Texto publicado por Mari Carmen López
Trozo de relato.
Era una gran ciudad situada entre la sierra y la costa, en la que habitaba una familia llena de paz y felicidad aunque no por grandes riquezas o posesiones sino por el valor que le daban a la vida y a todos sus elementos haciéndoles ser una familia muy unida en la que cada miembro formaba una parte muy importante siendo además unas gentes de fe, lo cual les ayudaba en conjunto a superar con fuerza y alegría el difícil camino que a veces plantea la vida.
Parte de esta familia estaba compuesta por un matrimonio con dos hijos llamados Pedro, que contaba con diez años y María que contaba con doce, en los que se podía observar muchas buenas cualidades.
Si bien la felicidad de estas familias venía dada por la unión que en ellas estaba presente, más aún crecería esta con la noticia de que los tíos de Pedro y María quienes ya tenían un hijo de ocho años llamado Alfredo, esperaban el nacimiento de una niña.
Al producirse este hecho todos se llenaron de alegría sobre todo Alfredo que no podía evitar el juguetear con ella y prestarle atención cada día sacándole muchas sonrisas a su hermana quien desde su cuna respondía vivazmente a todos los estímulos.
Un tiempo después bautizaron a la niña a la que habían puesto por nombre Ana, así que para celebrar aquel día tan especial tras salir de la iglesia la familia entera decidió dar un paseo en un pequeño barco que salía los domingos y en otros días festivos y temporadas desde el puerto de la ciudad para que todos los turistas y personas que quisieran pudieran disfrutar de un agradable rato.
La verdad es que resultó ser un magnífico paseo para todos ya que pudieron observar desde muy cerca las azules augas marinas que formaban una blanca espuma producida por el ir y venir de las olas como si saludaran a todas las personas que realizaban este corto pero bonito trayecto mientras que contemplaban el mar que aquel día permanecía muy tranquilo por el buen tiempo que predominaba acompañado de una suave brisa marina que podía percibirse en medio de la inmensidad del mar mostrando también en algunos momentos a los seres que habitaban por debajo de sus profundas aguas que se trataban de peces que con rápidos y graciosos saltos salían a la superficie para tomar un poco de aire pareciendo como si las aguas los tuvieran de lo mejor guardado y cuidado a esta especie para luego enseñar a los hombres aquellos tan curiosos y bonitos hechos naturales y para ofrecer después a las personas una buena alimentación. Por todo ello estas gentes consideraban al mar como uno de los elementos más grandiosos y poderosos de la naturaleza.
Pedro y María eran dos hermanos dotados de muy buenas cualidades y virtudes como eran sus caracteres y comportamientos bondadosos, su honradez y sobre todo el amor a la vida, a la naturaleza y a todos los seres que habitan en ella y por supuesto a las personas, lo que hacía que se llevasen muy bien entre ellos y con toda la familia. Estas cualidades se hacían aún más notorias especialmente en Pedro a quien lo que más le gustaba era contemplar con entusiasmo y asombro todo lo que presentaba la naturaleza como eran aquellas hermosas puestas de sol en los atardeceres y también los amaneceres, la luna, las estrellas, las nubes, los campos, los animales, las playas etc, disfrutando y preocupándose mucho tanto él como su hermana por todas estas cosas ya que los dos tenían una enorme sensibilidad hacia todo ello.
La situación geográfica en la que se encontraba la ciudad la hacía disponer tanto de costa como de sierra, así que por esta admiración que los dos muchachos tenían por el mundo natural iban muchas veces a pasar el día en las montañas que se encontraban ya por las afueras de la ciudad en dirección hacia la provincia formada por tranquilos pueblos, por lo que para llegar tomaban un trenecillo de no muy largos recorridos que disponía de una pequeña estación al aire libre donde efectuaba parada al comienzo de estos lugares en una zona más llana. Ciertamente se puede decir que dicha estación era bonita ya que estaba rodeada de la más pura naturaleza.
Al bajarse de este trenecillo en aquel hermoso paraje iban correteando por todas las partes que querían. Solían ir solos aunque a veces también iban con su primo Alfredo y algunos otros amigos que entre risas, bromas, juegos, exploraciones y descubrimientos lo pasaban en grande.
Aquel lugar mostraba realmente un paisaje de una gran belleza con su verde hierba y abundantes flores las cuales daban más color a este sitio junto con el cielo azulado en el que se podían ver las nubes de un blanco que las hacía parecer de algodón formando figuras y el reluciente sol con el que todo brillaba aún más y que cuando se ocultaba iba poniéndose anaranjado originando a su vez unos bonitos contrastes de color a su alrededor que teñían el cielo quedando este dividido en diferentes franjas que iban de más claro a más oscuro; una amarillenta, otra anaranjada, otra rojiza, otra de un tono violeta y por último el azul oscuro más propio del anochecer. Cuando el sol tomaba un color más rojizo y se ocultaba emitiendo todos estos reflejos de colores parecía como si se estuviera despidiendo de los montes que a su vez adquirían también bellos colores dejando maravillados a Pedro y María quienes admiraban estas puestas de sol haciéndose preguntas acerca de este proceso tan mágico para ellos divisando a lo lejos algunos íbices que saltaban de roca en roca y que junto a la puesta de sol formaba una imagen expléndida que asombraba aún más a los dos hermanos quienes empezaron a pensar en poder verlo más de cerca.
-¡Mira María! –exclamaba Pedro entusiasmado señalando aquellos animales.
-Si, son íbices ¡Y cómo saltan! –le contestó ella.
-Deben hacerlo desde un sitio muy alto ¿Verdad?
-Supongo que si, aunque desde aquí no se puede ver muy bien ese sitio
-Me gustaría verlo ¡Vamos María!
-Ahora no Pedro. Se nos puede hacer ya tarde y además no sabemos como llegar al lugar adecuado para verlo…
-Tienes razón hermana. Ya iremos otro día
-Claro que si –afirmó María ilusionada aunque un poco confundida, pues no sabía muy bien como llegar a un lugar donde poder observar los íbices y pensaba que quizás habría que pasar por zonas bastante rocosas.
Cuando volvieron otra vez a la montaña y después de pasar un agradable día, ya por la tarde Pedro sintió deseos de poder ver a los íbices más de cerca y se lo recordó a su hermana.
May, me gustaría ir a ver los íbices
Ella le contestó con una afirmación también de entusiasmo aunque un poco titubeante.
-Si, a mi también pero…
May miraba hacia los alrededores buscando algún camino por el que poder llegar a un sitio lo bastante alto desde el que poder observar más de cerca los saltos de los íbices........