Texto publicado por Isabel Blanco

El corderito que escuchó su corazón.

Este era un día como todos, solo hay que poner atención a lo que acontece. En esta granja todos los días acaecían sin novedad alguna, algo muy parecido a la vida de algunos de nosotros.
Las ovejas conocían perfectamente su rutina diaria, la que consistía en: comer y descansar. Al parecer algo bueno ¿no? Aunque para algunos, esto pareciera cómodo, para la mayoría no era así. Pero no podían hacer nada, pues estaban sometidas a la voluntad de su cuidador.
Las ovejas siempre habían estado en contra del trato que se les daba, ya que no les parecía justo. Pero no les quedaba de otra, porque no podían hacer nada, o al menos eso les decía su cuidador. El cuidador de antemano sabía que el tiempo no había pasado en vano sobre su granja, pues toda la estructura estaba muy débil y por ende con cualquier esfuerzo para derribarla, esta se vencería fácilmente. Por tal motivo, siempre les hacía creer a las ovejas que sería imposible que escaparan de la granja.
Al igual que en todas partes, en la granja existían ovejas que solo tenían sueños sobre algún día; pero no hacían nada para lograrlo. En cambio había una oveja llamada Lisy, que al igual todas también quería ser libre, pero a diferencia de las demás; ella todas las noches fraguaba planes para poder liberar a sus compañeras y a sí misma. Aunque la mayoría de sus ideas habían fracasado, por lo cual se sentía muy frustrada; más no vencida.
Pronto su esperanza de escapar se veía más distante; pues había quedado preñada, entonces sus planes tendrían que postergarse, porque no podría hacer nada hasta que su corderito naciera y fuera mayor. Cuando pensaba en su situación tenía algunos sentimientos encontrados, ya que tener una cría le causaría mucha alegría; pero por otro lado, se lamentaba por la vida que tendría en aquella granja. Eso la inspiraba a tener más y mejores planes, que por lo pronto no podía aplicar.
Cuando llegó el momento en que Lisy dio a luz ella estaba muy feliz. Era una felicidad eminente, incluso, por un momento se olvidó de tantas tribulaciones. Esos días todos la felicitaron; pues era muy raro ver nacimientos en aquella granja. Todas las noches, Lisy, sentía mucha ternura al ver dormir a Nick (ese era el nombre del corderito), al ver su rostro tan inocente, ya que al ser pequeño, aún no sabía los problemas que más adelante enfrentaría.
Conforme pasaba el tiempo, Lisy, notó algo extraño en Nick; siempre que alguien le hablaba, él no respondía. Al principio creían que era muy tímido, pero no parecía serlo, pues su forma de actuar demostraba todo lo contrario. No pasó mucho tiempo para que Lisy se diera cuenta de lo que pasaba. Nick no escuchaba, eso le partió el corazón a Lisy. Pero a pesar de eso, Lisy lo amaba sobre todas las cosas, y él lo sabía.
El corderito era extrovertido, como cualquier otro. Además tenía la actitud de su madre, de nunca rendirse a pesar de que pareciera que todos sus sueños se caían en pedazos. Nick, a pesar de su condición podía notar el ínfimo valor que se les daba a todos. Pareciera que a su cuidador solo le importaba decirles: Ustedes jamás podrán, no son capaces de eso y nunca lo serán. Y el problema mayor era que esa frase se las repetía con tanta frecuencia, que todos se habían resignado a vivir aprisionados para siempre, incluso Lisy, quien toda su vida intentó ser libre. En pocas palabras; todos habían perdido la esperanza.
Cuando Nick se hizo mayor, sus sufrimientos en la granja también lo fueron, por lo que se vio obligado a intentar escapar. Únicamente estaba esperando una oportunidad, y cuando esta se presentó, Nick, no lo dudó más. Estuvo completamente decidido a derribar el cerco. Cuando todos notaron sus intenciones no lo tomaron en cuenta, ya que a ellos les habían hecho creer que tal hazaña era imposible de lograr. Entonces, el corderito tomó todo el impulso que pudo y se volvió en contra del cerco. Este se venció fácilmente, dejando un agujero por donde todos pudieron escapar fácilmente, y sin pensarlo.
Todos estaban sorprendidos por lo acontecido. No se explicaban cómo pudo ser eso posible, y lo mejor de todo no fue que pudieron escapar, sino que paulatinamente, Nick comenzó a escuchar un poco. En ese momento todos estaban muy sombrados por su proeza. Nick les contestó:
- “En realidad, yo no sabía si algún día podría derribar el cerco, de lo único que sí estaba seguro es que haría todo mi esfuerzo para lograrlo, hasta que lo consiguiera”. Gracias a Nick pudieron cambiar de hogar, y de vida.
Ojalá todos fuéramos como Nick y aunque fuera por un momento, dejáramos de escuchar las palabras de desaliento que a diario escuchamos. Si Nick hubiera escuchado desde pequeño, posiblemente no hubiera actuado de la misma forma, porque hubiera adquirido la misma forma de pensar de los demás.
Intentemos ser Nick algún día, cuando escuchemos "críticas", los "no puedes", y es "imposible".