Texto publicado por Belié Beltrán
Tercera entrega de El Caballero Dragón, mi novela juvenil.
III
En los días que mi hermana y chiriu conspiraban contra mí, se mudó al barrio un tipo muy sospechoso. Quería comentarlo con alguien, pero mi amigo andaba muy ocupado en aprender batallitas sin sangre y de la otra no quería ni hablar. Decidí vigilarlo por si planeaba matar o secuestrar a alguien.
Así que empecé a pasar todos los días por su casa y a mirarlo cuando cruzaba por mi calle con su machete en la mano. Como usaba siempre un sombrero negro, unas botas de goma y su cara parecía de zuela vieja decidí llamarle El Zorro. El Zorro no hablaba nunca con nadie, siempre iba riéndose con crueldad.
A veces me miraba, hacía una seña con el sombrero mientras me mostraba los dientes. Temblaba cada vez que él me veía, por eso empecé a llevar piedras en los bolsillos. No dejaba mis armas en parte, sobre todo desde que intentó atrapar a un grupo de los muchachohs más valientes de sexto curso.
Ya en la escuela sabían que cerca del barrio se había mudado El Zorro. Melito, un muchachito flaco de los que jugaba baloncesto conmigo, descubrió con su talento de espía internacional que el viejo era tataranieto de el Comegén. ¿quién no sabía que El Comegén era un tipo que cientos de años atrás salía por las calles de Monte Plata y Bayaguana a matar jovencitas para comerle algunos trozos del pecho?
Le preguntamos a Melito si estaba seguro de lo que decía:
Pregúntenle al profesor de historia si no es verdad que en Monte Plata vivió El Comegén. Es más, mañana voy a traer un libro en el que habla de él.
Todos conocíamos la historia de ese tipo que mataba mujeres. A veces en el barrio jugábamos a que yo era El Comegén y las muchachitas tenían que escaparse de mí y yo de los cazadores. Pero casi no durábamos mucho jugando porque a los padres de las niñas no les gustaba que ellas anduvieran con nosotros entre la vieja casa en construcción.
Quedamos de esperar al día siguiente para ver el libro de Melito. Y si tenía razón, debíamos fabricar armas y dibujar un plano del barrio para atacar al enemigo. Sabrá Dios lo que buscaba El Zorro, pero con un tatarabuelo como El Comegén no podía ser nada bueno.