Texto publicado por Germán Marconi
La luz en casa de los demás, de Chiara Gamberale, con emoción para ustedes ...
-¿Qué pasa, pequeñita? -me preguntó Tina.
-Mamá -dije yo. Y del bolsillo del abriguito me saqué una carta.
25 de octubre de 1993
Vida mía:
Te he visto apenas un momento, antes de que una enfermera te llevara a otro sitio. Tenía tantas, tantísimas ganas de conocerte que, por supuesto, tú lo has notado y has venido al mundo dos meses antes de lo previsto.
Minúscula como una almendra, dice el médico.
Por eso ahora tendrás que estar un tiempo en una cajita de cristal: ¡para que dejes de ser una almendra y te transformes en una niña de verdad! El médico me asegura que todo irá bien, pero ¿qué pinto yo en esta cama de hospital si tú no estás conmigo?
Por eso te escribo.
Porque no consigo pensar en nada más que en ti.
Y porque son tantas las cosas que me gustaría darte, desde este mismo momento hasta siempre, y tengo tanto miedo de no ser capaz que, al menos, si algún día lees esta carta, sabrás que lo habré intentado con todas, todas, todas mis fuerzas.
Me gustaría que estuvieras aquí conmigo ahora, pero eso ya te lo he dicho.
Me gustaría, me gustaría, me gustaría.
Me gustaría encontrar para ti un nombre perfecto, uno de esos nombres que, cuando la gente te pregunta «¿Cómo te llamas?», al contestarles tú «Me llamo tal», te dicen: «Pero ¡qué bien te queda ese nombre! ¡Parece hecho a propósito para ti!»
Me gustaría, me gustaría, me gustaría.
Me gustaría haber estudiado un poco mejor mi lengua y haber leído muchos libros bonitos para escribirte una carta con las palabras más hermosas del mundo: pero nunca me gustó mucho el colegio. Y luego, cuando murieron los abuelos, tuve que espabilarme y encontrar trabajo, así que ¡adiós a la cultura!, por no hablar del trabajo que encontré por fin, en la Gestoría de Administración de Fincas Poggio Ameno: siempre estoy lidiando con las cuentas y los impuestos que la gente paga o no paga, ¡vamos, que hago de todo menos utilizar palabras bonitas! Pero una chica a la que conocí gracias a este trabajo, que se llama Lidia, me dijo una vez una cosa que me dio que pensar: «Cuanto mejor sabes utilizar las palabras, en lugar de acercarte, más te alejas de lo que quieres expresar de verdad.» Así que, ¿sabes lo que te digo? ¡Me alegro de no saber escribir bien para decirte todo lo que me gustaría!
Me gustaría, me gustaría, me gustaría.
Darte todo el chocolate que quieras sin que engordes (está riquísimo, mi preferido es el que lleva leche).
Que si tus compañeros de clase se burlan de ti por la razón que sea, tú pienses que los que se equivocan son ellos, no tú.
Hacer muchos viajes contigo (yo ni siquiera tengo pasaporte, pero ahora me lo voy a sacar porque el mundo es enorme, y tú tienes que verlo todo, tienes que conocerlo entero).
Me gustaría que no te pusieras nunca enferma.
Que no te salieran las muelas del juicio (duele muchísimo cuando te las arrancan).
Que te gustaran los sombreros tanto como a mí, así podremos coleccionarlos juntas.
Me gustaría que tuvieras muchos amores tontos, de los que te ponen mariposas en el estómago y te hacen sentir que estás como en una nube: todo el mundo me dice y me repite que, en la vida, el amor no lo es todo, y por supuesto que tienen razón. Pero ¿qué quieres que te diga? Los días más felices de mi vida (sin contar el de hoy, claro), han sido aquellos en que he estado enamorada. A lo mejor de alguien que no valía en absoluto la pena, pero ¿qué más da? No hay nada más bonito en el mundo que despertarse en una cama en la que nunca habías dormido antes y pensar: en este preciso momento no necesito nada más de la vida.
Vamos, que me gustaría que vivieras tantas y tantas mañanas como ésas.
Pero claro, también me gustaría que luego, en un momento dado, encontraras a la persona adecuada (adecuada para ti, quiero decir). Yo no lo he conseguido, pero aún no he perdido la esperanza. El problema es que los hombres se quedan encandilados cuando ven por primera vez una jirafa en el zoo: pero luego en casa prefieren tener un perrito.
Por eso me gustaría que te convirtieras en una persona especial como una jirafa en la ciudad, pero con el instinto doméstico del perrito (que es algo que yo nunca he tenido).
Me gustaría, me gustaría, me gustaría.
Que te gustara bailar.
Que, en los momentos de desesperación, no te diera por envidiar la felicidad, o la suerte o los éxitos de los demás, las certezas, los resultados o la luz en casa de los demás: en todas partes hay cosas buenas y cosas malas.
Me gustaría pensar que siempre serás más fuerte que lo que te pueda pasar en la vida.
Me gustaría enseñarte a cocinar.
Me gustaría enseñarte a conocer los nombres de las plantas (incluso las raras).
Me gustaría que encontraras un amigo, como lo es para mí mi amigo Michelangelo, alguien que, mientras todo lo demás gira y cambia, se quede quieto y esté siempre ahí.
Que aprendieras al menos un idioma extranjero (yo no conozco ninguno y me siento estúpida).
Me gustaría que leyeras esta carta siempre que lo necesites, para que pueda hacerte bien, como a mí hoy me está haciendo bien escribirla.
Me gustaría que, hasta entonces, la guardes siempre, dentro de un sobre, como una especie de amuleto mágico que te protegerá de todas las cosas malas del mundo.
Me gustaría, me gustaría, me gustaría.
Que nos peleáramos el mínimo necesario para entender lo importantes que somos la una para la otra.
Que tuvieras el pelo liso (dicen que tenerlo rizado es un rollo).
Me gustaría que tu padre fuera un astronauta que se pasea por la Luna pero que siempre está pensando en nosotras, y no un hombre como tantos otros, un hombre que vive en la calle Grotta Perfetta 315 y, una tarde de marzo, quizá por aburrimiento, quizá por curiosidad, hizo el amor conmigo en el antiguo lavadero del sexto piso.
Me gustaría, me gustaría, me gustaría.
Que las enfermeras te trajeran aquí cuanto antes.
Porque sé que todos los días nace alguien, pero también, por desgracia, muere alguien. Qué se le va a hacer. Cuando te toca a ti te crees que es la primera vez que ocurre, la primera vez en absoluto. Y hoy me parece que ninguna mujer, aparte de mí, ha sido nunca
Mamá.
Fragmento del libro "La luz en casa de los demás", de chiara Gamberale.