Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera
El indestructible. Homenaje al día del libro.
EL INDESTRUCTIBLE
ISAAC ASIMOV
Algunos de los cambios más espectaculares que hemos presenciado
en el siglo actual tienen que ver con los vehículos para el
entretenimiento de los seres humanos.
De las pianolas se pasó a los gramófonos; del "vaudeville" al cine; de
la radio a la televisión. A las películas se les añadió sonido; a la
radio imágenes; y a ambas el color. Y nadie duda que podamos ir más lejos.
Con el láser y la holografía podemos producir imágenes tridimensionales
de mayor definición que la que puede ofrecer cualquier fotografía
corriente en dos dimensiones. Las modernas técnicas de grabación en
cinta nos permiten editar videocassettes sobre cualquier tema, de modo
que el cliente puede reproducir en cualquier momento lo que le apetezca
en su propio televisor.
Cada nuevo invento desplaza a los antiguos en la medida que el público
acude a aquella técnica que le da más. El cine mató al vaudeville, la
televisión a la radio y el color al blanco y negro. Las tres dimensiones
acabaran sin duda con la bidimensionalidad, y las cassettes puede que
maten a la televisión de masas, dirigidas al gran público.
Cuál es la tendencia general? ¿A que se llegará en último término?
En cierta ocasión asistí a una exhibición de cassettes de TV y me saltó
a la vista lo voluminoso y caro que era el equipo auxiliar necesario
para descodificar la cinta, llevar el sonido hasta los altavoces y
proyectar la imagen sobre la pantalla. No hay duda de que las mejoras
vendrán por el lado de la miniaturización y de la mayor complejidad, que
es el mismo proceso que en años recientes nos han proporcionado radios,
cámaras, computadores y satélites más pequeños y compactos.
Es posible que el equipo auxiliar disminuya de tamaño y acabe por
desaparecer.
La cassette se convertirá en un objeto autónomo que contenga cinta y
todos los mecanismos necesarios para producir el sonido y la imagen.
La miniaturización hará que la cassette sea cada vez más
manejable y ligera, hasta poderla llevar casi bajo el brazo. Y su
funcionamiento requerir también cada vez menos energía, hasta rozar
casi el ideal último de no consumir ninguna.
Una cassette ordinaria produce sonidos y proyecta luz, porque ese es
precisamente su propósito. Pero ¿por qué invadir la esfera de otras
personas ajenas a ellos? La cassette ideal sería visible y audible para
la persona que la está utilizando, y para nadie más.
Las cassettes que existen hoy necesitan, como es lógico, una serie de
mandos: un botón de encendido y apagado y otros para regular el color,
el volumen, el brillo, el contraste y demás. La dirección del cambio ser
, naturalmente, hacia una simplificación de los controles. En último
término habrá un solo botón... o quizá ninguno.
Cabría imaginar una cassette que estuviese siempre perfectamente
ajustada; que empezar a funcionar automáticamente cuando uno la mirara;
que se parara automáticamente cuando uno dejara de mirarla; que pudiera
avanzar o retroceder deprisa o despacio, a saltos o con repeticiones, a
placer del usuario.
Qué duda cabe que ése es el aparato de nuestros sueños; una cassette que
puede contener información sobre infinitos temas, del mundo de la
ficción o del real; que es autónoma, manejable, parsimoniosa en el
consumo de energía, perfectamente privada y sometida en gran medida al
control de la voluntad.
¿Será sólo un sueño? ¿Tendremos algún día una cassette así?
La respuesta es un sí rotundo. No es que la vayamos a tener algún día,
es que la tenemos ya; para ser más exactos: existe desde hace siglos. El
ideal que he descrito es la palabra impresa: la revista, el libro, el
objeto que tiene Vd. en sus manos; un objeto ligero, privado y
manipulable a voluntad.
¿Piensa Vd. que el libro, a diferencia de la cassette que he descrito,
no produce sonido e imágenes? Pues se equivoca.
Es imposible leer sin oír las palabras en la mente y sin ver las
imágenes que producen. Y con la ventaja de que son sonidos e imágenes
propios, no inventados por otros.
Las imágenes y el sonido que ofrecen todos los demás medios de
entretenimiento son "congelados", y tienen un nivel de detalle que
mejora con el avance de la tecnología. El resultado es que los medios
exigen cada vez menos al usuario. Incluso se insertan cuñas músicas y
risa pregrabadas para elicitar determinadas emociones en el cliente sin
esfuerzo por su parte. La persona a quien le cuesta leer (y a la mayoría
le cuesta) recurrir a esos productos "congelas", y seguir siendo un
espectador pasivo.
La palabra impresa, por el contrario, presenta un mínimo de información.
Todo lo demás por encima de ese mínimo tiene que ponerlo el lector: la
entonación de las palabras, la expresión de los rostros, la acción y el
escenario han de ser extraídos de esas sartas de símbolos en blanco y
negro. El libro es una empresa compartida entre el escritor y el lector,
como ninguna otra forma de comunicación puede serlo.
Si Vd. pertenece, por tanto, a esa pequeña y afortunada minoría para los
que la lectura es fácil y agradable, el libro, en cualquiera de sus
manifestaciones, ser para usted irremplazable e indestructible, porque
exige participación. Por muy agradable que sea el papel de espectador,
participar es siempre mejor.
Isaac Asimov
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