Texto publicado por starchild

(Relato Propio) Klanan, Capítulo 6. Una región llamada Skrarg.

Vuelvo a estar por aquí después de algún tiempo y os presento esta nueva entrega, donde conocereis un poco más la sociedad de los Hombres de roca. No del todo claro está, ya que pretendo seguir manteniendo muchos misterios sin desvelar, por ahora, de este conjunto de seres. Dentro vídeo, digo, dentro texto.

Klanan, capítulo 6.
Una región llamada Skrarg.

Aquella noche el viento estaba soplando muy fuerte. No era normal teniendo en cuenta en la región en la que se encontraban, pero era la noche del ritual y todos los Skrarguerianos se encontraban reunidos en círculo frente a un enorme caldero el cual no paraba de burbujear un líquido transparente. Todos los hombres de roca entonaban ligeros cánticos mientras observaban hacia el cielo. Hasta que de repente, un relámpago partió el cielo en dos, seguido de un trueno, el cual hizo a todo el mundo enmudecer.
Uno de los hombres de roca, el más alto quizá, el cual no se encontraba dentro del círculo, entró en el mismo hasta situarse en el centro de los demás hombres, pegado al caldero, acto seguido, comenzó a hablar.
--Un futuro incierto nos esperará. Pero el sistema nos anima a continuar. La paz terminó como sabéis. Es hora de salir de nuestra tierra y reclamar lo que hace tiempo se nos arrebató. Es hora de dormir. En unos días, habrá que partir.
Comenzaron a desaparecer del centro del círculo, alejándose de aquel lugar, mientras los sonidos de sus pesados pies hacían temblar todo el suelo. Cuando el último hombre de roca hubo desaparecido, tan solo el burbujear de aquel caldero inundaba aquel lugar, apenas definido, el cual comenzó a difuminarse poco a poco…
--¡Despierten todos, todos arriba!
Grind abrió los ojos lentamente dentro de su pequeña cabaña de madera. La luz del día entraba a raudales por la puerta semiabierta y el calor del día ya se dejaba llegar. Era hora de despertar, tal y como estaban anunciando sus Skrarguerianos compañeros conforme amanecían. Acto seguido buscó sus pertenencias para disponerse a salir fuera.

Los hombres de roca, tal y como hemos nombrado en capítulos anteriores, son una raza de bípedos con una piel lo suficientemente resistente como para aguantar cualquier tipo de temporal. Por ello, suelen ir con el torso descubierto, siempre desnudos de cintura para arriba. Su piel, en la mayoría de los casos morena, es tan resistente que un solo tajo solo les haría un corte superficial y ni siquiera les haría sangrar. Su rostro es muy parecido al de los humanos, aunque en algunos, hay ciertas alteraciones.

Grind se puso sus grevas y se ató el cinturón en el cual encajó un enorme palo de metal, y así salió a la calle. La gente poco a poco Iba apareciendo por las puertas de las pequeñas cabañas, casi todos con las mismas vestimentas. Grevas o pantalones, en los que todos llevaban atadas esas varas de metal en el cinturón, desnudos de torso y descalzos. No necesitaban calzado, de hecho, el calzado era bastante incómodo para ellos debido a sus dedos articulados.
--¡Despierten todos, todos arriba! –Gritó Grind con una voz potente y ronca. Inmediatamente se comenzó a alejar de la multitud y se dirigió a la parte trasera de las hileras de cabañas, para encontrar un sitio más apaciguado. Realmente se encontraba entre dos hileras de las mismas, las cuales se daban la espalda unas a otras, y por tanto, donde hacía algo de sombra. Observó que justo delante de él, desde el otro extremo del corredor de cabañas, otro de sus compañeros, fortachón y con una mirada rojiza se acercaba corriendo hacia su posición.
--¡Envíen! –Dijo rápidamente.
--¡Envíen! –Contestó Grind. Los dos echaron la mano a la barra de metal y la desengancharon del cinturón y se posicionaron frente a frente, para encararse.

Quedan muy pocos retazos de la lengua antigua de Skrarg. A penas se pronuncia y solo quedan residuos de viejas palabras, las cuales los Skrarguerianos, u Hombres de roca, como se prefiera llamar, usan para algunas situaciones. Envíen, es la manera de iniciar, o aceptar un reto. Cuando un ser de Skrarg pronuncia la palabra a un congéner suyo, este tiene dos opciones. Aceptar el reto pronunciando la misma palabra, o rechazarlo pronunciando ‘Nock’. Los retos son una cuestión de orgullo y valía en la sociedad de Hombres de Roca, así que rechazarlos podría significar perder el respeto ante el otro compañero, con lo cual, rara vez se suele rechazar un reto de estas características.

Grind y el otro combatiente se miraron fijamente a los ojos y acto seguido, este levantó su barra de metal en señal de espera. Recibió el ataque de Mahatma, su compañero y lo desvió ágilmente. Mahatma dio otros tres golpes los cuales fueron parados también por la Bara de metal de Grind. Entonces Mahatma fue quien decidió esperar, y grind lanzó su ataque hacia un costado. Mahatma lo desvió sin dificultad.
--¿Estaremos así todo el día? –Dijo Mahatma.
--¡No! –Gruñó grind mientras lanzaba un potente golpe al pecho de Mahatma. Este lo recibió sin poder pararlo debido a que tenía la guardia baja en ese momento. Soltó un gruñido de cólera y atacó a la cabeza de Grind el cual se agachó para esquivar el golpe. Pero no pudo evitar tres veloces golpes los cuales fueron a parar a la espalda de Grind, el cual sentía ya que su ira se acrecentaba.

En el otro lado de la hilera, la gente comenzó a escuchar el entrechocar de armas y gritos de batalla.
--¡chicos, Un duelo! –Dijo un joven Skrargueriano emocionado y acto seguido, la gente comenzó a desplazarse al otro lado.

Grind y Mahatma seguían intercambiando golpes la mayoría desviados por las armas. Ahora luchaban a una velocidad frenética y estas silbaban al cortar el viento. Grind trataba de buscar un hueco en las defensas de Mahatma, y este, se replegaba cada vez más para evitar los golpes. Lo estaba logrando, iba a vencer al invécil que se había atrevido retarlo sin motivo aparente. Dio tres rápidos golpes en la muñeca de Mahatma y pudo desviar su barra de metal. La gente ya se encontraba junto a ellos, gritando y vitoreando. Entonces, Grind, asestó un fuerte golpe en una de las costillas de Mahatma, la cual crujió levemente y esperó.
La gente dio un grito de asombro.
--Todo ha terminado. ¿No? –dijo Grind.
Inmediatamente este oyó un potente cortar de viento y un enorme golpe que impactó en su parte trasera del cuello el cual lo hizo tambalearse. No tuvo tiempo de reponerse cuando otro potente golpe fue a parar a sus costillas. Con cada golpe, la gente gritaba de placer y Grind se concentraba para no perder las fuerzas. Tenía que hacer algo. El cuarto golpe le partió un hueso del brazo izquierdo, pero para el quinto golpe ya estaba preparado para desviarlo. Tenía que seguir, lucharía a muerte si era necesario. Se volvió a encarar contra Mahatma y siguieron entrechocando sus espadas hasta que ambos encontraron defensas descubiertas. Golpes, gruñidos de furia y crujir de huesos fueron acompañados por los vítores, ya coléricos e histéricos de la gente.
--¡Parad ahora mismo!
Se hizo el silencio y los dos combatientes pararon de luchar mientras la figura del Mayor, se hacía presente ante ellos. Era un Skrargueriano mucho más alto que los demás, cuyo torso estaba cubierto por una túnica negra. Se acercó y se puso entre Grind y Mahatma.
--quien inició el reto.
--yo. –Dijo Mahatma.
--¿Qué motivo tenías?
--Grind estuvo anoche en el ritual. No tenía permiso para entrar en el plano onírico. Pero yo, sentí su presencia.
--Debiste comunicármelo en lugar de iniciar un reto sin motivos.
--Grind debe pagar.
--¡yo decido quién debe pagar! –Gritó el mayor y su voz resonó en las cercanías. –Los dos seréis castigados esta noche. Tú, Mahatma, por iniciar un reto contra un compañero sin ningún sentido. Y tú, Grind, es cierto que accediste al plano onírico?
--Lo es.
--¿Por qué lo hiciste?
--En ningún momento se me ha recompensado por mi hazaña.
--Qué hazaña. ¿Acabar con un mísero poblado de gente blanda en su mayoría indefensa?
El mayor soltó una fuerte carcajada y el resto lo secundó.
--Hoy, a media noche, os dirigiréis a la cima de la montaña norte. Os estaremos esperando para recibir vuestro castigo. Si no aparecéis, ya sabéis lo que sucederá. Vuestro castigo será la propia muerte.
--Aceptamos maestro. –dijeron los dos al unísono.
Acto seguido, el mayor se retiró y todo el mundo comenzó a dispersarse. Era hora de comenzar los quehaceres diarios. Un grupo de Skrarguerianas jóvenes, se dirigieron fuera de la zona de cabañas, hacia otro lugar abierto donde el sol alumbraba un poco más fuerte y se disponían a charlar. Las mujeres algo más mayores, se dispusieron a entrar cabaña por cabaña para comenzar a limpiarlas y prepararlas para cuando los hombres, los cuales se estaban preparando también para salir a la caza diaria. Formaron una fila conforme iban saliendo de sus casitas, equipados solamente con la barra de metal y una espada auxiliar en caso que se vieran en apuros, con una enorme mochila ajustada a la espalda y comenzaron a desfilar en línea, alejándose de la zona poblada, hasta que sus pies, dejaron de pisar suelo asfaltado y se adentraron en la arena del desierto. Aumentaron la marcha mientras comenzaban a cantar una canción la cual repetían a lo largo de todo el trayecto incesantemente:

Tus huesos crujen con mi metal.
Tu carne al fin se desgarrará.
Hoy no vas a escapar, no te escabullirás,
Porque yo te voy a cazar.

Continuaron repitiendo la estrofa mientras algunos comenzaban a soltar carcajadas y aceleraron el ritmo de la marcha.

Llegaron, por fin, a la entrada de una enorme gruta la cual comenzaba a descender en el suelo. Todos callaron y comenzaron a bajar silenciosamente, aferrando sus fuertes dedos articulados a las paredes conforme lo hacían.
Avanzaban silenciosamente mientras sus ojos comenzaban a adaptarse a la oscuridad que dentro de aquel lugar imperaba. Ellos, a diferencia de la gente de carne blanda, veían mucho mejor en la oscuridad. Ventaja que usaban siempre ante un ataque nocturno, si es que lo había, como el que sucedió en la montaña sur.
Uno de ellos se detuvo e hizo que los demás también lo hiciesen. Señaló a uno de los corredores y acto seguido todos miraron hacia allá. Allí estaban los kankrán. Pequeñas aves, muy parecidas a las gallinas, pero con un pico bastante más afilado y además, venenoso. El hombre que estaba más adelante se acercó a una de ellas y antes de que al animal le diese tiempo a volverse, asestó un fuerte golpe en el cuello del mismo, el cual tras un grito de dolor, calló desplomado al suelo.

El resto de Kankrán comenzó a cacarear nerviosos y se dispusieron a huir al interior de la cueva. Los hombres de roca dieron un grito agudo y comenzaron a perseguirlos. Recorrían los túneles lanzando agudos gritos mientras las aves corrían nerviosas fuera de su alcance. Un Kankrán pequeño, el cual se desvió del grupo y se encontraba bastante asustado, fue abatido sin piedad por el pie de uno de los hombres de roca, el cual le aplastó la cabeza contra el suelo. Este, limpió el pie descalzo de sangre y restos orgánicos en la pared y continuó avanzando, introduciendo al desafortunado Kankrán en la mochila.

Llegaron a un callejón sin salida. Una enorme cámara donde los pequeños animales, imposibilitados de seguir huyendo, se lanzaron contra los hombres de roca en un intento desesperado de repeler el ataque. Las aves fueron cayendo una a una bajo los golpes de los Skrarguerianos y mientras tanto, los auxiliares ayudaban a cargar las piezas muertas en las mochilas que llevaban. Tan solo ya quedaban unos 20 Kankrán, los cuales se encontraban arrinconados al final de la sala, temblando y sin atreverse a atacar.
--Hay que dejarlos vivir. –Dijo el hombre de más adelante y todos lo secundaron y se dispusieron a salir de aquel lugar, con las piezas en su poder.

Era ya medio día en el poblado del desierto de Skrarg, y todas las cabañas desprendían un oloroso aroma a comida cocinada y las Skrarguerianas, que por allí quedaban, se encargaban de colocar los platos cocinados mientras sus hombres regresaban. Cuando ya estaba todo preparado, mientras esperaban, la mayoría de mujeres salían a fuera, para charlar y comentar cosas.
--¿Todavía no han llegado? –Dijo una anciana.
--Hoy se dirigían al otro lado del desierto, quieren cazar a los Kankrán. Aunque opino que es algo muy arriesgado.
--¿Arriesgado para nosotros? –Dijo otra mujer más joven.
--No, hija. Para los Kankrán. Es una especie que va a desaparecer y no se debería de tocar, pero ellos mandan.
Todas las mujeres repitieron esa última frase.

Aproximadamente 20 minutos después, los hombres comenzaron a aparecer en la zona poblada.
--¡50 Kankrán! –Gritó uno de ellos. El resto, repitió el mensaje y todas las chicas que se encontraban comenzaron a gritar y a vitorear. Fueron dejando las mochilas cargadas en la puerta de las cabañas, y comenzaron a entrar, con sus respectivas compañeras, para disfrutar de la comida ya preparada.
Grind se encontraba saboreando un jugoso trozo de carne junto a Lahimba, su compañera de casa. Esto, es lo más cercano al matrimonio en la sociedad de Hombres de roca. Cada hombre de Roca tiene derecho a disfrutar de una compañera de casa, la cual se encarga de todas las tareas domésticas. A cambio, el se encargará y se asegurará de su protección, proporcionándole, en caso que ella lo desee, un acto de procreación para seguir manteniendo la especie y descendencia.
--no debiste entrar al plano onírico anoche.
--lo sé.
--Es un lugar muy delicado y no todo el mundo tiene la facultad de interpretarlo tal y como es. Nadie tiene la culpa de tu desarrollo sin enseñanza. Pero el ritual es un acto privado y deberías estar contento que te hayan perdonado la vida.
--La vida es lo que menos me importa cuando se trata de vengar la muerte de Sliendar.
--no conozco a ninguna Sliendar, compañero.
--La conociste.
--La conocí. Ya no existe. Estás aferrándote a un recuerdo el cual ya no existe.
--Fue mucho para mí y lo sabes.
--¿Te enamoraste de Sliendar?
--El amor no existe.
--Exacto, el amor no existe, compañero. El amor es un invento de los hombres de carne blanda para aferrarse a algo, es una forma de soportar las heridas de la vida, que como bien sabemos, ellos tienen muchas. La falsa creencia de que alguien será para toda la vida, la sostienen ellos. Pero eso no existe, Grind, y lo sabes. La vida se rige por necesidad y es la necesidad la que nos une. Tú tienes necesidad de mí, yo tengo necesidad de ti. En cuanto esa necesidad desaparece, cualquier intento por volver a reavivarla es pérdida de tiempo. Así que déjate de chiquilladas, y estate seguro, que la muerte de Sliendar, o más bien, la ofensa por parte del sur de Klanan, será vengada. No tengas dudas.
--Así será.

La tarde fue avanzando poco a poco y ahora, el poblado se encontraba en un ambiente más relajado y de entretenimiento. Los hombres reían y cantaban, las hembras más jóvenes charlaban, correteaban y se empujaban y un grupo de chiquillos, estaban jugando a una especie de juego de ver quien lanzaba una barra de metal lo más lejos posible. El atardecer dio al crepúsculo y este, a la noche. Era hora de cenar, celebrarían el festín de esta mañana. Una de las mujeres cerró los ojos e inmediatamente un enorme fuego apareció en la parte más espaciosa del poblado. Todos se dirigieron allí y los hombres comenzaron a portar Kankrán muertos, los cuales comenzaron a despellejar y a limpiar, tras lo cual, eran ensartados en finas barras de hierro y colocados al fuego.
--Será una buena cena. –Dijo un hombre de roca mayor con la voz ronca, mientras daba vueltas a su animal en el fuego.
--Ya lo creo. –Respondió un muchacho mucho más joven.
La cena, fue silenciosa y tranquila, tras lo cual, Grind y Mahatma se pusieron en pie. Se despidieron de la mano con la multitud, y comenzaron a alejarse del poblado hacia el norte. Comenzaron a correr veloces para no llegar tarde a la cita. Atravesaron rápidamente el desierto interminable y tras 5 horas sin parar de correr, cuando ya los músculos comenzaban a hacer mella en las piernas, llegaron al pie de la montaña norte.
Sin detenerse, comenzaron a subir trabajosamente la montaña. Tenían que lograrlo antes de que llegase el alba, de lo contrario, habrían fracasado. Morirían, y Grind moriría antes de ver vengada la muerte de Sliendar. Sliendar. ¿Por qué no podía quitársela de la cabeza? Ya había muerto, ya no era nada. Debía desaparecer de su persona.

Por fin llegaron a la cima de aquella montaña, completamente exhaustos y sin fuerzas, tambaleándose casi sin poder mantenerse en pie. Ante ellos, apareció lentamente el maestro.
--Media hora más y hubieseis fracasado. ¿Os encontráis agotados? ¿Qué clase de hombres sois? Acompañadme.
Siguieron sin protestar al mayor hasta encontrarse justo en el centro de la montaña, donde un muchacho y una muchacha los esperaba. La muchacha estaba en frente de un cubo de agua hirviendo, y el muchacho, llevaba un látigo de tres colas en la mano, de las cuales sobresalían unos pinchos bastante afilados.
--Sentaos.
Grind y Mahatma se sentaron en el suelo.
--Sabed quienes son estos dos. Grind, del poblado central del desierto interminable, y Mahatma, originalmente vivía en la montaña este y recientemente mudado al poblado. Ambos han cometido un acto de falta de respeto a sus superiores. Mahatma, por retar a Grind sin ninguna razón aparente. Grind, por entrar al plano onírico sin permiso y sin haber recibido formación. Comenzará el castigo. Recordad que tenéis terminantemente prohibido canalizar el dolor. Debéis sentirlo tal y como es. En caso que se detecte que estáis evitando el dolor, nos veremos obligados a aumentar los castigos físicos, cosa que podría desembocar en la muerte del individuo. Sin más, que comience el castigo.
La chica, levantó el cubo y sin ningún miramiento, arrojó agua sobre La espalda de Grind primero, y después, sobre la de Mahatma. Grind sintió como miles y miles de agujas al rojo vivo provocadas por el agua caliente le penetraban la espalda y ardía de dolor. Ambos no pudieron evitar gritar. La chica, volvió a echar otra dosis de agua en ambos cuerpos, los cuales se convulsionaron de dolor, y con esto, vació el caldero. Chico y chica esperaron a que ambos dejaran de quejarse y de retorcerse de dolor. Y entonces, el chico levantó el látigo y arrojó un fuerte golpe en la espalda de Grind. Este se quejó de dolor con un grito desgarrador mientras notaba como comenzaba a chorrear sangre. Ese látigo hacía cortes bastante profundos. Inmediatamente repitió la misma maniobra con Mahatma y fue el mismo resultado.
El chico alternaba entre Grind y Mahatma. Grind se esforzaba por no perder el sentido y no caer en la tentación de canalizar dolor. Cada golpe era más doloroso y al mismo tiempo peligroso. Solo pensar que podría vengar la muerte de Sliendar le daba fuerzas para seguir, y mientras pudiese agarrarse a ese pequeño recoveco, resistiría.
--Parad –Dijo el maestro.
Ambos hombres, con la espalda completamente en carne viva y ensangrentada, no pudieron reprimir lágrimas de dolor. Grind se sintió completamente mareado, como si una losa hubiese sido colocada en lo más profundo de su ser, acto seguido, se sumió en la nada y la realidad a su alrededor, desapareció.