Texto publicado por starchild

(Relato Propio) Klanan, capítulo 2. Tarnis.

os dejo el capítulo dos de Klanan, algo más movidito pero también un poco más corto. Disfrutadlo.

Klanan:
Capítulo 2. Tarnis.

Tarnis, quizá el reino más rico y poderoso de Klanan, es un conjunto de pueblos situados al sur de la frontera que delimita con los cuatro puntos. Es una de las regiones más cálidas y desérticas del mundo, sin ríos ni costa por encontrarse casi en el centro del mundo conocido. Sus habitantes son en su mayoría, expertos en la forja de arma y armaduras. La mayoría de Klanan, por no decir toda, lleva siglos en paz y armonía. Pero en estas tierras de Tarnis, siempre ha predominado una extrema obsesión por la prevención de ataques y defensa de la población. Orgullosos en su mayor parte, los ciudadanos de este reino aseguraban que, el día que sucediese algún cataclismo, ataque masivo o algún tipo de evento destructivo, Tarnis sería el único que sobreviviría al ataque manteniéndose glorioso. También podían presumir de poseer el metal puro, debido a que era uno de los reinos encargados en comerciar con los hombres de roca. De esta forma, sus armas en general eran indestructibles al absorber la fuerza de los golpes recibidos. Pero esta actitud acabaría pronto, debido a que Los hombres de Roca cerraron el comercio con los habitantes de este reino.
Tarktarus era la capital de Tarnis, situada en el centro de este reino. Una ciudad con enormes murallas de pared lisa y piedra gruesa, prácticamente inexpugnables, y puertas vigiladas por fornidos soldados pertenecientes a la armada de Tarnis. Las casas igualmente eran bastante grandes y construidas también de piedra de gran calidad, debido a que Tarktarus era una población destinada exclusivamente a los nobles y gente adinerada, ya que llevaba un nivel de vida que pocas personas de clase media se podían permitir. Justo en el centro de la misma ciudad, se hallaba un enorme edificio de 3 plantas, con ventanales y rodeado y vigilado también por soldados. Se trataba del palacio del gobernador de Tarnis. El lugar donde se gestionaban todos los recursos y trámites administrativos de todo el reino. Cada Pueblo en tarnis tenía su comisión de gobierno, pero debido a la estricta jerarquía política que este reino usaba, si el gobernador decretaba alguna ley impuesta a una comisión, esta debía acatarla sin ninguna respuesta de rebatimiento o sugerencia. De lo contrario, el castigo más común era interrumpir temporalmente el saneamiento económico proveniente de la política central, de forma que el pueblo que sufriese esta desgracia no recibiese dinero ni ayudas del sistema central, teniendo que vérselas exclusivamente con su economía de una forma autosuficiente. Franklin era actualmente el Gobernador de Tarnis, y en este momento se encontraba sentado en la sala del trono, dando órdenes a sus súbditos. Era una persona ya entrada en años, con un pelo canoso que le caía a los dos lados de la cara. Su cara estaba salpicada de arrugas y sus grandes ojos negros, siempre escudriñando de lado a lado, imponían serenidad, y al mismo tiempo, inquietud. Su gran boca pronunció algunas palabras de una forma serena y fría.
--Han pasado cinco días y no he recibido noticias de mis soldados, estoy preocupado, ¿Qué debería hacer?
--Señor, -Dijo la persona que se encontraba sentada a su derecha.- A estas alturas sus hombres puede que ya no estén vivos. Creo que usted ya sabía de antemano que cabía la posibilidad de perderlos en este tipo de ofensiva, debido que a pesar de que eran bastante numerosos comparado con los Salvajes, estaban en terreno completamente desconocido para ellos. Pienso que lo más sensato es esperar una semana, si han conseguido aunque fuese provocar una ofensiva, dese por seguro que recibirá una respuesta por parte de los salvajes.
--Son invéciles esos salvajes. Parece mentira que no sepan como funciona un sistema económico. Supuestamente estábamos unidos por el libre comercio de materiales y ellos han roto el tratado. Antes de que se adelantasen a un posible ataque, fue mejor realizar este ataque preventivo, estoy segurísimo que nos están preparando algo realmente feo y sucio, no se puede confiar en ellos.
--Entiendo señor. ¿Necesita algo de beber? Le noto bastante tenso.
--Sí por favor, tráigame un vino –Dijo él sonriendo mientras la figura femenina se alejaba rápidamente. Era Lynda, su consejera. La única persona en quien confiaba más para discutir asuntos de gobierno y encrucijadas de decisión. Además, de que era su esposa.
Ya se levantaba el sol de medio día y comenzó a notar un tremendo calor proveniente del ventanal situado a sus espaldas. La ciudad ya bullía en su pleno auge de tránsito y todos los establecimientos ya llevaban buena parte del día abiertos. La gente iba y venía, hacía sus compras, arreglaban trámites bancarios, jugaban y reían en las posadas y por lo general, todo fluía en un auténtico orden custodiado por la guardia de la ciudad. Pero nadie podía luchar contra el calor inminente que se alzaba en aquel lugar, cosa que inmediatamente notó la pequeña Holey al salir de su casa acompañada por su madre, y notar una ráfaga de aire caliente que le dio en la frente. Cerraron la puerta de la casa y se dirigieron calle abajo.
--Tengo mucho calor mamá. ¿No podemos comprar algo para beber?
--Espera a que lleguemos a la plaza central, está dos calles más adelante y te compraré agua refrigerada.
--Vale –Dijo la niña medio fastidiada mientras se secaba algo de sudor de la frente- Pero esta vez si me lo compras, ¿Eh? Que la última vez…
--La última vez el sol ya estaba en su declive y comenzó a hacer frío –Dijo la madre con una voz algo cansada mientras llegaban a un cruce, de calles, en el cual se tuvieron que apartar para dejar pasar a una carreta tirada por fornidas monturas. Avanzaron por un callejón estrecho y edificios altos, en el cual un suave aire fresco hizo que la pequeña Holey respirase aliviada al notar que le alcanzaba en la frente mojada de sudor. Continuaron avanzando mientras observaban una gran figura fornida, parapetada junto a una puerta cerrada.
--Mamá, tengo mucho miedo. ¿Qué es eso?
--Tranquila –Dijo Anacleta, nerviosa.- Simplemente no debemos acercarnos a él.
--¿Acercaros a quién? –Habló una voz profunda justo a la derecha de la pareja. Ni siquiera notaron que la figura se había desplazado y movido hacia su posición. El rostro humano de un gran y alto hombre con brazos como roca se encontraba justo al lado de ellas, balanceando una de sus extremidades peligrosamente por encima de las cabezas de estas dos personas.
--¿Dónde se encuentra el palacio del gobernador?
--Disculpe… Pero no hablamos con extraños. –Dijo la madre nerviosa-. Creo que sería mejor…
Un grito de horror salió de la boca de la mujer mientras los dos brazos la empujaron e hicieron chocar contra la pared del edificio que tenía tras la espalda, grito el cual inmediatamente se apagó tras el impacto, dando paso a un leve quejido de dolor. La madre se sacudía temblando acurrucada y apoyada en la pared del edificio mientras el monstruoso hombre de roca se encontraba con el brazo apoyado sobre ella. La niña comenzaba a gritar mientras este, tranquilamente hablaba con palabras pausadas.
--Escúchame. Mis gentes conocen estas tierras mucho antes que vuestra raza. Y deberías…
--Deberías apartarte antes de que venga la guardia Real.
--¿Estás segura? ¿Acaso no están ya demasiado cerca?
--¡Deténgase y aléjese de las mujeres!
Dos soldados armados hasta los dientes y empuñando enormes espadas se acercaban peligrosamente hacia el hombre fornido. Este dejó de apresar a la mujer para acto seguido levantar las dos manos y extenderlas a ambos lados del callejón. Solo los tuvo que golpear dos veces para que un chorro de sangre empezase a brotar por sus rostros. EL tercer golpe les partió el cráneo, y el cuarto, hizo saltar la materia espesa que comenzó a deslizarse por la cara rota. Después, se desplomaron sin más, haciendo sus armas un ruido metálico al caer, acompañado por los gritos histéricos de la pequeña Holey.
Franklin continuó su discurso después del breve descanso al cual se tuvo que someter forzadamente para no acabar mentalmente exhausto. Fueron 12 horas ininterrumpidas de reformas políticas y tratados comarcales.
--El sistema central declara –Continuó mientras algunas personas copiaban todo lo que decía en pergaminos- y en nombre del máximo gobernador y señor del imperio de Tarnis, en primer lugar, la consideración de levantar la interrupción económica hacia el poblado de Lowmas, pues se ha considerado que 6 meses fuera del saneamiento económico central ha sido suficiente como condena y castigo para su jefe de gobierno, autoridades y ciudadanía perteneciente al mismo. De esta forma, el pueblo de Lowmas vuelve a gozar de todos los favores y la gracia de pertenecer a este nuestro gran imperio. Bajo la autoría de Franklin Misanami, máximo gobernador de tarnis. Fin del comunicado.
Todos los encargados de transcribir levantaron la vista de sus pergaminos y esperaron a que el gobernador siguiese hablando.
--Seleccionad el manuscrito con la mejor caligrafía y que los caminaplanos lo manden a Lowmas mediante transporte seguro.
Los encargados de caligrafiar fueron saliendo uno a uno de la sala, la cual iba quedando desierta. El gobernador volvió a hablar.
--Guardias, traed al siguiente grupo de asistentes.
Pero nadie respondió, y la sala en la que solo se encontraban Franklin y Lynda a solas, les devolvió el silencio adornado exclusivamente por los pájaros que cantaban alegremente fuera.
--He dicho que escolten al siguiente grupo, ¿Entendido? –Vociferó el gobernador. Lynda se levantó y se predisponía a abandonar la sala, cuando una voz a su derecha, con un tono grave y sepulcral habló.
--Tus guardias te han abandonado, de la misma forma que lo hará esta preciosidad.
Lynda tomó aire para tratar de exhalar un grito de terror, cuando un enorme pié golpeó su barbilla deslizando su cabeza hacia atrás y dejándola caer tendida al suelo al momento que se quejaba levemente. Aquel hombretón golpeaba con furia sin cesar el cuello de la chica, mientras Franklin lanzaba un grito de negación, hasta que la cabeza de la mujer abandonó el cuerpo inerte.
Sin tratar de perder la calma se levantó, y se miró entre sus ropas desesperadamente.
--Delegaste tanta confianza en los que te protegían que no guardaste nada de protección para ti.
Quiso correr, pero inmediatamente el gran ser levantó su pierna y girando sobre si mismo, encajó dos patadas en las dos piernas del individuo, haciéndole caer de dolor. Este intentó levantarse pero tenía las piernas completamente hinchadas, y los tendones de donde recibió el golpe le impedían moverlas. Sorprendentemente el hombre de roca no continuó atacándolo, pero lo miró fijamente a los ojos. Las dos miradas de hielo contactaron.
--Tranquilo, para tu desgracia, todavía te queda más tiempo al mando de este… Gran imperio.
Pronunció las dos últimas palabras con un deje de burla y amargura en la voz. Acto seguido, el salvaje se dirigió a la ventana, la abrió, y de un gran brinco saltó por ella.
Franklin se quedó contemplando el rostro de su esposa, muerta. La cual yacía con la cabeza echada hacia atrás y con algunos huesecillos desparramados cerca de la garganta cercenada. En el momento que pudo volver a moverse con normalidad, se levantó y se dirigió corriendo hacia la puerta.

Los soldados de abajo habían visto saltar a aquella figura que se alejaba del palacio a una velocidad impresionante. Inmediatamente desenvainaron sus espadas y comenzaron a correr tras la sombra, la cual era complicado distinguir en muchos casos.
Continuaron a la carrera, y el ser adelantó a una carreta de caballos por la derecha, la cual no se percató. El conductor si se sorprendió al ver a todos los soldados reales del castillo pidiendo paso.
Pero la sombra ya a penas se veía. Los soldados continuaron la carrera y se separaron por dos callejones alternativos, paralelos, hasta que alguien gritó.
--Por aquí!

Franklin corría por los pasillos, dejando atrás cadáveres de soldados y guardias. Junto a uno de ellos vio en el suelo, escrito en sangre una serie de palabras las cuales trató de memorizar, no había tiempo para reflexionar. Bajó unas grandes escaleras y llegó a otro pasillo en el que abrió una puerta donde se encontraban algunos sirvientes comiendo.
--¡Emergencia! ¡El palacio ha sido asaltado! ¡Manden a todo el ejército real a persecución, ¡Ya!

La sombra se escurría fácilmente entre la gente y las calles. Los niños y las mujeres gritaban al verla pasar y los hombres se apartaban rápidamente. Estaban cerca de la muralla, ni si quiera los caballos de los soldados podían alcanzarla. Acto seguido una voz gritó.
--Acorraladla, ¡La pared es completamente lisa!
Pero al parecer no lo era para los pegajosos pies del gran hombre, el cual se descalzó y comenzó a escalar la pared sin ningún tipo de inseguridad.
--¡Los arqueros!
Las flechas comenzaron a impactar con la piel de la figura, las cuales se hundían en la carne sin provocar cortes o sangre al principio. Al cavo de un tiempo los impactos en la espalda y la nuca comenzaron a abrir heridas, pero la figura ya se encontraba justo en la parte alta de la muralla. Rió y se dio la vuelta, observando desde lo alto a los soldados. Un arquero apuntó directamente a la zona donde pensaba que estaba el pecho, y dio justo debajo de este. El impacto, hizo tambalearse a la figura hacia atrás, la cual se impulsó con los pies, y se perdió de vista por el otro lado de la muralla.

Franklin había visto todo lo que había sucedido. Los soldados se dirigían hacia uno de los portales de entrada para disponerse a salir y averiguar que se encontrarían al otro lado. Pero él, no podría abandonar la ciudad. Simplemente, quedarse, y esperar noticias de la persecución, o como sucedió la última vez, no esperar nada. Pero le volvieron a la mente esas palabras que vio dibujadas en sangre, en el suelo de su palacio, junto a gran parte de su guardia real abatida, la mayoría muertos con sus propias armas, clavadas en el pecho.

“El daño ajeno provocado por filo ajeno, se paga con daño propio, provocado por filo propio”.