Texto publicado por Jeremías Latterra
Estas cosas con el e-mail no pasaban.
Por Ariel Torres. LA NACION.
Hace 13 años oí a alguien anunciar el fin del e-mail. Le dije que eso no iba a pasar. Y no, no pasó. Es más: 3 años después, en abril de 2004, Google, de la que no se puede decir que carezca de visión, lanzó Gmail.
Ahora anduvo rodando otra vez el rumor de que el correo electrónico está de salida. O, más bien, que hay vida después del e-mail. Y no, tampoco ahora creo que eso vaya a ocurrir. Ni mucho menos creo que haya vida después del e-mail. No en este momento. Si el e-mail desapareciera provocaría un evento de extinción masiva, como el impacto de un asteroide o la explosión de una supernova cercana. Paso a explicar el porqué de esta preocupación.
En mi bandeja de entrada, acá en el diario, tengo en este momento 2214 mails sin leer. Ups, 2215. Eso, sin mencionar mi cuenta de Gmail, donde se amontonan 4,5 GB de Dios sabe qué y, lo mismo, miles de mensajes que nunca tuve tiempo de mirar. Actualizo: 2216 sin leer.
Me fui 4 días afuera para reiniciar mi sistema operativo. Minivacaciones, en otras palabras. De esos 4 días, sólo 2 fueron hábiles. ¿Y con qué me encuentro al volver? Con unos 800 mails fresquitos. Hagan números.
Solían ser muchos más, y seguro estás pensando que el hecho de que la avalancha se haya reducido es una gran noticia. Bueno, no. Todo lo contrario. Porque, en realidad, el número de mensajes no se ha reducido. Y adivinen adónde están llegando ahora. Exacto: a todas partes.
El mail es como el correo postal. Sabés que las cartas van a estar en esa bonita casilla o debajo de la puerta de tu casa. No encontrás cartas en el freezer, por ejemplo. (Bueno, si te pasa algo así, estás en serios problemas). La cuestión nunca fue cuántos mensajes, si sabés cómo crear reglas y filtros (http://www.lanacion.com.ar/1555087). El problema es y siempre fue dónde. Fijate.
En los próximos 20 o 30 minutos es muy probable que, aparte de los correos electrónicos, alguien te hable por WhatsApp. Recibirás también algún mensaje directo de Twitter. Y te mencionarán en la línea de tiempo, obvio. El circulo rojo con las notificaciones de Google Plus se irá pareciendo cada vez más a un cuentakilómetros, y Facebook, no contento con haber gastado 22.000 millones de dólares en el ya mencionado WhatsApp, posee su propio mensajero, adonde te escribirán con frecuencia; es más, algunos de esos mensajes serán automáticos. Un festín, pero no termina aquí.
También está LinkedIn, que por supuesto tiene su propio sistema de correo interno. Muchas personas, sin ninguna intención aviesa, sólo porque lograron contactarte por ese medio, te mensajean por allí. Para entonces, el panel de notificaciones del teléfono ya parece la marquesina de un teatro de revistas. Y hay más.
En este rato te llegarán varios SMS, que son algo así como el último recurso desesperado de las telecomunicaciones. Te llaman y no te encuentran. Te mandan un mensaje directo. Te mandan WhatsApp. Y Facebook, por si acaso. Y otro WhatsApp. Intentan con la línea física y les da el contestador. Entonces recurren al SMS. No nos olvidemos, en este punto, que las telefónicas convierten los correos de voz en SMS, a veces con resultados hilarantes o ligeramente aterradores.
Los SMS son asimismo empleados para avisarte que la línea a la que estabas llamando ya está disponible (eso ayuda, lo admito), pero también para notificarte de 300 otras cuestiones, incluido el que tu factura electrónica está disponible. No sé si notan la ironía en esto.
Añadiré, porque son una especie aparte, a los mensajeadores seriales (paralelos, en realidad), esos que te escriben a todas las casillas el mismo mensaje simultáneamente. "Por si acaso", explican. "Es que no me contestabas", argumenta otro, con intención de psicopatearte. El hecho de que vos estabas en una reunión en la que el CEO prohibió los celulares porque se hablaba de un asunto estratégico no parece ser suficiente excusa. Cuando volvés a encender el teléfono te caen tantos mensajes juntos que tu taquicardia dispara uno o dos sensores sísmicos al otro lado de la cordillera.
Pero el drama está lejos de terminar. Entran en escena los mensajes offline. No es infrecuente que cuando abrís Skype aparezcan varias ventanas de personas que, no viéndote en línea, creyeron mucho más oportuno enviarte varios párrafos por allí en lugar de un simple, pertinente, más manejable, reenviable y automáticamente clasificable correo electrónico. De verdad, le doy gracias a Microsoft todos los días por no haber implementado los mensajes fuera de línea en Lync, el mensajero de Outlook.
Desde luego, no existe forma de atender tantas voces llegando desde tantos lugares diferentes sin caer en la confusión. "Perdón, ventana equivocada". ¿Te suena? Por eso venimos intentando hace rato las bandejas de entrada unificadas; una de las más recientes es Snowball (www.trysnowball.com); el nombre lo dice todo. Por ahora, no cuajaron. Una pena, porque atacan el verdadero problema, el dónde.
Eso no es una respuesta
Pero esperen, todavía queda un par de detalles que convierten este mal sueño en una legítima pesadilla.
El primero es responder. En el programa de mail presionás un atajo de teclado (Ctrl-R, ponele), redactás una respuesta rápida -la vida no te da para más-, apretás Ctrl-Enter, y ya, salió. Avec les frites, para decirlo finamente. Tiempo total: 20 segundos. Ya sé, es mucho. A 200 mails por día, se te escurre más de una hora sólo en responder.
Pero si el mail desapareciera, ese 14% de tu jornada laboral podría fácilmente dispararse a cifras astronómicas. Porque no, no es ni remotamente igual de fácil contestar mensajes cuando tenés 38 plataformas diferentes, sin atajos y con teclados del tamaño de una galletita.
Por ejemplo, Instagram. Alguien te pregunta qué es esa foto rara de una araña que acabás de publicar. Entonces sacás dos conclusiones. Primero, que sos un pésimo fotógrafo (no es una araña, es tu perro). Segundo, que tipear en un smartphone se complica. Por eso, tiempo atrás, activaste el texto predictivo con sustitución automática. Terminás respondiendo: "No es un arma es mi puerto". Ahí tu novia te llama por teléfono para preguntarte si te sentís bien (o si volviste a beber).
No abundaré en los malentendidos del texto predictivo, porque es un recurso habitualmente visitado. Diré, eso sí, que en general anda muy bien, realmente han logrado entender los galimatías más enmarañados; el ejemplo de arriba me dio bastante trabajo, confieso. Pero, precisamente por eso, nos confiamos y, más tarde o más temprano, nos mandamos una de esas burradas históricas justo con la persona que cree que el texto predictivo es una forma de cartomancia.
En Facebook o en Google Plus tenés siempre el recurso de hacer clic en Me gusta o en el signo más. Es rápido y no te hace quedar como un desagradable que nunca responde nada. Te hace quedar como un holgazán desagradable que no es capaz de tipear un par de líneas.
Por añadidura, responder la actual inundación de mensajes puede tener graves consecuencias para la salud. Antes contestábamos desde nuestra mesa de trabajo. O en el subte. En el avión. En un taxi. Ya no más. He visto personas tipeando mensajitos mientras pagaban en el supermercado, subiendo al colectivo, cruzando la calle, manejando el auto, andando en bicicleta, haciendo panqueques, bañando al nene, corriendo una maratón, cepillándose los dientes y hablando por otro celular.
Los que caminan y mensajean a la vez son, creo, los más peligrosos. Lo que en 2012 fue una broma del Día de los Inocentes en Filadelfia, Estados Unidos, se ha vuelto una realidad en Chongqing, China, donde están construyendo veredas con dos carriles, uno donde se puede usar el teléfono y otro en el que no. El problema parece ser que no están separadas sino por unas rayas en el piso. El adicto, enfrascado en su pantalla y marchando en diagonal o en zigzag, las pasará por alto. Sugiero emplear alguna clase de muralla; los chinos tienen experiencia en eso.
Qué carucha
No se ha dado, todavía, suficiente importancia a los emoticones. Si no los usás, tus textos lucen medio como de sociópata. El problema es, de nuevo, lo que tardás en responder. Durante muchos años insertamos los emoticones como Dios manda. Es decir, con signos de puntuación y letras. Después la empezaron a complicar. Los signos eran reemplazados con dibujitos. Más lindos, pero adiós a la compatibilidad.
Por ejemplo, Outlook te reemplaza la sonrisita hecha con los dos puntos y el paréntesis por el carácter gráfico correspondiente de la tipografía Windings. Ahora, si del otro lado la persona no usa Outlook, verá sólo la letra J. Les habrá pasado: montones de mails que terminan con una "J". Excepción a esta regla es, por ejemplo, Gmail corriendo en Chrome sobre Windows. En los demás casos, de sociópata pasás a alucinado.
En realidad, el responsable es el Word. Si quieren dejar de mandar esas insensatas J, K y L a la mitad de sus destinatarios, hay que ir a Herramientas> Opciones de Autocorrección y eliminar las caritas de la sección Autoformato mientras se escribe.
Con las plataformas móviles hay que elegir las caritas de un menú especial. Eso hace perder tiempo, pero, además, ¡ay, la cantidad de emoticones que ofrecen! Cientos, sumando todos los mensajeros, redes sociales, apps y WhatsApp. ¿Alguien acaso los usa?
Por supuesto. Muchas personas se sienten tentadas de aprovechar ese tenedor libre de emoticones y emojis y sus mensajes resultan tan coloridos como difíciles de comprender; uno no sabe si están a punto de brotarse o si intentan pedir socorro. Acaso, es alguna nueva forma de flirtear. O el futuro de la criptografía.
Pero está bien, son lindos y divertidos. Excepto los de Hangouts. En serio, ¿quién les hizo esos emoticones, muchachos? El único más o menos pasable es el de la sonrisa, pero los demás, ¡OMG! El de la risa está entre el gato de Cheshire y la caricatura de un bagre. Al del guiño le pegaron un piedrazo en el ojo, y toda la picardía de la lengüita queda cancelada por ese aspecto de ahorcado que le dieron.
En fin, algún día tendremos un mejor correo electrónico. La gente de Inboxapp cree haber desarrollado algo así (https://www.inboxapp.com). Veremos. Lo que sé es que con todo y sus defectos el mail sigue siendo mucho mejor que sus alternativas.
Ah, y una cosa más: 2270.
Fuente: http://servicios.lanacion.com.ar/herramientas/solo-texto/1734909.