Texto publicado por José Luis Rios
La mar, con cuatro sentidos
Medio centenar de invidentes de Madrid visitó ayer la bahía para conocer el barco museo 'Mater' y Ondartxo
Para los habitantes de ambas orillas de la bahía, el mar es esa plaza de agua que se tiñe de diversos matices de verde y azul. Para los arrantzales, la mar, siempre en femenino, representa una amante caprichosa que un día lo da todo y al siguiente, lo arrebata. Para quienes ayer visitaron Pasaia, ese retazo del Cantábrico apresado entre los montes Jaizkibel y Ulia, se transformó en un cúmulo de sensaciones.
La del olor a salitre que impregnó sus manos, mientras a sus oídos llegaba el batir de alas de gaviotas y sus pasos se volvían menos seguros cuando, sin la ayuda de sus perros guía, los invidentes caminaron por la cubierta del 'Mater', ese viejo atunero que se deja mecer por las olas amarrado en el puerto.
«Bienvenidos a nuestro barco museo», saludaban Lierni Gartzia y Xabier Iturria al medio centenar de integrantes de Igualar, la asociación madrileña centrada en el desarrollo de actividades de ocio para personas con distintas discapacidades. «Solemos organizar salidas para disfrutar y vivir experiencias. El objetivo de ésta es tener conciencia del trabajo que hay detrás de una lata de atún», señalaba su vicepresidenta, Elena Salaberria.
Con ese propósito, se embarcaban en una aventura que les llevó a recorrer, a tientas, cada palmo de una embarcación que les desveló sus secretos. De proa a popa. De babor a estribor. El 'Mater' les permitió conocer artes de pesca con cebo vivo empleadas en la captura del cimarrón. A través del tacto conocieron la estructura de la red de cerco, la forma de las cañas de bambú y las partes de un barco recurriendo a varias maquetas. El olfato les reveló el aroma, mitad humedad, mitad madera, que encierra la bodega de un pesquero. Con el oído se imaginaron la cortina de agua que confunde a los peces en alta mar, pero también las explicaciones con las que Iturria tradujo en palabras las imágenes del vídeo proyectado en los antiguos camarotes de los arrantzales.
Los mismos sentidos volvieron a entrar en juego minutos más tarde, al adentrarse en el Centro de la Cultura Marítima Ondarxo. Sebastián ejerció de 'cicerone' y les animó a tocar las réplicas de antiguas txalupas balleneras. Así apreciaron las diferentes técnicas empleadas en la construcción de cada casco, detalles que el ojo no siempre ve.
Adolfo Díaz grababa los comentarios, «para luego editarlos y volver a revivir el viaje». A su lado, Encarnación Lorences se mostraba emocionada. «He montado en barcos de recreo, pero nunca en uno como el de aquí», decía. «La gente piensa que porque somos ciegos no podemos disfrutar de las cosas. No se dan cuenta de que lo que no vemos, lo imaginamos tocando», comentaba Carmen Herraez
ELENA VIÑAS | PASAIA.