Texto publicado por Brenda Stéfani

El pequeño niño del bastón

El pequeño niño del bastón.

Aquel día parecía normal, el sol había salido con fuerza. Se sentía muy bien porque había conocido a mucha gente en ese lugar. Estaba lejos de casa, sobre la ruta, mirando cielos, soles, y caminos nuevos.
Todo indicaba que la experiencia de un viaje igual, pero diferente a la vez iba llegando a su fin. Ya retornaba al hogar, con imágenes y un acento nuevo, un aire nuevo, perdido en la belleza de un paisaje diferente.
Al amanecer del día siguiente, cuando apenas pudo sentir, por sus mejillas corrían lágrimas de angustia y desesperación…
- No estoy soñando ¿Es real?
Al abrir los ojos no sintió el movimiento, creía que sólo seguía dormido ¿Estaba imaginando o se fue la luz?
- ¿Qué me ha pasado, será que es por la lluvia? Se había dado cuenta de todo.
- No, no entiendo, ¿Qué significa esto?, ¿Por qué no puedo ver nada?
Y sí, efectivamente eso ocurrió, después de esa tarde llena de luz, las sombras se apoderaron de sus ojos.
Sentía que no tenía opción, que todo estaba perdido y no volvería a ser lo mismo. Los días y los meses pasaban y cada vez eran peores, porque él se dedicaba a viajar y a escribir. Sus escritos eran muy famosos y la gente lo conocía.
Pero desde aquella mañana no volvió a escribir.
Y llegó un día en que sintió nuevas fuerzas, nunca imaginó que algo así le sucedería, que un día cualquiera se animaría a salir de su casa, al menos para sentir el sol y entonces escuchó algo…
Se asimilaba al segundero de un reloj, pero sonaba con mucha más fuerza, se acercaba cada vez más y más, y eso le llamaba en demasía la atención y llegó hasta él chocando contra el suelo.
Era un pequeño niño que en su mano traía un objeto extraño, ¿Qué cosa sería eso? ¿Un bastón había dicho?
Y el niño comenzó a hablarle de él, de cómo un niño ciego igual podía recorrer la ciudad con el bastón, de cómo soñaba con recorrer el mundo así como él, así como el hombre lo había hecho alguna vez… Pero el hombre no creía en nada de lo que decía.
- Un elemento así no puede servir a nadie, lo afrontó.
Pero igual, el niño pasaba por su casa todos los días y aquel sonido le molestaba, ya que en secreto le pesaba pensar que no podría hacerlo, que ese simple elemento bastaría para salir de su encierro.
Se rehusaba a saber de él, se excusaba diciendo que la gente se reiría y que el niño no podría hablar en serio.
Y ese niño persistente insistía todos los días en hablar con él para hacerle entender que no era así como pensaba y se lo probaría.
- ¡Vamos, vamos a dar un paseo, que ya se dará cuenta de que no todo está perdido! Mire, si acepta dar un paseo conmigo y no se cae, le enseñaré a usar el bastón, y si sucede lo contrario, no volverá a saber de mi. ¿Es un trato?
Aceptó el desafío sólo para que el niño ya no lo molestara, un raspón dolería menos que el peso que carga en la mente todos los días.
Lo tomó del hombro con cierta desconfianza al principio, pero caminando por el vecindario, se fijó que en el trayecto el pequeño iba sorteando obstáculos y él se daba cuenta de que realmente es cierto, que este elemento si servía para algo, esquivando carteles y adelantando escalones.
En un par de manzanas, fue el viaje más especial que le había tocado hacer. Al final, dieron una vuelta y regresaron hasta la casa y ya no estaba tan preocupado por pagar su apuesta como antes.
Y así el niño de a poco le enseñó cómo controlarlo, la forma de orientarse y empezó a recapacitar el hombre, luego de un tiempo su ánimo volvía otra vez y sintió que se había ganado un amigo, aquella herramienta que alguna vez le pareció inútil, hoy le abrió las puertas para volver a su trajín de siempre, a sus viajes, y hasta volvió a escribir sobre nuevas experiencias, nuevos sonidos y nuevos aprecios…
Del niño del bastón no supo más nada, pero no hay día en que no lo recuerde ya que gracias a él, logró tener una nueva vida.

Brenda Stéfani: Diciembre: 2011