Texto publicado por Jose Antonio
El gigante amable del Cámbrico.
Al menos un anomalocárido evolucionó durante el Cámbrico para vivir del filtrado del zooplancton marino.
Hay otros mundos y una vez estuvieron en este. De hecho, el mundo biológico de hoy en día, tal y como lo conocemos, no sería como es si en el pasado remoto hubiera sido de otra manera.
A comienzos del Cámbrico hubo una explosión de vida animal sin igual. En ese Big Bang biológico se generaron todos los fila conocidos que incluye el de los cordados, es decir, que incluye el nuestro.
Entre todas las especies que evolucionaron en ese mundo pretérito estaba Pikaia, nuestro más remoto antepasado, pero también muchas otras que también se extinguieron para siempre. Nadie hubiera apostado por el pequeño y débil Pikaia en un mundo dominado por artrópodos de todos los tamaños. Pero hacer predicciones en evolución es muy complicado.
La evolución genera continuamente nuevas formas de vida y la contingencia hace que permanezcan durante más o menos tiempo en este planeta. Pueden convertirse en reliquias biológicas aún vivas o en efímeros seres que casi no tuvieron una oportunidad.
El mundo del Cámbrico se nos atoja remoto, exótico, casi alienígena. Conocemos a los seres que lo poblaron gracias los fósiles que nos dejaron, pero siempre tendremos una imagen incompleta a la espera de hallar un nuevo ejemplar. Fósiles que hay que buscar en sitios casi inaccesibles y que convierten a la profesión de paleontólogo entre las pocas relacionadas con la ciencia que tienen algo de aventura real. A veces es necesario realizar expediciones a las montañas Rocosas Canadienses como hace un siglo hiciera Walcott en Burgess Shale a lomos de unos caballos, a la enigmática isla de Ellesmere para descubrir los primeros peces que se atrevían a emigrar a tierra firme o, como en el que caso que vamos a relatar, al norte de Groenlandia.
Un grupo de paleóntologos de la Universidad de Bristol viajó al norte de Groenlandia en busca de fósiles cámbricos. Entre sus hallazgos se encuentra una nueva especie de anomalocárido, pero, en este caso, se trata del gigante amable del Cámbrico y no del temible depredador.
La Paleontología cuenta con la ventaja de usar el mismo sistema de clasificación que se usa en la taxonomía de plantas y animales vivos que ya desarrolló Lineo en su tiempo. Los nombres no están basados en palabras anglosajonas o chistes discutibles (gluon, quark…), sino que se basan en el latín. De este modo los nombres de seres remotos ya extintos adquieren una sonoridad especial: Opabinia, Nectocaris, Odontogriphus, Canadaspis, Odararia, Anomalocaris…
En ese mundo cámbrico, reinado por los artrópodos, había un depredador gigante: Anomalocaris. Eran los seres más grandes del momento. Algunos ejemplares pudieron llegar a los dos metros de longitud y es posiblemente el animal más icónico de la época. Se conocen varias especies y todas ellas tienen unos apéndices con los que atrapaban a sus víctimas y las llevaban a su boca circular.
Este artrópodo pertenece al grupo de los anomalocáridos, grupo que cuenta con varios géneros. El grupos de investigadores de la Universidad de Bristol ha descubierto una nueva especie de anomalocárido denominado Tamisiocaris borealis. En esta especie los apéndices frontales evolucionaron para funcionar como una red y así atrapar el plancton marino de una manera similar a como lo hacen las ballenas hoy en día.
Se trata de una especie que vivió hace 520 millones de años, era de gran tamaño y se alimentaba de los animalillos en suspensión (zooplancton) de hasta medio milímetro de tamaño. Hasta ahora se creía que los animales filtradores de la época se reducían a esponjas y otros seres anclados al lecho marino.
Este modo de alimentación en el que una gran animal de movimiento lento vive de filtrar el agua marina ha sido encontrado por la evolución varias veces a lo largo de la historia de la vida. Así por ejemplo, los tiburones ballenas o las mismas ballenas que viven de ese modo. Pero a la vez hay tiburones u orcas que son depredadores de animales de gran tamaño. La idea es que algunos depredadores se especializan en este sistema de alimentación en respuesta a la carrera de armamentos evolutiva y que finalmente les hace cambiar de nicho ecológico.
Tamisiocaris barrería con sus “redes” el agua frente a él y así recolectaría pequeños animalillos. De vez en cuando llevaría los apéndices cargados con esta comida hasta su boca.
Este descubrimiento nos dice que los ecosistemas cámbricos eran más complejos de lo que en un principio pudiera parecer. Así por ejemplo, como el sistema de alimentación de Tamisiocaris requiere de un consumo elevado de energía debía de recuperarla en su alimentación, por lo que los mares cámbricos tendrían que tener una vida planctónica rica y abundante. Tantas especies de aninomalocáridos nos dice también que la variedad de especies de la época era muy elevada. Los anomalocáridos no eran algo raro, no fue un experimento fallido de la evolución como en un principio se pensó, eran un grupo de animales bajo una gran explosión en diversidad y, por tanto, de gran éxito evolutivo.
Seguro que, escondidos en alguna roca remota, todavía hay fósiles que nos darán más sorpresas y que completarán la imagen que tenemos del Cámbrico.
Fuente: Neo Fronteras.