Texto publicado por Eduardo Barrera García
El Ciego del Borge y el cuchillo mataperros
Creo que hay escasas ocasiones en las que en pocos, muy pocos minutos se pase de una gran tensión, con amenaza de detención incluida, a la chanza y a las grandes risotadas. A lo singular del panorama se añade también la aparición de la casualidad. Pues bien, aquí va el sucedido que padeció quien estas líneas escribe el pasado uno de octubre en la estación de Atocha, antaño llamada del Mediodía.
Como quedó dicho en otra parte de estas memorias, un gran cuchillo de cocina me acompañó en mi peripecia pruneña –una caminata de 32km entre Morón y pruna a 40 grados-. También me acompañó a Chiclana. El muy granuja supo saltarse los escáneres del AVE, del Talgo, porque yo sigo usando ese término, -pese a que el ingeniero Goicoechea traicionara a la República y a que los Oriol, ya se sabe, siempre fueron unos ultras de tomo y lomo-, etc. Pero en este viaje ya no pudo ser. Él, que venía dormitando en la maleta fue detectado y casi condenado a muerte. Añado, además, que nunca fue utilizado y que su compañía tan solo obedecía a prevenir cualquier ataque canino que pudiera tener lugar en los andurriales serranos en los que me paseo. Pero vayamos ya a los hechos que no tienen desperdicio, no sin antes decir que por si las moscas, al menos está inmortalizado en una foto como si de un cuadro de Goya se tratara. No vaya a ser que sea confiscado en el viaje de vuelta.
Llegué el día señalado a las 8:15 al escáner de la citada estación. Una fémina con tono de teniente veneno al pasar la maleta me espetó: “Caballero, tiene usted que abrir la maleta inmediatamente”. Y yo pensé: “uuuhh, malo”.
Antes de nada pregunté el porqué. Ella me respondió: “Porque lleva usted un cuchillo”. “Pues si ya sabe lo que llevo, ¿Para qué la voy a abrir? El cuchillo, como usted imaginará, no explota”.
“Es que no se puede viajar con armas”, fue su respuesta.
“Está bien, la abro y se lo enseño y le demuestro que no lleva nada anejo que provoque ningún estallido”, le respondí en tono mitad amoscado, mitad socarrón.
“Que no se puede viajar con armas”, volvió a responder.
Como a la tercera se suele decir que va la vencida, me decido por fin a abrir la maleta, ya que repitió de nuevo la coletilla. Entretanto, yo, que lo daba todo por perdido, pasé en medio minuto del cabreo al pasotismo burlón y le pregunté: “¿Sabe usted mi destino exacto?”
“Pues no”, fue su respuesta.
“Se lo voy a explicar todo detenidamente, con su permiso, claro está. Voy a Ronda, como podrá leer en el boleto impreso. ¿Y qué me dice usted de esa villa?”
“Dicen que es muy bonita”, me contestó ya algo más serena viendo que yo accedía a abrir la maleta.
“Además de lo que usted afirma -añadí yo- es tierra de bandoleros. La Serranía de Ronda fue cuna de muchos bandoleros y escenario de numerosos hechos de armas que tienen que ver con este fenómeno social. Y esa es justamente la razón por la que llevo el cuchillo. Le podría jurar ante una Biblia que durante el viaje no tengo la más mínima intención de usarlo. Es más, pueden retenerlo en máquina o en la cafetería hasta su destino.”
“Que no se puede viajar con armas”, ya vamos por la cuarta repetición.
“Por favor, señorita, que no he terminado mi explicación. El motivo por el que me acompaña tan letal artefacto no es ni más ni menos que me echo al monte. Igual que hubo un Bizco del Borge, también el mundo de los ciegos tiene derecho a un Ciego del Borge, aunque yo no sea natural de esa localidad. Además, últimamente este mundillo de los ciegos, como el resto del país, anda algo falto de héroes y quizás un tanto sobrado de villanos. Así es que, yo, por mi parte, pondré mi granito de arena para tratar de equilibrar la balanza. Otra de las razones que me impulsa a ello es que hay demasiado bandolero de guante blanco, como cualquiera con dos dedos de frente sabrá. Y faltan muchos cojones”.
“Por favor, Unidad de Policía o Guardia Civil más próxima acuda al escáner del Altaria de las 8:35” Pude escuchar que decía por un transmisor.
No pasó ni medio minuto cuando ya aparecieron dos números de la Benemérita. La mujer en cuestión le relató todo lo que yo acababa de decir. “Nada, que ni Grazalema, ni cuchillo ni na. Que voy de aquí a la trena”, pensé para mis adentros.
A esto que uno de los guardias me tomó por los hombros, me dio una sacudida y empezó a reír a carcajada limpia. Cuando recuperó el tono me dijo: “Le vamos a detener inmediatamente. Pero no por llevar el cuchillo, sino por descastao. Soy el guardia Pepín, que estuvo en Pruna varios años -casi hasta hace unos 7-, cuando andabas por Batalla del Salao. Y es que en tanto tiempo no has sido para ir y saludar a los viejos conocidos del pueblo, ni siquiera a los del cafetucho del guardia Antonio, donde tomábamos café a las seis y media muchos días. Anda pasa, granuja, que pierdes el tren”.
A todo esto, el ayudante que no decía una palabra y la maleta abierta con el cuchillo de cuerpo presente, a guisa de féretro.
Corriendo cerramos la maleta y tomamos rumbo al coche 4. En el breve trayecto el ayudante y yo intercambiamos impresiones a cerca de lo absurdo de tanta paranoia. Por desgracia, poner una bomba es mucho más fácil de lo que todos estos creen.
El viaje transcurrió sin más sobresaltos. A mi lado izquierdo iba una señora ya abuela que se pasó dormida medio trayecto. Pero resultó ser enormemente simpática y me contó, ni corta ni perezosa, que estaba siendo tratada de una fuerte depresión, probablemente fruto de un duelo no superado, pues su esposo murió hace cinco años y fueron más de cuarenta de convivencia. Pero se ve que el enemigo invisible no dio la cara hasta hace pocos meses. Yo también le conté algunas cosillas mías, algunas reales y otras inventadas con la finalidad de ofrecerle algún consuelo. Y para desdramatizar le dije aquello de “Dios los cría y ellos se juntan” y así le saqué una sonrisa. Ella iba hasta Algeciras a pasar una temporada con uno de sus hijos.
Cuando me bajé en Ronda, la ayudante, en este caso una señora muy sonriente me soltó: “Bienvenido sea a esta ciudad el Ciego del Borge”. Y los dos a carcajadas andén adelante. Pero aquí no acaba todo. Cuando le pregunté por la consigna, me dijo que la habían quitado por temor a las bombas. Pero que un hostal justo enfrente había montado una que por dos eurillos podías dejar allí la maleta. ¡Qué temerarios estos del Hostal Andalucía! Que es el nombre del sitio. Dios no lo permita, y no es cosa de frivolizar, pero si un día a la morisma –dicho con todo el respeto al mundo Islámico- o a quien sea le da por hacer algún crimen de esta calaña, habrá que considerar a dicho alojamiento como zona de riesgo.
La buena señora se aprestó a acompañarme a tal consigna particular. Nos despedimos y antes de desaparecer me dijo: “Eduardo, por favor, la próxima vez no sea usted tan cruel.” “Mire usted, le respondí, es que veo demasiada confusión en las testas. Yo no soy ningún lumbreras pero, ante ciertas cosas, el perolo se me levanta en armas”.
Bueno, y para colmo de los colmos, resulta que este fin de semana se celebra en Grazalema la VI Edición de la recreación histórica de la vida de José María el Tempranillo. Puedo prometer y prometo que no sabía nada de tal evento. Yo pensaba que lo celebraban a finales de octubre, como así fue otros años, pero para asegurar un buen clima lo adelantaron un par de semanas en las últimas ediciones. Bien sabe Dios que aunque me encanta, no habría venido este fin de semana, más que nada por los trabucazos que me van a dejar el oído bien listo por mor de los dichosos acúfenos. Pero a echarle valor se ha dicho. Y sobre todo, ¡a disfrutar!
Patio de la Posada Casa de las Piedras, Grazalema,
a3 de octubre de 2012.
A manera de posdata: Cuando regresé a Madrid a través de Ronda pude constatar que esta estación no posee escáner. Pues bien, que el lector saque sus conclusiones sobre el estado mental de nuestra patria.