Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera
Cuentos y leyendas: La guerra del sapo.
La guerra del sapo.
Es feo el sapo, ¿no? Hay quienes le tienen miedo, pero no hay por qué,
¡si él no le hace mal a nadie y con ninguno se mete, pobre...! Bueno, la
verdad es que no se puede decir que no mate ni a una mosca, porque se
come todas las que puede, así como se manda al buche mosquitos, hormigas
y mariposas, cuando se le ponen a tiro. Pero qué le va a hacer... ¡tiene
hambre! y algo debe comer…
Fuera de eso y bien mirado, el sapo es un tipo simpático. Retacón, pero
ágil –¡hay que ver los saltos que da!–, cantor como pocos y amigo de las
grandes fiestas. Puede juntarse con miles de parientes y pasarse horas
dele “¡Croac, croac, croac!”.
Pero eso sí, no se metan con él, porque se puede poner bravo. y el que
lo vea petisito, mejor que no se haga el vivo, porque bien dicen que no
hay enemigo chico. y si no están de acuerdo, pregúntenle al puma…
Un verdadero dolor de cabeza.
La culpa de todo lo que pasó una vez entre el puma y el sapo la tuvo el
calor de una tarde de enero. Había un solazo que rajaba la tierra, y
costaba respirar. todos andaban mal por eso, menos las chicharras, que
estaban contentas y aturdían a los demás con sus “¡ua, ua, ua,
uaaaaaaaaaa!”, que repetían sin parar, como una gracia que no le caía
bien a nadie más que a ellas.
Tanto chirrido, por ejemplo, le dio un terrible dolor de cabeza al puma,
que se puso de un humor de perros, mejor dicho, de gatazo gigante.
además tenía sed, así que decidió ir a tomar agua y mojarse un poco, a
ver si se refrescaba. al paso lento, jadeando y con mucha pachorra, se
fue acercando a un arroyito que corría entre los árboles.
El problema fue que al sapo también se le había ocurrido instalarse ahí
para estar más fresco. después de darse un buen baño, estaba a la
sombra, entre el pasto, entrecerrando los ojos y amodorrándose cada vez
más. Esto no debió haber sido un problema porque al fin de cuentas había
agua para todos, el puma no come sapos y es bastante grande como para
que uno de ellos trate de tragárselo. Pero hacía calor y todos estaban
fastidiosos. Por eso, cuando el puma le pasó al lado y estuvo a punto de
pisarlo, el sapo pegó un salto para apartarse y le gritó:
–¡Oiga, no sea animal!
–¿Qué pasa? –preguntó el grandote, mirando para abajo.
–¡Pasa que usted es una bestia bruta! –vociferó el sapo.
Lo primero que se le ocurrió al puma fue dejarlo chato de un zarpazo.
Pero entonces lo vio al chiquito tan enojado, que le pareció cómico;
hinchaba el cogote, de puro furioso, y echaba unas miradas indignadas.
“Este me ha sacado el mal humor” –pensó el puma–. “¡Véanlo al enanito!
Vamos a molestarlo un poco”. y entonces, poniendo cara de inocente, le dijo:
–¡Disculpe, amigo! ¿Sabe qué pasa? Que lo vi ahí, aplastado entre los
yuyos, medio verdoso y me confundí. Creí que era bosta de vaca.
El sapo bufó, y el pescuezo se le hinchó más.
–¿y sabe lo que yo le digo que pasa? –le contestó–.
¡Pasa que usted, además de ser un animal y una bestia bruta, es un
prepotente que me ve chico y se cree que me puede atropellar! ¡ah, pero
a mí no me da miedo! ¡Que me traigan a diez como usted, michifuz, y yo
les hago frente! Vea, no lo peleo ahora mismo porque anda solo y no
quiero aprovecharme, pero junte a sus amigos y mañana a esta hora
vénganse todos para acá. ¡ya van a ver lo que es bueno!
–Ah, no, uno solo contra varios no sería justo. usted también traiga a
los suyos –dijo el puma, muy divertido. y el sapo:
–¡Muy bien! ¡así quedamos! –y se fue a los saltos.
El otro se quedó a las carcajadas, agarrándose la panza que ya le dolía
de tanto reírse.
Con una ayudita de los amigos
El puma se fue a buscar a su sobrino, el zorro. lo encontró durmiendo la
siesta a la sombra. Sin contemplaciones, le dio unos zamarrones y le
dijo, de mala manera, como lo trataba siempre:
–¡A ver, che! despabilate, que hay mucho para hacer.
–¡Ay, tío! –dijo el zorro, abriendo los ojos con dificultad–.
¡Estaba soñando que comía una pata de pollo y usted me despierta!
–Dejate de pavadas –le contestó el puma–. tenemos un desafío con el sapo
y nos vamos a divertir. andá a buscar a la gente que te digo y deciles
que mañana a esta hora se junten acá mismo. y eso corre para vos también.
Enseguida, el puma hizo la lista de los invitados. Eran todos animales
de garra, diente o pezuña brava: su primo el gato montés, un tipo
peleador y rápido para el arañazo; el hurón, ágil y buen mordedor; el
zorrino, que también sabía morder y además tenía su chorro maloliente;
la comadreja, escurridiza y dientuda, y los hermanos pecaríes, esos
chanchos de monte, pesados, colmilludos y pisoteadores, que eran un
montón y andaban siempre juntos. El zorro no tuvo más remedio que ir a
hacer el mandado, mientras el tío se tiraba a la sombra para dormir una
siesta.
Por su parte, el sapo también se movió. Pero no fue a buscar a otros
sapos sino a las avispas.
–Chicas –les dijo–. yo como bichos, pero saben bien que con ustedes
nunca me meto. y ahora les vengo a pedir ayuda para una pelea con el
puma y sus amigos.
–¿Y nosotrazzz qué tenemozzz que ver en esozzz asuntozzz? –Zumbaron
ellas, revoloteando alrededor de la colmena.
–Mucho tienen que ver, porque acá está en juego que se respete a la
gente chica, como nosotros.
Las avispas, que siempre se enojan enseguida, no pidieron más detalles.
–¡A nosotrazzz nadie nozzz lleva por delantezzz! ¡nadie nozzz falta el
respetozzz! ¡Vamozzz a hacer un plan!
Y se metieron en la colmena. de afuera, el sapo sólo escuchaba cómo
deliberaban con zumbidos. En un momento salieron y dijeron:
–¡Ya sabemozzz qué hacer! Vozzz conseguí una calabazazzz hueca, bzzz, y
bien grande y llevala al lugar de la peleazzz! despuézzz volvé, que te
contamozzz. Mientrazzz, nosotrazzz vamozzz a buscar refuerzozzz.
Y se fueron volando, como una nube furiosa. El sapo no tuvo tiempo de
preguntarles dónde podía encontrar una calabaza y cómo la iba a llevar
hasta el arroyo, pero no se echó atrás. Pasó casi toda la tarde
buscando, hasta que tuvo suerte, y le llevó como cuatro horas empujar la
calabaza hasta donde iba a ser la batalla, pero lo consiguió. después
volvió al avispero, y sus socias le contaron lo que habían pensado hacer.
Al día siguiente, a la tarde temprano, los amigos del puma fueron
apareciendo donde los habían citado y, cuando estuvieron todos, salieron
para el arroyo. Iban muy divertidos y fanfarroneando.
–¡Miren si el sapo trajo a su amiga la lagartija! ¡Qué miedo! –decía el
hurón, en broma.
–¿Y si viene el caracol, eh? –agregaba el zorrino.
–Por ahí trae a su primo el escuerzo –se burló la comadreja.
–Ojo, no tanta risa, que ese es muy bocón y cuando muerde, no suelta
–dijo el zorro, que no veía la necesidad de esta pelea.
–¡Uh!, cierto –contestó el mayor de los hermanos pecaríes–. Pero se me
ocurre algo: lo pisamos –y los demás chanchos dijeron que sí con la
cabeza. Querían agregar algo ingenioso, pero no se les ocurría mucho.
–¿Y si le damos un pisotón? –dijo al rato otro de ellos.
–Yo digo que le pongamos la pata encima –comentó un tercero.
El puma le susurró al zorro:
–Estos son muchos y decididos, pero para pensar... y hablando de pensar,
ahora pienso que... adelantate vos, a ver si de veras no hay peligro.
–¡Ufa, siempre yo! –protestó el sobrino, pero tuvo que ir.
Encontró al sapo sentado sobre una calabaza, y no vio a nadie más. Se
acercó.
–¿Y, te dejaron solo?
Entonces, se le ocurrió patearle el asiento para hacerse el valiente, y
ahí mismo de adentro salieron cuatro avispas y le dieron un picotazo
cada una. El zorro corrió dolorido y pensando “todo por culpa de mi tío.
ahora va a ver”. y gritó:
–¡Vengan, que está solo!
Los forzudos se pusieron en fila, uno al lado del otro, y avanzaron al
trote. Cerca del arroyo se largaron a todo galope y en ese instante de
la calabaza salió un chorro negro de avispas, abejas y tábanos –esa
especie de moscas que pican tanto–. Fue todo aullidos, gritos de dolor y
zumbidos furiosos. duró poco. En un momento, los hermanos pecaríes se
perdieron por el monte, chillando y atropellando todo lo que se les
atravesaba, y los demás se tiraron al agua para escapar de tanto aguijón.
Cuando los picadores se fueron, el puma y los suyos salieron del arroyo,
chorreando y muy quejosos. y mientras se iban, con las orejas bajas y
rengueando, el puma les dijo:
–Ahora estamos frescos y no nos vamos a acalorar, muchachos, pero si no,
¡qué paliza les dábamos!