Texto publicado por SUEÑOS;

el narrador de cuento.

EL NARRADOR DE CUENTOS
Por Saki (Héctor H. Munro, 1870-1916)

Era una tarde calurosa y el coche del tren estaba sofocante como
correspondía; la próxima parada era Templecombe, a una hora de viaje.
Los ocupantes del compartimento eran una niña pequeña, una más pequeña
y un niño pequeño. Una tía de los niños ocupaba el asiento de una
esquina, y en el rincón más alejado del otro lado, iba un señor solo
que era extraño al grupo, pero las niñas pequeñas y el niño se habían
adueñado del compartimento. Tanto la tía como los niños practicaban
la conversación de un modo limitado y persistente, que recordaba las
atenciones de una mosca casera cuando se niega a desanimarse. La
mayoría de las frases de la tía parecían comenzar por "no hagas" y
casi todo lo que decían los niños empezaba con un "¿por qué?". El
hombre solo no decía nada en voz alta.
- No, Cyril, no - exclamó la tía, cuando el pequeño comenzó a golpear
los cojines del asiento produciendo una nube de polvo a cada golpe.
- Ven y mira por la ventana - agregó. El niño se acercó de mala gana
a la ventana.
- ¿Por qué están sacando esas ovejas del potrero? - preguntó.
- Me parece que las están llevando a otro potrero donde hay más pasto.
- dijo débilmente la tía.
- Pero si hay montones de pasto en ese potrero - protestó el niño -,
no hay sino pasto. Tía, hay montones de pasto.
- Tal vez el pasto del otro potrero es mejor - sugirió la tía a la ligera.
- ¿Por qué es mejor? - fue la pregunta inmediata e inevitable.
- ¡Mira esas vacas! - exclamó la tía. En casi todos los potreros a lo
largo de la vía férrea había vacas y novillos, pero la tía hablaba
como si hubiera descubierto una rareza.
- ¿Por qué es mejor el pasto de otro potrero? - insistía Cyril.
El hombre solo comenzó a fruncir el ceño. -Era un hombre duro y
desconsiderado, decidió la tía en su interior-. Ella era
completamente incapaz de llegar a ninguna conclusión satisfactoria
sobre el pasto del otro potrero.
La niña más chiquita creó una variante cuando comenzó a recitar "por
el camino de Mandalay". No se sabía sino el primer renglón, pero
hacía el máximo uso posible de sus limitados conocimientos. Repetía
el renglón una y otra vez con una voz ensoñadora pero resuelta y muy
audible; al hombre le parecía como si alguien le hubiera apostado a
que no era capaz de decir el renglón en voz alta dos mil veces sin
parar. Cualquiera que fuera quien lo había apostado parecía estar
perdiendo.
- Vengan aquí y les cuento un cuento - dijo la tía, cuando el señor la
miró a ella dos veces y luego miró la cuerda de la alarma.
Los niños se acercaron a la tía sin ningún interés. Era evidente que,
con ellos no gozaba de gran fama como contadora de cuentos. En voz
baja y confidencial, interrumpida a intervalos frecuentes por las
preguntas petulantes hechas en voz alta por sus oyentes, empezó a
contar una poco animada historia, deplorablemente insulsa, sobre una
niñita que era buena, y se hacía amiga de todo el mundo por lo buena
que era, y al final la gente la salvaba de un toro bravo por que
admiraban su carácter moral.
- ¿No la hubieran salvado si no hubiera sido buena? - preguntó la más
grande de las niñitas. Era exactamente la pregunta que hubiera
querido hacer el hombre.
- Bueno, sí - admitió la tía de manera insegura -, pero no creo que
hubieran corrido tan rápidamente a ayudarle si no la hubieran querido
tanto.
- Es el cuento más estúpido que he oído - dijo la mayor de las niñitas
con inmensa convicción.
- No atendí después de la primera parte, era tan estúpido - dijo Cyril.
La niña más pequeña no hizo ningún comentario sobre el cuento, pero
hacía rato que había vuelto a repetir en voz baja su renglón favorito.
- No parece usted un éxito como contadora de cuentos - dijo de pronto
el hombre desde su rincón.
La tía saltó inmediatamente a defenderse del ataque inesperado.
- Es un asunto muy complicado contar cuentos que los niños puedan
entender y apreciar al mismo tiempo - dijo secamente.
- No estoy de acuerdo con usted - dijo el señor.
- Tal vez le gustaría contarles un cuento - fue la réplica de la tía.
- Cuéntenos un cuento - le pidió la mayor de las niñas.
- Había una vez - empezó el señor -, una niñita llamada Bertha, que
era extraordinariamente buena.
El interés de los niños, despierto durante unos instantes empezó a
decaer al momento; todos los cuentos se parecían horriblemente, sin
importar quien los contara.
- Hacía todo lo que le decían, siempre decía la verdad, mantenía su
ropa limpia, se comía las galletas como si fueran tarta de bodas, se
aprendía las lecciones a la perfección, y era de muy buenos modales.
- ¿Era bonita? - preguntó la mayor de las niñas.
- No tan bonita como ustedes - dijo el señor -, pero espantosamente buena.
Hubo una ondulante reacción a favor del cuento, la palabra espantoso
en conexión con la bondad era una novedad que se ensalzaba a sí misma.
Parecía introducir un tono de verdad que estaba ausente de los cuentos
de la tía sobre la vida infantil.
- Era tan buena - continuó el señor -, que se ganó varias medallas de
bondad, que siempre llevaba pegadas al vestido con alfileres. Tenía
una medalla de obediencia, otra de puntualidad, y una tercera de buena
conducta. Eran grandes medallas de metal y tintineaban una contra
otra cuando ella caminaba. Ningún otro niño en la ciudad donde vivía
tenía tantas medallas, de modo que todo el mundo sabía que ella debía
ser una niña superbuena.
- Espantosamente buena - repitió Cyril.
- Todo el mundo hablaba de su bondad, y el príncipe del país llegó a
saber de ella, y dijo que como era tan buena tenía permiso para ir una
vez a la semana a pasear por el parque real, que quedaba en las
afueras de la ciudad. Era un bello parque y a ningún niño se le
permitía entrar, de modo que era un gran honor para Bertha que la
dejaran visitarlo.
- ¿Había ovejas en el parque? - preguntó Cyril.
- No - dijo el señor -, no había ovejas.
- ¿Por qué no había ovejas? - fue la pregunta siguiente a esa respuesta.
La tía se permitió una sonrisa, que hubiera podido describirse como
una mueca de burla.
- No había ovejas en el parque - dijo el señor -, porque la madre del
príncipe había soñado que a su hijo lo mataría o una oveja o un reloj
que le cayera encima. Por esa razón el príncipe nunca tuvo ni ovejas
en el parque ni relojes en su palacio.
- ¿Al príncipe lo mató una oveja o un reloj? - preguntó Cyril.
- Sigue vivo, de modo que no sabemos si el sueño se cumplirá - dijo el
señor con tono despreocupado-, de todas maneras, no había ovejas en el
parque pero sí montones de cerditos corriendo por todas partes.
- ¿De qué color eran?
- Negros con las caras blancas, blancos con manchas negras, negros del
todo, grises con parches blancos, y algunos completamente blancos.
El narrador hizo una pausa para dejar que la idea completa del parque
y sus tesoros entrara en la imaginación de los niños; luego continuó:
- Bertha se puso bastante triste por no encontrar flores en el parque.
Les había prometido a sus tías, con lágrimas en los ojos, que no
cortaría ni una sola de las flores del bondadoso príncipe, y pensaba
cumplir su promesa, de modo que, por supuesto, no encontrar flores que
cortar la hacía sentirse tonta.
- ¿Por qué no había flores?
- Porque los cerdos se las habían comido todas - dijo el señor con
prontitud -. Los jardineros le habían dicho al príncipe que no podía
tener flores y cerdos juntos, así que decidió tener cerdos y no
flores.
Hubo un murmullo de aprobación ante la excelente decisión del
príncipe, mucha gente hubiera decidido lo contrario.
- El parque tenía muchas otras cosas deliciosas. Había estanques con
peces dorados, azules y verdes, y árboles con loros preciosos que
decían cosas inteligentes apenas se les hablaba, y pájaros cantores
que se sabían todas las tonadas populares de moda. Bertha se paseaba
de un lado a otro y gozaba inmensamente y pensaba: "Si yo no fuera
tan extraordinariamente buena, no me hubieran dejado venir a este
bello parque y gozar de todo lo que hay en él", y sus tres medallas
tintineaban y le ayudaban a recordar lo maravillosamente buena que
era. Justo en ese momento, un enorme lobo entró a merodear en el
parque a ver si podía agarrar un cerdito gordo para comérselo en la
cena.
- ¿De qué color era? - preguntaron los niños, mientras su interés
aumentaba por momentos.
- De color barro por completo, con la lengua negra y unos ojos grises
claros que brillaban con ferocidad indecible. Lo primero que vio en
el parque fue a Bertha; su delantal estaba tan inmaculadamente blanco
y limpio que se podía notar a gran distancia. Bertha vio que el lobo
se dirigía hacia ella, y empezó a desear que nunca la hubieran dejado
entrar al parque. Corrió lo más rápido que pudo, y el lobo se le vino
detrás a grandes saltos. Logró llegar a un macizo de arbustos de
mirto y se escondió en la parte más espesa. El lobo olfateaba entre
las ramas, con la negra lengua afuera del hocico y los ojos grises
claros brillantes de rabia. Bertha estaba espantosamente aterrada, y
decía para sí misma: "si no hubiera sido tan extraordinariamente
buena ahora estaría a salvo en el pueblo". Sin embargo, el aroma del
mirto era tan fuerte que el lobo no podía olfatear a Bertha en su
escondite, y los arbustos eran tan espesos que hubiera podido buscar
mucho tiempo sin encontrarla, de modo que pensó que sería mejor irse a
cazar más bien un cerdito. Bertha temblaba fuertemente con el susto
de tener al lobo olfateando tan cerca, y al temblar, la medalla de
obediencia golpeaba contra las de buena conducta y puntualidad. El
lobo ya se marchaba cuando oyó el ruido de las medallas que
tintineaban y se detuvo a escuchar; sonaron otra vez en un arbusto muy
cercano. Se lanzó entre los arbustos, con un resplandor de ferocidad
y de triunfo en los ojos grises claros, y arrastró a Bertha y la
devoró hasta el último trocito. Todo lo que quedó de ella fueron los
zapatos, pedazos de ropa, y las tres medallas ganadas por su bondad.
- ¿Alguno de los cerditos murió?
- No, todos se salvaron.
- El cuento empezó mal - dijo la menor de las niñas -, pero tiene un
final muy bonito.
- Es el cuento más bonito que he oído en mi vida - dijo la mayor de
las niñas, con inmensa decisión.
- Es el único cuento bonito que yo he oído en mi vida - dijo Cyril.
- ¡Es un cuento muy poco apropiado para niños pequeños! Usted ha
socavado los efectos de años de enseñanza cuidadosa.
- De cualquier modo - dijo el señor, recogiendo sus pertenencias para
bajarse del vagón - los tuve quietos diez minutos, que fue más de lo
que usted pudo hacer.
"¡Infeliz mujer! - observó para sí mismo mientras recorría el andén de
la estación de Templecombe -; durante los próximos seis meses o algo
así, esos niñitos la acosarán en público para que les cuente un cuento
poco apropiado."

FIN
-------
"El hombre es un animal domesticado que a lo largo de los siglos ha
dominado a los otros animales por medio del fraude, la violencia y la
crueldad."
(Charlie Chaplin)
"La ley, en su majestuosa equidad, prohíbe tanto al rico como al pobre
dormir bajo los puentes, mendigar en las calles y robar pan."
(Anatole France)
"No es verdad que los días lluviosos sean los peores; son los únicos
en los que puedes caminar con la cabeza en alto aunque llores."
(Jim Morrison)