Texto publicado por Jose Antonio
Hola a todos, me llamo Bond, James Bond… y soy un alcohólico.
Mezclado, no agitado. Así se tomaba el más legendario operativo del MI6 su célebre Vodka-Martini, acompañándolo de una aceituna y mirando con seguridad al camarero mientras sonríe a su despampanante coprotagonista. El agente 007 coge el vaso, observa la situación con el rabillo del ojo y con el primer sorbo ya tiene controlado cualquier imprevisto que pueda ocurrir… Pero lo que va a suceder coge totalmente por sorpresa al experimentado espía puesto que, cuando se gira, se encuentra de frente a su inmediata superior M con un informe médico, espetándole en voz alta:
“¡Deje ese Martini, 007, es usted un borracho y está despedido!”…
El mejor James Bond preparándose su vodka con Martini seco.
En 1952 el novelista británico Ian Fleming publicaba Casino Royale, la primera novela de lo que pronto se convertiría en una extensa saga de aventuras alrededor del personaje de James Bond, un espía al servicio de su Majestad con un carácter problemático, arrogante, pendenciero, con cierta tendencia a ignorar órdenes pero cuya arrolladora personalidad lo hace irresistible para las mujeres.
A estas conocidas cualidades del agente 007, creo que deberíamos añadir una nueva que seguramente le hubiera impedido realizar su trabajo como espía… James Bond es un alcohólico.
Esa es una de las conclusiones a las que ha llegado el equipo médico de Graham Johnson, especialista en hígado en el Nottingham University Hospital, tras analizar exhaustivamente durante un año todas las obras del espía inglés, y lo cierto es que la idea me ha hecho gracia porque, mientras leía el estudio, no podía quitarme de la cabeza la imagen del agente 007, sin trabajo, deprimido, con ojeras y barba de tres días, levantándose de la silla en una de esas reuniones de alcohólicos anónimos y diciendo: “Hola a todos, me llamo Bond, James Bond… y tengo un problema con la bebida”… Bienvenido, James, y enhorabuena, lo primero es reconocerlo.
Pero dejando a un lado mi enfermiza imaginación, el estudio es a la vez curioso e interesante porque permite visualizar mejor cómo actúa el alcohol en nuestro organismo. Lo primero que hicieron los investigadores fue estudiarse de cabo a rabo los 14 libros publicados de James Bond hasta la fecha, y anotar una por una todas las bebidas alcohólicas que “el hombre que con hígado de oro” iba consumiendo.
Una vez revisada toda la ingesta alcohólica de la literatura de Fleming, los científicos se dispusieron a establecer los parámetros con los que iban a medirla. Tomaron como referencia el alcohol contenido en un “dedo” de una bebida espirituosa, lo que en España solemos llamar un “chupito” y la clasificaron como una unidad. Así pues, un chupito de alcohol, una unidad. Una cerveza o una copa de su inolvidable Vodka-Martini blanco se contabilizan como tres unidades de alcohol, una botella entera de vino serían nueve unidades…
Tabla de medidas de alcohol utilizada por los investigadores.
Los resultados fueron devastadores: James Bond multiplica por cuatro la cantidad recomendada por cualquier médico. En concreto el espía ingiere una media de unas 92 unidades de alcohol por semana.
92 unidades del alcohol por semana.
Un dato que, como es normal, varía según el libro, pero que en su conjunto arroja un total de 1.150 unidades de alcohol en los 88 días que ocupan sus novelas, en las que por cierto solamente estuvo sobrio 13 días… y eso simplemente porque durante ese tiempo estuvo encarcelado o en el hospital. En gramos y para que se vea aún más claro, las novelas de Ian Fleming riegan sus páginas con 9.200 gramos en esos 88 días, lo que supone más de 100 gramos de alcohol diariamente…
1150 Unidades del alcohol en los 88 días que duran las andanzas del espía en los libros de Fleming.
No son las costumbres que uno esperaría de un profesional que conduce bólidos a velocidades vertiginosas, dispara su Walther PPK con una precisión espeluznante o se lanza por los aires cayendo con gran exactitud encima del capó de un camión en marcha. De hecho, según el neuropsicólogo Scott Swartzwelder, si una persona normal bebiera como lo hace James Bond, las complicaciones hepáticas y neurológicas lo acercarían mas a un centro de rehabilitación que al servicio secreto de su Majestad. Se suele decir que una borrachera “mata” un buen puñado de neuronas, y aunque esta frase popular es falsa, sí es cierto que un alcoholismo tan pronunciado como el de James Bond daña circuitos neuronales que no deberías tocar si quieres ser un agente secreto.
NPR pone de ejemplo esta escena de la película “La espía que me amó” (1977)
Teniendo en cuenta que el espía (en este caso interpretado por Sir Roger Moore) ya se había tomado unas 30 unidades de alcohol antes de coger el Lotus Espirit S1, y que esa cantidad de alcohol ralentizaría hasta en 0,75 segundos el tiempo de reacción (lo que equivale hasta 21 metros si el vehículo circula a unos 100 km/h) podemos decir perfectamente que esa escena zigzageando entre camiones debería haber sido la última de la película… Crash, y en letras bien grandes: The End.
El psiquiatra Peter Martin va incluso más allá y, aparte de los evidentes problemas psicomotores que acarrearía un alcoholismo así, cita un elemento que eliminaría la otra gran afición de Bond: las mujeres, añadiendo la depresión y la disfunción erectil a los efectos del alcohol.
Resumiendo las pesquisas de este divertido estudio nos quedaría un James Bond bastante demacrado, con mala puntería, parco en reflejos y con una alta probabilidad de ser un muermo en la cama… Nada que ver con el espía de las películas.
Este estudio forma parte de la tradición del British Medical Journal de publicar un artículo curioso y sorprendente cuando se acercan las fechas navideñas. Una costumbre que ya nos ha dejado en años anteriores publicaciones tan estrambóticas como “Los peligros de ser pelirrojo“, “¿Por qué la nariz de Rudolph es roja?” o incluso “Papa Noel, un peligro para la salud pública“… Una especie de IG Nobels a la británica que cada Navidad divierte e informa (a su manera) de alguna curiosidad médica.
Este post ha sido realizado por Javier Peláez (@irreductible) y es una colaboración de Naukas con la Cátedra de Cultura Científica de la UPV/EHU.
Fuente: Cuaderno de cultura científica.