Texto publicado por Carinosanto
¡Día Internacional del Orgasmo!
Hoy que se celebra el Día Internacional del Orgasmo, lea tres de las mejores columnas de Esther acerca de este placer:
Más lentos, por favor / Sexo con Esther
No se necesita ser muy inteligentes, señores, para entender que en la cama generalmente ustedes llegan primero y nosotras después... Mucho después.
Revisando conceptos de aquí y de allá encuentro que, en promedio, a un hombre normal le bastan entre tres y siete minutos para alcanzar un orgasmo; las mujeres, que somos demoraditas, necesitamos en cambio entre siete y quince minutos para lograrlo.
En otras palabras: cuando ustedes ya van saliendo, nosotras apenas vamos llegando. Y ese sí que es un problema; es más, si esto ocurriera cada vez que nos ponemos una cita, la verdad es que físicamente hombres y mujeres rara vez nos encontraríamos.
¿Entienden ahora por qué siete de cada diez mujeres se declaran insatisfechas en la cama y por qué ocho de cada diez admiten haber fingido orgasmos?
No exagero cuando digo que la mayoría de esos casos tienen solución, y que esta empieza por entender que fisiológicamente el organismo femenino y el masculino reaccionan a destiempo cuando se excitan.
Me explico: la respuesta de un hombre ante un estímulo sexual es veloz; cuando se excita se produce el rápido llenado de los cuerpos cavernosos de su mejor amigo, lo cual desemboca en la consabida erección. Entre este punto y un orgasmo solo median unos cuantos minutos con su pareja en la cama.
Para entrar en calor las mujeres necesitamos que se nos haga un buen ambiente, que se nos seduzca y se nos hable, acaricie y estimule en la forma adecuada, en las zonas adecuadas. Y eso toma su tiempo. Si todo esto se da, si se irrigan correctamente la pelvis y los genitales y si los señores son capaces de sostenerse un poco más de lo acostumbrado, seguro tendremos un delicioso final.
Así que hombres, dejen el afán. Encontrarán que correr menos resulta tan placentero como saber que sus mujeres no tienen que fingir en el catre. Hasta luego.
Quien se provoca orgasmos vive feliz
El orgasmo, el de todos, es una función vital. En él no hay nada de voluntario y menos de ajustes personales racionales. Por más que se intente negarlos, suprimirlos, ahuyentarlos y evitarlos ellos siguen ahí, en los cuerpos de todos y en cualquier momento; incluso en aquellos que se niegan a sentirlos por vergonzosos y pecaminosos, aparecen cumpliendo su maravillosa función biológica de dar placer.
Y la verdad sea dicha, un orgasmo siempre cae bien y el goce que deja es un delicioso encuentro entre la mente y el cuerpo, que envía señales de vida capaces de arrancarle sonrisas al más austero de los ascetas. Nada, repito, más grato que un orgasmo. Y nada más útil para la humanidad. Alguna vez dije –y lo reitero– que la muestra más evidente de anorgásmicos era la de los gobernantes que se reúnen a planear cómo hacerle la guerra a otros.
El que se provoca orgasmos vive feliz. Es hora de dejar la mojigatería y reconocer que esa función orgánica, vital, repito, está subutilizada por cuenta de mitos absurdos y de falsos moralismos, que a través de la historia los han relacionado con el pecado, la lujuria y el mal. No en vano la carrera para optar por el título de “vida ejemplar” excluye de su currículo los placeres de la carne, mientras que el de “vida disoluta” tiene los polvos como requisito esencial. Estupidez, total.
La evolución, esa que trajo a los humanos hasta aquí con cerebro más pesado y una corteza cerebral más ancha, no solo dejó los orgasmos en el organismo, sino que de lejos los mejoró, simplemente, para regalar satisfacción. Ya dirán algunos que la naturaleza los adecuó para hacer más grata la tarea de reproducir y mantener las especies, ¿y qué pasa con las mujeres que traemos el placer y la procreación en paquetes separados? Pregunto yo.
Nunca sobra, en ese sentido, dar un paseo por la anatomía del piso de abajo y comprobar que es la zona de diversión del cuerpo. Miles de terminaciones nerviosas especializadas en llevar sensaciones al cerebro atraviesan lo que natura nos dio y que se encargan de avisarnos, de tanto en tanto, con el mero roce que hagamos uso de estas herramientas.
El solo clítoris, para poner un ejemplo, concentra más de ocho mil receptores que recogen todo lo que ocurre en esa pequeña locación y lo envían a la médula espinal y de allí al cerebro a través de nervios más grandes. Pero, hay más. El útero y su cuello, la próstata y hasta el recto en los señores vienen provistos de insumos para el goce.
Como el espacio no da más, les cuento, por ahora, que hasta el tímido escroto tiene ramas del nervio pudendo que bien aprovechadas ponen al más macho a cerrar los ojos sin control. Continuaremos luego, hasta llegar al cerebro. Por hoy no hay que temerle al orgasmo, como dicen algunas teóricas. Provéanselos, total son gratis y a la mano.
Orgasmos sin sexo / Sexo con Esther
Los orgasmos son relacionados, como es natural, con la actividad sexual y específicamente con la estimulación de los genitales. Sin embargo, existen muchas condiciones que hacen posible llegar al punto máximo del placer sin recurrir al aquello e incluso sin visitar el departamento inferior del cuerpo.
El neurocientífico Barry Komisaruk y la investigadora sexual Beverly Whipple, en compañía de otros autores, se dieron a la tarea de recoger evidencia de sensaciones orgásmicas por fuera del catre y encontraron que pueden ser más frecuentes de lo que la gente se imagina.
Los orgasmos que se alcanzan con la simple creación de imágenes mentales a partir de fantasías, incluso en personas aisladas, y sin que medie tocamiento alguno, que fueron probados en el laboratorio hace más de dos décadas, son una realidad que favorece un poco más a las mujeres, siempre y cuando logren dedicarse en serio a esta tarea.
Aunque un poco más elaborado, y donado por la cultura oriental, está el clímax obtenido tras la disciplina de aplicar milenarias técnicas de meditación que compensan el ascetismo de muchos solitarios trascendentales y de manos elevadas, y por el mismo camino se encuentran las “llegadas” que irrumpen en el trance de muchos místicos.
Más aterrizados son los orgasmos que, sin pedir permiso, se instalan de súbito en el cuerpo de algunos hombres y mujeres que, tras sufrir una lesión de su médula espinal, responden al estímulo autónomo de un sistema nervioso sin control y las sensaciones de gozo que producen los estimuladores que se implantan sobre las neuronas de los pacientes con dolor.
¿Y qué tal los gritos de placer que provocan las descargas eléctricas cerebrales anormales de ciertos enfermos de epilepsia durante sus ataques? Pues son orgasmos de verdad y muy intensos, como también pueden serlo los que se alcanzan con caricias en zonas de piel, distintas a las de la dotación erótica, que se entrenan solo para percibir placer.
Estos últimos, a los que todos podríamos acceder si educáramos nuestro cuerpo para sentirlos, son un delicioso recurso que tendríamos a la mano en caso de necesidad. Pero todo empieza por aceptar que sin polvos también hay paraíso. Hasta luego.
ESTHER BALAC