Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera
La pasada de la patrona.
La pasada de la Patrona
-¿Ya está lista hija? –apuraba Celina- es tarde
-Voy mamá, estoy terminado de bañarme. ¿Dónde está el vestido?
-Lucía ese no es u vestido, es la túnica que se usaba en esa época.
-Si, mamá.
Mientras aplanchaba por tercera vez la túnica, Celina trataba de pasar por alto el cansancio acumulado de la trasnochada.
Como era costumbre el último domingo del mes de agosto cada año, el Barrio de Los Ángeles se había organizado desde muchos días atrás a fin de adornar
las calles para la Precesión de la Patrona. A Celina le dolía un poco el cuerpo, había sido la encargada de diseñar la alfombra. Esta segura que las flores
que logró a base de aserrín naranja y rojo, engalanarían su cuadra.
Horas atrás todo el vecindario se había echado a la calle. En cada cuadra todos los vecinos, tanto adultos como niños, esa noche tenían pleno permiso de
trasnochar; pasaban de un lado a otro con tarros de pintura en mano, brochas, bolsas de aserrín y cal. Los moldes se hacían con cajas de cartón. Una vez
cortados, según cada diseño, se ponían en el pavimento y los pintaban con cal, pinturas de agua y, en otros casos, se eles esparcía aserrín de colores
logrado a base de añilina. Cada quien tenía su tarea. En esa labor todos eran iguales, no había diferencias. Algunas parejas de novios a escondidas aprovechaban
para pasar un rato juntos. Mientras ponían aserrín, o pintaban la calle, intercambiaban miradas amorosas, y aprovechaban todo descuido para rozar sus manos
y chocar sus cuerpos de forma que pareciera accidental.
El entusiasmo era contagioso, pasaba de cuadra a cuadra, de calle a calle. Esa noche o existía otro mundo para ellos más que ese.
En algunas cuadras llevan ya varios meses de hacer una rifa quincenal que les daba un ingreso para el alquiler de columnas. De madera liviana, forradas
en papel con las que flanqueaban la calle, colocadas en ambas aceras. Algunas columnas eran más elaboradas y tenían una repisa en la parte superior, que
permitía colocar jarrones con flores frescas.
Las vecinas se habían preparado con grandes termos de café, para evitar el sueño, que repartían en jarros de loza china azul, acompañados de bizcocho casero
y empanadas de frijol.
A Celina le habían inundado la casa con los restos de papel crepé, pedazos de cartón y las columnas que no usaron. Era material de cuidado, presa fácil
del fuego.
-Después los recojo, pensó- ahora se me hace tarde.
Horas antes, en la misa de las 7 de la noche, después de la consagración, el padre Nazario, en forma solemne había hecho el cambio de vestido a la imagen
de la Virgen. El ropaje, de fino encajes, como era costumbre, lo había elaborado la niña Elenita, la costurera del barrio. Esa mañana las damas marianas,
a las que pertenecía Elenita, habían bajado la imagen, ante la mirada atenta del padre Nazario. La limpiaron con un algodón y luego la ungieron con aceite
del que se usaba en los bautizos. Tanto el vestido como el algodón se guardaban con sumo cuidado. Luego, juntos, se rotaban entre las casas de los enfermos
graves de los barrios de San José, tarea que supervisaban las damas marianas.
Al amanecer, cada cuadra estaba lista, con un guardián a cargo protegiendo que ningún chiquillo intentara pararse en las alfombras o hacer algún daño antes
de la pasada de la Patrona. Las campanas daban las 5 de la mañana y la “espantaperros”, como le llamaban, recorría las calles; claro, más bien pasaban
por las aceras, o de forma muy cuidadosa por entre las alfombras bajo la mirada vigilante del guardián. Entonaban música de fanfarria, con trompetas, redoblantes
y un bajo. Siempre era la misma cimarrona, con contrato de perpetuidad para alegrar las mañanitas de La Virgen.
-Lucía, ya viene el anda, ¿terminó de vestirse?
-Sí mamá, pero y las alas, ¿no me van a poner alas?
-No Lucía, este año vas como la Virgen Niña, la hija de Santa Ana, no salís de Ángel.
-Ah, Bueno.
-Tan tarde y no ha llegado Damaris-, dijo Celina.
Le había pedido a Damaris, a última hora, que hiciera el papel de Santa Ana. Tuvo sus dudas de que representara a la madre de la Virgen, porque ella era
una madre soltera, no era el mejor prospecto, pero ni modo. Estos pensamientos revoloteaban en su cabeza, mientras le daba la cuarta aplanchada a la túnica;
ni por asomo quería que pudiera quedar el resto de una posible arruga, cuando tocaron la puerta. Ahí estaba Damaris, toda de blanco con su túnica, cogida
por un cordel dorado a la cintura, en su pelo negro suelto. En verdad se veía angelical, nadie se acordaría de su desliz.
El anda estaba lista, al poco rato llegaron los cuatro hombre contratados para la tarea. Acordaron que santa Ana, es decir Damaris, iría sentada en un
pequeño banco cubierto por una sábana blanca y a su lado, Lucía, la Virgen Niña. Los hombres levantaron el anda y la cargaron al hombro. Celina cerró su
casa se santiguó y, como siempre, la encomendó a la Patrona para que se la protegiera de todo mal.
La misa solemne empezaba a las 9 de la mañana, a concluir salía la procesión.
Llegaron justo a tiempo cuando Memito, el sacristán, empezaba acomodar el desfile de andas, ángeles, jardinera con primorosos vestidos y canastas llenas
de pétalos de flores, para ir dejando al paso de la Virgen. Por ultimo María Magdalena y las 7 palabras. Podría parecer extraña la presencia de esos personajes
en una procesión patronal, pero es que las madres del barrio aprovechaban cualquier actividad eclesiásticas para que sus hijas lucieran los atuendos que
había pagado a coser para las procesiones de la Semana Santa.
La imagen de la virgen de Los Ángeles, como era tradicional, la llevaban miembros del Cuerpo de Bomberos de San José. Con su uniforme de gala, casco y
suéter rojo, tomaban con gran seriedad la misión. Llegaban antes del inicio de la misa, en la máquina extintora. La chiquillada del barrio salía a recibirlos
con gran algarabía. Dos monaguillos precedían la imagen esparciendo el humo de los incensarios. El padre Nazario, al centro, dirigía el cortejo. Cerraba
la procesión una verdadera cimarrona que venía de Escazú, a la que se unían los vecinos conforme el desfile iba pasando su cuadra. Las campanas anunciaron
la salida de la procesión, la multitud se lanzó a la calle. Las bombetas no se hicieron esperar.
Celina tuvo la inquietud de que había olvidado algo, por la prisa en que salió de su casa.
-No importa, -ya me acordaré- se dijo para sí.
La procesión inició su recorrido por la avenida 12 hacia el oeste. A los ies del monumento de Antonio Maceo, un grupo de ángeles y la Virgen de Las Mercedes
saludaban a su paso a La Patrona.
El cortejo siguió por la calle 16, frente al Cine Zaida los vecinos habían hecho un altar. De un tocadiscos a todo volumen las notas del Ave maría, se
oían.
-La alfombra está bellísima- comentaban los de la comitiva.
-¡Qué colorido y detalles tiene!- exclaman otros.
Al compás de las tonadas de alabanza de la cimarrona para la Virgen, la procesión seguía su camino por la avenida 18, pasando frente a la cantina La Florida.
Continuaba por esa avenida hasta doblar en la esquina de la Pulpería La Estrella del Niño.
Celina iba emocionada detrás del anda, Damaris y Lucía irradiaban un semblante de felicidad, que de momento creyó celestial.
El desfile de ángeles y andas subía por la calle 8. La única cuadra que no adornaban era la de la Primera Iglesia Bautista. En comparación con las otras
calles, se veían un poco vetusta. Cuando pasaba por sus casas, los vecinos con respeto hacían el saludo a la Virgen y la compensaban con música de las
consolas, que competía con las melodías de la cimarrona.
-No logro acordarme qué olvide, se repetía Celina, haciendo un esfuerzo para concentrarse en la marcha de la procesión.
Al doblar la comitiva de nuevo hacia la avenida 12, pasando frente al Restaurante El Indostan, para culminar en la iglesia de Los Ángeles, las bombetas
tronaron nuevamente. Un juego de pólvora, que nadie había previsto, los tomó por sorpresa. El cielo se cubrió de chispas multicolores. Centellas brillaban
sobre sus cabezas. Un destello luminoso se divisaba al sur de la calle 12.
-Este año es el mejor juego de pólvora, -¡qué fantástico y en plena capital!- comentaban unos.
Aquello era impresionante, bocanadas rojas salían entre los techos, danzando con el viento. Todos se miraban entre sí asombrados. Los bomberos con cara
de extrañeza y total seriedad se dirigían miradas de duda, sin perder el equilibrio de su valiosa carga. Poner el anda en el suelo para investigar el motivo
de tan explosivos colores podría haberse calificado como una irreverencia a la Patroncita. Se escucharon los llantos de algunos niños asustados. Un extraño
olor y humo diferente al incienso de los monaguillos empezó a inundar el ambiente. El rojo se hizo intenso.
-Será un saludo del cielo para la Virgen- dijeron otros.
Celina perpleja miraba el reflejo de aquel cielo encarnado en la blancura de la túnica de Santa Ana. Cuando atónita exclamó - ¡la plancha!.
(Sin Autor)