Texto publicado por Ma. Guadalupe Hernández Méndez
¿Será que nos marcaron?
¿será que nos marcaron?
En muchas ocasiones leí en varios libros la frase de: “el hombre es el arquitecto de su propio destino”, y bastante convencida estaba yo de eso pero ya hace unos días este pensamiento revolotea en mi cabeza, como un buitre, ¿será que al nacer nos ponen una marca?, digo…pues solo mira a tu alrededor para que te des cuenta de las vidas. En fin, mejor te cuento una historia…
Doña Sara nació en un ranchito, de aquí de los alrededores de esta ciudad capital y su infancia fue muy desgraciada pues desde pequeña tuvo que trabajar para ayudar a sus dos hermanos. Su padre murió cuando su mamá casi llegaba al final del tercer embarazo y no se si por la pérdida sufrida o la angustia de verse sola, afectó a su bebé quien nació con un defecto en sus piernas y no podía caminar. En el colmo de su exasperación, se vino a la capital para servir en casa de una hermana tan rica como avara, dejando a sus hijos en el campo al cuidado de otra hermana que al principio por lo menos les daba comida pero todo cansa y aunque los niños trabajaban todo el día muchas veces solo recibían una tortilla con sal por las noches. Sara ayudaba en la casa y su hermano cuidaba las chivas, ¡y pobre de él si se perdía alguna!. Una noche (cuenta Sara) llegó el pobre niño todo mojado, pues había estado buscando una chiva perdida, pero no la halló, por lo que la tía después de azotarle con un palo, no le permitió entrar a la casa ni siquiera a quitarse lo mojado. Y su hermanita constantemente era olvidada en el patio pero se arrastraba hasta la cocina para pedirle a Sara tantita agua o un taco. Pasaban las semanas y los meses pero su mamá no regresaba por ellos, fue por eso que Sara decidió un buen día subirse a la espalda a su hermana y fue en busca de su madre. Llegó a una ciudad hostil que para nada las quería y la gente pasaba sin mirarlas siquiera, pero con todo y eso logró encontrar a su madre quien supo aprovechar su presencia pues Sara tuvo que seguir trabajando, ahora en casa de la otra tía, mientras su progenitora se daba a la vida alegre organizando reuniones en los bares con las sirvientas de las casas vecinas. Llegó el tiempo de su juventud y sintiéndose un poco liberada de su pesada carga, pues su hermano se juntó con una mujer mucho mayor que él, por lo menos ya tenía casa, y su hermanita fue ayudada por el DIF Y AUNQUE UN POCO COJA, YA PODÍA CAMINAR. Así que el día en que se enamoró creyó que todo cambiaría, pero… ¡por los clavos de Cristo! Solo cambió de dueño, pues el marido la maltrataba, golpeaba y dejaba sin comer, además la hizo embarazarse trece veces. Con el tiempo su hambre y pobreza aumentaban, porque lo poco que el marido traía a casa tenía que distribuirlo entre más personas. Y así fue mi vida, marylupis, dice doña Sara, hasta el día en que mi verdugo murió dejándome sin nada. Ahora tengo este cuartito, que mi consuegro me presta y vendiendo mis tamales y atole me sostengo además tengo a esta nieta conmigo porque su madre se fue con otro hombre. A pesar de los golpes recibidos doña Sara es una persona gentil, sensible y de un gran corazón, dispuesta a ayudar o a dar lo que tiene para apoyar a sus prójimos, por eso me pregunto ¿Qué pasa en este mundo? ¿No que el destino lo fabricamos nosotros? ¿o de verdad nos marcaron al nacer?.
Marylupis…