Texto publicado por verónica rodríguez mayorga
cuento la princesa profetiza
La princesa profetisa.
En un castillo lejano de las bellas tierras de Escocia , vivía una hermosa princesa profetisa: era capaz de ver el futuro, hermosa, alta y delicada. Vivía entre lujos y rodeada de la protección que su padre le proporcionaba. El rey John Seton,la cuidaba así desde que su madre murió.
-John, quiero pedirte un favor.- Decía la moribunda mujer entre ataques de resfríos.
-¡Un favor!,- dijo malhumorado, ¿-qué es lo que quieres mujer?, tú que no fuiste capaz de darme un hijo varón.-
-Quiero pedirte que cuides, protejas y ames a la pequeña Isabel, no permitas que esté mucho tiempo lejos de ti o que vaya a nadar sola, se podría perder, ¡tienes que cuidarle el don que los dioses le dieron!- Decía más desesperada.
-¿Qué don mujer?-
-Isabel es una profetisa.-
Desde entonces Isabel había crecido rodeada de lujos y mimos. Solo caminaba por el castillo y en ocasiones cabalgaba con su padre, pero muchas veces la obligaba para que ella profetizara para él.
-Veo, algo amarillo a lo lejos, se está acercando es mucho oro puro.- Decía la joven con la cara introducida en una tina de agua que la hipnotizaba. -Son monedas de oro, y una gran cantidad de billetes, las manos que lo tienen no son buenas, lo derraman.- De pronto cayó, pues ahí estaba él, ese hombre que veía tan a menudo en sus sueños y que jamás había revelado a nadie, era un secreto muy suyo. El halcón blanco, vuela picando a sus enemigos y posándose en la mano de una mujer, de manera suave y elegante. Las imágenes como habían llegado a ella desaparecieron e Isabel se desparramó en la tina, su padre corrió raudo para detenerla. La colocaron en su cama, siempre quedaba así, como un ser que no pudiera escuchar ni ver lo que a su alrededor pasaba, la debilitaba mucho, pero los malestares se quitarían igual que siempre al día siguiente.
-Señorita Isabel- llegó gritando el más fiel de los criados. La Muchacha parpadeó para enfocar al hombre regordete que estaba frente a ella. -Los enemigos se han llevado al rey, dicen que la quiere ver el rey Eduardo para que usted profetice para él.- La muchacha no comprendía que pasaba.
Desde entonces un gran grupo de soldados del enemigo se postraron alrededor de su castillo esperando un momento donde la muchacha saliera y podérsela llevar, cada día se quedaban con menos alimentos, sentían todos próxima la muerte, pero nadie se quería dejar vencer, disparos con flechas se tiraban a todas horas del día, los enemigos suspendían el ataque cuando la muchacha de cabello negro como el ébano se dejaba ver pues tenía que llegar ilesa a ante el rey.
Había corrido toda la noche ellos estuvieron a punto de atraparlo, pero su ágil mirada, y sus raudas piernas, que subían las empinadas montañas nórdicas le habían ayudado para que él pudiera escapar, y librar a los enemigos, pero había encontrado al fin el castillo del rey John así que entró por una parte oculta, caminaba por los pasillos, cuando la vio, estaba ella sentada en el suelo con sus cabellos sueltos, causándole un estremecimiento, que el halcón blanco no sabía cómo interpretar.
-¿Quién eres?, ¿cómo entraste aquí?, cuestionó la joven al verlo.- dijo la muchacha sorprendida ¡era su halcón blanco!, ese hombre tan rubio, alto y fuerte, envuelto en su tartán y su falda, que la veía fijamente y la hacía olvidarse de su herida en el hombro.
-Pues yo quería pedirle al rey refugio y su ayuda puesto que los soldados enemigos me persiguen, pero veo que ustedes están peor que yo.- Dijo mientras que en la cabeza del prófugo se creaba una idea, y corría hacia la princesa quien estaba de pie con los brazos en jarras, la tomó con una mano por la cintura doblándola hacia él, y le tapó la boca, la subió a sus fuertes hombros, y decidió robarla.
Bajó por donde había entrado sintiendo las patadas de la princesa en su espalda, pero él no la soltaría, pues Isabel, sería la manera de lograr que los enemigos lo dejaran de perseguir. La intercambiaría a ella por su libertad.
Los días habían pasado y Sebastián, había llevado consigo a la muchacha rumbo a la frontera, mientras que los enemigos se habían percatado. De su desaparición.
Comenzó a escuchar pisadas de caballos aproximándose hacia ellos, enfocó bien su mirada y abrió sus grandes ojos verdes, para descubrir que un gran número de soldados enemigos venían hacia ellos, pero de pronto se desviaron y solo dos agarraron a Isabel, no les importó que gritara, ni que mordiera las manos de quien la había apresado, ellos cruelmente la ataron al caballo, y comenzaron a galopar llevando arrastras a Isabel quien lloraba desconsoladamente, por impotencia y por lo que la estaban lastimando.
A Sebastián le comenzaba a doler el alma al ver que se llevaban a Isabel de su lado, y ver de qué manera ésta estaba siendo maltratada, corrió entre los árboles, y apuntó con su arco a los hombres que la arrastraban mientras que éstos reían y cantaban, tensó el arco y lanzó una flecha, vio como calló uno de los hombres y al momento puso otra flecha y lanzó más, hasta ver que Isabel quedaba sola tirada y llena de sangre gimoteando de miedo, el corrió y de un tajo, rompió las cuerdas que la sujetaban y que ya la estaban haciendo sangrar, la tomó entre sus brazos, y la cargó metiéndose entre la maleza, puesto que el resto del ejército había oído el escándalo y ya se dirigían hacia ellos, escuchaba cada vez más cerca a los caballos, y su miedo crecía, no quería que le hicieran daño a la muchacha, tampoco le había gustado estar unos momentos sin ella. Jaló consigo a la princesa, rodando por el pasto cubriéndola de la vista de los soldados, la joven seguía llorando, y él se daba cuenta que en su corazón había nacido un sentimiento que un prófugo como él nunca había sentido. Tras dejar de escuchar el ajetreo de los caballos, le quitó la venda, que hasta ahora Isabel había llevado dejándolo ver sus hermosos ojos.
-¿Por qué Me quita la venda? ¿Por qué me rescató?,- decía asustada pues creía que había sido un sueño haber visto a su halcón, y no él estaba ahí frente a ella la tenía entre sus brazos, y le acariciaba el largo cabello que ahora traía trenzado. Un estremecimiento la sacudió toda, y recordó todos los momentos que lo vio y supo que él era el hombre que había esperado por siempre.
-Yo,. Dijo tartamudeando y rompiendo el mágico silencio. -pensaba cambiarla a usted por mi libertad y ganarme así el aprecio del rey Eduardo, pero cuando vi como se la llevaban y la vi tan frágil, brotó algo muy dentro de mí, que me dice que yo no puedo estar lejos de usted.- Decía muy serio.
Isabel se dejó sorprender por estas palabras que secretamente había deseado escuchar por su halcón blanco. Se dejó guiar por su fuerte mano hasta una casa vieja.
Solo haga lo que yo le diga, sígame la corriente. La muchacha seria asintió.
Entró a la casa cuando una señora alta y tez blanca salió corriendo a su encuentro seguida de un par de muchachas delgadas y pálidas.
-¡Sebastián! Has vuelto.- Decía la señora tomándolo entre sus brazos. -Nos dijeron que los enemigos te habían visto y que te perseguían.-
-Estoy bien madre, logré escapar de ellos.-
-¿Cómo escapaste hermano?,- cuestionó una de las jóvenes. -Mi hermana y yo nos resignábamos a morir sin volverte a ver.-
-Tenía que vivir, para poder sacar a mi familia de la pobreza y que ustedes fueran felices.- Decía agarrando las cabezas de sus hermanas menores.
-¿Quién es esta muchacha?.- cuestionó la otra niña.
-¿Qué no es la princesa Isabel hijo?-
-Sí madre, ella es la princesa Isabel, yo la robé para pedir mi libertad, pero no tuve el valor de dejarla ir con los enemigos.-
-¿Porqué?, ¿estás enamorado de ella hermano?- Cuestionó la primera muchachita.
Sebastián se sonrojó, y miró a Isabel de lado, quien al darse cuenta desvió la mirada, y dejó que las lágrimas siguieran escurriendo.
-Pues con nosotros estará bien, niña, la cuidaremos de los enemigos, hasta que podamos traer de nuevo al rey.-
Isabel lo agradeció, le dieron una bebida caliente y durmió por días, le curaron la herida del hombro, y le limpiaron las manos ensangrentadas.
Las semanas pasaron, y cuando Sebastián se enteró donde podrían tener al padre de Isabel le anunció su noticia, y juntó a unos amigos suyos para ir en su ayuda, sin embargo la muchacha testarudamente les acompañó. Llegaron al castillo donde el rey estaba prisionero, entraron, con ayuda de la joven.
-Vengo a entregarme para que suelten a mi padre.- –Dijo y al momento un gran número de soldados la agarraron para llevársela al rey.
-Quiero pedir un favor, antes de profetizar algo.- Exclamó la joven al estar atada frente al rey.
-¡Lo que tú quieras niña!, yo sé, que es mal augurio, no cumplirle un deseo a una profetiza.-
-Quiero que dejen ir a mi padre a casa, y que me quiten las cuerdas, también necesito una jarra de vidrio llena de agua.-
Las cosas se hicieron como la joven exigió, y el rey John mal herido se fue con un pequeño grupo de prófugos, sin saber que Isabel estaba en presencia de su enemigo.
Todos concentraban su atención en lo que la muchacha diría, puesto que el rey había preguntado sobre su futuro.
-Veo, gran riqueza, pero en un lugar lejano, usted será feliz, aun que perderá su mayor tesoro.- Decía la joven con la cara introducida en la jarra.
En ese momento un halcón blanco entró a la sala y picó a todos, para caer en picada sobre la mano de la joven y colocarse unos centímetros arriba de ella. Todos gritaban de dolor y de espanto, al momento se oyeron flechazos y vieron como caían uno a uno los soldados mientras que del bosque salían miles y miles de súbditos de la princesa que iban a rescatarla, el rey vio como moría su hijo para tratar de defenderlo, él era su único tesoro que tenía en la vida, derrotado y desde el suelo suplicó perdón.
Mientras que la princesa yacía en el suelo, Sebastián corrió hacia ella y la tomó entre sus brazos, la protegió del alboroto corrió, salió del castillo que ya estaba envuelto en llamas y fue entonces cuando le vio su mirada perdida, y por un impulso, juntó sus labios con ella, la tocó suavemente, fue un beso cálido, el cual hizo que su cuerpo reaccionara de una forma extraña, se vio con ella él vestido de halcón blanco y ella de princesa, fue una visión muy rápida, al momento Isabel despertó, y a diferencia de todas sus predicciones no se sintió mal, vio a su halcón y su mirada se llenó de lágrimas, él la colocó de pie, y ella se aferró a sus brazos para que no la soltara, ambos temblaban y se miraban en silencio.
-nadie me había logrado poner bien después de una profecía, tú lo lograste porque has sido partícipe de ellas, siempre estás ahí, para que mis visiones terminaran.- le decía entre sollozos, mientras sus manos fuertes se colocaban en sus hombros.
Y bastó solo que hiciera la cabeza para atrás para admirarlo mejor, para que Sebastián bajara su mirada, viera su boca, y la besara, primero suave y luego desenfrenadamente, beso que Isabel correspondió, se abrazó a su cuello, hasta que se soltaron por oír que venían caballos con el rey Eduardo aprisionado.
Regresaron a los restos de su castillo, y ella le dio el perdón al desconsolado rey, pues ahora estaba solo, sin su tesoro más grande su hijo, pues a su mujer había muerto hace tiempo, el rey agradeció el perdón, y pidió quedarse ahí para servirlos.
El rey John, se recuperó con los cuidados de las curanderas y de la princesa, y aun que no quería aceptó que se casara su pequeña y joven Isabel con el prófugo Sebastián, haciéndole prometer a éste último, que amaría y cuidaría por siempre a su hija. y fue un año y tres días después del rito del apretón de manos, que finalmente se casaron, fue un acto que todos vieron a través de los balcones, mientras Isabel le ponía la mano en su abultado vientre, Sebastián le hacía sus promesas, para después verla y sonreírle.
Ambos sonrieron y al terminar el sacerdote, se vieron frente a frente, Sebastián la tomó entre sus brazos y con una mano quitó su cabello de la cara para besarla, darle un beso largo y profundo, que no solo unía dos vidas, si no que unía a todo un pueblo.
Fin.