Texto publicado por El Atlante

LA INJUSTA MALA FAMA DEL ACEITE DE COCO.

[Estimada Dra. Jiménez:[/b]

Hace pocos días estuve en la tienda de productos naturales y me encontré con un artículo muy interesante sobre el aceite de coco. Entre otras cosas el autor hablaba de que la mala fama que tiene el aceite de coco es infundada. ¿Podría aclararme si es bueno o malo? Sofía

[b]Estimada Sofía:[/b]

En mi vida profesional como médico, lo que en un tiempo se enseñaba como “verdad absoluta” en pocos años se descubría que era lo contrario.

Muchos resultados de estudios clínicos “bien intencionados”, de investigadores de renombre, fueron seguidos ciegamente por los “médicos” y aplicados a sus pacientes, hasta que alguien más descubrió que no se habían tomado en cuenta otros parámetros importantes, y fueron invalidados. He visto suceder esto más veces de las que quisiera recordar, y con esto quiero decirle que con el avance de la ciencia y las investigaciones, tenemos que estar abiertos a los nuevos hallazgos en materia de salud. Lo que ayer era un rotundo “no”, quizás hoy día sea un rotundo “sí” o un talvez.

En muchas culturas tropicales (Centro y Suramérica, África, Polinesia, partes de la India y Asia), el coco ha sido fuente importante de la alimentación por más de 4000 años. Todas las partes de la fruta han sido utilizadas: pulpa, agua de coco, y la cáscara para fabricar utensilios de cocina y muebles.

En los años 50 fue publicado un estudio en Estados Unidos del investigador David Kritchevsky, señalando que el elevado contenido de colesterol en la dieta de ratas, producía “placas arteriales” (arteriosclerosis) en estos roedores, que contribuía a la enfermedad del corazón. La alarmante elevación de los casos de enfermedad coronaria de la población estadounidense en esos tiempos, hizo que las autoridades de salud tomaran en serio los estudios de Kritchevsky, que anotó que la grasa saturada y el colesterol de fuente animal, elevaba los niveles de colesterol en sangre.

Para inicios de los años 60, la mala fama de los ácidos grasos saturados se había esparcido en Norteamérica, apoyada por la “Asociación Americana del Corazón”, y otras grandes compañías de aceites vegetales. Se llamaba ahora al consumo de ácidos grasos poli insaturados. Así nació la mala fama para el aceite de coco, por su alto contenido de ácidos grasos saturados (dejando de lado los miles de años de historia de tantas culturas, que decían lo contrario).

Y en las últimas cuatro décadas, el aceite de coco desapareció casi por completo de los estantes de los supermercados en los Estados Unidos, siendo sólo utilizado en cosméticos y productos para la piel.

Con el concepto tan erróneamente esparcido de la dieta sin grasa (fat free), el consumidor evita todo tipo de grasas, sin saber que el cuerpo necesita cierto tipo de grasas para estar saludable. No hablo de los aceites procesados y desnaturalizados por el calor, que producen gran daño a la salud, sino ciertos aceites presentes en plantas y animales, que son naturales y necesarios para la salud celular.

Hoy día, casi 50 años después de haber sido publicado el estudio de Kritchevsky, estudios clínicos están empezando a ser publicados, señalando que no “todos” los ácidos grasos saturados elevan el colesterol en la sangre, como ha sido demostrado en poblaciones estudiadas en las islas del Pacífico sur, que su dieta se basa en el aceite de coco.

Los aceites saturados no son todos iguales, contienen tres diferentes sub grupos, llamados: cadena corta, cadena media y cadena larga. Cada uno de ellos con propiedades nutricionales, biológicas y farmacológicas propias, que no han sido tomadas en cuenta por los estudios de investigación hasta ahora.

La mala fama del aceite de coco se debe a su alto porcentaje de grasa saturada. Sin embargo, el mayor porcentaje de ésta es de ácidos grasos de cadena media, ahora anotados con grandes beneficios para la salud. Entre éstos: fácil absorción por el intestino, conversión fácil a energía en el hígado (no tienden a depositarse en grandes cantidades como grasa en el tejido adiposo), ayudan en la absorción de calcio y algunos aminoácidos en el intestino, y tienen propiedades antibacterianas, antiféngicas y antivirales.

Y como todo, un solo nutriente no es nunca el “culpable” de la elevación o disminución del colesterol. El aceite de coco es natural, no ha sido degenerado por el calor, es estable a temperatura ambiente y el cuerpo lo absorbe bien.

Puede dar grandes beneficios si se utiliza con moderación, en una dieta y un estilo de vida saludable.

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