Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

Cuentos y leyendas: La palomita embrujada.

La palomita embrujada.

En muchas partes se cuenta esta historia, pero yo la escuché en San
Juan, en un lugar de ullum y hace mucho. Si tienen paciencia, acá va
para ustedes.
Todo empezó una tarde de sol, a la hora de la siesta, cuando una
criatura que se llamaba Teresita estaba jugando sola en el patio de su
casa, en el medio del campo. Siete años tendría más o menos. ¿y no se
aburría? Para nada, porque estaba con su muñeca más querida. no era nada
del otro mundo, muy sencillita, de trapo, con pelo de lana y no más
grande que una mano; pero para ella era lo mejor que había y nunca se le
separaba.
Esa tarde, como siempre, Teresita estaba con ella. Hacía que charlaban,
que se reían juntas y, de a ratos, que se peleaban. Hasta que se le
ocurrió ponerla a caballo en la pared del patio.
En ese momento apareció, vaya a saberse de dónde, un aguilucho que pasó
volando como tiro, agarró a la muñeca con las patas y se la llevó.
¡Habrá creído que era algo que se podía comer! Teresita no perdió
tiempo. Saltó la pared y empezó a correr atrás del animal, que volaba
rápido y cada tanto se paraba en alguna rama a descansar. Pero apenas
ella se acercaba corriendo y gritando, él levantaba vuelo de nuevo,
porfiado, sin soltar la muñeca.

La niña perdida
Así fue como la chica se fue alejando y alejando de la casa, y dio
vueltas entre matorrales hasta que se perdió. ya no veía más al
aguilucho y tampoco sabía cómo volver a la casa. Siguió caminando y se
fue cada vez más lejos.
Cuando ya caía la noche, junto a un arroyo encontró un arbusto lleno de
frutitas y eso comió. después, se acurrucó y se quedó dormida.
A la mañana siguiente tomó agua, comió más fruta y siguió viaje, sin
idea de para dónde iba. un par de horas después tuvo suerte, porque a lo
lejos vio un rancho, así que se apuró a ir para ahí a pedir ayuda. Pero
nadie salió a la puerta cuando ella llamó, entonces ella entró para
esperar que alguien llegara.
El lugar estaba todo desordenado. Había tres catres con unos buenos
revoltijos de frazadas, ropa tirada por todas partes y una mesa con
platos sucios. Como pasaba el tiempo y no venía nadie, ella se aburrió y
empezó a ordenar. Barrió, lavó y guardó. Estaba tan entretenida con eso,
que no oyó que alguien se acercaba hasta que sintió unas voces de hombre
casi al lado de la puerta. de repente, todo el miedo que no había tenido
hasta entonces le vino de golpe y se asustó mucho. no se le ocurrió otra
cosa que esconderse debajo de uno de los catres.
Tres hombres jóvenes entraron en la casa y se quedaron duros cuando
vieron el orden que había.
–¿Quién ha andado acá? –dijo el que parecía mayor.
–Esto es muy raro –le contestó otro.
–¡No toquen nada! Puede ser cosa de la bruja –agregó un muchacho más chico.
Y empezaron a mirar todo con desconfianza, hasta que uno de ellos vio
asomar la puntita de la pollera de Teresita por abajo del catre. Se
agachó y descubrió la cara asustada de la chica. Sonrió y le preguntó:
–Y vos, ¿de dónde has salido? Vení, no tengas miedo.
Para no estirar la historia –porque todavía falta mucho por contar–,
digamos que ella les contó lo que le había pasado y ellos le explicaron
que eran tres hermanos que vivían solos. y como nadie tenía idea de
dónde vivía Teresita para llevarla de vuelta con los suyos, le
ofrecieron quedarse como si fuera la hermanita menor. y así fue.
Pasaron los años, Teresita creció y se hizo muchacha. Vivían bien los
cuatro juntos, salvo por la inquietud que les daba la vieja bruja, esa
de la que habían sospechado el día de la llegada de la chica. Sabían que
siempre rondaba para tratar de hacerles algún mal y vengarse de los tres
hermanos varones. ¿Por qué? Porque una vez habían soltado a un pobre
sapo que ella había atrapado para hacer un maleficio y lo tenía atado
colgando de una rama.
–¡Conmigo nadie se mete! –les había gritado aquel día–. ya van a ver lo
que les pasa; a mí me sobra tiempo y cuando menos lo esperen, les va a
caer mi venganza. Por eso, andaban siempre precavidos.

Una gata muy misteriosa.
Un día, cuando Teresita estaba sola, apareció una gata negra en la casa.
Se paseó muy tranquila, olisqueó todo y saltó por la ventana que daba a
la huerta. la chica se asomó y la vio perderse entre las plantas de
tomate. al rato, cuando fue a buscar verdura para la ensalada del
mediodía, vio que justamente había crecido un tomate enorme, tan
colorado que invitaba a comerlo. al rato lo había cortado en cuatro para
repartirlo entre todos.
Los hermanos llegaron del campo con hambre, se sentaron y empezaron a
comer, mientras ella iba a traer el pan. En ese momento se oyó un ruido
fuertísimo, y cuando Teresita se dio vuelta vio que los hombres se
habían convertido en tres bueyes y eran tan pesados que habían hecho
astillas los bancos y estaban sentados en el suelo. El tomate era un
embrujo.
Vinieron tiempos difíciles, pero se las arreglaron. Por señas –porque no
podían más que mugir– ellos le indicaron que les atara el arado y así
trabajaban la tierra.
Cuando volvían del campo, la chica los lavaba, les cepillaba el cuero y
les lustraba las astas. Pero no se consolaba de verlos así, y empezó a
preguntarles si no habría nadie que los compusiera.
Contestando que sí y que no con la cabeza, mugiendo y señalando con el
hocico, le hicieron entender dónde vivía una viejita sabia que los podía
ayudar, y una mañana fueron los cuatro a buscarla. Hubo que caminar
mucho, pero la encontraron; Teresita le explicó lo que pasaba y la mujer
le indicó dónde encontrar un yuyo mágico. la chica lo descubrió después
de mucho trabajo, los hermanos bueyes lo comieron y así volvieron a ser
hombres.
Pero pasó otra vez la gata negra, los vio y maulló con rabia. un año
después, se acercó al rancho un montón de gente a caballo, que paró para
darles agua a los animales. Era un rey, que iba de viaje con sus
ministros y soldados. Cuando apareció Teresita en la puerta, el hombre
se quedó enamorado y le pidió que se casara con él. Como a ella también
le gustó él, le dijo que sí. Fue amor a primera vista.
Al rato estaban yendo todos para el castillo real; los tres hermanos
también, porque el rey les había ofrecido que vivieran con ellos. a la
semana hubo casamiento, con invitados llegados de todas partes, baile y
comida de la mejor, que así se casa la gente tan importante.

La bruja ataca de nuevo.
Pasó otro año y Teresita tuvo un bebé. todos estaban contentísimos: la
madre, el padre, los tíos...
Pero entonces apareció la gata negra, se coló en el castillo, miró todo,
dio un maullido furioso y salió.
En la calle, cuando nadie miraba, se transformó en la vieja bruja
primero y después en una muchacha regordeta con cara de inocente, que se
fue a ofrecer como sirvienta al rey. dijo que se llamaba Paca, parecía
muy simpática y le dieron el trabajo.
De a poco, consiguió que le dejaran atender a Teresita, que estaba muy
ocupada con el nene.
Un día encontró el momento justo para hacer lo que quería: se puso a
peinarla y de pronto sacó un alfiler colorado y se lo clavó en la
cabeza. ahí mismo, la chica se convirtió en una palomita y la otra la
sacó a escobazos por la ventana.
Como justo entonces se oyeron los pasos del rey que venía, la bruja
empezó otra vez a cambiar de forma para hacerse pasar por Teresita. y lo
logró, porque era muy poderosa, pero con el apuro no terminó a tiempo y
cuando el hombre entró, le había quedado la cara igual a la de la chica,
pero más gordita, como la de Paca.
–Estás rara –se extrañó el marido.
–Lo que pasa es que Paca se fue sin avisar, y de la rabia quedé como
hinchada –mintió la bruja. El otro le creyó.
Así quedaron las cosas: una hecha paloma, la bruja en su lugar, y el
rey, engañado. Claro, Teresita estaba desesperada y quería volver a la
casa, ver al bebé, encontrar el modo de explicarle al hombre lo que
había pasado... Pero la bruja había hecho las cosas bien, y si la había
convertido en paloma, no le había dejado capacidad de hablar, así que
ahora lo único que le salían eran los “uú–uuú” medio tristones que hacen
esos pajaritos.
Para colmo, cuando se quería meter en la pieza, la bruja que ahora tenía
su forma, le cerraba la ventana en las narices; mejor dicho, en el pico.
Pero ella insistía, y trataba de ver al hijito desde afuera. además,
cada vez que el marido salía, lo seguía volando y cuando él se paraba,
se le posaba cerca, en alguna rama, y aleteaba para llamarle la atención.
Él no se daba cuenta de nada, pero tenía un jardinero muy observador,
que un día lo paró y le dijo:
–Disculpe, majestad, ¿no ha visto lo que hace esa paloma? El rey miró
para donde le señalaba el otro y contestó:
–No, ¿qué tiene de raro? Parece igual que todas.
–Sí, pero esta, ¿no se dio cuenta de que lo sigue a usted? y mueve las
alitas como para que la vea.
–¡Qué imaginación tenés! –se rió el rey–. ¡Mirá si me va a andar
buscando una paloma!
Pero el asunto lo intrigó un poco y empezó a fijarse bien. así notó que
el hombre tenía razón: cuando él salía del castillo, la paloma andaba
siempre revoloteando por ahí, y lo miraba mucho. también la vio pegando
el ojo al vidrio de la ventana, para ver adentro.
–Era cierto –le comentó después al jardinero–. ¡y qué linda es!
Hacé una cosa: poné una trampa para agarrarla, que la quiero tener en
una jaula. ¡ojo, que no se lastime!

Atrapada en una jaula.
Así fue como el jardinero la atrapó con una red y la puso en una
jaulita. El rey estaba encantado, y más porque cuando le ponía un dedo,
la paloma se lo picoteaba despacito, con cariño.
La que no estaba nada contenta era la bruja.
–Querido –le decía al rey–, mejor sacá a ese bicho de casa, a ver si nos
trae una peste.
–Pero no, mujer –le contestaba el hombre–, si se ve que es sanita.
Por eso, una noche la bruja decidió ocuparse personalmente del tema. Fue
en puntas de pie a la cocina, donde estaba la jaula, la abrió y agarró a
su víctima para retorcerle el pescuezo. En eso estaba cuando sintió que
venía el rey, que quería tomar agua. Muy apurada, metió a Teresita en
una olla llena de arrope –que es un dulce de fruta– para que se ahogara,
la tapó y se escondió en un armario. Pero el hombre sintió un aleteo,
destapó el cacharro y encontró a la paloma, toda pringosa.
La sacó y empezó a limpiarla con agua y un trapo, y en ese momento
sintió el bulto de la cabeza del alfiler que todavía tenía clavado. tiró
con cuidado, lo fue sacando despacio y de pronto el animal creció, se le
cayeron las plumas y fue de nuevo su mujer, que lo abrazó. Se reía y
lloraba, y el rey no entendía nada, pero en ese momento la bruja salió
corriendo del armario y se quiso escapar, con tanta mala suerte que se
lo llevó por delante y se clavó el alfiler colorado. ¡En el momento era
una cucaracha que pataleaba, ensartada!
Teresita le contó todo al marido y ya se acaba la historia. ¿la bruja
cucaracha? En un descuido, se soltó y corrió por el piso.
¡Qué puntería! la cocinera, que se despertó al oír voces, fue a ver qué
pasaba y la dejó chata de un chancletazo.