Texto publicado por Leandro Benítez
REFLEXIONES DE PILAR G: LAS LIMITACIONES DEL SER HUMANO
Hace algunos meses escribí un post en el que hablaba de la aceptación incondicional de los demás y del valor del ser humano. No fue casualidad que para ello eligiera mi visita al campo de concentración de Auschwitz, quería poner como ejemplo a personas que hubieran cometido hechos realmente atroces y despreciables.
Por lo general, casi todos somos capaces de ponernos en el lugar de los que nos rodean y comprender por qué actúan como lo hacen, esto hace que con mayor o menor dificultad podamos aceptarlos aunque nos molesten algunas de sus conductas. Sin embargo la cosa se complica mucho cuando hablamos de actos tan extremos y detestables como los que llevaron a cabo los nazis.
Llegar a valorar a cualquier ser humano al margen de su comportamiento, no es tarea fácil. Hay que trabajar con perseverancia para conseguirlo y aun así, por mucho empeño que pongamos, siempre nos toparemos con algún acto que nos haga difícil aceptar de manera incondicional al que lo ha cometido. Ahí lo que toca es aceptarnos a nosotros mismos como seres imperfectos y no castigarnos por no ser capaces de aceptar incondicionalmente al otro.
Recuerdo lo que al respecto decía una profesora mía que, además de dar clase, ejercía como psicóloga: “Es conveniente darse cuenta de los límites que cada uno tiene como terapeuta. Yo, por ejemplo, no soy capaz de tratar al que abusa de otros que son más débiles que él. Confieso que he trabajado ese aspecto para superarlo pero no lo he conseguido. Asumo, por tanto, que esa es mi limitación como terapeuta”.
Hace tiempo pensaba que yo, como psicóloga, debía ser lo suficientemente fuerte como para poder aceptar sin condiciones a todos mis pacientes. Estaba convencida de que si se comportaban de manera equivocada, ya fuera por ignorancia o por perturbación, yo debía hacer todo lo posible para que cambiasen (por su bien y por el de los demás), sin que la naturaleza de su conducta interfiriera en este cometido.
Con el tiempo me he dado cuenta de que, aunque eso sea lo deseable, no es obligatorio que sea así. Lo que me estaba exigiendo a mí misma era algo muy poco realista: ser una profesional perfecta.
Es posible que algún día me encuentre ante un paciente cuyas conductas reprobables me hagan difícil o, incluso, me impidan la labor terapéutica con él. Si esto sucede, no me condenaré por ello sino que me aceptaré como el ser falible que soy, con muchas limitaciones e imperfecciones, como psicóloga y como persona.
Es importante ser conscientes de nuestros límites como profesionales y, sobre todo, como seres humanos, no sentirnos mal por tenerlos y aceptarnos a nosotros mismos a pesar de ellos. Mi profesora no era peor terapeuta ni persona por tener esa limitación, simplemente era un ser falible e imperfecto, ni más ni menos que cualquier otro ser humano.