Texto publicado por Ma. Guadalupe Hernández Méndez

La venganza es mala...¡pero como deleita!

La venganza es mala…¡pero como deleita!
Para todos mis lectores hoy vengo a relatarles un caso muy original para que se pongan abusados y no se dejen enganchar por las palabras necias de gente sin qué hacer o mejor dicho de gente ociosa…bueno pues llevemos la imaginación hacia cualquier barrio de la ciudad de México, pero uno de esos barrios bravíos en los que hay pleitos de los buenos todos los días, y éste en particular tiene una pequeña oficina desde la cual un joven atiende los teléfonos… ¡ah! Pero déjame decirte que este chico es muy listo y se sabe de memoria muchos números telefónicos con los que tiene contacto continuamente, así que no se le va una.
Y, como diría cachirulo, un buen día pensó en llamar a uno de sus clientes, ya que ahí le contestaba una señorita muy amable y que a fuerza del trato casi diario ya se había hecho su amiga. De manera que le marcó…pero la voz que lo atendió no era de una chica amable precisamente, sino de un hombre y que por cierto estaba muy enfadado, el joven lo advirtió por su forma tosca y grosera de contestarle. Bueno no te escribo lo que le dijeron porque sería muy vulgar de mi parte, confórmate con saber que le mentaron su diez de mayo muchas veces, luego le colgaron el auricular, dejándolo desconcertado y colérico pues por la sorpresa no pudo defenderse. Volvió a marcar y la historia se repitió. Tuvo que hacer tres respiraciones profundas para calmarse, luego tomó un lápiz y anotó el número, hasta entonces se dio cuenta que estaba marcando mal, lo rectificó y por fin pudo hablar con su amiga.
Pero la historia no termina ahí, viene la parte ociosa, porque nuestro personaje anduvo como zombi toda la mañana pensando en el hombre que lo había tratado tan mal sin ningún motivo. Y ¡zas! Le llegó un flechazo, al día siguiente volvería a marcar ese teléfono pero antes de que le dijeran algo él maltrataría al hombre aquel primero. Y en los días subsecuentes lo hizo a una hora fija, así que el pobre ser ya explotaba de rabia al recibir diariamente su ración de bendiciones.
¡ay! Pero la sagacidad de los jóvenes es insaciable, así que nuestro chico, quien parecía un imán para las maltratadas, se topó uno de esos días con un conductor desenfrenado que a parte de darle un pequeño aventón le dio una tremenda mentada de madre, el muchacho, que no era nada dejado, estuvo a punto de contestar pero advirtió que aquel cafre no estaba solo, en el auto iban otros dos sujetos de muy mal aspecto, ¡ah pero lo que descubrió! Ahí en el vidrio trasero tenía la palabra “se vende” seguido por el número telefónico.
Si, seguro ya lo imaginas… le dio el mismo tratamiento que al otro. Hasta que le llegó el segundo flechazo. Tomó el teléfono y llamó al primer sujeto a quien, después de su ración del día, le dio una cita para que desquitara su coraje, el tipo aceptó. A la mañana siguiente se mirarían en el parque cercano, intercambiaron señas para reconocerse, ¡por supuesto! no olvidó decirle que llegaría en un mustang rojo.
Después habló con el otro repitiendo el tratamiento.
Al otro día el parque estaba lleno de jóvenes listos para presenciar la pelea. Mal se estacionaba el del mustang cuando una mole de furia se le vino encima…¡pid! ¡paf! ¡puf! ¡cuas! ¡chin! ¡muafg! Así sonaba la pelea ante un público jubiloso y la risa burlona de nuestro protagonista quien muy satisfecho caminó calle abajo, pues ya era hora de trabajar. Fin
Marylupis…