Texto publicado por Rody Armando Mora
La increíble pasión de Cristo
Es una tarde de verano, me encuentro dando un paseo, para distraer mi mente y espíritu. De pronto, me detengo en una galería de arte, observando algunas
obras, entre ellas, de retratos y paisajes naturales. Pero hay una obra en particular que llama mi atención; un hombre cargando una cruz; pero no es un
hombre cualquiera, es un ser tremendo, extraordinario, como no habrá otro jamás, que quedaría en nuestra memoria para siempre, y que la historia no olvidaría
jamás.
Su nombre es Jesucristo; rey de reyes, faraón de faraones; siendo el hijo de Dios creador de la tierra y el cielo infinito, fue más humilde que el mendigo
más pobre de la tierra. Nos dejó muchas enseñanzas, entre ellas, amar a tu prójimo como a ti mismo, y a perdonar a quienes nos ofenden; un conocimiento
que fue más allá del intelecto, dirigiéndose directamente al alma humana.
Un hombre que llevo consigo todos los pecados e iniquidades del mundo, y se entregó humildemente a sus captores, como oveja entre lobos, sin decir nada
en su defensa y aceptando su cruel destino, cual valiente soldado que entrega la vida por su patria, sin importar las consecuencias. Es de esperar, que
siempre tengamos en cuenta, que si por algún motivo o razón, nos acongojamos por los obstáculos de la vida o nos sentimos afligidos, no debemos olvidar
que el también sufrió, siendo el hijo de Dios. Sin embargo, se sometió a un castigo tremendo, arriesgando su propia vida. Señor, déjame decirte que fuiste
muy valiente, e incluso mucho más que eso, ¡fuiste un héroe! ¡El héroe que salvo a la humanidad!
A pesar de todo, no debemos olvidar, que no vasta semana santa para recordarte, sino todos los días de nuestras vidas; y si en algún momento nos sentimos
arrogantes y déspotas, no olvidemos que siendo el hijo de Dios, naciste en la mayor humildad, sin olvidar, que somos inferior a una partícula de polvo
ante tu presencia; e incluso esta partícula, sería demasiado en comparación contigo señor. Han existido otros personajes que hablaron de paz y amor, pero
ninguno como tú; porque venciste las inquebrantables barreras de la muerte y ellos no; tú fuiste el único que la ha derrotado, resucitando y volviendo
a la vida, para existir eternamente.
Aun así, cuando observo tu imagen señor, veo el amor y la misericordia infinita, y al mismo tiempo, un poder que trasciende toda comprensión y entendimiento.
Observando los hechos, desde cierto punto de vista; la pasión y muerte de Jesucristo, ha sido la injusticia más grande de todos los tiempos, ya que en
el fondo, era un hombre completamente inocente, sin culpa alguna. Aun así, se entregó con la inocencia de un niño a sus verdugos ¡el sólo hablo de amor,
y le quitaron la vida!; ese es el reflejo de la tremenda maldad, ignorancia, y abominación humana. A pesar de todo, su nivel espiritual fue tan alto, que
no guardo rencor alguno contra ellos.
Dicen que no existe mayor dolor, que la pérdida de un hijo; imaginen el sufrimiento que experimento la madre de Cristo, al ver como humillaban, torturaban,
y daban muerte, al ser que salió de sus entrañas, al cual vio crecer y amo con todo su corazón. A pesar de todo, lo juzgaron brutalmente, como al peor
de los criminales, nunca imaginaron que el bendito rostro que escupieron y humillaron era del hijo del mismo Dios. En consecuencia, trataron al señor diciendo
¿Quién es este mendigo?, creyendo erróneamente que el poder divino viene con aspecto de arrogancia y abundancia, cuando el verdadero poder de Dios, se
presenta en las formas más simples de la vida.
Es posible, que la pasión de nuestro señor Jesucristo, sea el reflejo de todo el sufrimiento humano. “Probablemente, cada golpe que le dieron, es una gran
bofetada a nosotros mismos; cada latigazo bestial que descarno su cuerpo, sea un grito de dolor en nuestras vidas; cada gota de sangre que corrió por todo
su ser, una lágrima derramada por nosotros; cada clavo que perforo sus manos y sus pies, una herida en el alma y una pérdida sufrida. Por lo tanto, la
corona de espinas sería el cruel recordatorio a todas nuestras indignaciones y aflicciones. En consecuencia, cargo una enorme y pesada cruz, la cual todos
llevamos, una más grande que otra; la implacable cruz de la vida, de todas nuestras angustias, temores, y pesares”.
A pesar de todo, por intermedio de sus dolorosas heridas hemos sido salvados. Aun así, no cabe duda, que su despedazado y flagelado cuerpo, cubierto de
llagas sangrantes, es el fiel testimonio de la prueba de amor, más grande jamás contada. Señor, siempre tendré en cuenta, que veré tu rostro en cada desvalido,
acongojado, y afligido que necesite mi ayuda; y cada pie descalzo que cubra, cada vagabundo que le otorgue refugio, y cada menesteroso que le de abrigo;
lo haré como si lo hiciera contigo mismo.
A pesar de todo, muchas veces pienso, que me hubiera gustado retroceder en el tiempo y volver a nacer, para regresar a tu época, y haber estado allí, para
saciar tu sed, calmar tu dolor, tomar esa cruz; y llevarla contigo.
Autor: El último filósofo (Chile)