Fichero publicado por Franco Montecucco

Libro: Elbio Pérez Tellechea - Quince cuentos gauchos

Prólogo

Cuando en 1963, la Editorial Gadi de Florida emprendió la aventura (publicar el primer volumen de cuentos de Pérez Tellechea, lo hizo bajo la entusiasta convicción de sus excepcionales cualidades narrativas: cuando leímos los originales de Gente poca -dice la contratapa de Mundo aparte- le expresamos al autor que era lo mejor que habíamos leído en mucho tiempo. "Y ustedes quiénes son para opinar?", replicó. Opinó el público, que agotó tres ediciones en seis meses. Y la crítica, sin excepción, consagró a Elbio Pérez Tellechea como a uno de los mejores cuentistas del momento. Mundo aparte tuvo similar acogida.
Hoy son títulos agotados, inconseguibles, como la novela Vengan todos los santos y la colección de cuentos El pueblo que no tenía cementerio que se publicaron después.
¿Fue engañosa y efímera la excelente acogida de la que gozó su obra hace treinta años? ¿O quizá, lamentablemente, están tan solo sumidos en el extenso y colmado coto de la literatura uruguaya que el mercado ha olvidado o no se atreve a revisitar, privando al público actual de títulos e, habiendo gozado en su época de un amplísimo espectro de aceptación, conservan la plenitud de sus virtudes originarias? A la Comisión de Selección de las Ediciones de la Patria Gaucha, la anima la misma entusiasta convicción de los pioneros de la Editorial Gadi. Elbio Pérez Tellechea es un narrador que no solo domina su oficio sino que establece con el lector y sus personajes un entrañable y perdurable vínculo afectivo.
Austero, siempre ceñido a la sustancia de la trama y al carácter de los personajes, esconde sus artes en una atmósfera de sencilla autenticidad, en la que campean el humorismo y la ternura que no obstan a que, de tanto en tanto, relampaguee, con la sutileza del estoque o la contundencia de la lanza, la punta certera de la rebeldía ante la perpetración de una injusticia. En sus textos, de fraseo corto, casi lacónico, no sobran palabras ni matices. Va directo a lo esencial. Concentrándose en sus personajes, es significativamente avaro en la descripción de las apariencias físicas. Escatima detalles corporales, a los que, incluso, les presta menos atención que a la vestimenta.
Parecido relegamiento padece el paisaje. Enmarcándose la mayoría de sus historias en la agreste belleza del Valle Edén, la vegetación es soslayada, salvo que la trama, como en "Cacería de pavas", la convoque con toda su exuberancia.
Tan solo se atiende al carácter de los personajes: si a veces se nos da su destino, lo es por añadidura y porque uno y otro están indisolublemente unidos.
No hay tesis, ni explicaciones tras la peripecia. Tan solo -y nada menos- que la aproximación a una persona. Una persona de las escondidas en el mundo aparte de los cerros de nuestra campaña; de las que viven y mueren en silencio.
"Gente pobre... gente humilde... gente poca, -dice el proemio del libro de ese nombre- Hombres y mujeres y niños ignorados, amarrados al campo... [...}Decir cómo viven, cómo sueñan, cómo aman. Esa ha sido nuestra intención. Y colaborar a rescatarlos del olvido. Nada más." Y nada menos: la cantera que explora Pérez Tellechea es la misma que abrió Gogol con "El capote" y continuó Dostoievski con "Pobres gentes" y trajeron a América, entre tantos otros, Ciro Alegría con "El el mundo es ancho y ajeno" y González Vera con "Vidas mínimas"; y, en Uruguay, Francisco Espinóla y Julio da Rosa. Veta, dirán algunos, fuera de moda; veta perdurable, diríamos otros, porque cristiana o no, o cristiana atea, es evangélica. Y valga el año en que este libro se publica, para decir que casi es bimilenaria.
Esa mirada solidaria al vecino parece que sólo admite una forma despojada de todo ornamento innecesario. Es la misma perspectiva, más allá le que sea en la humilde y muy asumida escala de artista provinciano y casi autodidacta, que preside al cine de Bresson y del mejor Pasolini.
El arte se esfuma y se torna casi imperceptible en los fragmentos; solo se advierte -y a veces deslumbra, como en "El viejo Claro"- en la ración de las secuencias. Los personajes parecen llegar por ellos mismos, sin ningún intermediario, al lector. Más que ser descritos, son escuchados con excelente y fidelísimo oído: oído de quien ha convivido en ese mundo y ha establecido con él un vínculo de filial -no fraternal, ni menos paternal- pertenencia hasta el extremo de apropiarse de su lenguaje. Los cuerpos de las criaturas de ese mundo casi no son mirados; siempre se les contempla el ánimo. Por eso, acaso, la llamativa predilección por la ropa.
No hay texto de Pérez Tellechea que no persiga pacientemente -pero con trazos brevísimos que atrapan y retienen al lector- una progresiva develación de su protagonista.
En esta apretada y difícil y discutible selección, el lector verá cómo eligen o son forzados a vivir: don Ambrosio, un iluso medianero que no quiso gestar esclavos; Guzmán o Luzardo, muliteros condenados a sufrir por separado, en tierra propia o ajena, una derrota tan inevitable como presentida; el viejo milico Claro, empeñado en vestir con honor su uni¬forme; Soca, el alzado con Aparicio, y Soquita, el hijo del heroico lance¬ro, ligado por juramento a la chacra que no se dejó arrebatar su abuelo; Cafaña, el carpinchero y consumado futbolista; el negro Triste, que en-dulza y estropea su solfeada vida regalándole caramelos a una galleguita; el Boleao Guerrero, dispuesto a todo aprendizaje con tal que incumba a oficio que se ejerza en campo abierto; Julián Duré, el histriónico abarajador de facones y estrella fugaz de los viejos circos que deambulaban por nuestra campaña; y el innombrado Jefe de la Estación ferroviaria premonitoriamente temido por algún vecino que supo imaginarse "disfra¬zado" en algún cuento.
En ocasiones, el retrato individual dejará paso al colectivo: un típi¬co baile en escuela de campaña, descrito con flaubertiana minuciosidad; y un carnaval isabelino, orquestado en torno a un boliche de barrio con tablado y palo enjabonado para cazar bobos.
Y confiamos en que, al cerrar el libro, tras la lectura del último cuento, comparta la mágica pero muy real sensación de que, aunque no haya nacido en el viejo barrio del Arenal de Paso de los Toros, allá por, haya sido cliente asiduo de ninguna estación de AFE o de los ferrocarriles de los ingleses, conoce, admira y quiere a don Elbio Pérez Tellechea desde toda una vida.
Tomás de Mattos
Nota: los cuentos 1 a 7 y el 12 pertenecen a Gente Poca (Editorial Gadi, Flori¬da. 1963) y los restantes a Mundo Aparte (Editorial Gadi, Florida, 1965)