la final perdida en el Europeo, la final perdida en Londres y se apareció más cerca que nunca un oro labrado en pabellones casi vacíos durante el año y en la calidad humana de un grupo que regaló ilusión a un país tan falto de alegrías.
Oca pidió calma hasta el final, pero en el banquillo se susurró el «campeonas, campeonas» a falta de un minuto. Sesenta intensos segundos que cantó la grada, y todo un país, que estalló en júbilo cuando se pitó el final del partido. Jugadoras y entrenadores mezclaron las lágrimas en un baño triunfal colectivo. Pareja fue la mejor jugadora del campeonato; Ester, la mejor portera; y el equipo entero, un oro mundial salido del corazón de todo un país.
fuente: A B C.