Texto publicado por Belié Beltrán
Capítulo quinto de mi novela infantil EL REY DE LAS ADIVINANZAS: las cosas se complican para nuestro aventurero
Llegaron a unas construcciones de piedras. Por todas partes Nata y Lili veían muros decorados con letreros e imágenes de colores luminosos. El camino por completo estaba asfaltado.
Miraron hacia atrás, al otro lado de la placeta de piedras no podía distinguirse el bosque del que había salido el perro.
-¿Crees que Pañuelo haya cogido por aquí? Preguntó Lili.
-¡Yo qué sé! ¡Tampoco yo había venido nunca por aquí! Contestó Nata Nata. Estaba sudado, con ramitas enredadas en los cabellos y los brazos llenos de arañazos.
La niña no dijo nada. Se quedó atrás, caminando en silencio.
Atravesaron otros muros, todos pintarrajeados. Luego de pasar por un mural lleno de letras rojas, azules y verdes, empezaron a escuchar como las paredes temblaban. Conforme avanzaban los temblores se convertían en sonidos con ritmo, pero no veían a quien producía esa música.
Nata seguía enfadado. Lili, al escuchar, pensó decirle algo, pero hizo silencio.
Sin avisar, el niño cogió a Lili del brazo y empezó a correr. La niña miraba en todas direcciones buscando la amenaza que les hacía huir. No vio nada, pero siguió sin detenerse. Quiso preguntar algo, aunque se abstuvo de hacerlo.
De pronto Nata paró, Lili se enredó entre sus pies y estuvo a poco de caer. El muchacho gritaba incoherencias, estaba frustrado.
-Es que lo vi, nos pasó por delante en la entrada anterior. ¡Y esta música de la porra no me deja oír nada!
Ella seguía sin entender. NO supo de quién hablaba su amigo. Estaba a punto de decir algo cuando les salió al paso un individuo de lo más extraño.
-Panas díganme ¿Para qué lugar ustedes van? Les dijo en una mezcla de canción con pregunta.
Lili sonrió al verlo, le hacía gracia su pantalón grande lleno de bolsillos incontables y su camiseta negra cubierta de círculos blancos. Nata se puso en guardia de inmediato.
-¿Quién eres tú? Preguntó tan pronto el sujeto de orejas de duende se calló.
-Me llaman, me llaman de muchas maneras. La más genial es esa que carece de una de las letras que se dicen cerradas. Dime Lip y esa letra.
Nata no entendió nada. Aunque Lili sonrió aún más, le parecía un juego el modo en el que hablaba el sujeto.
-¿TE llamas Lipo? Dijo, miró las cosas que tenía en la mano, el calzado lleno de colores, sonrió más de lo normal, Lili.
-Tú sí que sabes, dijo Lipo. Tienes que cantar para avanzar y vencerme; me dicen aquí el MC.
De uno de los bolsillos sacó un micrófono inalámbrico que sujetó con el mango hacia arriba, una gorra con la visera para atrás y una radio en la que sonaba un ritmo similar al que lanzaban las paredes.
-Si me ganan pasan, si pierden se vuelven a la ruta que les hace seguir aquí.
Nata apretó los puños, sería mucho más simple darle un par de trompadas que ponerse a cantar como si fuera un tonto cantarín.´ Amenazó con golpearle si no le dejaba pasar, pero Lili intervino.
-¿de qué te sirve pasar si no sabes dónde ir? ¿No es mejor que nos dé alguna información? Dijo.
Lipo los escuchaba moviendo los pies y los brazos a ritmo de la música que flotaba a su alrededor. Caminaba a derecha e izquierda impidiéndoles el paso a los amigos.
-Ya saben, para pasar tendrán que ganar.
-Pero yo no sé cantar. Contestó Nata.
-aunque sí sabes rimar. Lipo hizo varios movimientos rítmicos con la mano izquierda mientras con la cabeza moviéndose adelante y atrás, marcaba el compás.
-ya, ya, ya me puse a cantar para evitarles pasar a la muchachita y el pana que mi esquina quieren cruzar. Sé que les he de ganar, y aunque me llaman genial, creen que van a triunfar.
Lili reía, bailaba divertida las incoherencias que cantaba Lipo. El sujeto permaneció quieto mientras esperaba algo. Nata apretaba los puños con fuerza, miraba con rabia.
Lili paró de bailar un instante para decirle al muchacho que era su turno de cantar, que por eso Lipo estaba en silencio. Nata palideció, aflojó los puños, le sudó la frente. La rabia desapareció de sus ojos, sustituida por el miedo. Tartamudeando dijo que a él no le gustaba cantar que lo hiciera ella.
Mientras Lipo cantaba habían aparecido un par de sujetos. Los recién llegados aplaudían al compás y coreaban a Lipo.
Lili hizo señas a todos para que callaran y empezó a cantar.
-Soy Lili y vengo desde muy lejos, soy una morena linda y tú un loco que parece ovejo. ¿No te dijeron muchacho que bailas atontado como borracho?
Dices que nosotros creemos que eres un tipo genial, cuando la verdad sabemos que no puedes ni hablar. Te falta el estilo, te faltan las letras, no tienes talento, eres la cabeza seca.
La música se quedó en silencio. Al oír el nombre de la cabeza seca a Lipo se le cayó el micrófono de la mano, los otros sujetos que escuchaban el duelo de rimas, amenazaron a Lili con la mirada. Uno de ellos iba a hablar, pero otro le hizo seña de que callara. Lipo miró a sus compañeros y tras la señal de uno que tenía el pelo en trenzas, volvió a tomar el micrófono.
Cantó durante varios minutos, siempre sin utilizar la letra O. Habló de lo imprudente que era la niña por hablar de la cabeza seca, le llamó tonta de pelo de escoba. Paró de ripear un momento, saltó con un cambio de velocidad en la música y casi como un trabalenguas les gritó que se fueran de sus muros, que no eran bienvenidos que no hacían falta.
Nata y Lili no entendieron por qué la agresividad de Lipo. La niña cayó en espera de una explicación, quedó clavada en el suelo. Salió del asombro por el jalón que le dio Nata.
-Corre, corre Lili.
Los muchachos fueron perseguidos durante varios minutos. La música de los muros se hacía más fuerte, las vibraciones retumbaban en el pecho y los oídos de los perseguidos. Tras ellos, lanzando escombros Lipo gritaba:
-Jamás estas paredes seres a su manera quiere de visitante, instantes se requieren de ayer a mañana para parar las palabras lanzadas a la cara de este que les ve perder pies y palma, huella y calma, se les manda que salgan que vayan a largas distancias y su senda jamás les devuelva.
Los niños entendían a penas nada. Horas después del incidente con Lipo pararon a descansar un momento. La niña sangraba de la pierna izquierda, apretaba los labios para no quejarse del dolor. Nata, molesto, pateaba guijarros y pedruscos. La niña le veía dar vueltas en círculo, hasta que una piedra le golpeó como vengándose del pié que acababa de patearla.
‘-Yo me cansé! ¡Ya no sigo ninguna búsqueda! ¡Mañana mismo me devuelvo para Pardavel!
El muchacho apretaba los dientes y los puños, mientras hablaba consigo mismo. En ningún momento miró que Lili sin quejarse intentaba detener el sangrado de la pierna. Ella aguantaba en silencio, él se sentó sin mirarla, ella temblaba un poco, él comenzó a calmarse poco a poco:
-Aunque todavía no puedo irme, no podemos volver sin Pañuelo.
Se volteó para mirar a su amiga. De un salto corrió hacia ella. Sin sacudirse las piedrecitas que le goteaban ahora del pantalón, se arrodilló junto a la muchacha. Lili continuó sin decirle nada, quizá, solo quizá porque temía llorar si decía media palabra. Ya se sabe que cuando uno tiene mucho cansancio y dolor y enfado a la vez, abrir la boca o respirar muy fuerte o contestar cualquier pregunta dispara las lágrimas y los mocos. Pero Nata no hizo caso a esas señales, por el contrario, creyó que la niña estaba enojada con él, que no le perdonaba haberla ignorado durante tanto rato o que la hubiera metido en el lío en el que se encontraban.
Pidió perdón tartamudeando un poco. Se sintió torpe al no saber qué hacer, cuando había que tomar decisiones fuertes solía mirar a Pañuelo y de algún modo él le decía las respuestas. Lili bostezó y con el bostezo casi se le escapa una gota hacia la mejilla. En ese momento el chico sacó de entre sus cosas la capa que llevó de casa de Antonio, la tendió en el suelo bajo un árbol, e invitó a su amiga a tenderse allí:
-Mañana temprano encontraremos una solución, vas a ver. Ahora acuéstate, yo vigilo.
Tomándola por el brazo le ayudó a ponerse en pie. La niña podía caminar sin problemas, salvo un poquito de dolor. Le dio las gracias a Nata y se acostó a dormir. El chico se colocó el sombrero como lo hacían los hombres de Pardavel cuando iban a buscar los caballos en los potreros, puso dos piedras a su lado y se dispuso a velar con rostro amenazante, dispuesto a permanecer despierto.
A la mañana siguiente despertó sobre la capa, junto a Lili. El gruñido de un animal que corría entre la maleza le hizo saltar. Buscó en todas direcciones el origen del sonido y sin levantar a su amiga corriótras él, intuía que Pañuelo andaba muy cerca. Con él llevó las dos piedras que apartó durante la noche y su cuchillo de mesa.