Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

Historia de la guerra de las mariposas.

ESTA ES LA HISTORIA QUE TRATA DE LA GUERRA DE LAS MARIPOSAS
Los primeros indicios los tuvieron los habitantes de las faldas del volcán. Luego fueron los vecinos de Tierra Blanca, y cuando la nube de mariposas llegó hasta San Rafael, el sonido era familiar en los oídos de todas las gentes.
Era un sonido extraño. Lleno de parpadeos, como de minúsculas veletas girando. Y esa mancha de variados colores contra el cielo. De lo alto se vinieron bajando, lentamente. Taparon el sol de abril, pesado e inmenso, que quemaba potreros y luego se bajaron, haciendo insoportable el ruidillo.
Los vecinos se llenaron de susto. Nunca habían visto tal cantidad de mariposas juntas. Se tapaban los ojos, con las manos a manera de visera, para poder ver a los miles de insectos, batiendo las alas y lanzando colores hacia todos lados. Los vecinos no pudieron saber qué ocurría, hasta que vieron que las diferentes manchas de colores eran definidos por el oro, el rojo, el azul prusia y el verde claro. Unas con otras las mariposas combatían, no de manera individual, sino más bien de mancha contra mancha. Era una guerra entre los colores y las mariposas caían sobre los pueblos, despedazadas, como copos de nieve multicolor cayendo sobre sembrados, casas de tejas, en las calles y sobre los árboles.
Los vecinos se asustaron de verdad cuando las mariposas empezaron a tapar el sol y el frío se hizo más hondo, porque la guerra era como un eclipse y todo se empezó a poner más helado de la cuenta.
Por supuesto que cerraron ventanas, atrancaron puertas y por rendijas finísimas atisbaban aquella súbita guerra. Algunos chiquillos se asomaron por los altillos de las casas y con flechas de hule empezaron a apedrear a las mariposas que, indiferentes a los ataques de los niños, seguían combatiendo entre ellas.
Varios vecinos salieron a avisar a Cartago lo que estaba sucediendo y las gentes dijeron que eso les pasaba a los de San Rafael por ser chismosos y pretensiosos y por no querer mandar a los niños a las escuelas y porque todas las gentes de ese pueblo eran unas quisquillosas y unas tales por cuales. Todo Cartago creyó que la guerra de las mariposas no iba a llegar a la ciudad. Que se iban a destrozar sobre los potreros de San Rafael y que las manchas de mariposas, estáticas, se quedarían varios días combatiendo en el cielo, hasta despedazarse. También los cartagos estaban felices porque las gentes del pueblo vecino no iban a tener sol por muchos días y porque las nombradas mariposas iban a taparles la luna, que en San Rafael, por abril, era lindísima. Algunos curiosos alistaron sus caballos y los carromatos pequeños y se fue-ron a los potreros y las milpas, cercanas a San Rafael, para ver, desde allí, lo que llamaron la Guerra de las Mariposas.
Y los curiosos llegaban diciendo que esa guerra era sólo entre las mariposas, que combatían entre ellas por celos entre grupillos, que las azules eran las más lindas y las verdes más cobardes, o que las rojas tenían unas antenillas —chiquitísimas— que desbarataban a las enemigas de un solo sopetón. Lo que más impresionaba era el ruidillo de las alas. El insistente rumor de las antenas, el batir de las diminutas alas que se hacían pedazos de tanto moverse. Algunos vecinos aseguraron que las mariposas doradas tenían una especie de hociquito, que estiraban y con el que daban unos pequeños mor-discos a las otras mariposas. Lo cierto era que la guerra no acababa. Llegaban —quién sabe de dónde— millones de mariposas y la guerra se estuvo en el cielo casi ocho días, estacionada sobre los potreros y milpas de San Rafael.
La lucha entre las mariposas se daba en victorias iguales y ninguna derrota. Parecía que todas las mariposas del mundo estuvieran combatiendo sobre el pueblo. Y una viejecita dijo que esto había ocurrido igual cuando en 1777 se habían producido los terribles temblores de San Bartolomé. Pero nadie pudo dar fe de lo dicho por la viejecilla, que además de decir lo de las mariposas, era muy cuentera, muy fantasiosa, muy amiga de andarse echando unos cuentos que la gente —gústeles o no—siempre acababa creyendo. Fue entonces que las gentes se atrevieron a salir de sus casas y empezaron a hacer zahumerios, quemar palma bendita, ponerle candelas a San Caralampio, a San Cristóbal y alguna dijo que Santa Lucía era la patrona de las mariposas y entonces empezaron novenas y trisagios en honor a la santa, pero la guerra seguía sobre las casas, techos y cabezas, no pareciendo que fuera a terminarse.
Como al octavo día las mariposas seguían en el mismo punto pero todos comprendían que las verdes y las azules prusia llevaban la peor parte, por los montones de pedacitos de esos colores que caían sobre el pueblo, y porque el sol se escapaba, en pequeñísimos rayos, sobre el campo en donde los insectos combatían.
Y como siempre sucede, los vecinos se dividieron en bandos, que animaban a las mariposas de sus simpatías. Los gritos y los vivas retumbaban por todo lado y los vecinos se olvidaron de sembrar la tierra, espulgar los animales, recoger las hierbas, y algunos querían que les llevaran los alimentos a los potreros para no perderse la guerra. Al décimo día se vio que las doradas recibían grandes refuerzos. Miles de mariposas de oro llegaban —quién sabe de dónde— a ayudar a sus amigas y las otras mariposas, en desventaja, emprendían la retirada o se dejaban caer a tierra, como pequeños papeles multicolores, deslizándose levemente en el aire.
Claro que ganaron las doradas. Al onceavo día los vecinos empezaron a decir que las mariposas de oro recibían fuerza del sol y que todos ellos
Y estaban con las doradas, porque a nadie le gustaba perder. Los vecinos más trabajadores empezaron a regresar a sus labores y acumulaban a las mariposas muertas para usarlas como abono, ya que alguien había dicho que era una magnífica forma de que las flores dieran colores más hermosos, pues el color subía por la savia y se asomaba en las flores. Era una buena manera de utilizar los desechos de la guerra de las mariposas y también de enterrar a los pobres insectos.
las doradas una vez que ganaron la guerra contra las mariposas rojo, azul prusia y verde claro, se reunieron y se lanzaron, de un solo movimiento, hacia el sol. Sobra contar que murieron chisporroteadas, que se hicieron una masa inmensa y fulgurante que, como un aerolito, se lanzó contra el suelo, en quién sabe qué lejano lugar de las montañas. Y la cosecha de flores fue en ese año algo de lo más increíble. Los colores de todas las flores lucían más vivos y varios vecinos vieron —dicen ellos— salir de las flores, en las noches, multitud de maripositas de color rojo, azul prusia, o verde, y algunas otras como manchas pintas, que se perdían altísimas, por entre nubes y celajes.
se cuenta que también aparecieron algunos insectos, como mari-posas, que tenían una pequeña luz en la cabeza y que en lugar de volar de día, lo hacían solo en la noche, temerosos del sol, de los vecinos y de las mariposas que nacían de las flores, aunque también algunos niños, de esos que buscan abejones debajo de las boñigas en los potreros de San Rafael, aseguran haber visto batallas entre mariposas multicolores y animalitos con linterna en la cola, que refulgían como pequeños soles en la noche oscurísima del pueblo.
(Alfonso Chase)