Texto publicado por Ale. c
¿Por qué escribo? - George Orwell
[1] Desde muy corta edad, quizá desde los cinco o seis años, supe que cuando fuese mayor sería escritor. Entre los diecisiete y los veinticuatro años traté de abandonar ese propósito, pero lo hacía dándome cuenta de que con ello traicionaba mi verdadera naturaleza y de que tarde o temprano habría de ponerme a escribir libros. [2] Era yo el segundo de tres hermanos, pero me separaban de cada uno de los dos cinco años, y apenas vi a mi padre hasta que tuve ocho. Por esta y otras razones era solitario y pronto fui adquiriendo desagradables hábitos que me hicieron impopular en mis años escolares. Tenía la costumbre de chiquillo de inventar historias y sostener conversaciones con personas imaginarias y desde el principio se mezclaron mis ambiciones literarias con la sensación de estar aislado y de ser menospreciado. Sabía que tenía facilidad con las palabras, así como que podía enfrentarme con hechos desagradables creándome una especie de mundo privado en el que podía obtener ventajas a cambio de mi fracaso en la vida cotidiana. Sin embargo, el volumen de escritos serios, es decir, realizados con intención seria, que produje en toda mi niñez y en mis años adolescentes, no llegó a una docena de páginas. [3] Durante quince años o más, llevé a cabo un ejercicio literario: ir imaginando una "historia" continua de mí mismo, una especie de diario que solo existía en la mente. Creo que esta es una costumbre en los niños y adolescentes. Siendo todavía muy pequeño, me figuraba que era, por ejemplo, Robin Hood, y me representaba a mí mismo como héroe de emocionantes aventuras, pero pronto dejó mi "narración" de ser groseramente narcisista y se hizo cada vez más la descripción de lo que yo estaba haciendo y de las cosas que veía. Durante algunos minutos fluían por mi cabeza cosas como estas: "Empujo la puerta y entro en la habitación. Un rayo amarillo de luz solar, filtrándose por las cortinas de muselina, caía sobre la mesa, donde una caja de fósforos, medio abierta, estaba junto al tintero. Con la mano derecha en el bolsillo, avanzó hacia la ventana. Abajo, en la calle, un gato con piel de concha perseguía una hoja seca", etc., etc. Este hábito continuó hasta que tuve unos veinticinco años, cuando ya entré en mis años no literarios. Aunque tenía que buscar, y buscaba las palabras adecuadas, daba la impresión de estar haciendo contra mi voluntad ese esfuerzo descriptivo bajo una especie de coacción que me llegaba del exterior. La "narración" reflejaría los estilos de los varios escritores que había admirado en diferentes edades, pero siempre tuve la misma meticulosa calidad descriptiva. [4] Cuando tuve unos dieciséis años descubrí de repente la alegría de las palabras; por ejemplo, los sonidos y las asociaciones de palabras. Unos versos de Paraíso perdido, que ahora no me parecen tan maravillosos, me producían escalofríos. En cuanto a la necesidad de describir cosas, ya sabía a qué atenerme. Así, está claro qué clase de libros quería yo escribir, si puede decirse que entonces deseara yo escribir libros. Lo que más me gustaba era escribir enormes novelas naturalistas con final desgraciado, llenas de detalladas descripciones y símiles impresionantes, y también llenas de trozos brillantes en los cuales serían utilizadas las palabras, en parte, por su sonido. Y la verdad es que la primera novela que llegué a terminar, Días de Birmania, escrita a
mis treinta años pero que había proyectado mucho antes, era más bien esa clase de libro. [5] En una época pacífica podría haber escrito libros ornamentales o simplemente descriptivos y casi no habría tenido en cuenta mis lealtades políticas. Pero me vi obligado a convertirme en una especie de panfletista. Primero estuve cinco años en una profesión que no me sentaba bien (la Policía Imperial India, en Birmania), y luego pasé pobreza y tuve la impresión de haber fracasado. Esto aumentó mi aversión natural contra la autoridad y me hizo darme cuenta por primera vez de la existencia de las clases trabajadoras, así como mi tarea en Birmania me había hecho entender algo de la naturaleza del imperialismo: pero estas experiencias no fueron suficientes para proporcionarme una orientación política exacta. Luego llegaron Hitler, la guerra civil española, etc. [6] Estos y otros acontecimientos de 1936-1937 me hicieron ver claramente dónde estaba. Cada línea seria que escribí desde 1936 lo fue, directa o indirectamente, contra el totalitarismo y a favor del socialismo democrático. Sin embargo, lo que más quise hacer durante los diez años pasados fue convertir los escritos políticos en un arte. Mi punto de partida siempre fue de partidismo contra la injusticia. Pero no podría realizar la tarea de escribir un libro, ni siquiera un largo artículo de revista, si no fuera también una experiencia estética. De nada me serviría intentar suprimir ese aspecto mío. Mi tarea consistió en reconciliar mis arraigados gustos y aversiones con las actividades públicas, no individuales, que esta época nos obligó a todos a realizar. [7] No fue fácil. Suscitó problemas de construcción y de lenguaje e implicó de un modo nuevo el problema de la veracidad. Mi libro sobre la guerra civil española, Homenaje a Cataluña, fue un ejemplo de la clase de dificultad que pudiera surgir. De una u otra forma este problema vuelve a presentarse. El problema del lenguaje es más sutil y llevaría más tiempo discutirlo. Solo diré que en los últimos años traté de escribir menos pintorescamente y con más exactitud. En todo caso, descubrí que cuando había perfeccionado uno su estilo, ya había entrado en otra fase estilística. Rebelión en la granja fue el primer libro en el que traté, con plena conciencia de lo que estaba haciendo, de fundir el propósito político y el artístico. No había escrito una novela desde hacía siete años, aunque espero escribir otra enseguida. [8] Seguramente será un fracaso -todo libro lo es-, pero sé con cierta claridad qué clase de libro quiero escribir.
Texto extraído y adaptado de Orwell, George.