Texto publicado por Belié Beltrán

Capítulo cuarto de mi novela infantil, EL REY DE LAS ADIVINANZAS

IV.

Nata pensaba que cargar con un conguito para todos lados, era una pérdida de tiempo. No lo votaba porque era un regalo deLili. Así que antes de salirde la casita, después de recuperarse por completo, lo tomó junto a su sombrero.
Antonio tomó una tela muy gruesa que tenía guardada en un cajón y con ella leshizo una capa de viaje a los niños. Lili preparó sus cosas y junto a Pañuelo esperó a que Nata estuviera listo para salir. Pañuelo sonreía divertido, aunque estaba preocupado, quería viajar un poco por el monte. Una vez estuvo todo listo, salieron.
El perro se adelantó unos metros. Correteaba de un lado a otro. Se detuvo para ver la escena de despedida que protagonizaban Antonio y los niños; los humanos eran tan raros. Movió las orejas, ladró varias veces y empezó a correr. Con los ladridos, Nata y Lili terminaron las despedidas, fueron tras de Pañuelo.
Bordearían el monte, cruzarían cerca de la iglesia en la que se dice que estaba enterrado un indio, hasta llegar a una costa. Una vez allí tratarían de atravesarla para entrar en una cueva a buscar a alguien que les diga como descubrir los secretos que desvelaban a Nata.
A veces pensaban en la Cabeza seca. Lili aún no podía creer que fuera verdad todo lo que les contó Antonio. Cuando Pañuelo la escuchaba exponer sus dudas, sonreía un poco y como quien lanza un ¡safa! Reanudaba su carrera por los matorrales. A su paso, hurones, solenodontes y jutías escapaban en busca de refugio. El perro se sentía ser el rey del monte; daba gracias al Hueso por no haber mandado a sus dominios uno de esos leones de los que se habla en los cuentos.
Tenían varios días de caminata, estaban cansados. Lili quería darse un baño.
‘No me importa que seas un cochino, no me pasaré una semana sin bañarme.
Nata permanecía callado. Miraba en todas direcciones, en los cuentos siempre la gente empezaba a caminar en círculos y por eso se perdía. Y aunque al final encontraban una ayuda que los salvaba en el último momento, no le gustaría perderse en un monte tan grande. Era una suerte contar con su perro, él tenía muy buena orientación. Pero de todos modos necesitaba perder el menor tiempo posible. También tenían que encontrar otro río, aunque sea un arroyo. Si no se refrescaban acabaría peleándose con su amiga
La noche estaba clara. Al niño le gustaba escuchar la música que el monte producía, aunque la de esta zona sonaba muy distinto a las de Pardavel. Tenía un ritmo molesto, como si no fueran los animales los que cantaran sino alguna criatura con instrumentos.
Lili quería bailar. Cuando pararon para tenderse sobre las capas de viaje que les regaló Antonio, la niña le pidió que bailara un poco con ella. Nata palideció, nunca había bailado, pero no quería decírselo a su amiga.
‘No tenemos tiempo para eso. Es tarde, hay que descansar para mañana seguir nuestro camino.
Dijo el pequeño, para negarse a la invitación. Ella frunció el rostro.
‘Lo que pasa es que crees que soy fea.
Nata no encontraba que hacer. No quería decirle por qué no deseaba bailar, tampoco que pensara que ella era fea.
‘No, no eres fea. En serio tenemos que salir temprano. Además, aquí no hay música para bailar.
Eso era mentira; el monte susurraba un ritmo pegajoso entre sus hojas. La noche parecía repiquetear los compases de un merenguito frondoso. La niña se acercó a Nata, le tomó de la mano; empezó a moverse intentando convencerle. Él empezaba a seguir los pasos de Lili cuando Pañuelo se enloqueció.
El perro comenzó a correr en círculos, más que ladrar, rugía. Los niños le vieron como erizaba los pelos del lomo; sintieron miedo. Algo que sólo pañuelo podía ver, los vigilaba. Lili apretó la mano de su compañero. Nata le dijo que todo estaría bien, que no debía preocuparse, que él la cuidaría.
Los ladridos continuaron quizá dos horas, quizá tres. Sabían que alguien estaba ahí, que les observaban escondidos en los árboles.
El bosque que en un principio sonaba con un ritmo desagradable, luego un merengue, quedó en silencio. Sólo Pañuelo emitía sonidos; incluso él tuvo que callar. Lili se sintió abandonada; aferró con más fuerza el brazo de su amigo. Entonces de las raíces de los árboles surgió una melodía suave, parecida al choque coordinado de distintas piedrecitas.
La melodía incrementaba el volumen. Al choque de piedrecitas se unía el roce de centenares de hojas secas y unos silbidos como los que hacían en pardavel los muchachos con tallos de lechosa, pero este era un sonido triste. La música hacía preguntas, susurraba miedo, desesperación. Pañuelo dejó de ladrar, paró de correr, gruñó ysalió a buscar al enemigo.
Nata quiso detenerlo, prevenirle, recomendarle que tuviera cuidado. El perro fue rápido, se internó en la maleza dispuesto a morder o pelearse con cualquier enemigo. Sus pasos se escuchaban por encima de la melodía que poco a poco reducía su ritmo. Pañuelo se alejaba cada vez más de los niños.
Lili continuaba sujeta del pequeño. Hacía rato que la música había parado de sonar, también que Pañuelo salió a buscar a los enemigos. Sintieron miedo, no a que les fuera ocurrir algo, sino a que su perro estuviera en peligro.
Nata quiso salir también tras Pañuelo, pero no quería dejar sola a su amiga. Tampoco estaba dispuesto a que ella se arriesgara más de la cuenta. No sabían a qué se enfrentaban y no pensaba ponerla en peligro. La niña lo convenció de que fueran juntos a buscar a su amigo.
‘Es mejor que no nos separemos, podemos ayudarnos si estamos juntos.
Lili siguió dándole argumentos a Nata. Estaba convencida de que la peor idea sería no acompañarlo.
‘Además, soy más inteligente que tú. Y si te dejo solo, puedes meterte en sabe dios qué lío.
Sin ningún método para conseguir que Lili le dejara explorar solo el área, Nata la tomó de la mano y siguió el camino que había cogido Pañuelo. Caminaron en silencio, estremeciéndose con el crujir de ramas bajo sus pies. El niño buscó en los bolsillos algo que le pueda servir de defensa; no pudo discimular la frustración de tener apenas el conguito y un cuchillo de mesa. Se detuvo de repente.
‘Necesitamos algo para defendernos. No sabemos qué le pasó a Pañuelo.
Lili lo escuchó pensativa. Tras meditar un poco le sugirió que siguieran caminando, si se les ocurría algún arma, la tomarían.
Poco a poco el monte dejaba atrás los árboles para convertirse en un sendero ancho, de piedras. Tras de ellos avanzaba una marcha de agua. Lili y Nata corrieron en busca de algún lugar donde guarecerse. No hallaron ningún refugio por lo que debieron caminar bajo el aguacero.
Empezaban a desesperarse. Pañuelo no aparecía por parte, tampoco habían huellas suyas. El sendero de piedra cada vez era más ancho, parecía una placeta como la que usaban en Pardavel los muchachos para jugar pelota.
Avanzaban en línea recta, cogidos de la mano, sin saber hacia donde se dirigían. La placeta no paraba de anchar; Lili pensó que parecía un cielo de piedras grises.