Texto publicado por Ma. Guadalupe Hernández Méndez
TRAPITO VIEJO
ESPERO QUE LES AGRADE Trapito viejo
A esas horas de la noche es un verdadero triunfo encontrar lugar en los autobuses que vienen de la colonia sur al centro, pero tuve suerte y entre el maremoto de gente pude subir y tomar un lugar casi en medio. Mientras el camión avanzaba la gente subía y bajaba en diferentes partes, absorta en el paisaje que se presentaba ante mi y con la mente perdida no se en que pensamientos, no percibí su presencia hasta que se deslizó muy suavemente a mi lado cayendo sobre el asiento con un ruido semejante al de un trapito viejo. Al principio no le dí ninguna importancia pero tenía algo que llamaba mi atención, así que empecé por estudiar de reojo su figura delgada y pálida como cera. Una belleza de niña-mujer se escondía en su carita dulce de ojos grandes y negros cubiertos por un halo de tristeza, su boca pequeña reflejaba un rictus amargo, al parecer aquel rostro solo reflejaba desamor, dolor y desamparo. ¿Cuántas veces en mi vida me he topado con este tipo de personas? Me pregunté sin querer saber mas del asunto. Sin embargo no pude evitar volver a mirarla y sorprendí una pequeña lágrima en su carita tierna, esto removió la ternura que aún existe en mi alma. Me volví hacia ella y de frente le pregunté: -¿no te parece muy noche para ir al centro de la ciudad? Me miró sorprendida y con desenfado me contestó: -para mi es lo mismo que si fuera de día.
Esas palabras me trasladaron al pasado. Era una noche semejante, el cielo extendía su manto negro sin luna ni estrellas mientras el aliento frío del viento me congelaba hasta el alma…subí a un camión, no llevaba un rumbo fijo, mi única intención era alejarme de la casa paterna después de la pelea con mi madrastra no deseaba regresar jamás. Lo que es el destino, casi lo logro. Nadie percibió mi tristeza, nadie se dio cuenta que en ese momento yo era un trapito viejo necesitado de un poco de compasión…
Las calles del centro poco a poco se quedaban solas y yo deambulaba sin tener a donde llegar, ya no había camión para regresar a casa, después del coraje empecé a sentir miedo, un temblor estremeció mi cuerpo no se si del frío o de la sensación de sentirme observada por alguien desde la oscuridad. Di media vuelta y sin pensarlo mas eché a correr sintiendo detrás de mi los pasos que me seguían y casi me alcanzaban. Corrí con desesperación hasta encontrar un antro abierto el guardia de seguridad me quiso detener pero al decirle que me seguían me permitió entrar.
Esa noche marcó mi existencia porque en el antro conocí a quien sería mi verdugo por muchos años…caí en las manos de un tratante de blancas quien al principio me brindó ayuda dándome un espacio para vivir hasta que logró seducirme para luego enviarme a los brazos de otros hombres mientras él cobraba por mis servicios.
Fueron los peores años de mi vida, yo solo deseaba morir, fue cuando recordé a mi madre y sus oraciones…
Esa noche en particular me invadió la sensación de que mi madre se encontraba a mi lado, por eso preparé una mochila con un poco de ropa y dinero ¿para que hacía esto? No lo sé, era como obedecer una voz inaudible que salía de todos los lados sobre todo de mi corazón…
¿Cómo sucedieron las cosas? Todo fue confuso, había gritos desesperados de todas las muchachas que, como yo, estaban ahí retenidas contra su voluntad. Yo soñaba siempre como sería ese día en que por fin volviera a la libertad, así que tomé mi mochila y me deslizé por la misma ventana que soñé tantas veces…
Regresé a mi ciudad y volví sobre mis pasos rumbo a la casa de mi padre quien me recibió en sus tibios brazos, dándome la fuerza y el amparo que tanto me hacían falta. ¿ y si yo recibí tanta ayuda cómo iba a dejar a esa niña sola y desamparada en medio de la noche?...
¿Cuantas veces caminamos por la vida sin mirar a nadie? Si nos detuviéramos un poquito tan solo para observar la sonrisa tierna de los niños o la cara feliz de los enamorados o tal vez, la bondad en los ojos de algún anciano…¡hay tanto que ver en los demás! .Si nos miráramos tan solo un poco los unos a los otros nadie se sentiría jamás un trapito viejo… y tú, mi trapito viejo, no fui yo quien te ayudó, fuiste tú quien me salvó al darme la oportunidad de reconciliarme con la vida…
Ahora que arrullo entre mis brazos este pequeño pedacito de vida solo puedo pensar que no me arrepiento de haberte dado cobijo, no solo en mi casa, sino en el alma y te aseguro que haremos de él un hombre de bien que ame la vida y sepa respetar a las mujeres para que nunca repita lo que te hicieron a ti. fin.
Marilupis.