Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera
Leyenda del cocodrilo verde y como le nacieron rayos al sol.
LEYENDA DEL COCODRILO VERDE Y COMO LE'NACIERON RAYOS AL SOL
Este era un cocodrilo verde a quien todos le tenían miedo. Era verde y largo y tenía unos dientotes terribles que todo lo que veía a su lado se lo iba comiendo. Porque este cocodrilo tenía unos ojos terribles en los dientes y así la gente no podía escaparse de sus mordiscos y las plantas y los árboles nunca llegaban a viejos, porque el cocodrilo se los iba comiendo.
Pero las gentes estaban cansándose de que el cocodrilo los estuviera asustando y entonces decidieron matarlo. Pero el cocodrilo no era tonto y sabía que las gentes no lo querían y se ponía furioso para ver si las gentes sentían más miedo, y se quedaban queditas, y no se les fuera a ocurrir venir, con palos y piedras, a darle su aporreada.
Y las gentes rifaron entre ellos el honor de salir a combatir al cocodrilo, que era entre ellos una empresa fantástica, y así armaron a varios guerreros, después de jugar a la sortija, pero el cocodrilo, que era vivísimo, se los comía en un dos por tres. Y las gentes del poblado andaban tristísimas porque vecino que el cocodrilo veía se lo comía en un santiamén, lo mismo que las cosechas de maíz, los árboles con frutas y hasta los animalillos caseros, que tenían los niños para jugar con ellos.
El cocodrilo se trasladó del río a una gran poza donde se fabricó una balsa para pasear por el río y también para atrapar a las gentes que venían a vivir al pueblo, ya que tenía una gran lengua que atraía a las gentes y se las comía de un solo bocado, antes de que ellas pudieran decir ni una palabra. Y la verdad era que el cocodrilo se había convertido en una peste terrible y las gentes no dormían, ni trabajaban, ni hacían nada por miedo a que los atacara el cocodrilo, que con los años empezó a echar unas largas barbas con las que enredaba a las gentes y las atraía hasta las fauces y ¡zaás! , se las engullía enteras.
Y muchos indios dejaron sus ranchos y se fueron a vivir a los árboles, donde se construyeron casas muy lindas, en las copas altísimas, desde donde se podía ver todo el Valle y todavía más allá, en donde humeaban casitas perdidas en la montaña o las torres señalaban algún poblado lejano.
Pero como todo tiene su fin los indios decidieron un día, y de árbol en árbol se lo fueron comunicando, que era imposible seguir viviendo en lo alto: que qué tenía ese cocodrilo que no tuvieran ellos y todos se daban cuenta que lo que tenía eran unos grandes colmillos, una gran lengua y una barba que se extendía ya a varios metros, con la que enredaba a los vecinos y los jalaba hacia él. Nada podían los indios contra el cocodrilo verde. Invocaban a sus dioses pero a veces los dioses se hacen los que no oyen nada, para obligar a los hombres a buscar soluciones propias, a ponerse activos en un mundo en que los animales, algunas veces, son más poderosos que los seres humanos.
Y el cocodrilo verde se reía en las tardes de los indios y sus carcajadas sonaban por todo el valle, enredadas en los vuelos de las mariposas y los trinos de los pajarillos. Esas risas hacían temblar a todos y los llenaban de furia, pero nada se les ocurría hacer contra el cocodrilo verde.
Y pasaban los años y las gentes vivían asustadas y apenas comían de las frutas que crecían en los árboles y no vivían ya más en la tierra sino que, como monos, se tiraban de un árbol al otro, edificando una gran aldea en las copas de los árboles hasta que al cocodrilo verde se le ocurrió empezar a comerse el tronco de los árboles y no fueron pocas las casas que se vinieron al suelo.
Y las gentes estaban en verdad ya muy molestas. Y en medio del temor ni pensaban que alguien pudiera combatir al cocodrilo y perdieron la fe en las oraciones a Sibú, que era su padre protector. Hasta que un día un muchacho, sin ton ni son, se dijo: Voy a matar al cocodrilo. . . Inútiles fueron los ruegos de la madre, de las hermanas y hasta del abuelo, un viejo indio que decía que el cocodrilo era de piedra y que estaba allí por un castigo recibido por los abuelos de sus abuelos. Pero este muchacho estaba de verdad harto de vivir en los árboles, sin poder bajar a cazar o a buscar calabazas o a irse a bañar en las pozas, limpias y refulgentes desde la copa de los árboles.
este muchacho se armó de una ramita, que no era otra cosa que el bastón de Sibú, que éste había puesto entre las ramas, al alcance del muchacho. Y así se fue a ver al cocodrilo, que asombrado no acataba a hacerle nada, admirado de la audacia del muchacho, que se aprovechó de la inmovilidad del animal y zaás, zaás: que le corta la lengua y le arranca las barbas, que saltaron hasta el cielo y se convirtieron en los rayos del sol.
Y el muchacho llamó a grandes voces a los indios, que estaban acurrucados entre las ramas de los árboles y que se asustaron mucho al ver subir los rayos y se bajaron, primero con miedo, y luego felices, felicitando al muchacho por tan singular combate.
Y algunos de los inditos se quedaron en las copas de los árboles y se convirtieron en monos y tiraban cosas a los vecinos de abajo, molestándolos en sus labores diarias, pero eran los que anunciaban, cada mañana, la llegada de los rayos del sol, con alegres gritos de árbol en árbol, que se oían por todo el valle. Nadie sabe qué se hizo con la piel del cocodrilo verde. Algunos creen que la echaron a un pozo y la taparon por miedo a que se levantara sola. Algunos vecinos dicen que las muchachas y los muchachos se hicieron morrales y bolsas que duraron años y que cada vez que alguien les preguntaba por ellas, los indios aprovechaban para contarles la leyenda del cocodrilo verde y de cómo le nacieron otros rayos al sol.
(Alfonso Chase)