Texto publicado por Belié Beltrán

Un cuentecito para los que gustan de la música

El camión de la basura sonaba Ride Of Balquiries con su claxon. Habúl taconeaba la prisa sobre el cemento. Llegó a la estación del metro con el miedo retumbando a Betoven. .
Llevaba huyendo más de diez años. Siempre perseguido por algún crugido o disparo en el aire. A ratos ralentizaba la huída a ritmo de marcha fúnebre, otras desesperaba. A ratos el miedo era un susurro, en ocasiones pavor golpeando el gong.
Tomó asiento. El tren estaba atestado. Cerró los ojos. A su derecha la estática de los radios de la seguridad, el tintineo de llaves, la respiración asmática de alguna vieja. A izquierda un recién nacido berreando, el tamborileo de alguien sobre los asientos,. En todas direcciones el murmullo de gente que comenta todo, grita, tararéa, ríe. El tren es un caos, ruidoso como son los caos, sin armonía como algunos caos.
Las puertas del tren se abrieron, Habúl sintió en ellas la ejecución de Misoury On Compromised. Salió con tambores en los pies y el pecho.
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Aún recordaba como fue el primer aviso. Llegó al centro, donde quiera el ruido de pisadas que cruzaban sus percusiones con el percutir de teclados, lápices, anuncios por los altavoces. Luego subir escaleras, entrar en pasillos de susurros y gemidos interminables. Pasar por el chirrido de una puerta de cristal, colocarse bajo la voz de algún noticiario de la televisión a esperar el turno. Después, la peor parte: entrar en ¬una sala llena de baches de silencio.
La maquinilla zumbando dentro de la cabeza. La respiración fuera de tiempo a causa de la postura. La voz endeble del sujeto que pronostica un desgaste, planta las semillas del miedo e inicia la persecución.
Cada año, hasta el momento, Habúl volvió a la sala llena de baches de silencio. Cada año Habul encontró menos posibilidades.
La angustia fue un réquiem sin terminar de Mozart. A veces ravel hacía un guiño y todo parecía poder ir bien. Algunas noches soñó con tardes de straus y mañanas de Vivaldi en guitarra. Luego le despertaba un valse triste. Pero últimamente ni eso tenía.
Al salir del metro caminó a casa de Tina. Le atrajo de ella que supiera sobre Tina Torner y su voz de guitarra en sol mayor.
Llegó a la zona de los apartamentos. Un edificio con pinta de merengue sin tambora. Dio tres toques en la puerta, esperó las percusiones de la cerradura y el chirrido al abrirse. Tan pronto entró en el cuarto, decidió irse.
Supo que su oído descendía al dejar de percibir con claridad los nocturnos de Chopán y a Muzorsky. Decidió mudarse a algún sitio de mayor caos, donde la melodía fuera lo de menos.
Antes quiso saber si aún podía reconocer a Wagner en los camiones de basura. Esperó el amanecer para salir a la calle. Al pasar por el contenedor de basura, Habul aguardó.
El claxon sonó a lo lejos. Un estruendo que resonaba en el pecho y los ojos, nada que ver con Ride Of Balquiries. La basura también perdió la melodía.
Se undió. Anduvo en calles sórdidas, mezclas de dembow y Claiderman. Deseó haber intentado hacer que Tina resonara a coltrane al pasar por una esquina sucia de Keny G.
El silencio marchaba hacia él. En la sangre Habul colgó una quena deseando que alguna vez le sople El Cóndor Pasa y elevarse. Las mañanas susurraron el bandoneón salvo al medio día, cuando la tarde se asomaba en el acordeón de Leandro Díaz.
Habúl ya no encontró en las puertas del metro a Misouri On compromised. El miedo no era Betoven, ni la angustia Mozart. Las calles dejaron de reproducir Black Market.
Decidió buscar a Tina. Intentaría llevar a Steven Bay a la entrepierna como si Víctor Woten fuera la ternura. NO debía importar que ella exalte a Keny g o a enrique Chia, hay quienes también viven en el lodo. Si conseguía mantenerla callada quizá sintiera luego de los estertores la habitación envuelta en somer time.
Tina no estaba en casa. Habul volvió a pie a su nuevo hogar. La música se había ido por completo. Quedaba a penas ruido. Silvaba It’s Easi to remember.
Eran pasadas las diez cuando dobló la esquina para llegar a su casa. En el día estuvo lleno del susurro del bandoneón. Para cuando llegó a su casa, incluso dentro de sí, Habúl sentía los compases de adiós Nonino.
Se detuvo frente a su casa. Algo iba a cambiar o a empeorar. Cerró los ojos para escuchar la noche, aún había cesuras en las que entraba la música. Miró la luna, concentrada, ella soplaba una quena en La menor.
Habúl escuchó unos segundos. Esa quena no se hizo con mi fémur, dijo. Entró en la casa y cerró con llave la puerta.